Ensayo

Del túnel p’allá, p’allá

El municipio de Habana del Este se extiende a partir del Parque Morro-Cabaña por más de veinticinco kilómetros de una línea costera, hasta el Rincón de Guanabo. Al sur confluye con Regla y Guanabacoa. Como reconoce en su más popular estribillo la comparsa Jóvenes del Este, que representa al territorio en el carnaval de La Habana, del túnel p’alla, p’allá hay mucho de que disfrutar: las mejores playas capitalinas y el único museo de perfil ecologista de la ciudad; enclaves de una extensa historicidad, entre los que descuella Cojímar, junto a barrios fundados o potenciados después del triunfo de 1959: Camilo Cienfuegos, Antonio Guiteras, Alamar. Este último centraliza el presente ensayo.

Como proyecto de asentamiento de raigambre obrera, creado a partir del más amplio saldo del movimiento de micro-brigadas en todo el país, Alamar va consiguiendo su propia identidad a base de incorporar la más notoria inmigración también a nivel nacional. Algunos diagnósticos socioculturales indican que en cualquiera de los cuatro consejos populares en que se divide administrativamente esta “ciudad” de la Ciudad Habana, pueden residir personas provenientes de un centenar o más municipios de la propia capital y otras provincias del país.1

Entre los indicativos para dar por cierto lo identitario en la diversidad misma alamarense destacan movimientos culturales juveniles en todas las manifestaciones artísticas. Muestran un particular destaque los de hip hop, con la primera organización de raperos del país y su respectivo festival, que en la actualidad ostenta rango internacional. Las autoras que en alguna medida caracterizan en su producción narrativa este importante territorio capitalino, también han estado vinculadas —jóvenes al fin— a los procesos de creación distintivos del este singular enclave habanero.

Puede que la primera descripción de Alamar, como enclave habanero de nuevo tipo, se deba a Mario Benedetti (1920-2009), cuando en la novela Primavera con una esquina rota (1983) caracteriza el movimiento microbrigadista que edificara al barrio y su cuota solidaria con los latinoamericanos que optaron por el exilio político en Cuba.

Haber residido en este territorio más de dos años, le permite a Benedetti reconocer no pocos intercambios de identidad entre uruguayos y cubanos; así destaca la condición “bilingüe” de los infantes: “cuando juegan y corretean en las calles con sus compinches locales, hablan con un crudo acento cubano. Pero cuando entran en sus hogares donde los padres siguen hablando tozuda y conscientemente de vos y che, entonces los fiñes pasan a ser nuevamente botijas”.2

Del reparto en general, el escritor uruguayo resume: “Alamar es un lindo lugar, acaso con menos autobuses y árboles de lo necesario, pero con un aire liviano y una fraternidad sin aspavientos”.3

La más conocida de las escritoras residentes en el este habanero es Anna Lidia Vega Serova, con varios volúmenes de cuentos y dos novelas publicados. Pero apenas describe el entorno citadino en sus textos. Quienes conocemos que ella ha tenido la mayor parte de su vida habanera en Alamar, quizás seamos los lectores que identifiquemos —y hasta construyamos— ese barrio del que no interesan a la escritora muchas particularidades.

Johana Depestre (La Habana, 1970), otra de las cuentistas residentes en Alamar, sí se identifica con su más inmediato paisaje urbano e, incluso, ha declarado esos sentimientos de pertenencia en el título de su único volumen publicado: D-21, el cual indica la forma de enumeración de las viviendas del reparto.

Pero la mirada de Yordanka Almaguer (La Habana, 1975) rebasa en escrutinio e intenciones la de Depestre, en su más reciente noveleta: Lía, el sexo oscuro (2009), donde pareciera que los acontecimientos narrados no pudiesen ocurrir fuera de Alamar.

Pero antes de dar paso a esa mirada introspectiva de Almaguer, conviene caracterizar su obra, al menos sumariamente, potenciada por las premiaciones de Calendario y Cirilo Villaverde que recayeran en el volumen de cuentos Tener sexo con Kalinin Borges (2000) y la noveleta La canción perdida de Janis Joplin (2003), respectivamente.

Ante todo, cabe señalar cuánto incitan a un profundo debate intergeneracional estos textos. El seno familiar y otros vínculos afectivos muestran en candente polémica la caducidad de ciertos modelos, ante la eclosión de problemáticas que inciden en toda Cuba, pero que la condición capitalina recrudece en Ciudad de La Habana.

Lo anterior implica un inquisitivo escepticismo, plasmado con matices estéticos emergentes en la contemporaneidad, propicios para la exploración de bajas conductas, encaradas desde lo escatológico y lo ominoso.

Además los textos de esta autora —incluso el más reciente— se inscriben en la literatura erótica aparentemente cargada de lascivia, en realidad descarnada, dedo en la llaga de las excrecencias sociales; tal es el caso del cuento “Alberta” al describir nauseabundas extorsiones en una beca o en La canción perdida de Janis Joplin, con una no menos repulsiva madre que prostituye a su hija adolescente.

Para el último de los textos mencionados, Almaguer situó la trama en Casablanca, asentamiento que, a pesar de encontrarse en la región del este habanero, constituye un consejo popular del municipio Regla.

En Lía, el sexo oscuro dos mujeres comparten una vivienda en el Reparto, así nombra el texto de Almaguer al inconfundible enclave capitalino “dividido por zonas: 1, 2, 3, 4, 7, 9, 11, 24”; cuya mejor opción para una vista panorámica sería desde la azotea del “dieciocho plantas, el edificio más alto del Reparto”.4

Las insuficiencias constructivas y la monótona uniformidad de los edificios son destacadas por la escritora, con el empleo de una inequívoca pluralidad: “(…) los estrechos apartamentos, las habitaciones frías en el invierno o infernales en verano (…) Las escaleras son estrechas, demasiado oscuras para descubrir con exactitud los escalones, hechos solo porque ¿cuándo se ha visto un edificio sin escaleras? Ni siquiera tienen pasamanos que, en este caso, ofrecerían alguna seguridad”.5

Ni un pequeño parque de diversiones —que en realidad existe en Alamar con las condiciones que Almaguer describe— se salva de la miseria atribuida al resto del entorno, aunque los personajes lo reconocen como refugio ante la aplastante cotidianidad.

Los años finales del pasado siglo hicieron añicos aquellos, bastante inflexibles, reglamentos de vecindad, que mantuvo Alamar en su primera década de fundada. La escritora no tiene edad para haber confrontado las aspiraciones de urbanidad truncadas por la falta total hoy —y sin contención represiva alguna— de reglas de convivencia, alarmante situación que en la capital y otras ciudades del país se reconoce con el término —más bien el eufemismo— de indisciplinas sociales.

Los estudiosos de la idiosincrasia capitalina muestran su desazón ante el deterioro de valores formales y de urbanidad que antes caracterizaban al habanero de distintas extracciones sociales. Almaguer los contempla en su novela como maneras conductuales perfectamente instaladas y aceptadas: “Toda mi vida he estado rodeado de esa clase de gente, porque este país rebosa de ellas. Hacen fiestas por cualquier causa, hasta por causas en las que no están de acuerdo. (…) En esta ciudad hay pocos lugares donde resguardarse del bullicio, la atmósfera recargada, la gente. ¡La gente!”.6

Sin embargo, sería imposible, e injusto, que la particularidad alamarense se viese cercenada de lo genuinamente habanero o por el contrario, imbuida en el rasero de la cubanidad toda. La escritora sitúa un ejemplo clásico de ello cuando plantea: “Después se reía de ella porque hablaba como los zunzunes, distinto de la gente de la Capital”.7

Esvelta, una de las figuras protagónicas del relato, representa la fuerte inmigración en Alamar: “Hace muchos años que dejaste el campo, con un montón de maletas que fuiste dejando por el camino, viniste a la capital y te hiciste oficinista de segunda categoría”.8

Pero puede haber maneras menos ortodoxas para permanecer a ultranzas en la gran urbe:

(…) están locas por quedarse a vivir en La Habana y se acuestan con cualquiera pensando que ese cualquiera tiene casa, y después resulta que no y entonces ellas quieren vengarse del cualquiera y meten la historia de que un cualquiera las violó, tienen que quedarse mucho más tiempo en La Habana, porque tienen que esperar por la investigación, el juicio, la apelación del cualquiera (…) 9

Personajes ya típicos, por su recurrencia, son rebautizados por Almaguer con un uso del lenguaje que trata de introducir matices para las precisiones, mediante cierta dosis de cinismo. El ya reconocido “buzo” pasa a contar con apellido: “comidas descompuestas esperando por la recogida de algún buzo urbano”.10 En vez de disparador o pajero, la escritora llama “hombre de las hierbas” a uno de los personajes principales del texto, quien emplea un tramo boscoso a la entrada del Reparto, como parapeto para masturbarse mientras ve a mujeres que transitan de un lado a otro por la carretera. Vuelve la caracterización de lo insatisfactorio, para acotar el paisaje: “El hombre camina sobre la hierba húmeda. En este lugar siempre permanece húmeda, quizá por la cercanía del río, aunque sea pequeño, un río lisiado”.11

Tras las apabullantes experiencias de cada quien, puede captarse un sino común que Yordanka Almaguer moldea siempre reticente, por momentos despiadada. El enorme reparto de la capital ha sido y seguirá siendo testigo de tantas desesperanzas compartidas.

NOTAS

1. Para ampliar información al respecto pueden verse textos de Rolando J. Rensoli y Luisa Iñiguez citados en corpus referencial.

2. Mario Benedetti (1983): Primavera con una esquina rota, p. 204.

3. Ídem.

4. Yordanka Almaguer (2009): Lía, el sexo oscuro, p. 19.

5. Ibídem, pp. 57 y 47.

6. Ibídem, pp. 28-29.

7. Ibídem, p. 78.

8. Ibídem, p. 7.

9. Ibídem, p. 85.

10. P. 56.

11. P. 25.

Pedro Pérez Rivero. La Habana, 1952

Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad de La Habana. Profesor Principal e Investigador Auxiliar del Centro de Superación para la Cultura Félix Varela y Morales. Profesor Auxiliar de la Universidad de La Habana. Miembro de la Asociación de Escritores de la UNEAC. Entre sus premios más recientes figuran: Ateneo de la Crítica, en el género de Artículo, 2005 y el Eliseo Diego, en Ensayo Literario, 2010. Ha publicado los libros de ensayo: De Sodoma vino un ángel (Editorial Oriente, 2004); Porque yo soy habanero (Ediciones Extramuros, 2010) y Hoy La Habana (Ediciones Ávila, 2010). Investiga desde hace más de una década la identidad cultural habanera, con introducción de resultados, además de los dos últimos libros mencionados, en las revistas especializadas Catauro, Temas, La Gaceta de Cuba, Extramuros y otras.