Narrativa

En brazos de la mujer casada

En brazos de la mujer casada
En brazos de la mujer casada

La cabeza es traicionera y te deja caer algunas ideas que no son ciertas. La rabia no es de ahora. La ansiedad no es nueva. Desde los once o doce años ya tenía la misma ansiedad. Es como si padeciera una enfermedad que hace que me cueste vivir como una persona normal. De adolescente trataba de llenar el vacío, los días, con cualquier cosa que pasara. Era como si fuera un niño barroco, con miedo al horror vacui. Llenaba mis días con boberías, buscar el pan, ir al cine, llegarme a casa de mi tía. La existencia dolía y tenía que inventarme algo para aliviarla. Una especie de acontecimiento tonto que me sirviera como morfina. 

Luego, pasé por varias escuelas, varios proyectos, varias mujeres; y creo recordar el pasado como un tiempo mejor. Pero la verdad es que estoy seguro de que estaba igual de ansioso y molesto. Lo que pasa es que sí, entonces tenía más gente a mi alrededor, gente que me acompañaba y me ayudaba. Gente morfina. 

Dos de mis grandes amigos, que ya no viven aquí, se acercaron a sus cuarenta años estando aún en la isla. Yo todavía no llegaba a los treinta y recuerdo bromear y burlarme de ellos. Los dos, habían logrado una obra, y de alguna manera sentían que el techo ya les rozaba la cabeza. Habían llegado a un punto en el que no podían hacer más nada. El país se les había quedado chiquito y la vida continuaba. No estaban enfermos ni iban a morir. Uno de ellos me dijo: al llegar a los cuarenta la vida parece que se va a acabar, pero la muy cabrona sigue y sigue. 

Bueno, la cosa es que los dos tenían que reinventarse, y lo que hicieron fue irse del país. Empezar de cero en otras tierras. Antes de partir, estaban como yo, muy presentes en las redes sociales, incómodos, tratando de darle un rumbo a sus carreras, pero de nada iba a servir eso. Tenían que pasar a lo próximo. La vida aquí se les había acabado. Uno estaba alcoholizado y usaba unas gorras muy graciosas. El otro, lo único que hacía era criticar a los ministros y a los que gobiernan desde su Facebook. Esta gente se fue y ahora no sé si son felices, no sé si siguen ansiosos; quizá tienen otro tipo de ansiedad.

Carlos Lechuga. La Habana, 1983.

Cursó estudios en el Instituto Superior de Arte y se graduó de la Escuela Internacional de Cine y Televisión. Ha trabajado como director, guionista, script doctor y ghostwriter. Sus dos largometrajes Melaza y Santa y Andrés se estrenaron en los festivales de Toronto, Rotterdam, San Sebastián y han recibido varios premios internacionales. Sus obras además se han presentado en bienales de arte en La Habana, en ARCO Madrid, en el Museo Reina Sofia y en el MOMA. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solas, Juan Carlos Tabío e Iciar Bollaín. En la actualidad sigue en La Habana tratando de levantar los fondos para su nueva película Vicenta B. y escribe crónicas y entrevistas para varias revistas culturales. En brazos de la mujer casada es su primer libro.