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Seguimos la reflexión sobre distintas maneras de establecer jerarquías en el ámbito literario y los tipos de lectores que ellas engendran

El canon, las listas y el lector tipo Elio Méndez (2)

El lector tipo Elio Méndez no es un taxónomo a ras de suelo, de esos que toma partido a pie de librería. Él prefiere una altura desde la cual otear el bosque literario y distinguir tan solo los troncos más honorables y prominentes. Por tanto, no osa compenetrarse con un libro cualquiera y hasta observa de lejos, con menosprecio, a esos pinos nuevos, los noveles autores. Confesado por él mismo: que pasen delante “los detectores de m…” (sic), los que “filtran” o “decantan”; y transcurrido el tiempo, llegará él atrás para recoger los frutos que persistieron como egregios.

Previamente había imaginado a Elio Méndez postrado frente a los Clásicos y las Obras Maestras. Ahora, lo observo en medio del espeso Corpus literario (el bosque todo), echándose de hinojos exclusivamente ante el Canon. Que es la “caña” o “vara larga”, según nos aclara la anciana etimología.

El kanón de los griegos antiguos fue la “regla” de madera que ajustó medidas y referencias; pero también palabra favorita de la preceptiva, porque indicó “ley” o “modelo”, y asimismo “límite” o “frontera”.

Como mandan los mismos cánones, para instaurar “lo canónico” se precisa de jueces, que depuren y decidan lo que debe ser trasmitido y absorbido como Tradición. Se sabe que hubieron de reunirse en Concilio los mandamases de la Iglesia Católica para reunir el catálogo de los Evangelios “auténticamente” sagrados. El Canon literario no es excepción y tiene igualmente su secta de cabecillas: los Académicos, esos gurús del rito de la Historiografía Literaria.

He leído definiciones de Canon donde se le identifica como una “memoria colectiva de la humanidad”, una formación que “responde a la necesidad de estabilizar un pasado por parte de cualquier comunidad, que legitima y define así su territorio”. Sin embargo, ese criterio me parece más afín con lo que ya manejamos como Clásico: el edificio construido por “el fervor” y “la misteriosa lealtad” (que diría Borges) de generaciones de lectores.

Lo Clásico es “democrático”; mientras que el Canon es “autoritario”. Tan es así, que incluso un experto único puede arrogarse los poderes de todo un Concilio; y como hizo Harold Bloom, instituir a voluntad todo un Canon occidental, o como Roberto González Echevarría, clasificar el “Canon cubano”. Ambos, incluyendo y excluyendo, despachando a diestra y siniestra a integrados y desintegrados…

Confirmado por boca de Bloom: “El canon occidental, a pesar del idealismo ilimitado de aquellos que querrían abrirlo, existe precisamente con el fin de imponer límites, de establecer un patrón de medida”. Y a resultas de ello, un francés llamado Michel Onfray lanzó su proyecto contracanónico, una Contrahistoria de la filosofía que advierte sobre manuales, antologías, historias y enciclopedias, como “instrumentos ideológicos”, donde se repiten las mismas opiniones y textos de referencia junto a “los mismos olvidos, los mismos descuidos, las mismas periodizaciones, las mismas ficciones”.

¿Qué habría pasado si —interroga Onfray en onda ucrónica— en lugar del idealista Platón y los estoicos, Occidente se hubiera fundado sobre el materialista Demócrito y los hedonistas? Igualmente, Borges pensó que Argentina sería muy otra si en vez de Martín Fierro como texto nacional, se hubiese elegido el Facundo.

De modo que cuidadito, Compay Elio Méndez, pues este asunto del Canon extiende rizomas más allá de la simple cuestión literaria… Además, ¿es obligado aceptar que si no ha aparecido un nuevo Kafka en Camajuaní, según el Dr. Roberto, nada cubano vale la pena desde Lezama y Paradiso (1966)? ¿O que valga todo Shakespeare, pero ni una línea de Juan Rulfo y su Pedro Páramo porque lo dejó fuera de inventario el tío Harold?

Así que la búsqueda del detector de m… perdido para el lector tipo Elio Méndez, no debemos darla por terminada todavía. ¿Qué tal si lo invitamos a probar con otras clases de Listas? Las hay de índoles muy diversas: está la Lista 100 Libros Esenciales de la Narrativa en Español desde los Años 50 hasta Hoy, confeccionada por Ignacio Echevarría, crítico literario de El País. También, las Listas Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez, donde ese par de reconocidos escritores cubanos recomiendan a sus compatriotas diez autores de la actualidad ausentes en las librerías de la Isla…

Y existen las Listas de los Libros Más Vendidos en dondequiera. Porque si al tal Méndez lo que le duele es el precio a pagar por un libro, quizás sí se sienta estimulado a despegar los codos del piso* al enterarse que otros miles de lectores soltaron la pasta por el libro X primero que él.

Pero, ¿esa idea del “detector de m…” cómo le entró en el coco a Elio? ¡Ah, ya recuerdo por quién doblan las campanas! Eso lo dijo Hemingway en la famosa entrevista que ofreció a George Plimpton y The Paris Review en 1958. Sin embargo, aquel de El Viejo y el Mar expresó literalmente: “La cualidad más esencial para un buen escritor es la de poseer un detector de mierda, innato y a prueba de golpes”.

¿Se percataría el lector tipo Elio Méndez de que el consejo vertido para escritores, pero igualmente válido, por supuesto, para simples lectores, habla de un “detector de mierda por cuenta propia” y no del dictamen de una autoridad externa?

Ya para terminar, al fin, esta larga cavilación, se me ocurre que el lector tipo Elio Méndez, acaso un fool in the hill, sensatamente debía apearse de la altura desdeñosa, y atreverse por un día a ser un lector tipo Roberto Bolaño, aún a riesgo de embarrarse de mierda las manos… Total, si nada lo fuerza a escribir después una reseña del libro y, en cambio, ¡siempre le quedará tomar la de Poncio Pilatos!

Pienso otra vez en Soldados de Salamina y el divino pasaje en donde un Javier Cercas que enterró sus sueños de narrador con dos libros publicados diez años atrás, se aproxima ahora en misión periodística al chileno que ganó un importante premio literario… “Oye, ¿tú no serás el Javier Cercas de El móvil y El inquilino?”, indaga Bolaño y Cercas asiente.

“Los conozco. Creo que incluso los compré… Aquí están”, empuña Bolaño triunfalmente los dos ejemplares. “Los leíste”, advierte, casi con tristeza, Javier Cercas. “Claro”, dice Bolaño y sonríe; él que, según Cercas, “no sonreía casi nunca, pero que casi nunca parecía hablar del todo en serio.”

*Caminar con los codos es el refrán que se usa en Cuba para calificar a la gente tacaña, avara, cicatera.

Rafael Grillo. (La Habana, 1970). Escritor y periodista.

Rafael Grillo (La Habana, 1970): Escritor y periodista. Jefe de Redacción de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada. Licenciado en Psicología y Diplomado en Periodismo. Imparte cursos de técnicas narrativas en la Universidad de La Habana y otras instituciones. Ha publicado las novelas Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados (Premio Luis Rogelio Nogueras 2009), los libros de ensayo Ecos en el laberinto y La revancha de Sísifo y el volumen de crónicas Las armas y el oficio (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2008). Incluido en numerosas antologías; las más recientes: El silencio de los cristales. Cuentos sobre la emigración cubana; Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana y Island in the Ligth / Isla en la luz (bilingüe, publicado por The Jorge Pérez Foundation, Miami). Como antologador participó en L@s nuev@s caníbales. Antología del microcuento del Caribe Hispano (2015) y es el responsable de la “Trilogía de las Islas” conformada por Isla en negro. Historias de crimen y enigma (2014); Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales (2016); Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas (2016). En 2018 recibió con Isla en rojo el Premio del Lector, que se entrega a los libros más leídos del año. En 2020 participó en la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana y vio la luz su volumen de relatos Revolicuento.com.