Ensayo

Canto a Manzano. El sueño de Proteo (II)

Siguientes libros dieron testimonio de contundentes y sistemáticos cambios de orientación formal, en represalia a los aparatos críticos que se autocargan con superficiales modelos imposibles de sostener ante un poeta inclusivo y catártico. Manzano es ese tipo de poeta, en el que la unidad se da en lo hondo como una explosión de irrefrenables apetitos. Su estro explora sin cesar cualquier vacío creado desde los adentros de su misma obra. Los libros El hombre cotidiano (1996) y El racimo y la estrella (2002) dejan planteada definitivamente una sublimación de la relación del poeta con el entorno. De alguna dimensión trágica de la vida se desprende la aproximación del poeta entre límites potenciales en que la experiencia es cotidiana y al mismo tiempo trascendente.

Se trata de una condición de franciscanía espiritual recorrida casi por todo poeta relevante desde que la lira escapó del ara, entró a las alcobas, salió al mercado y viajó en los carromatos con la espada y la escudilla. Para su caso, y el de su tiempo, esta actitud comprende además el colmo del aprovechamiento de los recursos del lenguaje coloquial en circunstancias en que una promoción anterior había convertido tales recursos en toscos lugares comunes e instrumentos de tortura para los oídos. “Mi patria es el idioma castellano”, dijo Octavio Paz. Manzano en esa sutil realidad delimitada por las palabras se comporta con la temeridad de un patricio, dando la vida en cada metáfora, yendo siempre por delante de sus propias fuerzas. Raramente cierra sus ideas, prefiere la fiesta de contradecirse o completarse en una especie de dialéctica pura, hace chocar ideas y palabras, las supera, mientras su objeto lírico y la mayor presencia absorbente de su discurso es el lenguaje mismo.

El decimario El racimo y la estrella (ganador en 1993 del Premio de Décima 26 de Julio, pero no publicado hasta el 2002) resulta quizás el mejor ejemplo de una actitud de comunión liberal con la tradición. Escrito al estilo del Cantar de los cantares y los salmos bíblicos, posee el erotismo de la mejor poesía mística, donde se debaten las palabras entre la lujuria de comunicar, conducir, arrobar, y el ascetismo de no suplantar la verdad ni sus enunciados con las artes de la contemplación. En tres extensos textos se divide el libro, cada uno a su vez dividido en secuencias numeradas. Son tres temas como notas de arranque dadas al jazzista, y se arma un alarde de ritmo, franjas de lenguaje roturadas, exploración ontológica, búsqueda del todo en las partes. Hay tradición, comodidad, juego de simples trasvases y malabares como es costumbre en el manejo de la décima —algo que en Cuba por regla general deriva hacia estampas visuales—, pero hay sobre todo hallazgos, ganancias, y en ese punto es donde la discursividad puesta por encima del pensamiento concreto se convierte en una presencia significativa.

Hay algo dentro del verso
que es médula comparada:
con próximos proximada
va juntando lo disperso.1

Poeta del desbordamiento, su poesía quiere fluir, ser un incesante “no ser”, y se estructura en base a la sorpresa constante, quizás por eso desdeñe los ángulos a que obligan los títulos —la mayoría de sus poemas aparecen identificados con simples números, a veces ni eso—, quizás a ello se deba que no parezca muy hábil en los remates, en los cierres que suelen quedar demasiado contraídos si se les compara con las series de aperturas planteadas. Mayormente es en la parte del centro, en el desarrollo abierto y ferviente del tema, donde más lucidez y altura toman sus poemas, como si fueran todos fragmentos de un único y complejo texto desmembrado entre silencios obligatorios. Pero quizás sea en las tablillas de su “poesía de la tierra” donde mejor pueda apreciarse este fluir llameante.

Del arte de las tablillas pocas cosas sugestionan como la capacidad del poeta para mostrarse múltiple, depositario de una esencia en transformación que irradia un sentido positivo de la diversidad. Lo dice: “Y yo supe desde entonces lo que un Tersites sabía,/ pero que un ágora egipcia no puede jamás prever:/ dentro del fulgor palpita una corriente sombría,/ y aquello que se concentra ya comienza a desnacer”.2 Contra el arte egipcio de la momificación del cuerpo y los estancos cíclicos, es bienaventurado el fuego griego de la dialéctica natural, mundo en perpetua fundación, unidad de contrarios, transustanciación. Y engalana un lenguaje igual de vivo, en expansión, contemporáneo, sacado fuera de sí a ratos, permeado de términos extraídos de disímiles tecnologías que ponen en tensión la naturaleza paradigmática del mensaje. Se revela un poeta del magma, materialista, identificado con una condición cósmica del alma, especialmente sensible para reflejar procesos de síntesis entre lo físico y lo espiritual.

La plasmación de un lírico de amplios recursos, interesado en alcanzar un yo plural, se logra no solo con el aprovechamiento de diversas formas métricas, sino también con particulares recursos sintácticos y narrativos, más un modo de pensar que tiende a la circularidad en espiral creciente a través de repeticiones, paralelismos, juegos verbales… La utilización de apóstrofes de distinta índole, por ejemplo, suele crear un espacio imaginario denso, complejo, a veces paradójico hasta el paroxismo:

Padre Goethe, así cruzo con esta sed de todo;
con esta hambrienta evocación de todo, tío Proust.3

Y es frecuente la muda del hablante lírico entre la primera persona del singular y la primera del plural, cuyo intercambio configura la voz de una substancia lírica indivisible, mejor dotada para la permanencia:

Aquí estoy con mi copa, en medio del bullicio,
cantando con los soplos memoriosos de la sangre:
Vednos aquí, de pie, alrededor de nuestros pobres huesos.
(…)
Epifanía de la sangre, con qué pífanos locos
se podría cantar esta totalidad tan jubilosa.4

Arte sinergético es el que busca expresar la integración causal de lo múltiple, representación total o al menos multifocal, con apego a los órganos y sentidos diversos. Manzano, con un libro identificado por palabra venida del griego y poco oída, Synergos, obtuvo en el 2004 el más codiciado premio de poesía de Cuba. Algunos textos de este libro habían aparecido antes en una antología de su terruño natal: Estación interior (Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2003). ¡Cuán equivocados pueden estar quienes se obligan a ver en la diversidad de la obra de un poeta sólo un proceso de mutación vegetativa o, lo que es peor aún, dubitaciones de credo o estética! Los versículos de Synergos, los escribió en la ciudad de Camagüey, donde viviera casi quince años, pero les encontró título en una computadora en Ciego de Ávila, terruño natal a donde volvió por corto tiempo antes de seguir camino, divorciado, más pobre y poeta, hacia la capital del país. Hijo de campesinos sin tierra, como él ha dicho, su única tierra siempre fue la del camino. El sueño del camino —del poeta que mantiene “una estirpe y una intemperie”5 y no puede detenerse porque la realidad lo espuelea— también engendra monstruos.

y cómo es posible que yo sea todavía aquel niño, que yo tenga por dentro el mismo viaje de heridora nostalgia?6

Sobrecoge, en la memoria mítica, la sabana de Manzano reducida a la escasa vegetación de un típico patio interior camagüeyano en una noche para él espesa de fosforescencias, abejeos y escozores. La noche que ha pasado a ser una anécdota propiedad común de poetas cubanos que se reconocen en el anecdotario y en la realeza de la angustia que sobrevino con la desaparición de la Unión Soviética y los vaticinios mundiales del fin de la historia. ¿Conocemos el evento o inventamos algo de verdad para defendernos de una mentira mayor? Se dibuja el hecho como fondo histórico y simbólico sobre el que tendría que metabolizarse el organismo del poeta, advertencia de que la verdad hinca bajo la línea del horizonte, en la promesa del verdor.

Vivíamos en Cuba uno de los años más críticos después de la caída del muro de Berlín y en medio de una etapa eufemística y oficialmente denominada “Periodo especial”. El poeta no lograba dormir, el hambre no lo dejaba cerrar los ojos. Salió al patio de su casa, buscó, miró en la sombra. Necesitaba algo que llevarse a la boca. Debemos pensar que seguramente imaginaba entonces aquellos árboles cargados de cosechas que había hecho más reales y espesos en sus metáforas. Pero allí, en su patio, esa noche existía sólo una mata de frutabomba y sin frutos. Cárcel del deseo. Estéril sabana minúscula que removían sus ojos. Cortó la mata, arrancó una rodaja del tronco y volvió adentro de la casa. Cocinó esa noche y comió como un rey. ¿O era una imaginaria fronda poblada de frutos lo que aliviaba su cuerpo? Pudo cerrar otra vez los ojos y quedó dormido, para dejarse llevar nuevamente entre insospechadas libertades del sueño, profundas y terribles corrientes marinas que lo conducían al baile de una extraña coronación.

Proteo cumple con repartir su profecía, siempre y cuando lo dejen acomodarse luego a la simple geometría de un Dios hecho a la imagen y semejanza de los hombres. Proteo encarna en su intocada interioridad, por remansos y desfiladeros de la mirada vuelta hacia la noche del alma, todas las criaturas en que no puede converger su escasa carne de Dios mortal. Los sueños de los otros que recibe en forma de interrogantes, metabolizados, hacen más firme la carne de su cuerpo infinitamente vivo. Adentro, nadie lo puede asir: Se transforma, y se salva.

NOTAS

1. Roberto Manzano: “Te dijeron que eres poma…”, en El racimo y la estrella, Ediciones UNIÓN, La Habana, 2002, p. 15.

2. Roberto Manzano: Yo consulté el yacimiento, tirando corteza y dados…”, en tablillas de barro II, Ediciones Holguín, 2000, p. 27.

3. Roberto Manzano: “Ahora no me siento el hueso y no me siento el músculo”, ob. cit., p. 21.

4. Roberto Manzano: “Y me gustó la vida tanto que quise, como todos…”, ob. cit., pp. 19-20.

5. Roberto Manzano: “yo tuve y tengo una intemperie, y tuve y tengo/ una estirpe, y estoy en plena música, transido”, del poema “Y ahora yo puedo pararme en medio de la brisa”, ob. cit., p. 43.

6. Roberto Manzano: “A veces, con las últimas luces de la tarde…”, Synergos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005, p. 31.

Canto a Manzano. El sueño de Proteo (I)

Francis Sánchez. Ciego de Ávila, 1970. Poeta, narrador y ensayista

Su primer libro, Revelaciones atado al mástil (Ediciones Ávila, 1996), fue finalista del Premio Nacional de la Crítica. Ha publicado muchos libros y obtenido numerosos premios; entre ellos: El ángel discierne ante la futura estatua de David (Poesía, Premio América Bobia 1999 (Ediciones Vigía, 2000 y Editorial Beda, México, 2002); Luces de la ausencia mía (Décima, Premio Miguel de Cervantes 2000 (Colección Arabuleila, España, 2001y Ediciones Ávila, 2003); Dulce María Loynaz: La agonía de un mito (Premio de Ensayo Juan Marinello 2000 (Centro Marinello, La Habana, 2001 y Editorial Benchomo, Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 2002); Cadena perfecta (Cuento, Premio Cirilo Villaverde 2002); Un pez sobre la roca, Premio Regino Boti 1996 (Poesía, Editorial El Mar y La Montaña, 2004); Liturgia de lo real, Premio Fernandina de Jagua (Ensayo, Editorial Mecenas, 2011). Además, es fundador de la Unión Católica de Prensa de Cuba (UCLAP-Cuba) y de la revista Imago, de la Diócesis de San Eugenio de La Palma. Pertenece a la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) desde 1997. Ha sido incluido en varias antologías de poesía y cuento; entre ellas: La estrella de Cuba. Inventario de una expedición (Editorial Letras Cubanas, 2004); Antología de la nueva poesía cubana 1970-2010 (Editorial Elefante, Perú, 2010); De Cuba te cuento (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002); Los que cuentan (Editorial Cajachina, 2007). Entre 2003 y 2008 fue Jefe de Redacción de la revista Videncia. En 2005 inauguró la revista literaria electrónica Árbol invertido (www.arbol.ciego.cult.cu). En 2009 creó Producciones Árbol Invertido y realizó los audiovisuales Árbol invertido y Patria de mis ojos. Escribe el blog Hombre en las nubes (www.hombreenlasnubes.blogspot.com).