Policial

La encerrona

Serie Antropológica Amilkar Feria

«Agustín Puente es maricón.»

La nota no daba más explicaciones. Solo eso. Y como todo buen anónimo venía escrito en letra de molde, con caligrafía deliberadamente irregular, alternando letras grandes con chicas. Daba la impresión de haber sido hecho con la mano zurda de un escritor derecho. Sin dudas, el remitente había puesto extremo cuidado en ocultar su autoría.

Tomás Alonso, director de la Empresa Tabacalera, depositó el anónimo sobre el buró y se rascó la cabeza con gesto de preocupado desconsuelo. A su mente acudió Agustín Puentes: trabajador excelente, ganador de la Emulación Socialista durante los últimos cuatro meses, un hombre que no tendría problemas para volver a ser el más destacado del año. Un modelo de persona Agustín Puentes.

Quizás Tomás Alonso hubiese pulverizado aquella nota. Quizás, en caliente, habría sentido desprecio hacia el anónimo denunciante y seguido el despectivo impulso de encender un tabaco y arrojar el papel al fondo del cenicero metálico junto al cerillo ardiente. Quizás. Pero como director de la Empresa Tabacalera, en frío, no tenía más alternativa que darle curso a la acusadora nota. Volteó el papel boca a bajo sobre el escritorio y levantó el teléfono.

—¡Marilis, haga venir al Político! Dígale que es urgente.

***

El Político, largo y negro como un tronco de abenuz, se sentó frente al director y leyó el papel en un santiamén de silencio. Pero no despegó la vista de las letras deformes y onerosas hasta mucho tiempo después. Entonces alzó los ojos por encima de unos espejuelos de cristales extra-gruesos y preguntó al Director:

—¿Qué hacemos?

—Dígamelo Usted. Para eso lo llamé, ¿no?

El Político sintió un retorcijón de estómago ante la posición de verdugo inclemente en que le colocaba el Director. Miró el cofrecito de cedro, abierto sobre el buró, y preguntó:

—¿Puedo?

—Por favor.

Se tomó bastante tiempo para encender el tabaco, expeliendo el humo por la comisura de los labios, la vista fija en la llama del cerillo. El Director lo observó envuelto en una nube gris. Parecía como si el Político quisiera desaparecer de la oficina para eludir la responsabilidad del momento. Cuando el cerillo se hubo consumido hasta quemarle la punta de los dedos, absorbió una bocanada inmensa y la retuvo cuanto pudo. Luego expelió y habló casi al mismo tiempo:

—Eso hay que probarlo. No podemos actuar sin pruebas.

La mirada del Director tenía tanto de perplejidad como de asombro.

—Y, ¿se puede saber cómo? ¿Cómo vamos a probarlo?

El Político volvió a absorber. Hacía un enorme esfuerzo por no parecer desorientado.

—Se trata de uno de los trabajadores más destacados de la Empresa —señaló el Director.

El Político se atragantó con el humo. Tosió.

—¡Si es maricón —rebatió, con toda la autoridad que le permitía el cargo—, no hay destacado que valga!

—¿Y si no lo es?

—Por eso mismo hay que probarlo. Y con muchísima discreción.

—Sí sí, sí. Pero, ¿cómo?

El Político se puso de pie. Dio una vueltecita alrededor del asiento y fue hasta una pared lateral. Se detuvo frente a un cuadro de marcos blancos que exhibía la foto del Comandante en Jefe vestido de miliciano, con un fusil colgado al hombro, en la cima de un cerro de la Sierra Maestra. El Político habló con voz serena, de cara al retrato, como si el Comandante pudiera entenderlo:

—Una encerrona. Hay que prepararle una encerrona.

El Director arqueó las cejas. Lo estaba viendo al Político de espaldas.

—¿Una encerrona?

El Político se volteó y asintió con un repetido movimiento de la cabeza, los ojos expresivamente abiertos mientras soltaba el humo por las narices.

—Eso mismo: una encerrona.

El Director desvió la mirada hacia el cofre de cedro. Aprovechó para encender un tabaco para él. Levantó el teléfono.

—Marilis, ¿queda café? Tráiganos un poco, hágame el favor.

Luego dejó pasar los minutos en silencio, chupeteando del tabaco hasta que trajeron el café. Mientras cataba dulzor y temperatura con la punta de la lengua, vio de reojos al Político con la taza sujeta en la derecha, escultóricamente inmóvil, como iluminado por una idea repentina.

Cuando la secretaria salió del despacho, el Director encaró al Político.

—Para una encerrona se necesita de un plan. ¿Se le ocurre algo?

El político no contestó de inmediato, se mordió los labios e intentó por dos veces decir algo, pero de repente se cortaba y solo dejaba escuchar un «Pe…» «Cua…»

El Director se impacientó:

—¡Hable, hombre!

—Sí —dijo al fin—. Sí se me ocurre. Pero el problema va a ser a quién encomendar la tarea.

El Director se arrellanó en la butaca.

—Usted dígame cual es la tarea y a quién propone para ella, y deje que yo me encargue de convencerlo.

***

Pepe se sentó otra vez, pero apenas puso las nalgas en el butacón, volvió a levantarse como un resorte.

—¡No, no, caballero! Ustedes me disculpan pero yo no sirvo para eso.

—¿Cómo que no sirve, Pepe? —Preguntó el Director, agitando los brazos con exagerada decepción—. Si lo hemos mandado buscar es porque usted es el más indicado para esta tarea.

Pepe adelantó un paso hacia el Director, amenazante.

—¿Cómo, cómo? Explíqueme eso, Tomás.

El Político intervino.

—No, Pepe, no malinterprete. Lo que el Director quiere decir es que usted es el hombre más instruido de la Empresa. Usted es universitario, ¿no es así?

Pepe no respondió. Tenía el rostro fruncido, cejijunto, y las manos cruzadas sobre el pecho.

El Político tomó aliento, sopesando las ideas.

—Imagínese que le propusiéramos esta tarea al Ñuño Gómez —reflexionó—, o a Polo Palacios. ¡A estas horas estaríamos tocando un son de machetes con ellos!

Pepe no pudo evitar sonreír, el Político había aludido a los dos guajiros más brutos del Plan Tabacalero. Pero de inmediato lo asaltó la duda de su hombría a Pepe, y quiso enfurruñarse tras la sonrisa. Sin embargo, la postura resultó evidentemente forzada.

El Político lanzó una estocada feroz.

—Usted no es así, Pepe. Su comportamiento es más civilizado. Usted es un hombre estudiado, culto. Eso fue lo que quiso decir el Director. ¿No es así Tomás?

—Hágame el favor y siéntese, Pepe —sugirió el Director—. Y tranquilícese, que lo que le estamos pidiendo no es nada del otro mundo.

Pepe se sentó.

Y se volvió a levantar.

—¡Sí, pero yo no sirvo para eso, caballero! ¡No sirvo!

—¡Caramba, compañero —continuó el Político su mortal estocada—, qué no se diga, chico! La Revolución le está pidiendo una tarea y usted debe cumplirla. ¡No se me eche para atrás!

—¡Para atrás no, Político! ¡Contra…, usted sabe que yo…! ¡Mire, que la Revolución me pida cualquier otra cosa, compadre… pa´ que usted vea!

—¡La Revolución no pide segundas tareas, compañero! Si usted se echa para atrás ahora, ¡la Revolución nunca más va a confiar en usted, vaya!

El Director se metió el tabaco en la boca, lo apretó con la lengua contra uno de los extremos y habló palabras enredadas en una nube de humo.

—Pepe, si Usted cumple satisfactoriamente esta tarea —golpeó enfáticamente con el índice sobre el buró—, yo voy a hacer que el próximo Plan Vacacional para Varadero sea suyo, ¿qué le parece? Y entérese de que el Plan de este año es con los gastos pagos. ¿Me entiende?

El Político abrió los ojos. Pepe también. Una pregunta le rebotó en la cabeza: ¿Qué sería «satisfactoriamente»: demostrar que Agustín Puentes era marica o que no lo era?

***

Tiene que entregarme un informe semanal. ¿Comprende? Por supuesto que manuscrito. No se le ocurra darlo a nadie para que se lo mecanografíe. Pase más tarde por mi oficina para entregarle papel carbón. Haga dos copias. Una para mí y otra para el Director. Usted no puede quedarse con ninguna. Sea celoso con esto. Si encontramos una copia en su poder, estará expuesto a sanción. Grábese muy bien eso. No lleve ningún diario de lo que haga. Si lo hemos escogido a usted, es porque confiamos en su capacidad intelectual. El viernes en la noche debe sentarse y escribir de un tirón todo lo que haya sucedido en la semana. Le repito que no lleve diarios ni tome notas. Escríbalo todo de memoria. El sábado a primera hora deberá traerlo a mi oficina y entregármelo personalmente. Fíjese bien lo que le digo: «personalmente.» En caso de no encontrarme, tendrá que esperarme. No se le ocurra echarlo por debajo de la puerta. Y mucho menos dejármelo con nadie.

Día 1, martes

—¡Político! ¡Director! ¡Político!

Era Arronte el que llegaba jadeando, atravesando el pasillo que venía desde los albergues.

—¡Qué clase de bronca se armó en el baño, caballeros!

—¿Bronca?

—Sí, sí. ¡Tremenda bronca!

El Director se desmontó el tabaco de los dientes, agarrándolo con el índice encorvado y el pulgar estirado.

—¿Entre quienes, Arronte? —Preguntó.

Arronte se tomó un segundo para recuperar el aliento.

—Agustín Puentes le sonó un trompón a Julio —dijo luego—. ¡Le espantó un puñetazo en plena frente!

El Político miró al Director con disimulo y se frotó el cielo de la boca con la lengua. Preguntó:

—Ven acá, Arronte, ¿Pepe estaba en el baño?

—Sí estaba. Pepe se puso a desapartarlos.

Las miradas se cruzaron. El Director y el Político.

—Está muy bien eso, Arronte. Gracias por el aviso. Se tomarán medidas.

Y cuando Arronte quedó lejos.

—Esto no se nos puede ir de las manos, Político. El hombre es «Hombre» hasta que se pruebe lo contrario. Hay que tomar medidas.

—Eso está claro, Tomás. Pero yo pienso que no debemos hacer nada todavía. En el informe del sábado sabremos lo que pasó.

Día 3, jueves

—Compañeros —el Director se sentó. Miró al Político—. Los mandé llamar porque esto no puede continuar.

Agustín niega, resopla, fastidiado Agustín Puentes.

Julio se revuelve en el asiento, tuerce el espinazo, se inclina a un lado. Marcando distancia Julio.

—Caballero —muestra las palmas el Director—, no vamos a tomar medidas disciplinarias con ustedes. ¿No es así, Político?

El Político empina la mandíbula, ladea la cabeza.

—Vamos a dejar las cosas como están —dice—. Que la cosa quede entre hombres. Pero esto tiene que terminar aquí. ¡Ahora mismo!

Julio se frota la comezón. Se rasca una moradura sobre la ceja. La moral dañada tiene, y el ojo negro.

El Director convida tabaco. Las aspas plásticas del ventilador no alcanzan a espantar el calor del mediodía.

Agustín Puentes suda. No fuma.

Julio voltea la mirada, enfurruñado. No apetece.

—Caballeros —terció el Político—. ¡Que no se diga, caramba! Una riña la puede tener cualquiera. Pero hay que saber componer la cosa después. Ustedes son compañeros de trabajo.

—Vamos a ver —saltó el Director, envuelto en humo—, ¿Qué fue lo que pasó que es tan difícil de olvidar?

Se miran: Julio y Agustín Puentes.

Primer informe

Me disculpan. No he hecho nunca un informe de este tipo y no sé por donde empezar. Voy a contarles primero de mis pesquisas…

«¿Pesquisas?», se preguntó el Director «¿Qué pesquisas?»

Siguió leyendo:

Algunos trabajadores no encuentran nada anormal en la forma en que se expresa Agustín Puentes. Pero el Ñuño Gómez dice que tiene un tumbaito en la ese que suena raro. Cuenta que en una ocasión le molestó tanto, que tuvo que hacerle una sugerencia:

«Oiga, compadre, ¿por qué usté no chapea un poquito la ese? Es que se me hace demasiado estirá. Va pareciendo una serpiente usté.»

Después del comentario de Ñuño, yo mismo me puse a sacarle conversación. Es verdad que alarga un poco la ese, como si la dejara resbalar sobre la lengua, partiendo la palabra en dos. Es la verdad. Pero es casi imperceptible. Hay que tener buen oído.

A Ñuño también le parece que Agustín Puentes levanta un poco el meñique para beber del vaso. Y dice que cada vez que entra al baño —me disculpan la frase pero voy a escribirlo tal y como se lo escuché a Ñuño, «se toma más tiempo pa´ arreglarse el pelo que pa´ limpiarse el culo.»

A mi entender, Ñuño lo que tiene es envidia, porque Agustín Puente es el único en la Empresa que se ha podido comer a Leticia. Y bien conocido es que al Ñuño Gómez se le cae la baba por la mulatona. Yo mismo presté atención y no encontré afeminamiento en la forma de beber de Agustín Puentes. Para mí que es una exageración del Ñuño…

«¿Y a este quién coño le dijo que pesquisara?», explotó el Director.

Agarró el teléfono.

—¡Marilis, haga venir al Político! ¡Urgente!

«¡¡Afeminamiento en la forma de beber ni un carajo!!»

Día 7, lunes

El Político apagó el mocho de tabaco contra el cenicero.

—Pepe. Parece que usted no entendió bien la tarea que se le dio.

Pepe abrió la boca para hablar, pero el Político lo atajó.

—A usted nadie le dijo que pesquisara, Pepe. Ha cometido una semana entera de errores. Todo el mundo debe estarse preguntando a que viene esa averiguadera sobre Agustín Puentes.

Pepe volvió a abrir la boca: «Yo…»

—¡¡Yo nada, Pepe!! —Tronó el Director—. Pa´ pesquisar hubiésemos contratáo a un detective. ¡Usted es un cebo, Pepe! —Se golpeó en la frente con el índice y el del medio—. Métaselo en la cabeza. ¡¡Un cebo!!

Pepe se levantó:

—¡Coño pero no me lo digas así, Tomás!

—Y, ¿cómo quiere que te lo diga para que entiendas?

Pepe chasqueó la lengua. Se sentó.

El Director chupó del tabaco. Lo absorbió varias veces antes de darse cuenta de que estaba apagado. «¡Mierda!» De pronto lo agarró en tijera entre los dedos y golpeó con el puño sobre la mesa.

—¿Cómo se le ocurre tocarle una nalga en el baño? ¿Usted es comemierda?

Pepe se volvió a levantar.

—¡Coño Tomás, tú me estás ofendiendo, viejo!

—¡Tomás! —Terció el Político— ¡Vamos a comportarnos, caballeros!

Pepe no se sentó. Le dio la espalda al Director.

—Pepe. —Habló el Político—. Estás haciendo las cosas mal, caballo.

Se volvió Pepe:

—¡A mi lo que me parece es que yo no sirvo para esto, caballero! Y si le toqué una nalga es porque recordé una película donde se lo hicieron a uno que era marica, y después le armaron un choteo porque no protestó. Lo descaretaron así.

El Director se interrumpió, estaba encendiendo el tabaco.

—¡Porque no protestó! —Repitió con las manos en alto—. ¡Porque no protestó! ¿Tú ves lo que te digo, Político?

El Político agachó la cabeza.

El Director se metió el tabaco en la boca y encendió otro cerillo. Comenzó a darle vueltas y a chuparlo al mismo tiempo. Se le vio tomar calma.

—Mire, Político. La cosa queda así: el tipo es Hombre. Ya sabemos por qué, ¿no? Protestó con un trompón. ¿No es eso?

El tabaco encendió. Un humo de dos tonos voló en espiral hasta las aspas del ventilador. El Director se acomodó en la butaca.

—Ya no tenemos que seguir con las averiguaciones —dijo—. Está usted liberado, Pepe.

Pepe pensó en Varadero, pero no dijo nada.

El Político se revolvió un poco, no estaba conforme, pero tampoco dijo nada. El Director dejó el butacón y fue a estrecharle la mano a Pepe.

—Me disculpo con usted si lo ofendí, Pepe. Espero comprenda mi posición.

—No hay tema, Tomás. —Se incorporó Pepe. Volvió a pensar en Varadero. No dijo nada.

El Político también se levantó, disconforme y dudoso. Silencioso.

El Director despidió a Pepe y luego al Político. Su papel estaba cumplido: le había dado curso al anónimo. Agarró la nota, la trizó con los dedos y la tiró al fondo del cenicero. Estuvo revisando unas facturas hasta las seis menos veinte, hora en que dejó la oficina para ir al baño.

Al regresar encontró un papel en el suelo: «Agustín Puente es maricón.»

Agarró el teléfono con desgano.

—¡Marilis! Haga venir al Político.

Segundo informe

La primera etapa del Plan de Acercamiento puede considerarse exitosamente superada. El lunes me aceptó un convite para ir al pueblo a tomar unos tragos. Aunque fueron más de tres horas las que compartimos en el bar “Elbeodo”, lamento comunicar que no llegó al estado de total embriaguez, donde quizás habría incurrido en alguna indiscreción que pusiera en tela de juicio su masculinidad.

Es menester informar que si el grado varonil pudiera calcularse dependiendo al nivel de alcohol asimilado por el organismo masculino, estaríamos frente a un hombre de los más bravos. No obstante, la tarde-noche compartida en el Bar mereció que el martes fuera él quién me invitara a mí. Quería terminar una conversación que quedó trunca. Le encanta hablar de mujeres. Y si es verdad lo que cuenta, las ha tenido a montones. La verdad es que la prueba que tenemos en la empresa deja poco margen para dudas. Leticia es la mejor hembra del Plan Tabacalero.

Ya sé que se me ha pedido que no de opiniones sino que muestre evidencias, pero considero que si en definitiva resulta que el hombre es Hombre, entonces las observaciones personales que no pretendo callarme podrían acelerar el proceso probatorio…

El Político aspiró el humo del tabaco, sonriente y feliz.

—¿Usted ve, Tomás, como yo tenía razón? Pepe es el hombre más indicado para esto. Usted verá como lo esclarece todo.

Tercer informe

Se me ocurrieron varias ideas que puse en práctica esta semana, y que atendiendo a la amistad que se ha establecido entre los dos, les puedo asegurar que no se corren riesgos de nuevas riñas.

Les cuento:

La noche del miércoles nos dimos unos tragos con dos guajiras que ligamos en Limonar. Me permito comentar que de no ser por él no habría enganchado yo ni a una puerca jíbara, pues sin que me de vergüenza reconocerlo, hacía más de seis meses que no se me pegaban ni las moscas. Ahí estuvimos como hasta las dos de la madrugada, agarrando bembas y pasándoles el ron de la boca a las nenas. No fue mayor la noche porque el compadre —que no hay alcohol que lo tumbe— se acordó que al otro día comenzaba la recolección. Pero quedamos convidados para excursionar el domingo. Los cuatro.

Pero bueno, las ideas: En la noche con las guajiras, se me ocurrió ponerme a ensalzar las dimensiones del aparato de un amigo mío —no hay tal amigo sino una invención para despertar interés—, y agucé los sentidos para registrar sus reacciones, inventé una historia del tipo tirándose dos mujeres a un mismo tiempo que me fluyó de maravilla y arrancó carcajadas y caricias de mi guajira. Después di el segundo paso y me puse a glorificar mi propia majestuosidad, lo que me ganó fue un agarrón en el miembro que me dio la muy p… que casi me lo arranca delante de todos.

Al día siguiente, cuando terminó la jornada, esperé hasta que lo vi ir a bañarse. Entonces me amarré la toalla a la cintura y me fui también.

¡Óiganme bien que esto no falla! Usted se pone a celebrarse el aparato delante de un marica, y al otro día lo tiene en el baño detrás de usted, buscando la forma de avizorar anchuras. Pues bien. Ahí quedé yo, bajo el tubo de la ducha de al lado, en los puros cueros y frotándome el equipo como si estuviera preparándolo para un acto primoroso. Óiganme, y cuando digo ahí quedé, es porque el tipo había olvidado el jabón y empezó a ponerse los calzoncillos y a envolverse la toalla en la cintura. Yo le ofrecí mi jabón para que no se fuera, pero como vio que me quedaba no más que una astilla, le dio pena y dijo que había dejado uno nuevo en el albergue, y se fue. No hizo el menor esfuerzo por quedarse a ojearme. Y ahí quedé, manoseándome por más de quince minutos que el hombre no volvió, vaya usted a saber por qué. Yo no le pregunté. Al final ttuve que irme para no levantar sospechas.

Compañeros, disculpen ustedes, pero me voy a tomar el atrevimiento de asegurarles que, al parecer, el hombre es más Hombre que quien lo está difamando. No vaya a ser este un caso de inquina personal y nosotros estemos haciendo el papel de burros. Amén de las injusticias que podamos cometer.

Atenta y Revolucionariamente:

Ustedes Saben.

—¿Qué Usted cree Político?

El Político se enjugó el sudor del rostro. Movió la lengua.

—Que hay que hablar con Pepe. Tiene que tener cuidado con esas ideas que se le ocurren. Lo puede echar todo a perder.

El Director se agitó, intranquilo.

—¡Contra, Político! Tal parece que usted lo que quiere es que el hombre sea marica.

—Yo lo que quiero es que se esclarezca todo de una buena vez. Sin errores. Si Agustín Puentes se huele que Pepe es un cebo que le estamos echando, no lo vamos a poder agarrar ni en cien años.

El Director asintió, pensativo. Encendió un tabaco.

—Pero Pepe tiene razón, Político. En algún momento habrá que parar. No vamos a estar toda la vida tratando de probar la mariconería de un hombre.

El Político tomó un tabaco del cofrecito de cedro y se puso a encenderlo.

—Mire, Político, este domingo va a ser definitivo. Si Agustín Puentes demuestra su papel de Hombre con esa guajira, Pepe presente, ¡se acabó la encerrona, caballo! El hombre es Hombre y no hay nada más que decir.

El rostro del Político se desvaneció entre el humo del tabaco. Luego fueron apareciendo los ojos y la nariz, hasta definirse el contorno de la boca sonriente y, por último, unos dientes blancos como nácar.

—De acuerdo —dijo—. Pero lo que pase este domingo no lo sabremos hasta el sábado próximo.

—¿Qué importa una semana más? Este jueguito se acaba si Agustín Puente se comporta como un hombre.

Día 21, lunes.

La amanecida trajo desde el Este unos nubarrones negros que se instalaron sobre el Plan Tabacalero. La lluvia borró los sembrados y el campamento, la Empresa y los albergues. El canto trémulo del sinsonte no se escuchó hasta después de las nueve, cuando un sol holgazán comenzó a despertar lentamente.

El Director se quitó la capa y la escurrió. La exprimió y la colgó de un alambre en su oficina. Pateó en el piso para sacudir el fango de las botas. Ahí lo vio: un papelito envuelto en una esquina. Lo recogió y lo desenrolló sin prisa.

«Agustín Puente es maricón.»

Descolgó el teléfono.

—Marilis. Haga venir al Político.

***

El Político leyó la nota y la arrojó, molesto, sobre la mesa.

—¡Ya la cosa jode, caramba!

—¡Yo no voy a esperar al informe del sábado, Político! —Rugió el Director—. Usted me busca a Pepe y me lo trae ahora mismo. Si Agustín Puentes cumplió… ¡Vamos a ver a como tocamos!

***

El Director convida tabaco, pero Pepe no fuma con humedad. Si levanta el día, quizás. Un abuelo suyo enfermó de los pulmones fumando bajo la lluvia. La abuela hubo de ponerle compresas de anís caliente en el pecho por más de un año; el constipado lo acompañó hasta la muerte. El Director se impacienta. Abre los ojos, simula interés. Después mira al Político.

El Político se agita.

—Cuéntenos, Pepe. ¿Cómo le fue el domingo?

Pepe giró el cuello hacia la puerta, cauteloso.

—¿No van a esperar al informe?

—¡¡Qué informe ni un carajo, Pepe!! —Saltó el Director—. ¡Cuéntenos ya!

—Me habría gustado más que lo leyeran. Le he cogido el gusto a esto de buscar las palabras adecuadas para expresar mis ideas.

—¡¡Manda venáo!! —El Director se frotó la frente—. Hable de una vez, Pepe. Déjese de gracias.

Pepe contó:

«Se les va a hacer difícil encontrar un hombre más Hombre en todo el Plan que Agustín Puentes. El tipo tiene temple, caballeros. Es verdá que tiene un dejo «rarito» en el habla, y manías un poco delicadas, como esa de hacerse la manicura, pero ahora que llevo un mes conociéndolo hasta puedo entender que no le guste la merluza debajo de las uñas. No es cosas de jevas, caballero; es higiene. Muchos deberían tomar ejemplo. A las jevas les gustan los hombres limpios. Quizás si el Ñuño Gómez fuera un poco más limpio, y menos criticón, habría podido levantar a Leticia. El domingo fue grande, caballero. Ya les dije que hacía más de seis meses que no la veía pasar. Ahora se la debo a Agustín Puentes. El hombre sabe hacer gozar a una mujer, caballero. Tendrían que haber visto a su guajira guindándosele del pescuezo, la cara de felicidad, para que comprendieran que el hombre conoce su labor. Quedamos para el miércoles después de la jornada. Nos vamos pa´l pueblo de parranda. En el informe del sábado tendré nuevas para contarles.»

El Director se movió satisfecho.

—Se acabaron los informes, Pepe —dijo—. ¿No es así, Político?

El político exhaló.

—¡Probada! —Exclamó satisfecho— ¡La Hombría de Agustín Puentes está probada!

El Director se levantó.

—Pepe, has hecho un excelente trabajo.

Pepe pensó en Varadero. El Director se montó el tabaco en los labios y sonrió.

—Varadero es tuyo, Pepe. No te preocupe, yo me encargo.

Pepe se levantó con orgullo. Las manos se estrecharon.

—Gracias Tomás. Gracias Político.

—Ahí nos vemos, Pepe.

Al salir Pepe, el Director suspiró.

—Bien, Político, esto no ha terminado todavía. A mí me viene de a huevos agarrar al anonimista. ¡Me tiene bastante jodío!

Día 27

Marilis tenía que abandonar su puesto para servir la Dirección en bandeja al anónimo denunciante. La Dirección estaba dividida en dos: la oficinita de la secretaria y el despacho amplio del Director con la mesa de reuniones. Marilis tenía que dejar la Dirección vacía durante siete minutos, los que transcurriría en la oficina del Político. En aquella oficina, una de las persianas daba vista a la puerta de entrada de la Dirección; Marilis tenía que espiar por ella los siete minutos que estuviese allí. Le habían ordenado que repitiera el procedimiento cada media hora. «Se está al asecho de un anonimista», le informó el Director sin mayores detalles.

Si durante los siete minutos establecidos para el asecho desde la oficina del Político Marilis veía a alguien entrando en la Dirección vacía, debía esperar a que saliera e ir inmediatamente a comprobar si había echado algún papelito en el despacho del Director. Además de eso, cada vez que regresara de la oficina del Político, Marilis tenía que revisar el suelo, no fuera a suceder que el denunciante dejara caer el papel por la ventana trasera del despacho del Director. Aunque para evitar esto, Tomás Alonso había decidido mantener la ventana cerrada durante toda la semana. Pero los días pasaron sin que el anonimista tirara su insidiosa notica.

***

El tabaco del Director se balanceó en sus labios mientras preguntaba:

—¿Qué le parece Político? Después de un mes entero de encerronas, nos llega el primer sábado sin informes y sin anónimos. El Político también encendió uno.

—¡No cante victoria, Tomás!

—¡Coño, Político! Usted me asombra, compadre.

El político mostró los dientes.

—No estoy insinuando nada —dijo.

—¡Pa´l carajo, compadre! Al que usted le caiga encima…

De la oficinita de la secretaria llegaron los ecos de una disputa.

«¡Oiga! No puede pasar. El Director está reunido.»

La puerta del despacho del Director se abrió violentamente y una figura femenina irrumpió en la oficina.

—¿Cuantos anónimos tengo que mandar para que me hagan caso, coño? ¡¡¡Agustín Puente es maricón!!!

—¡Leticia!

Al Político se le cayó el tabaco de los labios. El Director se atragantó con el humo.

—¡Sí chico! —Gritó Leticia—. ¡Maricón de los grandes! Vayan ahora mismo al arroyo para que lo agarren en pelotas.

***

El Director hizo una señal con la izquierda. El Político se arrastró sigiloso a través de una maraña de pomarrosas. Quedó tendido y quieto cuando estuvo junto al director. Entre el ramaje podía verse un tramo del arroyo que daba una vuelta para perderse entre un monte de caña brava, y más allá, dos figuras que eran una misma sombra.

El Director dibujó un trillo imaginario con el dedo, proponiendo avanzar a través de la espesura para desembocar por detrás de la caña brava.

—Por ahí nos vamos —dijo en un susurro, y salió, cautelosamente acuclillado.

El Político lo imitó. Reptaron, silenciosos, hasta pegar las narices al borde de la caña brava.

Desde su posición extendida, el Director reconoció la figura de Agustín Puentes, arrodillado, en pleno acto de estimulación bucal. De momento no pudo reconocer al otro, pero le bastaba con Agustín. Dio un salto para incorporarse y gritó:

«¡¡Agustín Puente es maricón, carajo!!»

Fue en una fracción de segundo. El salto del Director tomó al Político por sorpresa, que se incorporó tardío, y solo alcanzó a ver al otro remangándose los pantalones que tenía sobre las rodillas.

—¡¡A mí no me pueden sancionar!! —Gritó Pepe— ¡¡Yo estoy cumpliendo la tarea que me dieron, coño!!

Raydel Francisco Pérez. Pinar del Río, 1975: Ingeniero mecánico.

Como narrador es autor de las novelas inéditas Pilares de arena y Cucumí no aparece en Internet y de varios cuentos. La novela Cucumí no aparece en Internet fue Primer Finalista en el III Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro 2014 y Finalista en el III Concurso Narrativa para autores noveles “Manuel Díaz Vargas”.