Ensayo

Como el agua en el agua

I. LA ORILLA DEL MAR

La obra poética de Raúl Hernández Novás (1948-1993) es un viaje a las aguas, un paseo interminable a las fuentes líquidas del vivir y del saber, del amor y del morir; es la síntesis de su marcha al mar, o a un eterno ciclo de lluvias en su travesía que buscan y hallan la muerte en la vida, y hallan y siguen buscando la vida en la muerte. La proximidad al movimiento de las aguas encarna un diálogo en dos planos: el social y el íntimo: el primero, bajo una profunda responsabilidad civil y moral; el segundo, entre los ecos de sus obsesiones.

Acercarse a la orilla de este mar supone descifrar las claves de una memoria poética concentrada en seis libros esenciales: Enigma de las aguas, su primer texto escrito entre 1967 y 1971, aunque se publicara en 1983; Da capo, temprana madurez de 1982; Embajador en el horizonte, un fundamental cuaderno de 1984; Al más cercano amigo, notable libro de 1987; Animal civil, posiblemente uno de los más altos exponentes de su poética, especialmente por algunos poemas, de 1987; y su última publicación en vida, de 1991, Sonetos a Gesolmina, un propósito final de suma a la manera florentina.

El principal estudioso de la poética de Hernández Novás, Jorge Luis Arcos, ha situado las rutas de su recorrido por la poesía, partiendo del referente simbólico del amnios: su relación con la madre. El desamparo de poeta ante la vida lo estacionó en ampararse en la muerte, con una obra que el investigador revela que fue escrita en lo fundamental entre 1967 y 1985, pues después del fallecimiento de su madre, suman a su poética la escritura de unos diez poemas a lo sumo.

Suicida y con tratamiento psiquiátrico, entró en las leyendas y en las especulaciones de la “materia oscura”. Su pavor a la adultez y el sentido trágico y de agonía ante el amor, quedó expuesto cuando se develaron algunas de sus cartas y otras intimidades. Predominó más la leyenda exegética y la curiosidad posmoderna que las miradas críticas a sus poemas, o los comentarios de lecturas a una poética que posee atributos abiertos a posibilidades de diversos tipos de estudios ensayísticos.

Para una lectura de los textos de la poesía de Hernández Novás, los que publicó en su vida, resulta imprescindible tener en cuenta algunas claves socioculturales del entorno circunstancial en que vivió, el cambio de paradigmas que presenció entre finales de los años 60 y hasta principios de los 80, precisamente los años de su escritura fundamental.

Durante la década de los 70, la mayoría de los libros de poemas promovidos se concentraban en desgastados versos de una conversación propagandística, aunque se publicara la Poesía completa de José Lezama Lima en 1970. Después de la muerte de Lezama en 1976, la curiosidad hizo rebrotar nuevas nutriciones cercanas al lezamismo, algunas de ellas con rasgos conversacionales que algunos estudiosos han calificado de “neorigenismo”. Hernández Novás encabezó la mejor asimilación conversacional bajo el espíritu y el influjo del origenismo lezamiano.

Al precisar mejor los ángulos de cada línea estética, se destaca: del tono coloquial, su pasión existencial-existencialista; y de sus mensajes afines al trascendentalismo, su voz intimista, tan singular, que se ha identificado un estilo, y de aquí, que puedan reconocerse sus monólogos depresivos, que, paradójicamente, contrastaron dentro del “correcto” sentido de la poesía social que lo caracterizó.

Y en este extraño mestizaje, se empeñaba por reproducir lo que después descubrimos como “posmoderno” y que se hacía patente en la intertextualidad de sujetos líricos cercanos a otras culturas literarias, y también, al plano musical, bien del rock o del sinfonismo, o especialmente a la dimensión de escenas recordadas del mejor cine internacional. Mezcla de maneras, de formas de manifestarse en la cultura de cualquier parte, tal y como estaba sucediendo justo en ese momento, para vislumbrar con conciencia otro sistema cosmovisivo.

Esta cercanía a unos versos del que contempla el mar desde la orilla, pretenden averiguar sus posibles traducciones simbólicas: la lluvia y el mar, y otra vez la lluvia. El poema “La orilla del mar”, comienza:

Cae ciudad disuelta
en la lluvia, en el agua estelar.
Cae, se abren las granadas,
pero la lluvia muerde las manos de los niños.

Todo se inunda en el poema, la tierra y el abuelo, para afirmar que ante la avalancha del agua del tiempo, todo puede ser juego de niños o el dilema de los adultos:

Viene un mar, para borrar las arrugas.
Viene un mar en las alas de sus aves.
Pero el mar se confunde
con el cielo, las nubes lo oculta,
un ejército celeste lo asalta, una ribera lo contiene,
una muralla brilla en la piel de la noche.

Ya veremos que es un presagio adelantado concluido por ahora en la frustración: solamente se puede estar a la orilla; el misterio del agua insondable sigue ahí, como la lluvia, mordiendo las manos de los niños:

Y he aquí por qué tantos hombres
frente al mar. Y he aquí por qué
las manos de los niños escalan el árbol de la lluvia
para luego caer, llorando, a igual distancia
del fruto evadido.

II. CIUDADANO DEL MAR

Y vuelve el mar y los niños en Enigma de las aguas a situar el símbolo ante la anécdota. ¡Qué difícil es adentrarse en el mar cuando sus peligros se conocen! Su invitación con sonrisa de olas, ¿compensa el trabajo de ararlo para solo recoger fragancias? El mar como riesgo de vida de los adultos, fue una de las perturbaciones del poeta. Sobrepasar la orilla sería obtener ciudadanía, la decisión de ser adulto con el precio de vivir enmascarado. Hernández Novás prefirió quedarse en la arena:

Los niños que junto al mar recogían el ámbar
venían y saludábante como las aves que con ellos
se disputaban las conchas y las gotas de claro perfume congelado
Ciudadano del mar, tú lo sabías, ante ese país de labradas olas
caen todas las máscaras para siempre se hielan las gotas de llanto
y las gotas de fiebre que en tu frente y tus manos
son como puntos luminosos para el discurso de tus gestos
También los gestos congelados ruedan
sobre la arena pues todo como tú sabes
queda ante el mar inmóvil y desnudo en su éxtasis de alas abiertas.

Jugar con las conchas, recoger el ámbar que traen las olas y descubrir la atracción de objetos adheridos después de la frotación con el movimiento del mar, resultaba mejor que ir a la búsqueda de la ciudadanía. Los hombres tomaban el fruto, pero no averiguaban de su raíz. Los adultos disfrutaban del bien sin indagar que podía ser producto del mal:

Ciudadano del mar que entre las olas recogías la cosecha de ámbar,
 dime,
¿no sabías que existía la ballena blanca?

Es la lluvia salvadora la que limpia e ilumina, la lluvia bienhechora que lava corazones en forma de mujer. Los hombres tristes que vienen del mar tendrán en la lluvia su redención, la lluvia es la madre benefactora que cura todas las asperezas del día, la que trae la belleza y el verdadero provecho del ámbar:

Se acerca suavemente
como mirada por un niño
Viene acariciando cuerpos y vestida de luz
como el que desciende al fondo de una mujer

Si vienen los hombres azules que barren el alba
les pediré mi corazón caído
y lavado en los finos hilos de tus tardes
Tantas vidas descansan a tus pies
Y los ojos caen entristecidos como barcos en lo azul en lo lejos
[…]

¿Y qué esperas tú en la lluvia
si nadie ha de reclamar la dulzura
del agua sobre la tierra
si ya no ha de venir la Lluvia Madre
la oscura destronada para lavar el mundo?

Y es así como el poeta desde el niño que es y quiere ser, desentraña el misterio de las aguas: el mar como ciudadanía, la lluvia como la madre. Símbolos que se reiteran en su poética, se cierran y forman unos círculos concéntricos, semejante a las ondas producidas después de arrojar una piedra a las aguas tranquilas. Solamente es interrumpido este sistema cuando crece la marea, cuando en el mar hay tormenta, cuando aparece la ballena blanca.

III. QUE EL MAR REBOSE SUS BORDES…

Dedicado a su primera siquiatra y con un primer texto llamado “Hacia país inaccesible”, que tiene como exergo una cita de Moby Dick (“…entonces reconozco que ha llegado el momento de hacerme a la mar lo antes posible”), Raúl se decide a crecer, es decir, a lanzarse al mar; es como ensayar una odisea entre los laberintos de su conciencia. Da capo describe este intento de viaje a la adultez, pero en sus conversaciones consigo mismo, se percibe que no lo quiere, que no lo desea:

Termina
Termina el viaje que ardía en la memoria.
Termina, la región desolada vuelve a su antiguo dueño.
Ya no verás las claras batallas del horizonte, a la mañana, se extingue
la llamarada de los pájaros que emigran, el mar
tan leve, movido por la luz, el ejército
de las nubes, la estrella que aún alienta
sobre el océano del polvo.

Se da por derrotado, se rinde ante la tragedia de no crecer, renuncia a seguir de marino, prefiere contemplar y seguir siendo el niño frente al mar. Comienza a comprender sus limitaciones: “No se puede vivir en la infancia, Raúl, no nos queda otra alternativa que seguir creciendo”. Se pierden las oportunidades de mostrarse maduro, y hay que hacer un segundo esfuerzo:

Ibas a ser el dueño de las nubes
y sus blancos castillos.
Ibas a ser el dueño.
Ibas a ser.
[…]
El que ibas a ser está esperándote.
Habrás de caminar para encontrarlo.
Sea leve tu tránsito, sea leve.

El mar convierte en estatuas de sal a los hombres, el río tiene la fuente de una vida inocente que prefiere; por esa razón, sería mejor un viaje por el río hacia arriba, a contracorriente, para encontrar el pasado de todos los pasados, llegar hasta el cronotopo de la pre-vida, el espacio-tiempo que nos sitúa antes de nacer, cuando no estábamos sumergidos en el mar entre sus estatuas. El poeta desesperado pide a gritos una inundación:

Que el mar rebose sus bordes en una noche blanca, hecha de mar y hielos ateridos.
Que las nieves de antaño no puedan ser una estatua suave y luminosa.
Que el río suba hasta encontrar su fuente, el cielo baje para besar la tierra, para dar caramelos a sus niños.
Que el hombre sea un animal esculpido para siempre y desde siempre por otro animal ciego.
Que el lago sea un monumento, y la piedra corra por las venas.
Que pueda verse en el hondor pedazos de cielo y en la altura minas de carbón y albañales oscuros.
Que una mujer no pueda ser un ave, un pedazo de tierra que amamanta.
Que sea inútil la libertad, indiferente la luz, pesada y negra la savia.
Que el mar se detenga un instante, y cese el temblor de una hoja y las montañas.
Que un niño no pueda ser la luz de una luciérnaga, ni un anciano una planicie helada.
Que bajen por los ojos adentro las imágenes y las pupilas queden desiertas.
Que no sea el mundo más que un país de estatuas que andan a tientas.

IV. EMBAJADOR EN EL HORIZONTE

Después del diluvio, las palomas anuncian un nuevo reino, el sitio e instante originario al que siempre hay que regresar, no importa ser el tonto de la colina, qué más da ser el “loco tonto, el oso bronco, el jorobado torpe,/ bufón bailando”, vamos a cantar. Su libro, Embajador en el horizonte, es otra prueba para intentar llegar a lo primero, para ser el huevo de su madre, de ahí que se identifiquen a las fuentes de agua como madres de todos los hombres:

¿Y por qué una fuente? El agua es la hondura del ser,
el elemento primigenio donde Tales se baña
matinalmente. El elemento necesario
que hay que repartir como el pan.
¿Y qué cosa más sencilla y más necesaria
a todos los hombres? Y ellas beben sin hacerse daño, proclamando
la excelencia de la paz y la justicia del Universo.

El poeta asume ser el enviado del origen, el mensajero del tiempo, viajando en el mar bajo una eterna lejanía, en ese país inaccesible que nunca termina, que se ha tragado a quienes han zozobrado en sus tempestades. Busca desesperadamente la frontera entre la vida y la muerte, busca a su madre todavía como ciudadana del mar:

Amor las manos atrevidas esperaban
que tú condujeras su corriente rebaño de suspiros
la fatiga de claras pestañas en la lluvia
el río de la tierra hacia el oriente
Hacia el país infinito donde los ojos se encuentran
y marchan confundidos
Sin fronteras
Las fronteras tienen manos de alumbramiento
como quiere el mar de olvidadizos náufragos
agradecidos
El mar tiene caricias de madre
el tranquilo discurso del aire entre las tumbas.

Y Raúl sigue sin crecer, “enamorado de una estatua, duerme”; solo quiere la inocencia, el sueño imposible de la congelación, el país que quieren los niños ir para eternizarse en la pureza. Continúa renuente a entrar en el mar, “ese oscuro templo/ donde el horizonte y los sueños están guardados”. Ya sabe que allí no estará, no pertenece a esa dimensión, es solamente pasado puro, larva eterna, y elige probar con el presente, matando al agua.

V. MUERTE DEL AGUA

Una mujer o un amigo que ayude al poeta, alguien que le dé protección y abrigo, algún libro que le brinde calma, un filósofo que le traiga sosiego, una “casa en la lluvia” que no le recuerde las navidades. Sigue lloviendo, el agua siempre está, como la madre y la muerte, en su desesperado poemario Al más cercano amigo. Le confiesa a Pedro Simón que “sólo el agua que danza permanece” en un poema dedicado a Alicia Alonso, y el agua existe porque se mueve, porque corre.

Hernández Novás presiente que su relación con las aguas se va redondeando en un silencio taciturno y si no encuentra respuestas en ellas, no vale la pena la existencia. El texto es una recopilación de confesiones lacónicas, entrecortadas, dedicadas a su sicoanalista, como para advertirle que se va agotando su tiempo de búsqueda, pero también, a quienes son sus más cercanos amigos: ¿quién podría ayudarlo? Solamente le quedaría matar al agua, es decir, estancarla; o buscar la fuente, como su única y última oportunidad para salvarse:

Al fin de todo el agua se remansa pero, dicen,
no deja de nombrar la misma
palabra de la fuente.

Y así marcha por tercera vez hacia la otra expedición, a la nueva búsqueda del huevo, de lo que es. Ha renunciado al mar pero queda la lluvia, esa agua que se pierde en la tierra y que resucita en el cielo para caer de nuevo y resucitar después. Vuelve a tener esperanza, ahora en esa mínima gota de lluvia, esa es la que le puede salvar la vida:

Te amo
 como mueren
 las gotas
 inermes de la lluvia
sobre la tierra
fructuosa o baldía

La bendición del agua, los húmedos huesos
que sostienen el cielo, su cristal,
su generosa mano
y los peinados versos que nos dijo…

VI. LOS RÍOS DE LA MAÑANA

El poeta ahora tiene dos doctores a quien dedicar su libro Animal civil, confía que Aristóteles lo ayude con una cita que es su resguardo: “Por lo tanto, el que no puede entrar a formar parte de una comunidad o el que no tiene necesidad de nada, bastándose a sí mismo, y no es parte de una ciudad: o es una bestia o es un dios”.

Raúl se fía de su amuleto, una interminable lluvia que no cesa y fortalece el río para formar parte de la comunidad. El poeta se impacta con Billy, incapacitado de salir del manicomio en el filme de Milos Forman Atrapado sin salida, el problema consiste en romper el cristal, en romper el cordón umbilical… son demasiadas rupturas.

Es el tiempo en que Hernández Novás estudia a fondo a Vallejo y vibra en esa angustia milenaria, así refuerza la suya, pasando por la de Casal, buscando una Patria que ojalá pudiera salvarlo, a la búsqueda de un canto civil que lo arrastre corriente abajo, como en “Los ríos de la mañana”:

el canto humilde del río que no retrocede
y va de menos a más y no puede detenerse
el canto humilde el canto rodado en el pecho del río
que guarda un huevo de esperanza para vosotros hombres
un canto que se abre por fin en la luz empecinada que amanece.

Pero no. Todo era un esfuerzo, un intento frustrado de ver la luz, de salir afuera, de no buscar más el agua… Hernández Novás es un “animal civil” que no sabe navegar ni en el mar ni en el río, solamente puede ser el vidente de los líquidos caminos, el dios de los nacimientos, el poeta que vislumbra el eterno retorno de las aguas que siempre encuentra la luz de la poesía:

Sólo he venido para decir qué milagro se hace cuando llueve,
qué milagro desciende, qué manantial o estrella tiembla
en los ojos y en el pecho de la cólera y el duelo. Sólo
he venido a decir qué hace el mar en la costa
desde antiguo, y en qué carroza se va camino al sol.

VII. JUNTO AL LAGUITO EXIGUO

Sonetos a Gesolmina fue la última tentativa del poeta, asumiéndose como un similar de Chaplin para acompañarse con la posibilidad de la lluvia. Había encontrado a una mujer para refugiarse y para poder bañarse bajo la lluvia. La única agua que los salvaba a los dos venía del cielo, las aguas de la tierra ya no le servían ni a él ni a Gesolmina.

Había repasado a Quijotes, Homeros y tangos; a los tres monjes que marchaban bajo la lluvia para recordar a Tarkovski; al verdadero tonto de la colina de Lennon; a Dylan Thomas con su cara de carnicero; a Penélope que llegó golpeándole la puerta con el recuerdo de su madre muerta; no era suficiente, era estrictamente necesario mojarse aunque fuera en aguas mansas, “Junto al laguito exiguo”, para fingir llegar a ser otra vez niño:

Junto al laguito exiguo
voy recordando trabajosamente
las húmedas miradas inocentes
y una inscripción frutal que nadie nombra.

Como el mar borra de la arena un día
la leyenda y deshace los castillos,
borró el tiempo en los reinos amarillos
de la memoria aquella melodía.

No vuelve el agua que pasó en el río
con flor y el barquito indiferente
que son agua en el agua laboriosa.

Oscurece. Tengo hambre. Siento frío.
Ya no he de ver tu planta transparente
andar sobre las aguas silenciosa.

El poeta necesita encarecidamente de la niñez y tener madre; es Gesolmina también la escogida adoptiva, pero tampoco fue suficiente. El canto del cisne le valió para convencerse de que no hay salida, si no hay lluvia; en ella, cabría la posibilidad de ser hijo; sin ella, solo podría acariciarse el “oscuro fuego”. Vivir huérfano es desvivir, quedar en un estado de indeterminación, “bajovivir” en una estación indefinida, convivir en un “hueco negro” donde vida y muerte comparten el mismo sitio, y así, “No habrá lluvia”:

No habrá lluvia de sol ni primavera
ni invierno gris ni noche entumecida.
Porque no hay frío que nos cause herida,
no habrá verano allá, ni hogar ni hoguera.

Ni plenitud de anchura marinera
ni vacío de tumba reducida.
Tampoco hay muerte allá, porque no hay vida,
y sin vida, no sé qué muerte hubiera.

Ni luz ni sombra, ni verdor ni seco
páramo, ni calor ni cierzo hiriente,
ni carne, allá, ni hueso desvestido.

Amemos pues este conflicto, el eco
del silencio en la música elocuente
que abriga nuestro espacio compartido.

VIII. BAJO LA LLUVIA

La lluvia sigue mordiendo las manos de los niños que siguen escalando su árbol, ellos en la arena no quieren ser ciudadanos del mar porque continúan esperando a la Lluvia Madre. Nadie espera al poeta para ser, no tiene interés por la odisea, solo le interesa un tránsito: ser agua para fundirse con su madre. Solamente con la lluvia viene el espíritu, solo ella prepara y realiza el hálito y únicamente ella puede hacer carne de la tierra: del agua venimos y hacia el agua vamos. Y se fue buscarla “Bajo la lluvia”:

Bajo la lluvia fiel los dos unidos,
sentí que era la lluvia quien entraba
lenta a la casa de mi alma y daba
luz a los cuartos, hambre a los sentidos.

Y era la lluvia una mujer desnuda,
que bendice calles relucientes,
resurrecta suicida de los puentes
hecha de sombra y sol, de acción y duda.

Sentí que era tu cuerpo el que fluía
y a los cuartos oscuros penetraba
mientras que yo a tu corazón huía.

Y que la lluvia en barro transformaba
nuestro polvo, y vasija nos volvía
donde guardar su voz que fluye y lava.

Raúl Hernández Novás tuvo firmeza para hacerse accesible al país de las aguas. Su poética ha demostrado una persistencia heroica y una perseverancia impostergable para llegar allí. Por fin, escogió a la lluvia hasta ganar el origen, y se fundió al mineral, como el agua en el agua.

Juan Nicolás Padrón. Ensayista y profesor

Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana y Máster en Edición de Libros por la Universidad Central de Las Villas. Desde el año 2000 se desempeña como investigador del Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas.