Ensayo

La Avellaneda y Canarias

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Tanto Cuba como España, hace más de cien años, han estado reclamando como suya la destacada figura de la novela, teatro y  poesía del romanticismo Gertrudis Gómez de Avellaneda, precursora de la novela hispanoamericana y del feminismo en España.

Se acostumbra a encasillar a toda personalidad destacada, ya sea artística, política o en cualquier otra esfera, por su lugar de nacimiento, independientemente dónde haya desarrollado su obra. Nadie escoge el lugar y situación socio económica para nacer, pero sí donde trabajar su profesión. Por ello, no tienen por qué estar relacionada la una con la otra.

La Avellaneda, nació el 23 de marzo de 1814 en la antigua Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, Cuba, entonces colonia española, con ascendentes por la parte paterna, de Sevilla y por la parte materna de la isla canaria de Lanzarote y el actual País Vasco.

Emigra con su familia a España cuando contaba veintidós años. Al comienzo de este viaje compuso uno de sus más conocidos poemas, el soneto Al partir una composición antológica por excelencia, marcada por el desgarramiento existencial y que encabezará su producción en el futuro. Primeramente se establecieron y es donde emerge como poetisa escribiendo sus primeras composiciones en La Coruña. A pesar del ambiente discrepante que vivió, mantiene una relación amorosa con el hijo del capitán general de Galicia, pero el noviazgo se rompe porque el joven no consideró oportuno que su novia se dedicara a escribir poesías. De La Coruña pasó, junto a su hermano Manuel Gómez de Avellaneda, a Sevilla. En la capital andaluza comienza una serie de publicaciones firmadas con el seudónimo La Peregrina, por donde comenzó a ser reconocida y estrena en Sevilla su primer drama Leoncia, en 1840. Al año siguiente publica su primera colección de versos, bajo el título Poesías, donde aparece su soneto Al partir.

En el Liceo Artístico de Madrid leía sus poemas con gran éxito, la prensa se ocupaba de su trabajo literario y de sus obras de teatro, mientras comienza a relacionarse con el mundo de la cultura y las artes. Entre sus seguidores y amistades literarias se encuentran el laureado Manuel Quintana (1772-1857) —a quien Isabel II coronó como poeta insigne en 1855, acto en que Avellaneda leyó una oda—, José Espronceda (1808-1842), Juan Nicasio Gallego (1777-1857) y otros que se convirtieron en sus protectores y amigos. Se dice que ante la marcada personalidad de la poeta, Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873) pronunció el comentario ¡Es mucho hombre esta mujer!, un auténtico piropo en aquellos años, a pesar de su sesgo machista.

Los biógrafos de Gertrudis Gómez de Avellaneda nos descubren a una mujer de amores muy profundos, sangrantes y apasionados y sin miramientos de los decires pueblerinos. Su entorno familiar tampoco le fue favorable; se cuenta, por ejemplo, que su padrastro “la acusaba de atea por leer a Rousseau y señorita sabihonda”. Entre esos amores profundos y dolorosos se encuentra Ignacio de Cepeda y Alcalde en 1839. A este gran amor le dedica poemas y cartas apasionadas, mientras Cepeda le mostraba una marcada indiferencia amorosa.

En 1844 conoce al poeta sevillano Gabriel García Tassara (1817-1875), del cual queda embarazada, pasando a engrosar el difícil elenco de madres solteras de mediados del diecinueve. En 1845 nace su hija María, que ella llama Brenhilde, quien fallece a los seis meses. De nuevo, dolor y desesperación se apoderan de la vida de la escritora. Pese a los ruegos de la joven, el padre de la niña se niega a conocerla, aún a sabiendas de que llegaba su final.

Aún con toda esta vida cargada de sinsabores, la pluma de Tula no cesaba de escribir poesía y novelas. Entre sus obras más conocidas merecen citarse: Sab (1841), la primera obra antiesclavista y escrita por una mujer;  Dos mujeres (1842-1843), obra donde defiende el divorcio como solución en una relación no deseada; la obra de corte social Espatolino (1844), donde denuncia la situación en que se encuentra el sistema penitenciario de entonces; y Guatimozín (1845). Tula también abarcó artículos sobre costumbres y leyendas: La dama de gran tono (1843) y La baronesa de Joux (1844). En 1844 estrena dos dramas: Alfonso Munio, con un triunfo apoteósico, y El príncipe de Viana; dos años después, Egilona. En 1845 figuró entre los escritores de mayor renombre de su época, convirtiéndose en la mujer más importante de Madrid, después de Isabel II.

En mayo de 1846 se casa con Pedro Sabater, Gobernador Civil de Madrid, aquejado de una enfermedad, muriendo tres meses después. A raíz de ello, se inclina hacia la religión católica, reflejándolo en su obra; y publica Manual del cristiano y dos elegías que se cuenta entre lo más destacado de su producción poética.

Entre los años 1849 y 1853 pone sobre los escenarios españoles siete obras dramáticas: Saúl (1849), Flavio Recadero (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852) y La aventurera (1853).

En este último año, sus amigos y admiradores la proponen para ocupar un sillón en la Real Academia Española, pero las puertas se le cierran no por su valía literaria sino por su condición femenina, convirtiéndose en la primera mujer propuesta para ser académica de la historia española (habrá que esperar hasta 1978 para ver efectivo el ingreso de Carmen Conde).

En 1864, Gertrudis responde ante esta fragante discriminación de la manera más elegante que uno pudiera imaginarse, pues dona a la institución, por disposición testamentaria, la propiedad de su obra literaria, dejando constancia de que lo hace en testimonio de aprecio, y ruega a los académicos disculpasen las ligerezas en que pudo incurrir cuando se negaron a admitir a ningún individuo de mi sexo.

Es más que probable que doña Gertrudis conociera a don Domingo Verdugo y Massieu durante los meses de febrero, marzo y abril de 1853, cuando se representó la obra El donativo del diablo, en el teatro de Santa Cruz de Tenerife, tras exitoso estreno en Madrid.

Perteneció Domingo Verdugo y Massieu a una familia de viejo abolengo de Canarias, destacando muchos de sus miembros en el arte y la literatura, así como en la vida castrense y religiosa.

De sus hermanos, Federico fue director del Museo de Artillería de Madrid, un gran amante de la flora y académico de número de Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel y fue padre del conocido escritor y poeta Manuel Verdugo y Bartlett y del pintor Felipe Verdugo Bartlett. Su segundo hermano Pedro, un destacado militar; y Santiago, también militar, diputado a Cortes por el distrito de La Palma y Alcalde de Garafía.

La familia Verdugo y Massieu mantuvo durante generaciones una relación directa con La Palma y especialmente con Los Llanos de Aridane. Aún hoy, la toponimia local recuerda el apellido Verdugo a una de sus zonas plataneras más destacadas, conocida por Hoyo de Verdugo.

Don Domingo Verdugo, nacido el 2 de agosto de 1819 en Santa Cruz de Tenerife, ingresa en la Academia Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife (hoy Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel) en 1851, en calidad de Académico Honorario; y en 1852 figura como secretario de la Diputación Provincial y de la Junta de Comercio. Al año siguiente era presidente de la privada Sociedad de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, mientras se preparaba para dar el salto a la política nacional.

Militar de carrera, Coronel de Artillería y Caballería, fue diputado a Cortes por la isla de La Palma en las legislaturas 1853-1854 y 1857-1858, y por Albacete en las de 1858-1860, 1860-1861 y 1861-1862. Fue gentilhombre de cámara de la Reina Isabel II y Ayudante de Campo del rey consorte, caballero comendador de las órdenes de Isabel la Católica, de Carlos III y de San Hermenegildo, condecorado con la cruz de San Fernando. En sus ratos libres mostró interés por el arte y particularmente por la poesía y la pintura.

Su vida política está llena de intervenciones tendentes a lograr mejoras materiales para las Islas. Dado es su apego a La Palma, su isla predilecta, que lleva a error a la prensa denominarlo como palmero de nacimiento. Error que se sigue cometiendo hasta hoy día.

La boda Verdugo Massieu–Gómez de Avellaneda fue en Palacio el 25 de abril de 1855 y sus padrinos fueron los reyes.

Durante los años de matrimonio, La Avellaneda, estrena Simpatías y antipatías (1855), La hija del rey René (1855), Oráculo y Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858), según sus biógrafos, una de sus mejores obras dramáticas.

Don Verdugo Massieu sufrió en Madrid un grave atentado (dos estocadas por la espalda) en 1858, que condicionaría el resto de su existencia. Fue destinado a Cuba, cuyo clima sería más beneficioso para soportar las secuelas de tal percance.

La escritora es agasajada en su tierra natal veintitrés años después de su partida y proclamada como Poetisa Nacional. El famoso periódico cubano Diario de la Marina publica unos de sus más conocidos versos, Saludo a Cuba, que reproduce la prensa de Canarias, como El eco del comercio (18 de marzo de 1860):

¡Perla del mar ¡Cuba hermosa!
después de ausencia tan larga
que por más de cuatro lustros
conté sus horas infaustas.

En Cuba, el militar ejerció el cargo de teniente gobernador político y militar en Cárdenas, donde promovió y edificó el primer monumento que se le hizo a Cristóbal Colón, así como un hospital de caridad. Con las mismas funciones fue destinado a Pinar del Río, donde fallece el 28 de octubre de 1863.

Gertrudis Gómez de Avellaneda lo amó con el tipo de amor por amistad, de respeto y admiración, no ya por exceso de potencia que pide dilación, sino más bien por necesidad de complemento. Era el hombre a la altura de su dignidad, de sus intereses, de su femineidad, independencia de carácter, su afectuosa naturaleza y su talento.

La Avellaneda da fe de su especial reconocimiento a la tierra de su marido en uno de sus testamentos: “Lego, en el caso de que ocurra mi muerte en la isla de Cuba, quinientos duros al Hospital de Caridad de Cárdenas, fundado por mi marido Verdugo. […] Lego a los hermanos de mi marido, Don Domingo Verdugo, que me sobrevivan, todos los bienes que dicho mi esposo posee en las Islas Canarias, así como los procedentes de su herencia paterna y materna como los adquiridos por él. […] Al hermano mayor de Verdugo la rica bandeja y costosa escribanía de plata regalada al difunto por la Villa de Cárdenas, que no se deshaga de ella y quede en familia por herencia”.

El amor que profesó a su marido lo expande la Avellaneda en su poema A vista del Niágara, en memoria de un proyectado viaje a las famosas cataratas que jamás llegaron a realizar juntos:

¿Por qué no calma mi amargura extrema
tan grandioso espectáculo?…
El sol mismo,
ciñéndole del iris la diadema,
reviste magníficos cambiantes
el inmenso raudal que huye al abismo
derrumbándose en ondas de diamantes.

La prensa palmera, concretamente El Time, continúa informando acerca de los pasos de la escritora, ya viuda de Verdugo; el 25 de septiembre de 1864, en la sección Noticias, notificando: “Ha llegado a Madrid la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda de Verdugo”.

Por expreso deseo de Tula, su cuerpo descansa en un panteón del cementerio de San Fernando de Sevilla, ciudad donde muere en 1871; también por su disposición, junto a ella, reposa su esposo Domingo Verdugo Massieu, para lo que la escritora dejó dispuesto el coste del traslado de sus restos mortales desde Cuba hasta la capital andaluza.

Juan Calero Rodríguez. Guanajay, La Habana, 1952.

Estudió Ingeniería Industrial, Delineación Mecánica y Delineación Arquitectónica. Es fundador y Presidente de la Agrupación Cultural ARTEnaciente, de la Palma, Canarias. En literatura ha desarrollado los géneros de investigación, poesía y cuento colaborando en periódicos y revistas digital y en papel. Ha publicado: Palabras del balsero, 2007; Pasajero sin oficio, 2010; Bajo los portales del Niágara, 2013; Los puentes que dejamos al pasar, 2015; Poetas cubanos en Canarias, 2015; Autores en La Palma, 2016; y Abra de panes y peces, 2016.