Reseña

Blowing in the wind, revisited

¿Cómo deletrear literatura? ¿Cómo deletrear ficción? Conceptos difíciles donde el fin es el principio, es el final y, a veces, ni tan siquiera eso. En palabras de Jean Paul Sartre: “Escribir es una cierta manera de desear la libertad”. Y en palabras de Juan Villoro: “Toda escritura es una lección de extranjería; el autor se desconoce y se desdobla en otro: se traduce. En el deseo de vivir fuera del país también hay algo del deseo de vivir dentro del texto”.

¿Cómo deletrear los términos para la creación de los principios de una literatura nacional?

O, tal vez, los finales de esta misma. Su completa erradicación del panorama literario. Fenómeno de comienzos de siglo, negación de falsas posturas de literatura nacional, popular, comprometida. Al mismo tiempo negando bases, pedestales, compromisos impuestos, falsas raíces.

Tomás Moro escribió un pequeño libro llamado Utopía en 1516.

Campanella y Bacon escribieron, a su vez, otros libros sobre otras utopías. A saber: La ciudad del sol y La nueva Atlántida.

John Lennon, en su LP Mind Games de 1973 le dedica ocho segundos de silencio a una pista titulada “International Nutopian Anthem”, “Himno Internacional de Nutopia”, jugando con las palabras nut, derivada de locura, y utopía, derivada del término griego “No existe tal lugar”.

Tomás Moro murió decapitado en 1535.

No sé que habrá pasado con Bacon y Campanella.

John Lennon murió baleado en 1980.

You may say I’ m a dreamer but I’ m not the only one, because happiness is a warm gun.

Casi medio siglo después de aquella primera utopía, Daniel Díaz Mantilla resucita la vieja ciudad de Amauroto, y la elige como complemento para estas casi doscientas páginas, que demoran en leerse mucho más que aquellos ocho segundos que Lennon le dedicara a su “Himno Internacional de Nutopia”, y mucho menos que esos cinco siglos de literatura cubana que hace poco se han cumplido.

¿Cómo deletrear una lectura de Regreso a Utopía (Editorial Letras Cubanas, 2007)? De ninguna manera, creo yo. Las lecturas deberían ser personales e intransferibles. Lo que yo veo no es lo mismo que tú deberías ver. Lo que yo veo se corresponde con la imagen de Daniel Díaz Mantilla, mochila al hombro, por nuestros campos y montañas, o por otros campos y otras montañas, buscando la libertad que la ciudad suele negar la mayor parte de las veces. Sus pies, habituados a los caminos de la ciudad, pisaban trabajosamente sobre el terraplén.

How many times must a man turn his head? Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda luminosa del río Cristales y los recuerdos de una chica que se dejó y los recuerdos de otra chica que se quedó y, a todas estas, un paisaje sobrecogedor que va más allá de cualquier frontera geográfica o intelectual.

A todas estas, una novela más allá de cualquier frontera nacional, o nacionalista, que no es lo mismo pero es igual. Escritura plena de silencios, pero no el falso silencio del que no tiene nada que decir, sino el del que tiene demasiado, y prefiere callar. Espacios contemplativos tan inquietantes como series de explosiones atómicas.

“El problema propiamente dicho radica, más bien, en que una gran mayoría no quiere la libertad, en que tiene miedo de ella. Hay que ser libre para devenir libre, pues la libertad es existencia —es ante todo la concordancia consciente con la existencia y un placer, degustado como destino, de realizarla”: propone Junger en el Tratado del rebelde. Y Daniel en Regreso a Utopía, escribe: “Uno no es de ningún lugar mientras no tenga muertos bajo tierra” y, enseguida, llega la contra respuesta: “Uno no es de ningún lugar aunque tenga muertos bajo tierra. (…) Tal vez el dolor más hondo que provoca el desarraigo no proviene de la ausencia de patria, cualquier cosa que esto sea, sino de existir entre dos mundos…”

Regreso a Utopía no se ajusta a ningún país de los que ahora conocemos, puede desarrollarse en cualquier parte del mundo, aquí, allá y en todas partes. Ahora, antes, o quinientos años más tarde, cinco siglos más de literatura cubana. Ya no estaremos entonces pero, al fin y al cabo, who wants to live forever?

Daniel Díaz Mantilla comparte su doble condición de escritor y editor en el día–a–día, aquí sólo dejando translucir su doble condición de escritor–protagonista encubierto. Ese que se detiene en las riberas de los manantiales a escribir poesías en su cuaderno. Dicho cuaderno bien pudiera titularse Templos y turbulencias y pudiera haber sido publicado por la Editorial Unión hace un tiempo atrás. El diario de viaje de Sebastián mientras abandona Thule, y Daniel Díaz Mantilla no existiendo en la vida real, sino constituyendo una ficción de este personaje que regresa a su ciudad.

Templos y turbulencias es el perfecto acompañante a Regreso a Utopía, y viceversa. Un libro pleno y musical; una mala traducción al inglés pudiera retitularlo Shrine over troubled waters, jugando con el mítico Bridge over troubled waters de Simon and Garfunkel, en 1970. “Un poema no debe significar/ sino ser”, dijo alguien alguna vez. Y Templos y turbulencias dice “He construido un puente alguna vez sobre las aguas”, y dice “Allí dejé flotar mi aliento/ y de las sombras fueron surgiendo incontables/ otra vez el aliento, la frialdad, el impulso/ y del impulso volvió a nacer la memoria/ de estos arcanos lugares/ donde a veces voy o vuelvo con tristeza”. Y Los senderos despiertos, de próxima salida por la Editorial Matanzas, seguirá diciendo aún más. Supongo.

El Daniel que escribiera libros como Las palmeras domésticas y en–trance, para ser leídos en trance, se ha transformado en filósofo y editor. Aquel que escribiera una vez: “La doble condición de observador y observado es bastante precaria. Se asoma uno al espejo queriendo ver con claridad, pero proyecta sobre el cristal aquello que busca, y entonces, con dolorosa suspicacia, se pregunta hasta qué punto ignora o magnifica ciertos rasgos para llevarse una visión distorsionada de lo que (acaso sin ver) mira”; ahora escribe que “Todo no es más que un ciclo que termina”

Tomás Moro murió decapitado, Lennon baleado, no sabemos que pasará con Daniel Díaz Mantilla. Por el momento, debería mantenerse alejado de las guillotinas con que se cortan los pliegos de las sucesivas Letras del Escriba. Pero puede tranquilizar el hecho de tener en cuenta que Daniel es personaje creado por Sebastián para las páginas de una novela, al igual que todos nosotros; extras sin nombre en medio de una gigantesca obra de ficción.

Igual, nadie sabe que pudiera ocurrir y, al final, ¿cómo deletrear ficción?

¿Cómo deletrear literatura?

Raúl Flores Iriarte. La Habana, 1977. Narrador

Ha publicado, entre otros, los libros El lado oscuro de la luna (Editorial Extramuros, 2000); El hombre que vendió el mundo (Letras Cubanas, 2001); Bronceado de luna (Extramuros, 2003); Días de lluvia (Editorial Unicornio, 2004); Rayo de luz (Casa Editora Abril, 2005) y Balada de Jeanette (Ediciones Loynaz, 2007). Ha obtenido, entre otros, el Premio Pinos Nuevos, el Luis Rogelio Nogueras, el Félix Pita Rodríguez, el Calendario de Ciencia Ficción y de Narrativa, y el Cirilo Villaverde de Novela. Ha colaborado con diferentes publicaciones culturales como El Caimán Barbudo. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y de la Asociación Hermanos Saíz.