Ciencia Ficción

El escriba

¡Loor a ti, oh, Atón del día, todopoderoso, eterno e incomprensible. Tú que existías cuando el cielo, la tierra, los hombres, no. Tú que has iluminado el Tuat con tus ojos. ¡Oh, Atón vivo que has iniciado el vivir; oh, grande de dignidad!

Yo, Imhotep, el escriba, el de dedos ágiles, discípulo de Hermes, el Tres Veces Grande, he creído conveniente contar estas cosas del principio al fin como han acontecido. ¡Que se graben en piedra mis palabras! ¡Que todo el país de Kemi cante alabanzas a ti, dios único fuera del cual ninguno existe! ¡Salve Atón!

En el año quinto del reinado de Akhenatón, Revivificador e Hijo de la Luz, el diecisiete del tercer mes de la inundación, yo, el escriba, partí hacia el país de Punt con encomiendas oficiales. Nadie sabe lo que guardan los caminos ni en qué forma aparecen las sorpresas. Nadie ha visto al único, solo mi faraón conoce al dios excelso que en su benevolencia dispuso el premio que mi ba disfrutará en el campo de los juncos.

He aquí que oscureció al mediodía, una sombra enorme descendió sobre mí, y era del tamaño de dos barcas reales. Salía fuego de una nube y la rodeaban llamas como un firmamento pequeño al alcance de mi mano… Mis palabras son pobres para definir la plenitud de esa imagen, aún mis ojos la ven cuando duermo y me alegro en lo profundo de estos hechos.

Yo, el humilde, estoy contento.

Una fuerza, no de hombre, me llevó dentro, donde todo era limpio y relucía cual cobre pulido. Tronó una voz sobre mi cabeza igual al ruido de muchas aguas. No entendí el idioma de la voz, pero me postré con las manos extendidas en señal de reverencia. El suelo me arrastraba en su corriente, y me llevaba al lugar que parecía el trono de Su Majestad, de zafiro era.

Una figura humana, diferente a las que conozco, sentada sobre él me señalaba. Sin atreverme a mirarle, entoné mis cantos en su honor.

—¡Tú surges bello en el horizonte, oh, vivo Atón, Príncipe de la Vida…!

Pero los dioses no escuchan a los hombres en su casa. Fui atado y herido con un dardo.

Clamé:

—¡Oh, Atón, eres un pozo de agua dulce para el que muere en el desierto…!

La voz se apagaba y los miembros no me respondían, sentí que mi sahu ascendía Es todo lo que recuerdo. La gloria del altísimo pesaría mi corazón y mi nombre sería grabado en el Libro de la Vida. El cuerpo no necesitaría de aceites ni de linos porque moraría en el hogar del Grande. ¡Vana ilusión! El nun no es el hogar de nadie. Solo el Único reposa sobre el horizonte.

Fui devuelto dormido. Mi cuerpo mostraba cicatrices como un odre, la mente era torpe y la lengua se enredaba embriagada. Mi dios observó el secreto de mi cuerpo corruptible. ¿Qué buscaba el mayor del cielo? No lo sé, y no pretendo preguntarle. Los hombres deben ser semejantes a sus dioses. Ya se ha escrito antes y yo lo confirmo. ¡Como es abajo así es arriba!

Nadie ha regresado de la tierra del poniente…

Yo estoy vivo… Todavía.

Raciel René Prat Primelles.