Ensayo

(Primera Parte)

El béisbol en la literatura cubana – Parte 1

Para Norberto Codina

…Sin embargo, de pitcher,
con un escón de ponches
y un juego (aunque ya es mucho
pedir) de cerojitcerocarrera,
¡qué apoteósico tumulto!
Viva y Viva.
Pero sí.
A soñar, compañeros.
Esperar, esperemos
Al poeta completo.
Buen brazo, buenas
tardes y curvas,
buenas y curvas tardes,
velocidad, control.
Y algún soneto

Nicolás Guillén1

El béisbol, pelota “americana” o simplemente, el juego de pelota, es el deporte preferido de los cubanos desde el último tercio del siglo XIX, y constituye, en el proceso de construcción de la identidad nacional y el imaginario nacionalista, un elemento de incuestionable valor metafórico. La pelota fue escenario de luchas alegóricas contra los deportes importados de España, como las corridas de toros, en tanto afirmación de virilidad, civilización y salud de los cuerpos; su enorme capacidad asociativa, en equipos amateurs o clubes profesionales organizados, amplió y dinamizó la sociedad civil decimonónica, incluyendo también a los jugadores negros y mestizos, y fue un espacio por excelencia para el ascenso social de los humildes, el reconocimiento público y las acumulaciones de lo que Pierre Bourdieu llama “capital simbólico” , es decir, llegar a ser conocido, famoso, admirado, querido, conformando toda una mística popular alrededor de sus practicantes.2

Un fenómeno social de esta naturaleza, cuya riqueza como territorio privilegiado de la cultura cubana apenas comienza a ser estudiado3, más allá de las biografías a los héroes individuales del deporte4, dejó toda una estela en la literatura cubana del siglo XIX, imprimiendo sus huella en poemas, canciones, cuadros costumbristas y obras de teatro bufo como en los casos de Ignacio Sarachaga y Raimundo Cabrera5. De igual manera, con el país inundado literalmente de equipos, la pelota contó con un creciente aparato de propaganda para su difusión en gran escala y entre los periodistas y gacetilleros que comentaron los partidos y desarrollos del novedoso juego estuvieron el poeta modernista Julián del Casal, quien reseña para la prensa el primer libro sobre béisbol y Bonifacio Byrne, quien desde Matanzas dirigía un periódico sobre béisbol.6 Por si no fuera suficiente, la primera historia del juego fue concebida por un pelotero de talento que luego se dedicaría a las letras con desigual fortuna.7

Con la llegada de la República, el béisbol adquirió también su carta de ciudadanía plena, gracias al aval patriótico de los jugadores que cayeron en la lucha anticolonial, los que murieron en presidio, como el célebre Emilio Sabourín y con el regreso de los clubes de la emigración en suelo mexicano y estadounidense, que mantuvieron sus campeonatos durante la guerra y contribuyeron a enlazar el deporte entre la Isla y ambas orillas de los estrechos de la Florida y Yucatán. Ya en la segunda década republicana una revista conservadora como Cuba Contemporánea se hacía eco del entusiasmo beisbolero, y lo destacaba como favorable al imaginario nacionalista, y uno de sus intelectuales más destacados, José Sixto de Sola, calificaba los triunfos de las novenas criollas, con los negros Méndez, Torriente y Pedroso, sobre sus similares norteñas, como de indudable valor “patriótico y sociológico”8. Simultáneamente, los jugadores cubanos blancos comenzaban a hacer historia en el béisbol de las llamadas Grandes Ligas, con los pioneros Rafael Almeida y Armando Marsans, a los que seguirían dos mitos de la pelota cubana de la primera mitad del siglo: el pitcher Adolfo Luque y el receptor Miguel Ángel González.

A pesar de estos triunfos, a la altura de 1920, cuando Cristóbal Torriente le pegaba jonrones a un lanzador llamado Babe Ruth, y José de la Caridad Méndez, “El diamante negro”, le colgaba 45 escones consecutivos a equipos norteamericanos, las referencias al béisbol, como la hecha por Carlos Loveira en su novela más conocida: Generales y Doctores, es extemporánea y todavía deudora del siglo XIX9, cuando las damas criollas desafiaban el poder colonial aplaudiendo hasta el delirio en las glorietas a los ídolos del Habana y Almendares , y prevalecía el ideal positivista y aristocrático de la distinción y la higiene del cuerpo como principales alicientes del juego.10 Otro escritor cubano de principios de siglo, José Antonio Ramos, había colocado al jugador de pelota en una lista bastante desfavorable de la mala vida republicana, junto al político venal, el guapo de barrio, el chantajista, el ladrón, etc., lamentándose de que “un sportsman, si es ajedrecista, billarista o sablista, es un héroe nacional. De un jugador de pelota que haya dado “el palo de la tarde”, de ese ya no hablemos: es un semidiós”.11

En las páginas que siguen, intentaremos dar una visión integradora del fenómeno de la recepción o reflejo del béisbol en algunos creadores cubanos del siglo republicano, desde clásicos como Carpentier, Guillén o Lezama, pasando por otros que no se dedicaron principalmente a la literatura como Roa o Pablo de la Torriente, hasta poetas y narradores más recientes de diversas promociones y escuelas. Por tal motivo no hemos ceñido nuestra indagación solo a textos estrictamente de ficción, sino a la mayor diversidad posible de discursos, incluyendo crónicas periodísticas, memorias, cartas, entrevistas, ensayos y poemas. La lista de autores tampoco pretende ser exhaustiva, aunque si representativa de las recepciones, influencias y emociones despertadas por la pelota en los creadores cubanos del siglo XX, sin que esta complicidad entre béisbol y literatura pueda ser considerada inferior a la prevaleciente en la centuria anterior.

1

En 1933, año de la caída de Gerardo Machado y epicentro de la llamada Revolución de los años 30, no se celebró el campeonato profesional de invierno producto de la crisis de gobernabilidad imperante y de las acciones colectivas de los cubanos contra el dictador, pero seguramente se jugó pelota en las pequeñas ligas amateurs y en los innumerables circuitos azucareros. Ese año fue publicada en Madrid la primera novela de Alejo Carpentier : Ecue-Yamba-O12, en cuyo texto, “maldito” luego por su autor, aparece una descripción bastante fiel del ambiente de la pelota que se jugaba en las zonas rurales del país, y específicamente, en los ingenios y bateyes azucareros . En el ingenio San Lucio, donde se desarrolla la vida de la familia Cué, personajes de la novela, junto al coloso productor de azúcar y los barracones de inmigrantes, hay un descuidado terreno de pelota “feudo de la novena local”, que “mostraba su trazado euclidiano invadido por los guizazos” y se podía distinguir un “zapato clavado en el home”.13 El abandono del terreno puede ser una metáfora de la crisis económica cubana, agudizada por la caída de los precios del azúcar, pero no deja de ser un lugar importante, pues allí tienen lugar las hazañas de Antonio, primo de Menegildo, el protagonista de la obra, quien es un gran jugador del equipo Panteras de La Loma, vencedor del equipo local propinándole nueve ceros. Además de un rápido corredor y buen short stop, Antonio es ñáñigo, músico (marimbulero) y participa del negocio politiquero de la época. Clásico “vividor” de la etapa republicana, cínico, charlatán y oportunista, preso por raptar a una mujer, es su habilidad para jugar pelota la única virtud que el autor le concede al personaje que : “… había dado el batazo de la tarde, deslizándose sobre el home con gran estilo, después de recorrer el diamante en doce segundos”.14

En la propia novela hay una alusión a un célebre músico ñáñigo, también marimbulero y buen bailador, “Papá Montero”, quien comparte con Antonio numerosas analogías, a la que habría que agregar la del béisbol a través de la figura de Adolfo Luque, bautizado por la afición criolla con el sobrenombre de aquel a quien llamaba la canción “canalla rumbero”. Además, el béisbol le sirve a Carpentier para introducir el tema de la crisis del modelo político republicano, plagado de corrupción, fraudes y clientelismo, en la conversación que sostienen Antonio y Menegildo en un bar, celebrando los triunfos del primo pelotero: “después de comentarse hasta la saciedad una formidable “sacada en primera” y la cubba del pitcher que logró “ponchar” al mejor bateador del central, la conversación derivó hacia la política. Había quien votara por el Gallo y el Arado. Otros confiaban en Liborio y la Estrella, o en el Partido de la Cotorra (…) Una peseta gigantesca, una bañadera cuya agua “salpicaba” plateado, un látigo o un par de timbales, simbolizaban gráficamente a los futuros primeros magistrados, con lenguaje de jeroglífico”.15 Finalmente, como ha señalado con agudeza un gran estudioso de la obra carpenteriana, en este arquetipo de Antonio: “music and baseball meet as restricted practices where craft and craftiness coalesce to produce profitable spectacles. It is in this fringe that sugar mill, semipro, and professional baseball converged”.16

Como colofón a este breve análisis del béisbol en la obra carpenteriana, reproduzco un fragmento de un texto que el novelista publicó en la revista Bohemia a fines de los años 60 bajo el título de “Deporte es cultura” y donde el escritor inserta, dentro de un conjunto de citas eruditas acerca de los deportes en la literatura universal, el testimonio de su pasión por la pelota en su infancia, enfatizando en lo que denomina “la cultura de la pelota”:

“Personalmente, desde hacía tiempo estaba yo jugando una base en la novena del Cotorro, novena manigüera, que, un día memorable, puso nueve ceros en la pizarra de la Western Union, que había venido a desafiarnos después de un reto lanzado por la prensa. “Bueno… pero es que ustedes son cargadores de sacos” —me dijo, dolido por su derrota de lanzador, un pálido oficinista. Yo no era cargador de sacos, aunque lo fueran muchos de mis compañeros de novena, porque tal no era mi oficio. En aquellos días leía Los orígenes del Cristianismo de Ernest Renán, en una edición de once tomos. Pero esto no me impedía interesarme por la cultura de la pelota”.17

2

Un escritor singular dentro de su generación fue Pablo de la Torriente Brau. De él es casi un lugar común afirmar su atracción por los deportes, que practicó desde su adolescencia (entre otros, fue un excelente portero de fútbol rugby) y que luego formaron parte de sus temas preferidos como articulista. Entre los que más disfrutó estuvo sin dudas el béisbol, tanto en Cuba, donde improvisaba “reñidos” partidos en la azotea de la casa de Don Fernando Ortiz, como en su exilio neoyorkino, desde donde escribió sendas crónicas para las revistas habaneras Carteles y Bohemia, que contaban ambas con excelentes páginas deportivas. Dichos textos están dedicados a reseñar la construcción de un stadium con capital cubano en la Babel de Hierro, y destacan las posibilidades que esto abría “para la lucha y el triunfo de los atletas cubanos de esforzado corazón”.

La primera crónica, de abril de 1935, la tituló “Dyckman Oval: meta para los atletas cubanos” y en ella es visible el orgullo de Pablo por tres razones que tienen que ver con Cuba: la calidad del nuevo terreno, que afirma: “Será tan grande y tan bueno como el propio stadium de la Universidad de La Habana” ; el hecho de que en su inauguración jugaría un equipo con peloteros cubanos negros, el New York Cubans, perteneciente a la National Association of Negro Baseball Clubs, y que la iniciativa de su construcción haya sido de un empresario cubano, Alejandro Pompez. Al citado club, compuesto también por norteamericanos negros, Pablo no le escatima elogios: “tiene el team una pujanza extraordinaria en el batting, en el pitching, y en el fielding. Y en cuanto a “estampa”, casi puede asegurarse que ningún otro team, ni siquiera en las Mayores, podrá comparársele. Tiene un promedio de peso de 174 libras y otro de estatura de 5 pies y 11 pulgadas. Es un verdadero team de gigantes. Martín Dihigo, tan alto como el campeón del mundo de boxeo, será el capitán de una novena cubana que se dará el pisto de vestir uniformes tan lujosos como los que visten los más conspicuos teams de las Grandes Ligas…”.18

Un año después, Pablo remite a Bohemia una versión modificada y ampliada de la crónica anterior, que no fue publicada en Carteles, titulándola ahora “Un Polo Groud cubano en New York”. Aquí la prosa es más literaria, humorística y flexible, como es de notar en la descripción del stadium y de las medidas del terreno: “Allí, cuando un bateador “decide” dar un homerun, tiene que botar la pelota a más de 365 pies por el rightfield y a más de 500 por el lef… Allí, Babe Ruth, retirado ya entonces, a fines de la temporada que pasó, en una práctica botó a la calle catorce pelotas consecutivamente… Allí, en las gradas, se hablan todos los idiomas de Nueva York, es decir, del mundo, y en el terreno se confunden jugadores blancos y negros, como en Cuba. De vez en cuando, de los altoparlantes desagua un sabroso son bien bongosero, mientras en las cornisas del stadium, alternando, flotan, la bandera de Cuba y la bandera que algún día tendrá Puerto Rico”.19

En la propia narración Pablo da cuenta de las múltiples habilidades del empresario Pompez para lograr que su negocio triunfara en Nueva York, dotando a su stadium de un sistema de alumbrado eficiente, haciéndolo polifuncional y gastándose gruesas sumas en contratar a los mejores jugadores, dinero salido de las inversiones en bienes raíces20, que han convertido al cubano “…de promotor de novenas volantes a propietario de terrenos, a opulento señor de Harlem, con máquina nueva cada año y ropa de corte inglés”. Sin embargo, el énfasis del artículo descansa en la mística del gran pasatiempo americano, y en el deseo de Pablo de que los New York Cubans de 1936 ganaran el campeonato que no pudieron alcanzar la temporada anterior. La nómina de este equipo era impresionante y el cronista se complace en dibujarla para sus lectores:

“…la famosa batería Brewer & Young, considerada tan buena que si fuera blanca no habría casi dinero para comprarla (…) Bragaña, el pitcher cubano del Aztecas de México, y el dominicano Vargas, a quien los fanáticos llaman Tetelo, que será una indiscutible atracción de taquilla, ya que se le anuncia como el humano más veloz del diamante. Y aparte de estas cosas nuevas, la gruesa y tremenda artillería de Tiant, Salazar, Oms, Correa, Silvio Guerra, Santaella, el dominicano Martínez y los americanos Stanley, Thomas, Spierman, Duncan y Taylor, y como capitán el gran Dihigo cuya inverosímil versatilidad como jugador, cuya capacidad lo mismo para tomar el lugar del catcher o pitchear, o jugar cualquier posición del cuadro o de los files, maravilla tanto a los americanos como su poderoso brazo o su omnipotente batting.21

Por supuesto que las esperanzas de Pablo estaban fundadas, pues la fama de Dihigo como manager se había acrecentado en estos años por sus dos campeonatos consecutivos, 1935 y 1936, en el evento profesional cubano, con el Santa Clara y el Marianao respectivamente. Menos conocida que estos dos artículos es una extensa carta, de tema eminentemente beisbolero, que Pablo dirige en mayo de 1935 al doctor Jesús de la Carrera y Fuentes. Esta misiva está repleta de datos sobre varios partidos, analizando las jugadas y burlándose con sano humor de sí mismo, con frío y sin dinero, disfrutando los lanzamientos de Vernon Gómez y los batazos de Babe Ruth en el Yankee Stadium. Pero lo más interesante quizás sea la descripción del último juego en que participó Adolfo Luque en las Grandes Ligas, narrado con un aliento casi cinematográfico y con admiración por el gran jugador, a pesar de no compartir sus posiciones políticas:

“…lo más estupendo del juego fue el trabajo de Luque. Yo no le tengo simpatías porque fue machadista, pero ante el pitcher hay que quitarse el sombrero y hasta la cabeza si es necesario. El Boston había desprestigiado a dos pitchers y, con un homerun y sin ningún out, empató el juego en el noveno. Entonces Terry llamó a Luque y comenzaron los comentarios de que ya estaba viejo… Fueron tres innings espeluznantes (…) y en el onceno, que fue cuando se decidió el asunto, Luque, que había ponchado a su pitcher, fue puesto en dos strikes, pero acordándose de que había sido en sus buenos tiempos un bateador de respeto, empujó una magnífica línea al right. Entonces fue sustituido por un corredor más ágil y vino el toque de plancha, el hombre en segunda y Ott terminó el juego con un hit al right. Luque fue ovacionado por su trabajo, que fue perfecto y temerario, y al día siguiente los periódicos todos hablaron de él y se recordó que había sido elegido por no sé quién como uno de los seis pitchers más grandes del baseball”.22

3

La década de los años 40 fue la Edad de Oro de la pelota cubana en sus dos grandes circuitos: el profesional y el amateur. Del primero se recuerdan los formidables duelos entre el Habana dirigido por Miguel Ángel González y el Almendares comandado por Adolfo Luque, mientras que del segundo es imprescindible hablar de las Series Mundiales de Béisbol aficionado que se jugaron en La Tropical, con enorme rivalidad entre los equipos participantes. Ambas organizaciones estaban repletas de talentos establecidos y jóvenes promesas: Conrado Marrero, Natilla Jiménez, Cocaína García, Catayo González, Limonar Martínez, Quilla Valdés, Héctor Rodríguez, Perico Formental, Santos Amaro, Silvio García, Roberto Ortiz, Roberto Estalella, Regino Otero, Orestes Miñoso… mientras que entre los profesionales brillaban también las estrellas de las Grandes Ligas y de la pelota mexicana. Un hecho que marcó la etapa fue la construcción en 1946 del Gran Stadium del Cerro, convertido a partir de entonces en la Meca del pasatiempo nacional de los cubanos.23

Por esta época de gran fervor beisbolero, José Lezama Lima, reconocido ya como poeta y autor de eruditos ensayos, escribía en las páginas del Diario de la Marina reseñas de temática diversa, sobre sucesos, personajes o lugares habaneros. Pero un buen día sus lectores fueron sorprendidos por un texto insólito, el poeta hermético también era capaz de hablar de béisbol, si bien en una prosa metafórica y enigmática, que pocos alcanzarían a identificar con las pasiones desatadas en el moderno y recién estrenado Coloso del Cerro. Lezama, con absoluto desprecio por las convenciones del lenguaje al uso por los cronistas de la pelota, hacía una descripción muy personal del juego:

“Hay nueve hombres en acecho de la bola de cristal irrompible que vuela por un cuadrado verderol. Esa pequeña esfera representa la unión del mundo griego con el cristiano, la esfera aristotélica y la esfera que se en muchos cuadros de pintores bizantinos en las manos del Niño Divino. Los nueve hombres en acecho, después de saborear una droga de Coculcán, unirán sus destinos a la caída y ruptura de la esfera simbólica. Un hombre provisto de un gran bastón intenta golpear la esfera, pero con la enemiga de los nueve caballeros, vigilantes de la suerte y navegación de la bolilla. Jueces severísimos se reúnen, dictaminan, y se ve después silencioso, a uno de aquellos caballeros defensores abandonar el jardín de los combates. La esfera de cristal en manos de uno de aquellos guerreros, tiene fuerza suma para si se toca con ella el ajeno cuerpo, cincuenta mil hombres de asistencia prorrumpen en gruñidos de alegría o rechazo. Si la esfera de cristal se pierde más allá de los jardines, el caballero de gris con grandes listones verdes, a pasos lentos sigue su marcha, como si tuviese la recompensa de un camino suyo e infinito”.24

En el fragmento anterior Lezama “juega” a ser un historiador del futuro que reconstruye para sus contemporáneos “con la ayuda de la lupa, el testimonio histórico, la paleografía y el pacífico y renuente archivero” el espectáculo maravilloso, desde el punto de vista antropológico, de un juego de béisbol. Y lo hace con un lenguaje que parodia a los antiguos cronistas medievales, pues llama a los jugadores “caballeros” o “guerreros”, que buscan su gloria en el duelo y los combates; luego prosigue con una disquisición de orden filosófico, en torno a la esfera como símbolo unitario para diversas culturas del occidente cristiano, y concluye con la descripción metafórica de los protagonistas: el bateador “provisto de un gran bastón”, los jugadores al campo “vigilantes de la suerte y navegación de la bolilla”, los árbitros “jueces severísimos”, la afición delirante (esos cincuenta mil fanáticos superan con creces la capacidad de cualquiera de los pocos estadios existentes entonces), hasta llegar al momento culminante de un juego, con la conexión de un batazo de jonrón. Entonces el guerrero obtiene la misteriosa recompensa “de un camino suyo e infinito”, imagen extraordinaria de la suprema alegría del jonronero.

En este punto debemos decir que Lezama, contra lo que pudiera suponerse, no era una persona que desdeñara el ejercicio físico y en su niñez, como casi todos los cubanos, jugó al béisbol. En una entrevista confesó: “Mi juventud fue muy deportiva. Jugué mucha pelota y llegué a ser un buen field de una novena organizada por los muchachos de Prado y Consulado”25 y con su habitual humor contó la siguiente anécdota: “De todos los deportes, mi favorito para jugarlo y verlo jugar era la pelota. Recuerdo que una vez fui a ver un juego entre los equipos Habana y Almendares que se prolongó durante tanto tiempo que la gente se quedó dormida en los asientos. Duró veintiuna entradas y creo que fue uno de los juegos de béisbol más largos que se han celebrado en Cuba”26. La derrota definitiva de la práctica deportiva se produjo cuando le surgió al béisbol un contrincante insuperable en la literatura: “Un día en que los amigos vinieron a buscarme para jugar pelota y yo les dije: ‘No, hoy no salgo, me voy a quedar leyendo’. Había comenzado a leer El Banquete de Platón, y desde ese día la lectura fue mi ejercicio, mi fanatismo más importante”27. En otro sentido, y al igual que Casal medio siglo antes, Lezama sabía que cuando se escribe para los periódicos había que “estar al día”, y esa exigencia, en su pluma “hechizada”, nos ha dejado una de las mejores crónicas de béisbol jamás escritas por un cubano.

Otro miembro del grupo Orígenes, el dramaturgo y cuentista Virgilio Piñera, escribió en 1957 un cuento que tituló “Elíjanme”, y que nunca incluyó en sus libros publicados. El protagonista, Tomás Escalona, es un vendedor de café arruinado que trata por todos los medios de salvarse de su “caída” personal y laboral. Presa de una situación angustiosa, rayana en la locura, decide entrar en el Stadium del Cerro a gritar para desahogarse, y allí participa de una realidad alucinante:

“Ya había comenzado el partido. Muy iluminado, todo muy claro me pareció, cuerpos y almas, mujeres hermosas, algunas tocadas con gorras de su equipo favorito. Alcancé a colocarme entre un grupo de gente parada. Enorme expectación. Nada menos que un juego crucial entre el Cienfuegos y el Habana. En el momento de mi llegada reinaba en el stadium un silencio de muerte. Las bases estaba llenas y el pitcher del Cienfuegos sudaba tinta con situación tan comprometida. Empecé a acumular gritos en el pecho. El hombre que estaba al bate, después de haber dejado pasar dos strikes, imprimió terrible impulso a sus brazos y dio un batazo alineado que, desdichadamente, resultó foul. Los fanáticos prosiguieron en su silencio de muerte y apenas si un poco de aire angustioso salió de sus pechos, pero yo, que solo aguardaba el disparo de la bola para dar salida a mi dolor, lancé un ‘ay’ atronador. Fue un grito tan insensato, tan poco deportivo, que los fanáticos y hasta los propios jugadores salieron de golpe del mundo brillante y cálido del juego para entrar al mío opaco y helado del descenso. Vi que todos se tambaleaban como si la tierra les faltase bajo los pies, en tanto que el pitcher apretaba convulsamente la bola en su mano como si esta quisiera caer hasta el fondo de la tierra. Sin embargo, el umpire, sobreponiéndose a tal consternación deportiva, hizo una seña al pitcher. Este, metido aún en mi mundo, arremolinó lánguidamente su brazo y se dispuso a lanzar, pero yo, con miles de gritos en el pecho, veloces y apremiantes, lancé un torrente de ellos que, viniendo a dar en la bola, la hicieron rodar floja y vertical por el campo…”28

La situación de clímax y absurdo alcanzada con la descripción anterior, la resuelve Piñera con un ademán irónico y desesperanzado, cuando el alterado protagonista señala: “Pero el ardor deportivo es más fuerte que la solidaridad de los hombres. Fui sacado del stadium y el Cienfuegos acabó derrotando al Habana”.29

4

En Nicolás Guillén, la admiración por el ejercicio físico y por los grandes ídolos del músculo aparece dispersa en toda su obra, y es descollante en los versos de su “Pequeña oda a un negro boxeador cubano” (Sóngoro Cosongo, 1931) y en un antológico poema titulado significativamente “Deportes”, perteneciente al libro La paloma de vuelo popular (1958). En ambos los protagonistas son los grandes boxeadores negros, norteamericanos y cubanos, de las décadas de 20 y el 30, años de su juventud, y que lograron triunfar en el deporte espectáculo que es el boxeo profesional, a pesar de la discriminación racial y los prejuicios imperantes. En el titulado “Deportes” también es significativo el homenaje a José Raúl Capablanca, uno de los mayores talentos del ajedrez de todos los tiempos y figura muy querida y admirada, dentro y fuera de la Isla, mientras que el béisbol aparece con una reminiscencia de su niñez, cuando jugaba pelota en los placeres y leía con fervor a Rubén Darío, su numen poético de entonces, disputándole su entrega definitiva la legendaria figura de un gigante de ébano:

Niño, jugué al béisbol.
Amé a Rubén Darío, es cierto,
Con sus violentas rosas
Sobre todas las cosas.
El fue mi rey, mi sol.
Pero allá en lo más alto de mi sueño
Un sitio puro y verde guardé siempre
Para Méndez, el pitcher —mi otro dueño.30

Posterior a este libro es el poemario Tengo (1964) escrito al calor de la experiencia revolucionaria de 1959 y en él aparecen algunas alusiones al béisbol, no como celebración del juego o elogio de sus mejores jugadores, sino como pretexto para denunciar el estado de dependencia neocolonial impuesto por los Estados Unidos a la Isla, ya sea en la faceta del excesivo espacio que se concedía en la prensa local al campeonato profesional de las Grandes Ligas o en la comercialización del deporte, con privilegios para la publicidad y venta de las marcas de productos foráneos (símil con la desnacionalización de la economía), tal como es explícito en los versos de “Allá lejos”:

Hace cincuenta años
nada menos que en la primera plana de los periódicos
aparecían las últimas noticias del béisbol
venidas de Nueva York.
¡Qué bueno! ¡El Cincinatti le ganó al Pittsburgh,
y el San Luis al Detroit!
(compre la pelota marca Reich, que es la mejor)31

También como símbolo de la hegemonía cultural estadounidense en la década de los 50, y de la presencia de fenómenos como la auto subestimación y el complejo de inferioridad colectiva ante la potencia del Norte, Guillén inserta en su discurso poético titulado “Cualquier tiempo pasado fue peor”, una sátira a un supuesto club cubano de béisbol, donde la mayoría son jugadores norteños y el único cubano está en una posición subordinada. Obviamente se trata de una exageración, permeada por el poderoso nacionalismo de la joven Revolución, pues es un hecho cierto que también jugaban latinoamericanos en la pelota profesional cubana, y el intercambio de jugadores alcanzaba a México, Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana, además de los cubanos que jugaban en Grandes Ligas. Sin embargo, el poeta recarga la nómina del club y parodia los nombres sajones de sus integrantes, para destacar su objetivo de denuncia social:

Un club cubano de béisbol:
Primera base: Charles Little.
Segunda base: Joe Cobb.
Catcher: Samuel Benton.
Tercera base: Bobby Hog.
Short stop: James Wintergarden.
Pitcher: William Bot.
Files: Wilson, Baker, Panther.
Sí, señor.
Y menos mal
el cargabates: Juan Guzmán.32

Pero el mejor poema de Guillén a la pelota se lo dedicó a Martín Dihigo, el más grande de los jugadores cubanos de todos los tiempos, pitcher formidable, buen corredor, brazo poderoso y temible como bateador, quien murió en Cuba enseñando humildemente a los niños a jugar béisbol. Hasta entonces la gloria del Inmortal no había tenido su cantor ni su poeta, como lo tuvo Luque en un danzón con su nombre (“¡Arriba Luque!”, de Armando Valdés Torres) y Orestes Miñoso en el chachachá de Enrique Jorrín (“Miñoso al bate”). Conmovido por su figura de hombre noble, caballeroso y carismático, Guillén honró su memoria con una breve y honda elegía, quizás la estrofa que le faltaba a su obra para saldar cuentas con el deporte nacional:

Así como después de la tormenta
el guardabosques sale
para saber cuál ácana,
cuál guayacán, cuál ébano
cayó desarraigado por el viento
así yo me detuve ante su cuerpo,
tronco de ramas frescas, húmedas todavía
y lloré su caída.

 Ahí viene.
Se lo llevan.
Con la fuerte cabeza reclinada
 en su guante de pitcher va Dihigo.

El rostro de ceniza (la muerte de los negros)
y los ojos cerrados persiguiendo
una blanca pelota, ya la última.33

NOTAS

1. Nicolás Guillén, “Epigramas, XXXI”, Donde nacen las aguas. Antología, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 503–504.

2. Pierre Bourdieu, Meditaciones Pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999, p. 316 y ss.

3. Fundamentalmente fuera de Cuba, como en los casos de Roberto González Echevarría, The Pride of Havana. A History of Cuban Baseball. New York/Oxford, Oxford University Press, 1999 y Louis A. Pérez Jr., On Becoming Cuban. Identity, Nationality and Culture, New York, The Ecco Press, 1999.

4. Un buen ejemplo lo es el libro de Severo Nieto, Conrado Marrero, el Premier, La Habana, Editorial Científico Técnica, 2000.

5. Ignacio Sarachaga y José M. Quintana, Habana y Almendares, o los efectos del béisbol, Habana, Imprenta La Moderna, 1892 y Raimundo Cabrera, ¡Vapor Correo! , Habana, Imprenta El Retiro, 1888.

6. Julián del Casal, “El Base Ball en Cuba”, en: La Discusión, Habana, 28 de noviembre de 1889. Se trata de un artículo para elogiar la aparición del libro de Wenceslao Gálvez. Menos conocido es que Bonifacio Byrne dirigio en la década de 1880 un semanario deportivo en Matanzas, El Bat, que era parcial del Club Progreso.

7. Wenceslao Gálvez y Delmonte, El Base Ball en Cuba…, 1889.

8. José Sixto de Sola, “El deporte como factor patriótico y sociológico. Las grandes figuras deportivas de Cuba”, en: Cuba Contemporánea. Habana, año II, tomo V, vol. 2, junio de 1914.

9. Carlos Loveira, Generales y Doctores, La Habana, Sociedad Editorial Cuba Contemporánea, 1920.

10. Enrique José Varona, “El Base Ball en La Habana”, Revista Cubana. Periódico mensual de ciencias, filosofía, literatura y bellas artes, Habana, Establecimiento Tipográfico de Soler, Álvarez y Cía., tomo VI, 1887 y Benjamín de Céspedes, “Carta Prólogo”, en: Wenceslao Gálvez y Delmonte, op. cit.

11. José Antonio Ramos, Humberto Fabra, La Habana, Letras Cubanas, 1984, p. 336.( 1era edición: 1908)

12. Alejo Carpentier, Ecue–Yamba–O, Madrid, Editorial España, 1933. En la portada aparece como “Novela afrocubana”.

13. Ídem, p.11

14. Ídem, p.121

15. Ídem, p.125

16. Roberto González Echevarría, op. cit., p. 201.

17. Ídem, p. 281.

18. Pablo de la Torriente Brau, “Dyckman Oval: meta para los atletas cubanos”, El Periodista Pablo. Crónicas y otros textos (1930 – 1936), La Habana, Letras Cubanas, 1989, pp. 314 – 318.

19. Pablo de la Torriente Brau, “Un Polo Ground Cubano en New York”, Ídem, p.358

20. Esta es la explicación que ofrece Pablo de los orígenes de la fortuna de Pompez, pero según Roberto González Echevarría, en comunicación personal al autor “Alejandro Pompez era un magnate de la bolita en Nueva York, que tuvo que ausentarse de los Estados Unidos por un tiempo para evitar ser procesado”.

21. Pablo de la Torriente Brau, “Un Polo Ground Cubano en New York”, op. cit., p. 361

22. Pablo de la Torriente Brau, Cartas Cruzadas, La Habana, Letras Cubanas, 1981, p. 85.

23. El stadium del Cerro fue construido a un costo de dos millones de pesos y su inauguración se produjo con un juego entre los equipos de Cienfuegos y Almendares, el 26 de octubre de 1946. Su capacidad total era de alrededor de 30 mil personas.

24. José Lezama Lima, Tratados en La Habana, Universidad Central de Las Villas, Dirección de Publicaciones, 1958, pp. 218 – 219.

25. Ciro Bianchi Ross, “Asedio a Lezama Lima”, en José Lezama Lima, Diarios, 1939-1949/1956-1958, La Habana, Ediciones Unión, 2001, p. 128.

26. Ídem, pp. 128-129. El juego de mayor duración en la pelota profesional cubana fue protagonizado por los equipos de Cienfuegos y Marianao, el 2 de diciembre de 1943. Duró 20 innings y fue ganado por el club que representaba a La Perla del Sur, 6 carreras por 5. Como dato curioso, al día siguiente Habana y Almendares sostuvieron un duelo de 18 entradas, sellado con empate a 4 anotaciones por bando

27. Ibídem

28. Virgilio Piñera, Cuentos completos, La Habana, Ediciones Ateneo, 2002, pp. 496-497.

29. Ibídem.

30. Nicolás Guillén, “Deportes”, Obra Poética, La Habana, Letras Cubanas, 2002, t. II, p.12.

31. Nicolás Guillén, “Allá lejos”, op. cit., p.70.

32. Nicolás Guillén, “Cualquier tiempo pasado fue peor”, op. cit. , p.78.

33. Nicolás Guillén, “Elegía por Martín Dihigo”, op. cit., p.279-280.

Félix Julio Alfonso. Santa Clara, 1972. Ensayista y profesor universitario

Doctor en Ciencias Históricas; Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba; Licenciado en Historia y Diplomado en Antropología Social. Actualmente se desempeña como Vicedecano docente del Colegio de San Gerónimo de La Habana. Ha impartido cursos, talleres y conferencias en Bristol, Olinda, Recife, Caracas, Maracaibo, Lima, San Cristóbal de las Casas, Ciudad de Guatemala, Buenos Aires, Nápoles, Xalapa y Veracruz. Ensayos y artículos suyos han sido publicados en revistas, antologías y páginas digitales de Cuba, México, Puerto Rico, Italia, Venezuela y España. Ha asistido como ponente o participante a más de cuarenta talleres, encuentros, coloquios, congresos y simposios sobre historia y disciplinas afines. Es autor de varios libros dedicados al deporte nacional, entre ellos Béisbol y estilo. Las narrativas del béisbol en la cultura cubana (2004); La letra en el diamante (2005); La esfera y el tiempo (2007) y Con las bases llenas. Béisbol, Historia y Revolución (2008).