Poesía

La ínsula infinita

EL OBRERO

(óleo sobre tela)

En una pintura realista socialista,
El obrero siempre está feliz, nunca cansado;
En una del realismo social,
A veces está feliz, siempre cansado;
En una expresionista,
Horriblemente feliz, horriblemente cansado;
En una cubista,
Su felicidad y cansancio se han hecho añicos;
En una surrealista,
Su felicidad es una playa sembrada de flores cansadas;
En una clasicista,
Su felicidad es una mujer desnuda con un manto rojo sobre el sexo;
Su cansancio, un hombre desnudo y dormido con sexo de niño;
En una posmoderna,
Desea ser feliz, pero está muy cansado… extenuado.
En una abstracta,
No está feliz, no está cansado…
No está.

LA INSULA INFINITA

Juan de la Cosa,
Experimentado cartógrafo del Rey,
Sabe que las derivaciones hechas
Y días transcurridos de navegación
No auguran continente alguno.

Aquella tierra tan arbolada
Que no se cansa de admirar desde la nao,
Es tierra de un mar
Que tiene sus mejores sitios
En las numerosas bahías,
Seguras, espaciosas y profundas,
Como en la que ahora están.

Dios y él saben
Que es una ínsula…
Entre las más grandes y hermosas
Que ojos humanos han visto;
Pero el Almirante de la Mar Océana,
Espada en mano,
Le obliga extender el dibujo de la costa
Hasta más allá,
Donde su real perfil se quiebra…

INFARTO

También de amor
El corazón se cansa.
Seco y distante,
De razones quieto,
Bracea contra todo
Resplandor sin fuego.

No eres tú, amor…
No es nada, no es nadie.
Es un día tras otro,
El mismo trago,
El mismo sueño.
El desgaste permanente
Sin un futuro cierto.

Una caída de astros,
Quizás, le daría aliento.
¡El gobierno!
¿Qué dices?
No entiendo…
No es nada, no es nadie.
No eres tú, amor.
Bésame…
Es el tiempo.

CONFIDENCIALMENTE DE TODOS

Me lo dijo un poeta,
Por más señas, alemán:
Nosotros,
Que lo dimos todo en la lucha
Por fundar una tierra para la amabilidad,
No supimos ser amables
Con nosotros mismos.

EL ÁRBOL

Recuerdo cando lo plantaron,
El tronco era apenas un gajo,
Que un tierno brote remataba;
Hubo que amarrarlo a una estaca,
Disciplinar su vertical, reorientarlo.

Aunque lo sabía vivo,
A la más débil ráfaga de aire
Su insegura altivez
Hacia la tierra inclinaba.

Hoy, veinte años después,
Mis brazos no alcanzan a ceñir su tronco;
Su fronda es una cascada
Que en ordenado ascenso de luces y sombras
Hacia el cielo cae
Entre columpiar de hojas.

¡Maravilloso laurel!
Ya los más altos aleros sobrepasas.
Tú resististe las inclemencias del tiempo;
Yo, las de un tiempo sin fe.

PAISAJE INVERNAL

Nevada,
No es la nieve que cae,
Sino el polígono
De explosiones nucleares subterráneas.

No es el río congelado
Y su pista para patinar,
Sino el que bulle
A doscientos grados centígrados.

No son los senos tibios
Bajo el suéter rojo,
Sino la mujer pegada al asfalto.

No es el venado ni la ardilla,
Sino los insectos que nacieron
Con la prisa de la catástrofe.

No es el esquiador y su técnica del salto,
Sino el sobreviviente
Que de nuevo hace del palo arma
Para atrapar un animal incomprensible.

PRUDENCIA

No le des crédito a los premios
Ni te afanes por hacer una buena selección.
Cuando ya polvo sean nuestros cuerpos
Y nuestros espíritus vaguen
Más allá de las estrellas que vemos,
Los jóvenes de entonces,
Los jóvenes poetas de entonces,
Dirán quién fue el mejor.
Lo encumbran tan alto
Como al más grande de los antiguos.
Y, una vez más, sólo quedará de cierto,
La sempiterna poesía de la vida.

BALADA DE TERRY FOX (1958-1981)

Cuando jóvenes penábamos
Por esas pequeñas derrotas
Con que nos prueba la vida,
Fanáticos de todo o casi todo,
Ajenos a la muerte,
Tú la retaste
Con un valor y dignidad inigualables.
Bajo la alta y fría primavera
De tu extendida patria,
La enfrentaste tramo a tramo,
Milla a milla,
Sin que el temor entumeciera tu mente,
Quebrara tu única pierna,
Empañara tu vista.

Insoportable era el dolor,
Sus chasquidos más que fuertes.
Ante la llaga de cada atardecer
Enfundado de esperanzas avanzaste,
Mientras tu prótesis —a saltos—
Iba deshaciendo la falsedad de las fronteras.

En subida o en bajada,
Frente a la fría cresta del Atlántico
O bajo la lluvia otoñal de las praderas,
Tu voluntad nos sedujo.
Nadie enfrentó nunca mayor obstáculo,
Nadie vaticinó antes tal entrega de frutos.

Y todo… Absolutamente todo,
A las puertas de una edad,
En la que amar a una mujer es lo que cuenta.
Mas, tu otro amor se impuso;
La resignación echaste a un lado,
Y dejaste que el correr te ennobleciera.
Nadie más desinteresado y vivo
Para cantarle a la aurora,
Nadie nunca más heroico y puro.
¡Vencedor de todas las carreras!
Sólo tú y Dios saben
Cuán difícil es llegar desde la muerte
A la meta.
Oh, Terry Fox, de salvarnos como especie,
El clamor de tu ejemplo
Será la definitiva voz del mundo.

SONETO ISABELINO

(en versos libres)

En todo lo feliz yo te descubro,
Ausencia de mi presencia enconada,
Lucidez que me ata, tiránico nudo;
Caído estoy sin ti, distante, nada.

Es la intensa suavidad lo que adoro,
Enturbiado tu rostro y escindido,
Darte mano y cuerpo mientras imploro
Esa mojada presencia donde anido.

Atontada, loca la razón ya no cabe;
Catapultada la mirada hecha hechizos,
Incrusta en el suelo lo que apenas sabe
Y acuesta sobre su cuello al primerizo

Íntimo deseo que se allega de temprano
A lo que fue una impaciencia de verano

EL COMIENZO

Todo comienza en un charco,
En un barco de papel.
¡Oh, Mares!

Todo comienza en un patio,
En un avión de papel.
¡Oh, Cielos!

Todo comienza en un canto,
En una hoja de papel.
¡Oh, Poesía!

CANCIÓN ANTIGUA.

Anoche la oí cantar en un estadio inglés:
Miles de jóvenes, bellos, decididos,
Con las manos en alto
La palmeaban.

Antes se la escuche a los Beatles,
En lo más alto de la colina;
A Bob Dylan, Pete Seeger,
Silvio Rodríguez y Víctor Jara:
Chile aún no era la estrella sorprendida
Que cercenó la espada.

Entre pancartas y banderas,
Una generación la coreó
Sobre el bien cortado césped
De la Casa Blanca:
La Paz, enmudecida por las armas,
Achicada, contrita, maldecida,
Aquella tarde levantó su podio
Y la entonó erguida frente al odio.

Esta canción es antigua

Nadie la cantó mejor que Elvis:
Sudoroso, altivo,
Peinado a la manera de los nuevos dioses,
Cuando se hacía acompañar de su guitarra.

También la entonó el Benny,
Esther Borja, Matamoros.
Lecuona la tocó al piano,
Cansado de ser mucho Lecuona.

La oyeron los jóvenes konsomoles
Al partir para la guerra-patria:
Todo el cielo de la Rus
Era un silencioso órgano;
Y los jóvenes alemanes
—¿por qué no?—
En el anochecer de las trincheras;
Antes la habían entonado
Los jóvenes españoles:
Federico, Hernández, Machado,
La oyeron y cantaron.

Martí la oyó en la cárcel,
Entre gemidos, golpes y ofensas.
Céspedes, una madrugada de octubre,
Y Lincoln envejeció oyéndola.

A San Martín se la cantó un payador;
A Artigas, un montonero;
Agramonte se la cantó a Amalia,
Una tarde de lluvia
En el lecho.

Esta canción es antigua.

Humboltd a coro con Bompland
La cantó camino al Chimborazo.
Y Bolívar se la silbó a Manuela,
En la dura intemperie de los llanos;
Eran los tiempos en que el bravo caraqueño,
Después de ganar una batalla,
A ella se rendía entre besos.

Los parisinos la corearon
Al izar en la Bastilla
La bandera tricolor;
A Washington se la dictó Lafayette,
Constantino a Carlomagno,
Y César a Cicerón,
Que la copió de Cátulo;
Eran los tiempos en que Roma
Dominaba el Mediterráneo.

Esta canción es antigua.

A Jesús le fue revelada,
Por una nube luminosa y plana
Sobre el monte Tabor

—De todas las versiones revisadas,
Esta sigue siendo la mejor—.
Homero se la oyó a Poseidón,
Y Aquiles, el Argivo,
De Patroclo la aprendió.
Salomón se la cantó
A la reina de Saba,
Nabucodonosor a Semiramis,
Y Nefertitis a Akenatón
Bajo la alta y fría noche del Amarna.

A su ritmo se izaron las piedras
De la pirámide de Keops,
Los caldeos observaron las estrellas,
Y dioses y hombres escribieron su letra
Sobre el mismo barro
Al amanecer de un nuevo Sol.

Mi madre, siempre crédula,
Dice haberla oído
El día que el grupo danzó
Alrededor de la primera hoguera.

Esta canción es antigua.
Antiquísima…

Todos la saben.
(Los «poderosos» la saben,
Y siempre la olvidan.)
¡Oh, generación dorada!
Por ti volveré a cantarla,
Una y otra vez,
Hasta que el amor sea
El único Estado posible sobre la Tierra.

POST-FILOSOFÍA

Lo Intangible
la interculturalidad
el historicismo
la marginalidad
el transfuguismo
la desigualdad
el no lugar
la multi-polaridad
el carnavalismo
la diversidad
el desarraigo
la pluralidad
el travestismo
la unipolaridad
todo…

Todo
se fue al carajo
la tarde que volví a verte.

REFLEXIONES EN EL LECHO

De cigarro en cigarro
Pasó su existencia.

El hombre que la encontró con otro,
Nunca fue el suyo.
Tampoco aquél
Que la arrastró a un triste cuarto
Por toda una primavera,
Y entre los cultos tatuajes de sus brazos
La retuvo.

Apenas dormía.

Ni qué decir de aquellos dos
Que se la disputaron como fieras;
Del italiano de la Benetton,
Del francés surfista,
Del catedrático de la universidad de Lugo.

Tal y como le fue en el amor,
Su idea de la felicidad
Fue seducir,
Por toda una vida,
a Uno.

Jorge R. Bermúdez. Ranchuelo, 1944. Poeta, investigador y ensayista

Publicó sus primeros poemas en los periódicos literarios Arauaco (1974), Estrofa Nueva (1983) y El Caimán Barbudo (1986). Obtuvo el Premio de Poesía en el XI Encuentro-Debate de Talleres Literarios, La Habana, 1984, así como una Mención del Premio Poesía de Amor, Varadero, 1985; otra Mención del Premio de Poesía El Caimán Barbudo, 1986 y la Primera Mención del Premio de Poesía Ismaelillo de la UNEAC, 1988. Poemas suyos han aparecido, además,  en las siguientes antologías: Tertulia poética (selección de Raúl Luís y José Prats Sariol, Letras Cubanas, 1988); El libro de enero (selección de Waldo González López, Editora Política, 1989) y Andará Nicaragua (selección de Omar Perdomo, Editora Política, 1989). Diez poemas de su libro Antropoética fueron ilustrados por el grabador mexicano Arnulfo Aquino y expuestos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre mayo y junio de 1994. Tiene publicados varios libros de ensayo sobre la literatura, la gráfica y el arte cubanos. Ha colaborado con las revistas Unión, La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura, Signos, El Caimán Barbudo, Casa de las Américas, Artecubano, Opus Habana, Cine Cubano, Arte Sur y Lúdica, entre otras. Ha publicado los poemarios Obediencia de la madera (Letras Cubanas, 1991); Alma América (Gente Nueva, 1992) y Las ramas del fuego (Ediciones UNIÓN, 2011). Su poema “Van Gogh” —musicalizado por el cantautor Mario Darias— obtuvo la Primera Mención en el Nosside 2001. Ha publicado textos sobre la obra poética de José María Heredia, José Martí y Saint-John Perse, y mantiene inéditos trabajos similares sobre la poeta puertorriqueña Lola Rodríguez de Tío y el matancero Luis Marimón. Es autor de la Antología visual de José Lezama Lima (Editorial Letras Cubanas, 2010).