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El fin de la literatura o la secuela de Sandy

No es momento para ponerse a hablar de literatura, dijo Terencio Prada y nos miró con cierta furia, como si alguno de los presentes fuera responsable de los desastres ocasionados por el huracán que azotó la parte más oriental de Cuba el pasado 25 de octubre.

En efecto, puede que no fuera un buen momento para ponerse a hablar de literatura. Incluso, puede que no fuera un buen momento para ponerse a hablar de ninguna otra cosa. Los fenómenos meteorológicos de la envergadura de Sandy tienen la virtud de enmudecer a los cubanos (el poder destructor es algo que hace callar a cualquiera).

Sandy nos deja perplejos, fue el titular que utilizó un medio en la web que suelo visitar con frecuencia. Terencio Prada habría preferido algo así como: Sandy nos deja sin literatura. Aunque, de acuerdo con su teoría, la desaparición de la literatura cubana es anterior al paso del ciclón. Dicho de otra manera: la literatura nacional fue arrasada, no por un incidente climático, sino por diversos factores que ni siquiera él mismo es capaz de explicar y que no vale la pena mencionar aquí.

El hecho —más que triste— es que Sandy optimizó su status mientras ganaba en latitud con dirección norte y, en un punto de su trayectoria, se trasmutó de tormenta tropical en huracán, para devastar la tierra cubana como antes fue arruinada nuestra literatura (siguiendo a pie juntillas la hipótesis de Terencio Prada).

Pero existen escritores en Cuba, le manifestamos a coro. Hay gente que escribe y publica libros. Tenemos un proyecto en Internet, le insistimos. Dentro de tres semanas haremos un evento al que asistirán autores de varias provincias y que trabajan para llevar adelante sus propias iniciativas.

Una página web no es más que una distracción, sentenció Terencio Prada. Una manera de creernos importantes. Pero no pasa nada, recalcó. Nadie las lee. En el mundo global cualquiera puede abrirse un blog, ¿qué importancia puede tener eso? Ya pasarán de moda…

No se trata de una moda, intentamos explicarle. Vivimos en una era de democratización de la información. El periodismo tradicional se tambalea. La literatura, como se conoció durante siglos, se tambalea también. Las editoriales y las librerías quiebran. ¿Y qué ocurre? ¿La gente lee menos? No lo sé. Lo que parece obvio es que la mentalidad está cambiando. Cada vez hay menos lectores simples (por decirlo de algún modo), lectores que se conforman con leer. Los lectores del futuro serán interactivos. Mucha gente quiere escribir y no se contenta con leer lo que los demás escriben. Lo mejor (o lo peor) es que ya no resulta tan caro editarse un libro. Del periodismo ni hablar: tú mismo lo has dicho, Terencio Prada, “cualquiera puede abrirse un blog”… Cualquiera que disponga de conexión a Internet (N. del A.).

Terencio Prada, contrario a lo que su apelativo indica, posee un talento natural para la tragedia. Es casi una paradoja. Y que conste: me refiero a su apelativo porque Terencio no fue inscrito con ese nombre en el Registro del Estado Civil. Es solo un alias. En puridad: un nombre artístico. Una manera de presentarse al público sin ofrecer el rostro. Ah, porque Terencio, antes de hacer lo que ahora hace, era escritor también. Y tenía que firmar sus textos…

No puedo precisar con exactitud el instante en que Terencio Prada abandonó la literatura. Tal vez la literatura le abandonó a él. Esas cosas pasan. Terencio viene a ser una especie de ex–escritor, un “jubilado” de las letras, un renegado.

El asunto es que nos reunimos (hecho bastante fuera de lo común) para hablar de literatura y Terencio Prada (sea cual fuera la razón de su visita) llegó sin avisar y se introdujo en la conversación como un pez en su estanque y al cabo de media hora ya nos estaba increpando y, la verdad, señores, que no le faltaba razón: la cosa no está como para sentarse frente a una taza de café y disertar sobre literatura.

A estas alturas he perdido el hilo y apenas logro recordar el propósito que me inspiraba al comenzar este artículo. Tampoco es un artículo ni una crónica, en su sentido más ortodoxo. Le he pedido a Terencio Prada que le dé una ojeada y me ha advertido: No es un comentario, Leo, si acaso un texto de ficción. Te aconsejo, además, que ni se te ocurra publicarlo. No es momento para ponerse a hablar de literatura ni de ninguna otra cosa. ¿Será que Terencio Prada está en lo cierto?

Once cubanos fallecidos y diecisiete mil viviendas de nuestros compatriotas destruidas o severamente dañadas, son algo más que una terrible cifra. Nos daremos cita —seguramente en noviembre— para intercambiar y discutir sobre literatura en la red. El tema, contrario a lo que opina Terencio Prada, bien lo merece. Pero será cosa del futuro. En el presente guardaremos un minuto de respetuoso silencio.

Leopoldo Luis. La Habana, 1961.

Periodista, fotógrafo y narrador. Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Las Villas y Diplomado en Periodismo por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha publicado los libros de cuentos Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009), con el que obtuvo el Premio de la Ciudad un año antes, y Extraño bajo un paraguas (Editorial Capiro, 2013). Poemas suyos aparecen en el volumen El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas cubanos (Diana Edizioni, Italia, 2009). Sus relatos han sido incluidos en las antologías El martillo y la hoz y otros cuentos (Reina del Mar Editores, 2013) e Isla en negro. Cuentos de crimen y enigma (Casa Editora Abril, 2014). Fue editor y administrador del sitio web de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente trabaja como periodista de la televisión hispana en Estados Unidos.