Policial

El Novato

La idea grande, oh, señor, eso se lo juro sin cruzar los dedos, fue de Roberto, el Tigre Bondad. Sí, sí, señor, el apodado Tigre Bondad por los tipos duros de la farándula. ¿Por qué el alias? No sé, supongo que primero ponía el grito, daba el gaznatón, ganaba el espectáculo y luego pa relajar la cosa ponía un poco de bondad. Yo no sé bien, pregúntele… No, no, Fantomas se fue embullando hasta que puso de su parte. Eso se lo juro como que me llamo José Izquierdo (así, solito, sin alias) y aun más se lo juro por esa pura que me parió hace diecisiete años y está llorando porque sabe que soy un inocente.

Uno está en la disco envuelto en peste de mil cigarros, ron, cerveza, reggaetón. Imagine usted la liga. Uno está rodeado de gentes que se creen cosas. Negros que se creen monstruos del más allá. Blancos que se creen los duros del peliculón, y hasta chinos, señor, montones de chinos que no se saben ni de dónde salieron pero que todos los días almuerzan y comen en paladares para después en la disco gastarse lo que les queda sin temblor. Uno está de trago y el cerebro confunde. No hay medida. El más barato, figúrese, es el Club Añejo Blanco que casi es parecido al noventa de farmacia. El tipo te la teje suavecito hasta nublarte. De eso no lo salva a uno ni la mismísima que lo parió. Uno se raja y punto, la suerte se te vuelve carne res: pura desgracia.

Uno por ahí creyéndose la sombra de Aladino pero sin cafetera que frotar. Y qué carajo cafetera si el Tigre lo que tiene es una fábrica de pata cabra con dos tíos babalaos, otro teniente coronel en la cima de la jugada y una tía secretaria en el mismísimo tribunal. Eso le da a uno por confiarle a la cabeza tongón de boberías. Mucho sueño de creerte que no te toca ni el agujero de esa capa, dice el Tigre es de Abono, rayo sé. Pero uno ahí, confiando en las palabritas extrañas del Tigre. Uno no entiende ni jota y por eso, por eso esas palabras extrañas del tongón de libros que se lee envuelven a uno, lo engatusan por uno no saber de esas cosas. Uno ni siquiera lee la programación de la tele en los periódicos.

Fue así que me enredé o me enredaron. Lo otro, eso que dice Tigre Bondad es pura ficción, librito por medio. Créame, pregúntele a Janet cuando salga de su vuele. Usted debe imaginar que soy un novato al lado de ellos, como también sabe que a ese Tigre le han tirado sus toallitas, ¿eh? Por suerte, yo nunca he estado en un sector ni debo nada a los tipos de las togas.

Uno tiene la edad de no ser controlable por mami, ni papi ni espíritu santo. Menos aun cuando uno tiene hermanos hasta para hacer mortadella, como dice el Tigre. Uno ríe y él goza por ser único hijo, viajando, mamá desempercudida creyéndose Madonna, dinerito al por mayor para comer, ¡uff!, hamburguesa de verdad, trapo siempre al día y los CUC para la disco mientras uno se remuerde por no tener una madre así como la suya. Pero bueno, no queda más remedios que oír, lamentarse, y hacerle los favores al Tigre porque contigo se la gasta. Con diecisiete es difícil llegar de sopetón y decir: no voy hacer un alcahuete, ni tracatán, mucho menos mamalón… porque hasta sus mamaítas hay que darle a las circunstancias. De lo contrario duras poco, te mandan a matar los mismos brothers, te viran a medio mundo y hasta algún que otro poli, usted disculpe. Es así como uno va cogiendo tamaño de bola. Es así como poco a poco van apareciendo tus chavitos, tus trapos a lo origen, tu imprescindible prenda, tu mucho de suerte con las putas que ahora sí te miran porque tienes la apariencia que hace falta y aunque son otros los tiempos todavía esas cosas determinan. Se lo digo, ya nada es como antes. Antes cualquier putica en una semana Habana-Varadero te forraba de baro hasta donde usted imagina. Parecía que aquello era el autorizo. En cualquier esquina un yuma llegaba y sin lío, su aporte por lo malísimo de la situación salvaba la honra, no ya de lo que se veía en la cara de una mamá o un papá, sino la otra honra, la del estómago. Ahora todo es susto. Las leyes, dice el Tigre, de tan inspiraditas y afiladas se tragan unas a otras. La camisa de fuerza que le ponen al invento no la zafa ni un tal Houdini. Todo es complicado. Bien difícil que una madre como la de Janet, no dudo que exista pero bueno, llame a un sonao como hace diez años llamó la mismísima al Tigre para implorarle, que por el amor de Dios “búscamele un yuma a la niña, ten en cuenta que es virgen”.

Lo mío es tirar cojón palante y vender hasta la línea del Ecuador si es posible para buscar los cuatro pesos. Esa es la cuestión y el motivo de mi ajuntadera y la desgracia de ahora estar mareándolo con estas cosas. Pero le advierto, y se lo juro por esa pura sin cruzar los dedos, lo mío era la venta de ropita para buscar el diario, nada más. Eso del arma blanca ni por mi mente pasó, son cosas de gente que vuela alto, qué volar alto es cosa de profesionales y yo soy un novato, un menorcito.

Sí que la Janet en la disco nos sentó en la mesa y sin tacañería nos la puso. Sí que sabíamos algo de que antes de enganchar al italiano era putica número uno del Tigre, pero hace tiempo. Sí que algo dijo al Tigre antes de irse solita, a la europea, sin compromiso, no quiero guara, lo pasao pasao, chao, bay, discorso di commiato. Algo de ella llevaba el Tigre en la memoria, porque su cara quedó a medio hervir entre la furia y lo complaciente. Pero a uno ni importarle esas cosas. Uno mira y calla, nada más. Luego la bronquita de siempre en la disco de siempre con los guapos-pepillos de nueva generación poniendo de su parte y al final un muertico que el pobre con nadie se metía, di tú, por defenderle el culito a una socia de su cuadra, ¡zas!, vayan cuatro punzonazos y el mundo sigue igual… Igual no, pues dice el Tigre que sus zapatos costaron doscientos euros en no sé qué continente y que vámonos para el carajo que el Santa Clara este es una mierda y que cojones allá en La Habana el mundo es otra cosa y nosotros inflaítos así y guapetones, ji, ji, ji, cogiendo la botella y, casi sirviéndole de guardaespaldas a sus zapatos, lo protegimos echándolo para un rincón, ji, ji, ji… hasta lograr salir.

El Tigre es un sonao pero odia los Servi-Cupet de madrugada. Tiene razón. Allí es casi seguro que siempre se forman las bronquitas y aparecen con más facilidad los objetos punzantes que ponen a cagar al que lo toquen por un costado, digo, cuando menos, pues si el que guía el misil está inspiradito con el alcohol puede que su mano se esfuerce y mande al desdichado a los baúles de la Parca que bien sabe en nadie cree, mire usted. Por eso el Tigre, el Fanto y yo nos fuimos para el parque. El Tigre le descarga a eso de la trova, o por lo menos se sienta y habla y no hay quién pueda con él en eso de cantar al tal Sabina que dice es un loco y yo siempre chispiao y vista larga, y loco es el maricón de la guitarra que creo ya te mira pero el Tigre es un sonao y me suelta una de esas palabritas que lo resguardan, algo así como no sea preé…juicio…so, ¿puede ser?

Lástima que después de lo del Sabina nada fue normal o por lo menos se nos hizo anormal el cerebro con la botella que apareció por un costado así de simple. Yo no quería por temor a que entre rockeros, trovadores y hippies es más que dudoso el contenido. Puede que uno saboree aguas albañales, cloruro de amonio, Tiburón del Desierto, o si están en trance a lo mejor un inspirado de manito suelta se haga el héroe y compre con algo hurtado a su familia un decanito bautizado en el bar Rincón Azul. Usted sabe… pues le repito que yo no quería pero el Tigre con su vuele de Sabina empecinao nos pasaba la botella y entre verso y verso usted ya es un hombre y vuélvase a empinar y Fanto usted también asuma que conmigo se es hombre y ahora la canción de la Magdalena: “entre dos curvas redentoras, la más prohibida de todas las frutas, te espera hasta la aurora” y después de la tal Magdalena la otra va por mí pero Añejo Puto Blanco para que siga el mundo do, re, mi, hasta el infinito… Qué vuele más fula, dije en voz alta pero el Tigre ni oyó, menos mal.

Casi eran las cinco cuando el botero pregunto a dónde van. El Tigre decidió y en diez minutos el timbre de casa de Janet casi se quema. ¡Y qué casa! ¡Y qué televisor de marca Plasma!, pues cuando el Fanto le pregunto ella le dijo: “es un Plasma”. Es verdad que los yumas se mandan cada nombre. Ellos serán malos y todo pero se mandan cada nombre…, usted disculpe.

—¿Qué me dijiste? —preguntó el Tigre sin que mediara otro teque.

—Nada, que eso fue hace milenios —contestó Janet, sirviéndonos de una botella Johnny Walker.

Lo de uno no es estar oyendo ni interrogando ni andarse con adivinamientos de hace un carajín. Lo de uno es pecho, ponerle el alma al negocio y ver si a la larga uno da su viajecito. A uno ni importarle esas cosas. Uno mira y calla para bien, usted sabe.

La Janet vestía transparente, imagine usted. Una bata de casa hecha en el Yuma o en Europa como dice ella, y vendida en Europa, y hasta comprada en Europa con euros, usted debe imaginar lo que la cubría. Ella miraba al Tigre de arriba abajo. Se sentaba frente a nosotros sin importarle el mundo, cruzaba los pies frente a nosotros sin importarle Europa, dejaba intencionalmente los dos últimos botones de la bata desabrochados sin importarle Cuba y, cuando se inclinaba para servirse, el mirar de nosotros llegaba hasta los pezones sin importarnos silicona y mucho menos Santa Clara y ni remotamente la madre que dijo llegaría a las ocho para acompañarla al dentista.

El Johnny Walker la relajaba hasta donde relajarse es desafío. Yo me decía que a lo mejor en Europa la cosa era así, lo reciben a uno así, se la tejen a uno así, lo consuelan a uno así. El desarrollo tiene sus mañas y como desarrollo es Capitalismo, creo yo, pues los países industrializados son unos hijoeputas por no compartir lo mucho que tienen con los pobres, porque cómo es posible, por ejemplo, que los malnacidos no compartan sus cines porno y clubes porno y lugarcitos donde uno pueda democráticamente y sin rubor sintonizarse al calor de unas lesbianas. Cómo es posible que sean tan avariciosos y no compartan con estos pobres de acá que ni siquiera al pan de la cuota debemos la sobrevida. Uno piensa en Europa y la ve grande en la mente, la ve con muchos países industrializados y con muchos pobres y ricos, como en todas partes. Uno supone cosas y de tanto suponer piensa que si están industrializados es porque la gente trabaja de verdad, y donde la gente trabaje de verdad y gane de verdad y no se meta en lo que el vecino esté haciendo con su verdad, pueda por la noche hasta industrializarse el culo si le da la gana, usted disculpe.

Yo pensaba en eso y el Fanto creo que me seguía con la mente pero al Tigre el Johnny Walker lo centrifugó. Con una marcha atrás de esas que hipnotizan sacó a Janet de Europa y pinga el desarrollo pa to el mundo y nosotros que ji, ji, ji… La pobre, luego del piñazo en el abdomen y aquella frase trágica de a mí las perras no me cogen de punto, quedó retorcida en el sofá y con el caos navegándole de que por qué si estaba ofreciendo no fue recíproco con ella a la sana.

Luego de otro vaso el Johnny seguía haciendo de las suyas. El Tigre subió la música y Janet que por favor, los vecinos. A uno ni importarle esas cosas. Uno mira y calla para bien.

El Tigre había dejado escapar la Bondad y por lo menos a mí la curda se me fue. Abrazó la nuca de Janet livianamente y su tono era una mezcla de venganza con recuerdo: “Puta, ya olvidaste que yo fui quien te dio vida, quien te dio todo lo que sabes en este ambiente. Por mí te casaste con el italiano y por mí vives en Italia. ¿Ya se te olvidó? Tú y la puta alcohólica de tu madre tienen lo que tienen por mí. ¿Es que ya no recuerdas todo lo que tuve que invertir en ti para que te desempercudieras, para quitarte todo aquel churre de trece años? ¿Ya no te acuerdas? ¿Quieres que te refresque la memoria? ¡Oh, so estúpida, cómo la abundancia te borra los recuerdos! ¿Quién fue la niñita que vino llorando ante mí porque su mamita besaba a otra mujer? ¿Quién fue? No, no fue mi abuela. Tú sabes quién fue. ¿Quién te ayudó? ¡¿No me digas que olvidaste quién te ayudó!? Si tú no recuerdas nada yo sí, todo lo recuerdo. Cuando hablé con el zonzo de tu primo y se formó el escándalo. Y a tu madre importarle un comino, hiriéndote en el alma. Dejándote al amparo de esa hipócrita tía paterna para andar por ahí en lo suyo. Luego tu tía te soltó lo de la economía: cada día la cosa está que arde, figúrate… Entonces me buscaste porque otro era tu destino con este mesías. A mí me lo debes todo porque el dinero lo es todo. A mí debieras de agradecerme la rehabilitación de tu madre, los yumas, las prendas, los viajes. ¿Me oyes bien, estúpida?”.

Dijo más y con palabritas más bonitas, pero yo no leo, señor. Yo no sé ni jota de captar y después decir. Eso es cosa de gente ilustre como el Tigre Bondad que bien se lee un libro en casi un día cuando está pa eso.

Sí que se puso agria la cosa cuando el Tigre le pidió quinientos euros: “¡Ay, mujeres, mujeres, quién las entiende!”, dijo sacudiéndole los hombros, pero sin violencia. Se negó a discutir. El Tigre, con otro trago en las neuronas, se corrió con sigilo hasta entrar en un cuarto. Janet al instante lo siguió. Discutían. En el punto del forcejeo la camisa del Tigre se rajó y ya era otra la Janet de regreso con un ojo imagino viendo estrellitas de muchos colores en algún carnaval de Europa.

Ahí comenzó la segunda parte de esta historia. Él y el Fanto fueron los de la idea cuando se les puso lejos la mascá. Un runrún como de pastillas olí en el ambiente. Aquello no me gustaba pero imagínese, es el Tigre. Sé que alguna maldad hizo en el barcito de la casa cuando preparó los cuatro tragos bien llenos hasta arriba, porque él y el Fanto tejieron algo con los ojos, algo que la Janet pudo descifrar pero hasta ahí, pues el Tigre de mirarla la puso en cuarentena. No me di cuenta de nada hasta que el Fanto dijo que ahorita estaban en la cola de un tal Cometa Halley comiéndose las mejores McDonalds de este mundo. ¿Qué hay? ¿No vas a darle? Le contesté al Fanto que lo mío era solamente el tráfico discreto con lo que traía el Tigre de afuera, la venta, la búsqueda del diario. No hizo hincapié pero el Tigre Bondad me reprendió: “edad tienes para un feliz comienzo”. No pude decir que no. No hallé fuerzas para negarme. Con lo bien que se portaba conmigo, con la vida que me daba en el negocio, ¿con qué cara le decía que no iba a probar aquello, si mis pretensiones eran pasar por todas para lograr ser un duro en la farándula? A Janet la amenazó y fue por gusto, estando en cuarentena el líquido pasó por su garganta y ni el esófago pudo percatarse.

¿Lo que vino después, señor? Pregúntele al Tigre y al Fanto si no estoy en lo cierto. La Janet que no y el Tigre incitándola primero y obligándola después a que fuera desnuda para el cuarto. Ella discutía. En cuarentena y todo pero la muy brava discutía. Dijo que con violencia ni cojones y que ni volviéndole a echar mil pastillas a la bebida lo iban a lograr. El Tigre aseguró lo que quedaba de camisa sobre el puño y ella tradujo con exquisitez aquel mensaje aunque con la bata de casa puesta, sí, sí, señor. Antes del Tigre entrar al cuarto hizo un aparte con Fantomas. El segundo reía mientras me incitaba dulcemente a que yo también mordiera la manzana. L e dije que no, que conmigo no iba eso. ¿Si a la tipa le da por acusar? Me consoló diciéndome que de los cobardes no se ha escrito nada: “Esto se ha hecho montones de veces y nunca se ha dado un escache, ¿qué pasa?”. Casi que me convence cuando llegó la primera trompá del cuarto. Ahí mismo dije un hueco sí, pero lo de la manzana, eso de la mordida, ne.

Janet de ninguna manera a quitarse la bata de casa con música de fondo. Bailando y despacito, quería el Tigre. Pero quién ha visto semejante cosa. Es lo mismo que si los afganos después de tanta descojonazón se pusieran a bailar hip hop con los yanquis, más o menos.

Fui ahí que asumió el Tigre y dijo que por sus bolas que sí. Ella comenzó a hacer algo conocido. Se lamía la punta de los dedos o por lo menos aparentaba hacerlo como él quería. Iba quitándose la bata y cuando ya uno pensaba en… se cubría otra vez para torturarlo, pienso yo. Era algo loco. Sus manos tentaban. Abría los pies, se acuclillaba, sugería otras posiciones. Cogió un calentico de una gaveta y se lo colgó allá en la pelvis pero bien empujadito, desafiante. Otra vez el calentico para abajo pero sin intención, a medio ir. Fue entonces que el Tigre no pudo con su paciencia y atacó justo a la novilla en zona baja abracando con su mano la gran manzana, y no estoy diciendo New York. La removía bruscamente, le daba trompones diciéndole “hazlo con gana hijaeputa, hazlo, sabes que me encanta verte agresiva”. Al Tigre darse cuenta de que la tipa navegaba en la ficción dio el fulminante por el ojo y ella puso de su parte, imagino, fingiendo ser al natural.

Al terminar, Bondad miró al Fanto y no hizo falta ni palabra. El Fanto le rogó que primero la niñita fuera al baño, que no era ningún cochino. El Tigre dijo que no fuera tan comemierda y él que estaba bien trepándosele encima. La Janet casi ni lloraba porque el Tigre la había embuchado perra sobredosis, dijo, para que aprenda a respetar a los hombres. “Ya usted ve, José Izquierdo. Alístese para ir sobre Pegaso a combatir a la Quimera”. Yo no sé ni jota. Nunca me he leído completo ni mi carnet de identidad, pero eso de combate me sonó a algo sucio. Dije que no, lo único que iba a hacerme… “Aquí todo el mundo tiene que mojarse, si no, conmigo no andes más”. Decirme eso el Tigre Bondad, toda una leyenda y con lo bien que desde hacía un tiempito me iba en su negocio. Claro, yo le iba a decir que me dejara solo, que era mi primera vez, que mucha pena; pero en realidad mi objetivo era quedarme solo con la pobre para decirle que lo sentía mucho, no pude evitarlo, para que cuando ellos entraran dijera —si es que podía, señor— que sí lo hice. Le juro que esa era mi coartada cuando la Janet empezó a echar espuma por la boca y a sangrar por la nariz. Y sentimos la puerta de la calle, alguien llamándola, el Tigre en tacacillos, el Fanto aún sin terminar y yo, señor, con los nervios bloqueados detrás de su camita. Justo cuando iba a preguntar qué hacer, la madre, viéndonos en aquella forma y no pudiéndose aguantar por sí misma, se desmayó en la puerta del cuarto.

Fue así que me enredé o enredaron. Lo otro, señor, eso que dice ahora el Tigre Bondad, eso es pura mentira. Pura ficción si dice que yo traía la navaja e hice las cortadas en su rostro para que Janet nos dieras dos mil euros. Yo no vi ni sangre, créame. Lo mío era la venta a lo discreto, la búsqueda del baro y llevarme bien con los demás. Pregúntele a mi madre, ella puede hablar de mi inocencia. Por favor, teniente coronel, deme un poco de agua.

Carlos Alberto García Pentón.