Narrativa

La llamada del vampiro

Ilustración Bloodbond Vampire, por depingo

A los personajes de esta historia.
Aunque parezca mentira, excepto Lestat todos son reales.
He cambiado los nombres, por supuesto.

Cuando cerré el libro de Lestat, el vampiro supe lo que quería ser en el futuro: una vampiresa. Pero no una cualquiera, sino la jeba de Lestat. Me importó poco que fuera medio cherna, estaba segura que al verme las tetas, cambiaría de opinión. Fue entonces cuando empecé a frecuentar otro tipo de grupo.

Mi amiga Irma me dijo una vez, que si iba con Félix a tirarme fotos al cementerio habría consecuencias, lo dijo con una sonrisa y yo supe que era broma. ¿Qué podía pasarme por ir con aquel blackmetalero flaquito a hacernos fotos al estilo gótico con los ángeles del Colón? Él, que no tendría fuerzas ni para darme un beso. No es por nada, tampoco es que lo fuera a intentar, él decía tener novia, aunque yo nunca la vi.

Félix estudiaba conmigo en la secundaria, nos llevábamos muy bien porque al ser tan pocos los frikis, todos andábamos unidos. Yo había pasado ya por varias etapas de evolución en la vida. En cierto momento sentí el llamado de la naturaleza y comencé a preparar potingues. Tuve que dejarlo cuando comprendí que no servía para eso. Un día mezclé una de mis pociones con la crema de la abuela —yo solo quería curarle la artritis— y el resultado fue un ingreso por intoxicación, pero, bueno, al menos no se murió.

En aquella época me llamaban bruja de la noche, no por las pócimas y la ropa. Desgraciadamente fue por una mala traducción que le hizo algún payaso a mi grupo favorito del momento, Nightwish, que viene significando algo así como “deseo de la noche”, solo que sustituyeron wish por witch. El resultado se notó, la verdad. Después me decían la dinosauria, por la colección de discos de Nile, Six Feet Under, y Lividity que tenía en casa. Y luego… comencé con los vampiros. Por eso me llevaba tan bien con Félix, él también era aspirante.

Había que ver su cuarto, ¡cómo lo envidiaba! Los espejos salpicados de sangre falsa, cantidad de velas negras, un cráneo que se robó del cementerio lleno de jeroglíficos pintados, una muñeca que parecía una copia de Chucky, y el cartel que tenía clavado en la puerta con un matavacas: “Satán mora aquí”.

La idea del cementerio fue mía. Solo quería probar suerte y gritar el nombre de Lestat entre las tumbas. Me quedé ronca, claro, pero nos tomamos muchas fotos. Estuvimos media hora maquillándonos en un panteón repleto de huesos viejos y esqueletos de cucarachas, para darle ambiente al momento. Había que ver la cara de algunos turistas cuando nos veían, casi nos botan de allí. Pero la culpa fue de Félix, nada más que a él podría ocurrírsele la idea de cazarle la pelea a una yuma de esas y salirle de atrás de una tumba dando gritos. Todavía me duelen los pies cada vez que recuerdo la desprendida que nos dimos, huyendo de dos CVPs.

Esa noche tuve mi primer contacto con un vampiro de verdad. Ocurrió mientras veía una película en la madrugada. Sentí algo moviéndose fuera, me asomé a la ventana y vi una silueta en el jardín. No la distinguí bien porque estaba oculta entre los rosales; pero noté que era un hombre de pelo largo. No puedo decir que no me asustara; y es que me meé todo lo literal que pueda decirse y después de la meada grité: ¡Tengo una estaca bajo la almohada! Pude sentir su risa en mi cabeza a pesar del cristal de la ventana cerrada. Luego, se elevó en el aire y terminó perdiéndose entre las nubes.

Estuve dos horas temblando de miedo. ¿Y si sólo quería chuparme la sangre y ya? Adiós inmortalidad. ¡Mierda! ¡Eso no podía pasarme! Me acordé de las consecuencias anunciadas por mi amiga y terminé cagándome en dios. ¿A qué vampiro había despertado? Por eso, cuando sonó el teléfono supe que era él. Me puse nerviosa, porque llegaba el momento de descubrir si realmente iba a matarme o a convertirme.

—¿Diga?

—¿Elizabeth?

Era una voz extraña, de acento indescifrable, bastante teatral.

—Sí, soy yo.

—Te habla Eriberto —entonces hizo una pausa más dramática aún—. El vampiro.

Vi realizada mi mayor fantasía. ¡Un vampiro de verdad! Pensé en Félix y en sus aspiraciones, lo veía en mi lugar rogando que le chupasen la sangre. No sé cómo, pero me sentí tranquila: si se tomaba el trabajo de presentarse a lo mejor no era una amenaza. Pero debía probarlo.

—Qué vampiro de qué. Además, ¿quién te dio mi teléfono?

—Lo busqué en tu mente cuando fuiste al cementerio.

Había algo en su voz que me hizo sospechar… era tan extraña. Pronto noté que era fingida, y no paré hasta que él lo reconoció. Para mi sorpresa, descubrí que no solo había dado con un vampiro, sino con un vampiro llegado del Oriente, un “palestino”. Vamos, una auténtica rareza. Según él, su acento improvisado era para impresionarme, pues quería convertirme y pasar la eternidad conmigo. Empecé a imaginar una vida a su lado. ¿Cómo sería él? ¿Negrito? ¿Jabao? Yo noté su pelo largo, y no precisamente para arriba. Aunque eso no era importante, más lo era la inmortalidad. Si no me convenía, siempre estaba la opción de terminar con él y lanzarme a la aventura en busca de Lestat.

Hablamos de muchas cosas, de mis gustos musicales, del cine, de Drácula. De unos amigos suyos que practicaban el vampirismo en la calle G, cortando a sus novias y bebiendo en cálices de plata.

—¿Y qué edad tienes? —pregunté en un momento determinado.

—Vein… mil doscientos.

—Oyeeeé… ¿Y conociste algún vikingo?

—Claro. A cada rato me encuentro con uno en las lomas de Santiago.

—¿En Santiago?

—Sí, se van a las montañas a aullarle a la luna.

Me quedé frita, yo creía que los vikingos eran unos rubios violadores que robaban y siempre estaban fajándose por el norte de Europa. Y resultó que solo era otro nombre para los hombres lobos. ¡Ya me volvía más culta!

—¿Conociste a alguien importante?

—Sí. A Espartaco. De hecho él y Aquiles me enseñaron a usar el arco y la flecha, sus armas significativas. También ayudé a los griegos a construir las pirámides.

Suspiré. ¡Me sentía tan enamorada! Me puse en plan romántico. Le pedí que recitase una poesía, algo oscuro, sucio, vampiresco. Se negó muchas veces pero fue tanta mi insistencia que terminó por decirme, luego de pensar unos segundos, algo muy original creado por él. Cuando dijo “en la cochiquera de mi corazón tu eres la única puerca que se revuelca”, quedé pasmada. ¡Qué talento! Estuve pensativa tratando de adivinar qué tenían que ver lo cerdos con la poesía y el amor; me dije que la buena poesía no necesariamente debía tener una interpretación racional.

Finalmente, esa misma noche quedamos para conocernos en el próximo concierto de The Chaos Nether Silence.

El día llegó y finalmente lo conocí. Por suerte era atractivo. Aparentaba veintipico, era medio indio, con el pelo lacio y castaño claro, fuertecito. No estaba tan mal, excepto por el enorme culo que tenía. Estuvimos todo el tiempo juntos y hasta descubrí que era amigo de Félix; al parecer este no sabía que Eriberto era un vampiro, si hasta podía haberle dado mi teléfono, pero no, tuvo que averiguarlo el otro escarbando en mi mente.

Durante el concierto lo planificamos todo para convertirme. Me explicó que para ello debíamos llegar al coito, no puse objeción, total, si me iba a morir…

Quedamos para el viernes a las diez de la noche, en el cementerio de Colón.

Llegar no fue problema, solo tuve que esperar la hora de la novela para salir escondida. Cruzar el muro fue sencillo, solo necesité la escalera de un amigo que vivía en un callejón cercano a la calle 4, justo frente al muro.

A las diez estaba yo en el sitio pactado. Él llegó volando y aterrizó bajo un árbol provocándome algo de miedo. Se quedó de pie, esperando. Me causó un poco de impresión ver el fulgor amarillo que desprendían sus ojos, tanto que me quedé parada sin saber qué hacer. Lo vi llamarme con un gesto, pero su figura en la oscuridad era tan temible que solo pude acercarme lentamente. Fue directo a mi boca, dios, ¡qué mal aliento tenía! ¡Y estaba congelado! Pero besaba tan bien… No me importó que me pinchara con los colmillos, estaba divino y el miedo comenzaba a extinguirse. Hasta que acaricié su pelo y… descubrí que no era Eriberto ¡Ese no era mi vampiro!

Mi primer instinto fue apartarme y soltarle un bofetón. Luego eché a correr en busca de mi verdadera cita. Y lo hallé, en ese momento caminaba hacia mí. Cuando vio lo que me perseguía, a aquel otro depredador con labios rojos, ojos amarillos y rapidez asombrosa, se mandó a correr como si estuviese en una olimpiada. Solo le faltó gritar ¡Un vampiroooooo! Mi perseguidor lo tumbó al suelo, lo jaló de los pelos echándole la cabeza hacia atrás, y hundió la boca en su cuello, momento que aproveché para darme a la carrera. Pensé que tal vez pudiese lograrlo en lo que se alimentaba de mi falso chupasangre… Hasta que una mano fría me agarró y me tumbó al suelo. Lo miré bien, colmillos blancos, gesto sarcástico, porte elegante, pelo rubio, largo, rizado. Me pareció conocerlo, aunque no lo conocía.

—¿Quién eres?

Ma cherie, tú lo sabes… ¿No me reconoces? —dijo con acento francés.

Ahí supe quién era. Entonces rió, la misma risa que oí aquella noche en mi ventana. Luego volvió a hablar

—Hoy te voy a dar la opción que yo nunca tuve…

Mariam Diéguez Sánchez. La Habana, 1990

Graduada de Bachiller-Técnico medio en Bibliotecología. Graduada del Centro Onelio Jorge Cardoso. Actualmente trabaja en la biblioteca Histórica Cubano—Americana Francisco González del Valle, en el Colegio de San Gerónimo de La Habana Vieja. Mención en el Encuentro-Debate de Casas de Cultura Municipal 2013. Premio en el Encuentro-Debate de Casas de Cultura Municipal 2014 en cuento infantil y adulto. Gran Premio en el Encuentro-Debate de casas de cultura Provincial en cuento infantil. Es miembro del taller literario Espacio Abierto y Ariete. Ha publicado en las revistas digitales Korad, Qubit y Almiar (España) y cuentos suyos aparecen en las antologías Isla en Rojo y El éxtasis llega contigo y otros relatos pecaminosos (Estados Unidos).