Policial

Cicatrices

Pedro Navaja, por Hardriff

Llevaba largo rato esperando en la oscuridad. El frío de la madrugada le tenía la cara entumecida, quería moverse, frotar las manos y espantar los calambres, pero no lo hizo, podía llamar la atención y por aquel barrio apenas podía verse algún perro callejero. Pensó varias veces en abandonar su espera, aunque siempre terminaba convenciéndose, lo mejor era permanecer allí, aguardando el momento oportuno, una señal de Nadia, su mulata —como acostumbraba llamarla—.

Ella era de él. Lo había dejado bien claro aquella vez que quiso terminar, dándole excusas que no sirvieron de nada. Le dejó unos cuantos moretones en la cara, costillas y muslos para que supiera que a Fernando Calúa, El Chacal, ninguna mujer lo deja. Él no era cualquier basura, había que respetarlo a las buenas o malas, por eso cuando Nadia volvió a insistir en irse, la amenazó con Laurita.

—Si pones un pie fuera, tu hija va a pagar las consecuencias, mira ver lo que tú haces —le dijo con navaja en mano, moviéndola en danza amenazante.

Nadia echó a llorar y devolvió los pocos bultos al lugar de antes. Laura era lo más importante, todo lo que en verdad amaba. Si El Chacal le ponía un dedo encima no podría vivir con eso, la culpa terminaría aplastándola. Ella sabía de lo que él era capaz, nunca olvidó las advertencias de sus amigas, alertándola del peligro en que se enredaba. Pero ignoró cuanto le dijeron, en el momento en que lo conoció estaba agobiada de tanta necesidad y desamparo. El dolor le devolvía la historia que muchos contaban de Caridad, siempre le venía a la cabeza la posibilidad de sufrir un final parecido. Aquella era una negra de rostro hermoso y sonrisa perfecta, altanera, a la que El Chacal logró conquistar a pesar de los pretendientes que la rondaban. Una tarde iban juntos y se tropezaron con un viejo amigo de Caridad que, ante la emoción del encuentro, le espantó un beso en la cara. Fernando le destrozó la dentadura a piñazos al joven, lo pateó hasta dejarlo inconsciente. A ella le cruzó el rostro con una navaja, le dijo que era la única manera de borrar ese beso, a fin de cuentas, él no podía tener a una mujer con huellas de otro. Poco tiempo después se aburrió de aquel semblante marcado y la dejó. Todos esos recuerdos le apretaron el pecho. La realidad la cercaba como alambres de púas, no tuvo más remedio que resignarse a vivir bajo esas circunstancias.

Eran ya casi cinco años juntos pero al principio todo era diferente: Fernando las trataba como reinas, llenándolas de regalos y protección. Eso era lo que esperaba de la vida. Después que el padre de su hija le negó hasta el apellido a la recién nacida, se prometió encontrar un hombre digno de recibir sus atenciones. Con el tiempo todo resultó espejismo, otra equivocación. Llegó el momento en que le costaba respirar el mismo aire que Fernando, el vaho pestilente a tabaco y ron todos los días, el olor a putas, los insultos, las golpizas, un verdadero infierno del que no podía escapar. Cada vez que se llenaba de fuerzas para volver a decirle un hasta aquí, le venía Laurita a la cabeza. ¿Adónde irían, en qué lugar podrían esconderse donde El Chacal no lograra encontrarlas? Él conocía a medio mundo, además, Laurita tan pálida, tan enfermiza, con un asma que la azotaba desde muy pequeña, así no podrían andar de trotamundos, huyendo siempre. Entonces el miedo volvía a pagar cualquier llama de valor, para hacerla sumisa otra vez.

Fernando aguardaba como rata en la sombra. La humedad y el frío le hacían temblar, sentía el aire helado cortándolo por dentro, hiriendo sus pulmones, pero permaneció en sigilo, apenas sin pestañar. No quería distraerse ni un segundo. Él había enfrentado cosas peores, el miedo nunca lo doblegó, por eso muchos se orinaban en los pantalones cuando lo veían aparecer. La frialdad no significaba nada para un tipo como él. Había asuntos que importaban más y que El Chacal no dejaba pasar. Lo recordaba muy bien, mientras venían aquellas imágenes a su memoria le palpitaba el corazón más rápido, la sangre le subía a la cabeza y todo se le tornaba real, como si lo viviera otra vez.

Esa tarde Nadia se había acostado temprano, pero él llegó con El Nene, colega de los años, compinche de viejas andadas. Juntos tenían mil historias, se encontraron después de muchos meses y lo llevó a casa para tomarse unos tragos, mostrarle la mejor posesión.

—¡Mira mi mulata! —le dijo con una carcajada, apretando las nalgas de Nadia.

—¡Está buena, Chacal, tremenda presa te llevaste, cabrón! —soltó el otro y estalló de risa.

Nadia sirvió la mesa, acompañó la charla de los dos hombres ya ebrios. Se comportó como una esposa feliz y complaciente, pero los esfuerzos por aparentar lo que no era fueron inservibles. Luego de amenazas y ofensas la obligaron a tener sexo, fue vejada por esos hombres que mostraban su desnudez y reían, haciendo alardes mientras Laura miraba aquella escena dantesca. No tuvieron que hacer demasiado para someterla, el miedo era el arma más eficaz. Resistirse fue en vano, no pudo hacer otra cosa, sólo miraba a su hija sin pronunciar palabra, sin moverse. Pensó qué sería de ella si le faltaba, sabía que rebelarse o intentar cualquier estupidez podía traer peores resultados, aunque en ese instante quiso morir, dejarlo todo de una vez y terminar con aquel suplicio. El dolor en el vientre era demasiado fuerte, mucho más el asco, la repugnancia que le provocaban esos dos hombres saturados de alcohol, entrando y saliendo de ella a su antojo. Perdió la noción por un momento, no supo si segundos o minutos, pero cuando volvió en sí, sólo pudo ver a Laurita apuñalando a aquellos animales con la navaja de El Chacal. Fue un acto rápido, violento, de súbita locura. No le faltó el aire, el asma no la traicionó. La rabia dilató sus bronquios y se llenó de una fuerza ciega que dejó a los violadores llenos de huecos en el suelo. La chiquilla arrojó el arma sin aspavientos, perdiendo a los trece años la inocencia que antes la hacía tan indefensa. La sangre adornaba las paredes, su cara, el cuerpo desnudo y maltratado de Nadia. Se abrazaron, lloraron juntas. Recogieron muy poco y se dieron a la fuga. Creyeron a Fernando y a su amigo muertos. Estaban seguras de que no respiraban cuando huyeron.

Fernando Calúa había salido de la cárcel hacía apenas seis meses. Le echaron quince años, pero cumplió diez de condena por matar a El Nene en una bronca por dinero. Eso fue lo que dijo a la policía tras salir del hospital. En todo ese tiempo imaginó cómo vengarse de Nadia y de su hija, creó en la mente mil maneras de hacerlo, pero ninguna le parecía demasiado buena. Se juró dejarlo todo a la espontaneidad. El día que las tuviera de frente sabría qué hacer. Para eso estaba allí. Esos nombres le hacían arder las cicatrices en su cuerpo, por eso se los tatuó en el pecho, para recordarse a sí mismo lo que significaban. Estuvo meses enteros rastreándolas como perro de caza. No descansó hasta encontrar algunas pistas que lo condujeron a aquel lugar.

Los calambres producidos por el frío desaparecieron cuando comenzaron a encenderse algunas luces de la casa. Eran las 5 y 30 de la mañana. La vio asomada a una ventana, bebiendo una taza de café. Primero fue una silueta desconocida, luego pudo verla mejor. Era ella, Nadia, más hermosa, más joven. Le pareció, incluso, libre de culpa, como si no hubieran tenido un pasado juntos. Repasó los momentos de placer que seguramente la mulata disfrutó mientras él se pudría en el hueco de una celda, añorando el día de la libertad. La imaginó revolcada con otros, entregándoles lo que era suyo, lo que nadie se atrevía siquiera a mirar cuando estaba afuera. Si se avivó en él alguna nostalgia por el pasado, murió al instante.Esos pensamientos encendieron su sed de venganza y sintió la punzada, el dolor de las viejas heridas. El Chacal hundió la mano en el bolsillo y comprobó que la navaja estuviera en el lugar previsto. Entonces sonrió y, tras unos pocos pasos, tocó a la puerta.

Milho Montenegro. La Habana, 1982. Poeta, narrador y ensayista.

Licenciado en Psicología General por la Universidad de La Habana. Ganador de diversos premios entre los que destacan: Premio Nacional de Poesía Pinos Nuevos (2017), Premio Beca de Creación Prometeo en el XXII Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, III Premio Internacional de Haikus Ueshima Unitsura (2018, España), Premio Nacional de Poesía Francisco Mir Mulet (2020), Premio Internacional de Poesía El Mundo Lleva Alas (2020), Premio Nacional de Poesía José Jacinto Milanés (2021), y Premio Nacional de Poesía Fantástica Oscar Hurtado (2022). Ha publicado: Erosiones (poesía, Editorial Letras Cubanas, 2017), Las inocentes (novela, DMcPherson Editorial, Panamá, 2020), Fracturas (poesía, Editorial Voces de Hoy, EE.UU., 2021), Ágora (antología poética, DMcPherson Editorial, Panamá, 2021), Corazón de pájaro (novela, Ilíada Ediciones, Alemania, 2022), y Mala sangre (poesía, Ediciones Matanzas, 2022). Compiló, junto al poeta Osmán Avilés, la selección Impertinencia de las Dípteras. Antología poética sobre la mosca (Ediciones Exodus, EE.UU., 2019). Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).