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Confesiones de cara al policial cubano

No pocas veces tildado de “menor”, el género policiaco exhibe un largo historial de vicisitudes e incomprensiones, en sus ya más de ciento cincuenta años de presencia insoslayable. De presencia en la literatura moderna —se entiende— porque en la determinación de sus oscuros orígenes la pista podría conducirnos hasta el mismísimo escenario de la tragedia griega.

Desde la publicación de La piedra lunar de Wilkie Collins y, más atrás, desde la aparición de Auguste Dupin en las narraciones cortas de Poe, los adictos al suspense, los crímenes en apariencia perfectos y las complicadas tramas detectivescas, no han cesado de multiplicarse para conformar un sector nada despreciable de lectores a lo largo y ancho de todo el mundo. La afirmación no es gratuita: justo en los albores del siglo XXI hacen furia autores escandinavos como Stieg Larsson y Henning Mankell, el primero de ellos llevado también al cine con impresionante éxito.

Cuba no se ha mantenido —no se mantiene— al margen de este fenómeno. En la medianía de los 50 apareció El ojo de vidrio en México, de Leonel López-Nussa (una de las primeras —si no la primera— novela policial publicada por un narrador cubano). Trece años más tarde, en 1968, Ignacio Cárdenas Acuña obtuvo una mención en el concurso de la UNEAC con su hoy venida a menos Enigma para un domingo, inaugurando una estética subsidiaria de la nueva sociedad en construcción y marcando el inicio de un fructífero periodo creativo que pronto se agotaría en apenas dos décadas, y en el que vieron la luz —¿cómo soslayar aquella inolvidable colección Dragón de la Editorial Arte y Literatura?— títulos como La ronda de los rubíes (Armando Cristóbal Pérez); No es tiempo de ceremonias (Rodolfo Pérez Valero); Joy (Daniel Chavarría) o El cuarto círculo (Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera).

La renovación alcanzaría los 90, con Pasado perfecto y las siguientes novelas que integran La cuatro estaciones de Leonardo Padura. Como el resto de la narrativa cubana, la literatura policial también llegó tarde al desencanto (retomando una tesis de Jorge Fornet1).

Los entonces muy jóvenes narradores —llamados novísimos— no estaban ya interesados en apuntar las miserias humanas (objeto prístino del relato policial en cualquier tiempo) a la cuenta de la sociedad prerrevolucionaria y mucho menos al perseverante accionar injerencista del enemigo imperialista. A partir de la comprensión de que el arte no tiene que ofrecer explicaciones, el empeño pasó a ser solo uno: narrar.

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la función asumida por la narrativa —la cuentística sobre todo— de esos años y su papel (en buena medida todavía futuro) en la conservación de la memoria histórica de la nación cubana. No puede la literatura suplantar a la prensa en su primordial misión informativa, pero la descripción —al menos la descripción— de muchos de los males que a la sombra del denominado periodo especial proliferaron en la Isla, correspondió a los escritores antes que a los periodistas en ejercicio. Puede que a través de esa brecha se estableciera el paralelo inobjetable que se da entre la narrativa de los novísimos (al menos una parte de ella) y su coetánea corriente neopolicial iberoamericana. No deja de resultar sintomático que los más notorios cultores del género en la Cuba contemporánea asuman el relato policial de manera poco ortodoxa, eludiendo la descripción detallista de la investigación criminal y sus entresijos, y acudiendo a ella como plataforma de lanzamiento, desde la cual presentar al lector la pormenorización implacable de una modernidad lastrada por la incertidumbre y la crisis de valores.

En la cuerda mencionada se mueven las novelas de Lorenzo Lunar (con énfasis en la trilogía compuesta por Que en vez de infierno encuentres gloria2, La vida es un tango3 y Usted es la culpable; las dos primeras publicadas en Cuba). Podrían incluirse igualmente Las puertas de la noche de Amir Valle4 y Adiós, muchachos de Daniel Chavarría5, entre otras piezas surgidas en la etapa y que han gozado de mayor o menor difusión entre nosotros.

Sin embargo, me aventuraría a enunciar que, con intención mucho menos evidente —aunque con palpable abundancia— constituye el relato breve escrito en Cuba durante los últimos veinte años, el exponente legítimo de una narrativa que opta por coquetear con lo policiaco antes que a etiquetarse como tal; que rezuma el aroma inequívoco de la mejor literatura negra, de la literatura de la violencia (incluso); que aborda con la mayor naturalidad temáticas de corte universal sin desdeñar los referentes explícitamente nacionales. Son los “policiacos involuntarios”. Los protagonistas del “nuevo cuento policial cubano”. Son los que, en abrumadora mayoría, acaparan las páginas de Confesiones.

Redondear un análisis en profundidad de todas y cada una de las tendencias en que se inscriben los dieciocho narradores aquí reunidos, los estilos disímiles, los variados intereses, vendría a ser algo poco menos que imposible. Pero la compilación, obra de los escritores Rebeca Murga y Lorenzo Lunar (a cuya firma se debe también el esclarecedor ensayo que la introduce), merece cuando menos el intento. Se trata —y tal vez en ello estribe su mayor logro— de una entrega largamente añorada por los amantes del género en la Isla, fruto de la búsqueda paciente y de la concienzuda selección del material incluido (la primera selección, por cierto, que se ha ocupado del cuento policial cubano en mucho tiempo).

¿Quiénes están, pues, en Confesiones? Escritores cubanos nacidos en los más variados puntos de la geografía isleña, entre 1947 y 1981. Algunos con una obra vasta y reconocida, en tanto otros apenas comienzan a asentar su nombre en los registros de la literatura nacional. En todos los casos, portadores de una estética que los singulariza —y que a la vez los junta— en el vórtice de un panorama escritural que toma cuerpo en la Cuba del siglo XXI y del que, por sobradas razones, emergerán obras y autores a quienes nuestros compatriotas de generaciones futuras salvarán eventualmente del anonimato. En pro de la saludable articulación de ese “cuerpo”, ninguna opción supera a la de su publicación en tiempo, y ese viene a ser el mérito (ya no de los compiladores) sino de los editores y de la casa editorial (UNIÓN en este caso) que con buen tino coloca el libro en manos de su natural receptor: el público que asiste a la XXI Feria Internacional del Libro o procura sus novedades en las bibliotecas y librerías del país.

Descubrir puntos de contacto entre los narradores presentes en Confesiones me luce inoperante. Igual ocurriría si tratásemos de enumerar las divergencias. La absoluta heterogeneidad parece ser precisamente su más potente atractivo. ¿Qué es una compilación, en todo caso, si no un auténtico muestrario de lo que sea que se esté produciendo en un momento dado o alrededor de un tema? En Confesiones encontrará el aficionado al género una propuesta múltiple: desde el relato tradicional con asesino y policía, hasta el experimento narrativo menos comprometido con la resolución del enigma, ni siquiera con el establecimiento de la identidad matemática de sus protagonistas: victimario y víctima.

En Confesiones cohabitan personajes prototípicos y seres estrafalarios; como en mundos paralelos coexisten realidades diversas; se difuminan las fronteras entre lo “bueno” y lo “malo”; los puntos de vista se diversifican; se juega con el intertexto, con el absurdo, con lo aberrante y con lo abiertamente lúdico. ¿Será que en definitiva tal es la realidad “real” y la literatura no funge sino como vehículo para adentrarse en un mundo que de cualquier otra manera se mostraría inaccesible?

Queda al lector encontrar posibles respuestas. A Confesiones (Nuevos cuentos policiales cubanos) (Ediciones UNIÓN, 2011) le incumbe la misión de actuar como intermediario entre la más reciente literatura policial facturada en Cuba y los degustadores del género. No hay una fórmula para lograrlo. No existe una receta capaz de garantizar la aceptación de un libro, sin importar su naturaleza. Confesiones, no obstante, reúne los ingredientes necesarios.

NOTAS

1. Los nuevos paradigmas. Prólogo narrativo al siglo XXI, Jorge Fornet (Editorial Letras Cubanas, 2006).

2. Premio Brigada 21 a la mejor novela negra publicada en España durante el año 2003.

3. Ediciones UNIÓN, 2008.

4. Editorial Plaza Mayor, 2001.

5. Premio Edgar Allan Poe 2002, otorgado por la Mystery Writers Of America a la mejor novela policiaca publicada en Estados Unidos durante el año 2001.

Leopoldo Luis. La Habana, 1961.

Periodista, fotógrafo y narrador. Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Las Villas y Diplomado en Periodismo por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha publicado los libros de cuentos Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009), con el que obtuvo el Premio de la Ciudad un año antes, y Extraño bajo un paraguas (Editorial Capiro, 2013). Poemas suyos aparecen en el volumen El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas cubanos (Diana Edizioni, Italia, 2009). Sus relatos han sido incluidos en las antologías El martillo y la hoz y otros cuentos (Reina del Mar Editores, 2013) e Isla en negro. Cuentos de crimen y enigma (Casa Editora Abril, 2014). Fue editor y administrador del sitio web de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente trabaja como periodista de la televisión hispana en Estados Unidos.