Ciencia Ficción

El sueño del A380

Serie Transporte

El todoterreno autopilotado patinaba a gran velocidad por entre las dunas del desierto, dejando a su paso una larga estela de huellas de neumático. R, en el asiento de atrás, estaba radiante de alegría. Por fin cumpliría su sueño de volar a bordo de un Airbus A380, el avión más grande que hubiera alguna vez.

En la distancia se podían ver los edificios de la ciudad de Dubái. Parecían remotos espejismos. El que más destacaba era la torre Dubai K2, que habría sobrepasado las nubes si las hubiese en aquel cielo seco, donde el sol y los pájaros eran lo único que animaba la azul monotonía. Dubai K2 era el edificio más alto del mundo. A su lado había uno más pequeño que apenas le llegaba a la mitad y que, además, estaba inclinado como lo está la torre de Pisa. Era el antiguo y decadente BurjKhalifa, conocido como BurjDubai durante su construcción. Una vieja aguja que, como el Dubai K2, también había sido el edificio más alto en aquella época donde los rascacielos se construían por sport.

El todoterreno se coló por entre dos dunas pequeñas y emergió de un salto hacia una llanura extensa, cuyos límites desaparecían en el horizonte. Allí, en medio de la nada, había un aeropuerto. No había carretera alguna que llevara a él, como si hubiese sido arrancado de algún otro lugar y colocado en medio del desierto.

R era el dueño de ese aeropuerto.

Posado en un extremo de la extensa pista aérea, descansaba el anhelado Airbus A380. R, de tanta alegría, parecía estar drogado por una suerte de mezcla de LSD, luces anisotrópicas y música subliminal. La inversión había merecido la pena. El todoterreno aceleró, como si absorbiera el estado de ánimo de R, y en pocos minutos ya cruzaba de lado a lado la ancha pista, justo por delante del solemne avión. Por fin parqueó frente a un ancho edificio de tres pisos, todo de cristal. La fachada, como un gran espejo, reflejaba el azul del cielo.

―Ha llegado a su destino ―advirtió la voz sintética del auto.

Sin dejar de contemplar embelesado al hermoso avión, R bajó y entró al edificio. El interior estaba repleto de personas que iban de un lugar a otro, conversaban en medio de la multitud, hacían colas para comprar los pasajes, esperaban su vuelo desde los asientos, miraban los hologramas flotantes, comían, bebían, echaban siestas… R estaba maravillado.

Siguió unas saetas de luz que había en el suelo, que eran azules al principio, pero conforme avanzaba se fueron haciendo rojas, hasta que llegó ala ventanilla donde se sacaban los pasajes.

―Buenos días, señor ―dijo la rubia detrás de la ventanilla― ¿Qué vuelo desea?

―El de las tres, por favor ―respondió él.

La muchacha le dirigió una sonrisa y un guiño, y empezó a mover las manos en el aire, manipulando la interfaz de usuario neuro-interactiva que solo ella podía ver y sentir. Encima de la ventanilla, una pequeña cámara disparó un flash.

―Registro facial terminado ―dijo la mujer con una sonrisa―. ¿Procedo con el pago?

―Sí, gracias.

―Pago completado, señor. Trescientos diecinueve bitcoins. Ha sido registrado en el vuelo de las tres.

―Gracias, bonita.

―Gracias a usted por usar nuestra aerolínea ―respondió ella con una sonrisa y otro guiño―.¡Buen viaje!

R eligió un asiento vacío y se arrellanó en él, contemplando con deleite lo bien que había quedado construido su propio aeropuerto. Unos diez minutos después, una voz femenina resonó en todo el local, informando a todos los pasajeros del vuelo de las tresque ya podían presentarse en la puerta ocho. R se levantó de un salto yse dirigió al lugar indicado, en el que se había formado una pequeña cola de espera.

Poco después, ya estaba sentado en un asiento categoría turista (nunca le gustó la categoría de lujo) dentro del avión comercial más grande de la historia. Ya a nadie le interesa construir aviones así, pensó. ¡No puedo creer que estoy dentro de un A380!

En el espaldar del asiento de enfrente, había una pantalla LED. ¡Una pantalla LED! Mostraba unos dibujos animados de cuando R era niño, de cuando aún había dibujos animados. Una aeromoza (una fantástica trigueña que lo dejó loco) le tocó un hombro para informarle que el avión estaba a punto de despegar. Él le dio las gracias. Ella le preguntó si deseaba algo, pero élnegó con la cabeza. Sin embargo, se arrepintió al instante y pidió una botella de gaseada.

El despegue fue muy suave, casi imperceptible. R no podía contener la emoción. Estaba tan contento que sacó su porrito de marihuana y lo encendió. ¡Él podía hacerlo! Pronto quedó envuelto en una nube de humoy no tardó en sentir los efectos. En ese estado, se levantó no supo ni cómo y fuedirecto al baño.

Antes de entrar vio a la trigueña, que venía con el pomo de agua en la mano.Ella, con una sonrisa, fue a entregárselo, pero R se lo tumbó de un manotazo, le agarró la mano, se la besó como si estuvieran en el siglo XIX, abrió la puerta del baño, lanzó adentro a la mujer, se metió él y trancó el pestillo. Durante casi diez minutos, todo el que pasaba frente a la puerta del baño podía percibir los gemidos y aullidos que provenían del interior. Entonces salió la aeromoza yluego R, con una sonrisa de satisfacción.

Entonces hubo una fuerte turbulencia que lo lanzó contra una pared. Con ganas de vomitar, R se tambaleó por entre los asientos en medio de las intensas sacudidas.Los demás pasajeros estaban histéricos. Una vieja no dejaba de gritar mientras su hija hacía de todo para calmarla. Una niña aterrorizada miró a R con ojos suplicantes. De pronto, hubo una sacudida tan fuerte que R se elevó doce centímetros sobre el suelo, mientras caían de forma alarmante las máscaras de oxígeno a lo largo del avión.

Por fin la turbulencia cesó y todo el mundo empezó a calmarse (más o menos). Restaba furioso, realmente furioso. Quería saber quién era el imbécil que estaba arruinando su fantasía, así que decidió ir a la cabina de mando. La trigueña, con el pelo revuelto, regresaba tambaleándose y ordenando a los pasajeros que permanecieran en sus asientos. R la ignoró.

―¡Señor, vuelva! ―le suplicó ella.

Pero él siguió adelante.

Cuando cruzaba el bar hubo otra sacudida, más violenta que la anterior. R cayó al suelo. Un palo de billar le cayó en la espalda mientras un montón de bolas de diferentes colores aterrizaban peligrosamente a su alrededor. Podía oír los gritos de la gente y el crepitar de las copas que se rompían en el suelo. Pero esta vez, por suerte, la turbulencia fue breve. Al cesar, Rya ni sentía los efectos de la marihuana. Se levantó quitándose de encima el palo de billar, soltó una maldición y siguió su camino.

Cuando por fin llegó a la cabina, se encontró al piloto, al copiloto y al navegante discutiendo acaloradamente.

―¿Qué coño es lo que pasa aquí, partida de imbéciles? ―bramó.

Los hombres hicieron silencio, lo miraron y luego se miraron entre sí. Ninguno se atrevió a hablar hasta que el copiloto, por fin, dio un paso al frente. Primero, pidió disculpa por las “molestias” ocasionadas. Luego, recitó una monserga ininteligible de términos aeronáuticos y cosas por el estilo, quepor supuesto R no entendió. El navegante interrumpió al copiloto y explicó la situación de una forma más simple. Manifestó que la nave se estaba comportando de una manera extraña y que actuaba fuera de control. Señaló con un dedo las pantallas de la cabina. Éstas parecían haberse vuelto locas. Las agujas de los indicadores giraban sin control, los números corrían como los de las tragamonedas de los casinos, el altímetro mostraba una altitudimposible y la brújula brincaba sin cesar entre los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, el avión parecía volar ahora con mucha normalidad.

―Debe ser una tormenta geomagnética ―dijo el navegante―. El timón no responde, las pantallas táctiles no responden, nada responde…

R miraba las pantallas, pasmado. Se sentíala persona más miserable del mundo. Su sueño estaba arruinado. Lo que debía ser un goce, se había convertido en el infierno.

Entonces hubo otra turbulencia, la más intensa de todas. R cayó sobre el piloto. Éste último se desplomó encima del panel de navegación. El navegante chocó contra una pared y el copiloto salió disparado hacia la otra. En medio de las fuertes sacudidas, R pudo ver que la cabeza del copiloto se había hecho pedazos. Los cables escapaban de su interior soltando chispas. El navegante también tenía roturas. Un desgarrón en la frente dejaba entrever el cráneo de metal. El único que al parecer no había sufrido daños, era el piloto.

R empezó a sentirse cada vez más más ligero, hasta que de pronto sus pies se elevaron del suelo y se vio flotando junto con todo lo demás en la cabina.

El avión caía en picada.

R comprendió que todo había terminado. Maldijo la hora en que había pagado setenta millones de bitcoins para construir aquella fantasía que al final había sido un desastre.A través del cristal de la cabina pudo ver cómo el avión iba de lleno contra una torre inclinada de acero y metal, a cuyo fondo se dibujaba el horizonte desértico. Era el BurjKhalifa, que se aproximaba cada vez más rápido…

Luego, todo se hizo negro.

ERROR DEL SISTEMA.

¿DESEA REINICIAR LA SIMULACIÓN?

R, cansado ya de tantas desilusiones, abortó la simulación. Ya no quería saber más de realidades neuro-interactivas ni de sueños computarizados. Pensó que ya era horade empezarde buscarse un trabajo en la vida real, a ver si le iba mejor.

Adolfo Nelson Ochagavía. La Habana, 1991.

Estudia en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). Ha publicados cuentos en la revistas Qubit, Korad y Juventud Técnica, y en las antologías Tiempo Cero e Hijos de Korad (bajo el seudónimo “Sideral”). Fue 2do premio del concurso Juventud Técnica 2010, mención en categoría de cuento fantástico del Oscar Hurtado 2011 y mención en la categoría de cuento del Mabuya 2014. Se graduó en el Curso de Técnicas Narrativas 2013-2014 del Centro de Creación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Es miembro del taller Espacio Abierto y del grupo El Ariete.