Policial

La muerte de Lucas

Oficial, no crea todo lo que dicen por ahí, la gente siempre habla hasta lo que no sabe. Lucas era un negrito bueno. Dicen que ninguno lo es, pero él sí, yo se lo garantizo. ¿Usted ve a Andresito sentado ahí en la ventana? Lo está esperando, porque él venía todos los domingos y le traía una bobería a mi hijo. Ya traté de explicarle más de una vez, el por qué no vendrá hoy, pues ya tiene edad para entender esas cosas, es un niño muy inteligente y va para sexto grado. Si usted quiere le enseño sus notas, para que vea que no miento; pero no hay quien lo mueva de la ventana… En el pueblo comentan muchas cosas, oficial, hasta que Lucas y yo… bueno, eso mismo, es que hablan sin pensar que le pueden hacer daño a los demás… Desde la época en que Lucas era muy amigo de mi hermano, ellos se lo llevaban para el parque a jugar pelota o empinar papalote, ambos tenía delirio con el pequeño. Después de que mi hermano se fue para el norte, él solo venía los domingos a traerle un paquete de caramelos o algún juguetico. Toda esa familia es buena, oficial, no sé cómo pudo pasar eso. En esa casa el único degenerado es Rafael, el marido de Lina, la hermana de Lucas, de ese puede esperarse cualquier cosa. Dicen que le debía mucho dinero y ese pudo ser un motivo, claro, para no tener que pagárselo. Puede que yo también esté hablando de más, oficial, pero es que usted me pregunta por Pancho, y ese también es un buen hombre, se pasa el santo día metido en su casa y si acaso sale es para hacer los mandados o a jugar dominó bajo la ceiba que está al costado de la iglesia. Me disculpa, pero es que no soporto que la gente ande echándole la culpa y no ven lo que tienen que ver.

Sí, sí lo conozco, oficial, no sé como se llama, pero le dicen Pancho, es el gordo bigotudo que vive en la casucha detrás de la iglesia, siempre se está haciendo el mosquita muerta, uno le habla de cualquier tema y nunca sabe nada, pero no se deje engañar, él es tremendo camaján. Entiendo que sea sospechoso, nunca soportó que Lucas le ganara al dominó domingo tras domingo y además le hubiese quitado la mujer, que en verdad no se la quitó, cuando Lucía vino a vivir para acá, ya se había separado de Pancho. A lo mejor no hacía tanto, pero sí como un par de meses. Aquí en la casa jamás hay problemas, todos nos llevamos de maravillas. Imagínese, oficial, a Lucas todo el mundo en el pueblo lo quería, mucho más aquí: su hermana veía por sus ojos, su madre ni se diga, y yo siempre le estaré agradecido, porque gracias a él, el difunto Rodobaldo permitió que yo me casara con Lina, que si no, ni el sol me daba, porque ese viejo era más terco que una mula, y el primo Orestes también tiene mucho que agradecerle, lo que pueda decir la gente que pasó entre ellos, son puras habladurías, usted sabe cómo son los pueblos chiquitos, pero Orestes hace varios meses que no viene por aquí.

No sólo debe desconfiar de los hombres, eh… ¿capitán?, bueno, teniente, le decía que no solo debe desconfiar de los hombres, investigue también a Luisa. Sí, sí, esa misma, la que vive por el parque, la madre de Andresito, la mulata que tiene tremendo fondillo y cara de muñeca. Todo el mundo dice que era su querida y que lo había amenazado con darle candela si no dejaba a su mujer para juntarse con ella. Usted la ve tan calladita, tan decente, siempre vestida de negro por un luto que dice guarda de un marido que se murió hace no sé cuántos años, y que nadie aquí conoció. Lo cierto es que desde que ella vino a vivir para este pueblo, más de un matrimonio se ha desbaratado, y comentan que por su causa… Teniente, usted recuerda a Bertha y a Oscar, tan felices que eran y de pronto se separaron. Al final él resultó ser un viejo verde y Luisa una aprovechada que le chupaba los quilos que el pobre se ganaba con el negocio de la cafetería. Pancho y Lucía, se divorciaron por lo mismo. Ese es otro que tenía motivos para matarlo, aunque también Lucas lo pudo haber hecho con él; porque el mulato primero le quitó a Lucía y luego a Luisa, pero dicen que ninguna de las dos dejó al gordo completamente, que a escondidas se seguían acostando con él. Eso lo sabe todo el mundo, teniente… Yo sé que usted vino a verme porque la gente dice que yo lo sé todo, pero eso no es cierto. Mire, capitán, digo, teniente, yo vivo dentro de mi casa y con la puerta cerrada. A mí no me interesa nada de lo que ocurra afuera. No pierdo mi tiempo en eso, imagínese, creen que porque vivo sola, no tengo nada que hacer y me entretengo en el chisme, pero mire, mire ese tejido, ya llevo tres meses y tengo que terminarlo antes del día quince, porque es para una barrigona que está al soltar.

Mire, la ley, Arminda es quien sabe todo lo que ocurre en el pueblo. ¡Ah, viene de su casa ahora! No creo que alguien pueda decirle algo que no sepa ella, y menos yo, que vivo apartado. Como puede ver, mi casa está casi fuera del pueblo, y yo, apenas salgo de aquí. A lo mejor usted piensa que yo sea el asesino, porque Lucía era mi esposa, pero lo nuestro acabó hace tiempo. Nosotros nos separamos y por supuesto, ella tenía que buscarse otro marido, porque si la conoce, verá que es tremenda hembra y cualquier hombre la desearía. Yo no tengo mal gusto, y perdone que me sonría, la ley, es que a uno le vienen cosas a la mente que solo uno sabe… Si lo eligió a él, es su problema, Lucas siempre fue un mulato parlanchín, haciéndose el bonitillo y el pícaro, y eso le agrada a las mujeres, por eso ha tenido un montón tras él y se ha buscado también un montón de jodiendas con más de un marido. Cualquiera de ellos pudo haberlo despachado. ¿Cuántas puñaladas fueron por fin? Unos dicen que seis, otros que ocho, a lo mejor fue un asesinato múltiple, no sé si está bien dicho, pero seguro usted me entiende. A lo mejor pudo haber sido Tato, el marido de la hermana, o el mismísimo Orestes, su primo de La Habana, dicen que ambos le debían mucho dinero. ¿Orestes?… A Orestes lo vi hace un par de días y me pidió que no se lo dijera a nadie. Andaba nervioso, con un jolongo a la espalda y un paraguas. Luego no lo vi más. Dicen que Lucas estaba peleado a muerte con su primo, porque una noche llegó a casa y Orestes tenía a Lucía ensartada por el trasero. El muy tarrú la perdonó a ella, pero a él lo espantó del pueblo o si no lo mataba… La verdad la verdad, yo creo que no la sabe nadie, por eso no le puedo jurar, pero cuando la gente comenta, no es por gusto.

Aquí viene todo el mundo, eso es cierto, oficial, y yo… escucho muchas cosas, siempre sin querer, porque lo mío es el trabajo y la familia. Algunos me piden consejos y yo… solo trato de apaciguar las iras, para que haya tranquilidad. Como usted sabe, oficial, aquí la gente no va a la iglesia, a no ser cuatro o cinco señoras viudas o solteronas, el resto se confiesa aquí en la bodega o en el bar de Pedro, ese es otro a quien puede preguntarle. Yo jamás supe que Lucas tuviese algún enemigo capaz de cometer semejante barbaridad, aunque casi todos los hombres lo miraban atravesado, porque él piropeaba a las mujeres, sin importarle si eran casadas o no… No, no, yo no tengo ese problema, oficial, la mía es una gorda que apenas sale a la calle, se pasa todo el día cocinando, lavando y cuidando a nuestros siete hijos; pero en este pueblo hay cada una, oficial, dígamelo a mí que por un puñado de arroz, hasta me han ofrecido su cuerpo, y yo… bueno, para qué voy a decirle, usted es hombre y sabrá… Por ejemplo, yo vi a Lucas, varias veces, conversando con la esposa del médico, que es una trigueña de ojos claros que está como para arriesgar la vida. Y dicen que el doctor Manuel es súper celoso, que la lleva cortico y hasta la golpea; pero no me haga caso, vaya a ver a Pedro, que allí los hombres van más, aquí por lo general vienen las mujeres, que a veces se ponen a hablar de sexo, de pegadera de tarros y no sé cuántas cosas más, y yo… escucho oficial, porque no soy sordo, pero me hago el que no oigo y sigo.

¿Quiere un trago, inspector?… Yo tampoco bebo cuando trabajo, si lo hago, después no me cuadra la caja. Como ve, no puedo conversar mucho, porque el bar está lleno y a cada minuto me llaman de alguna mesa, pero le diré que Lucas era mi amigo, de los pocos buenos que uno encuentra. Él no era como el resto, que vienen y se emborrachan y hablan hasta por los codos, lo mismo de sus mujeres que de las ajenas. Lo único interesante que puedo decirle es que hace varios días, llegaron al pueblo dos sujetos que tenían tipo de ser de la capital y se hospedaron en casa de Manolo. Durante cuatro noches vinieron a beber, llegaban sobre las siete y se marchaban ya entrada la madrugada. No recuerdo si la noche del crimen hubo algo especial, pero me pareció raro que desde la mañana que apareció apuñalado el pobre de Lucas, ya no regresaron más. Disculpe, inspector, tengo que servir aquella mesa, si quiere pase otro día, más temprano, quizás podamos conversar más.

Mi niño era un pedazo de pan, buen esposo, tenía muchos amigos y como hijo, inmejorable. Jamás le fue infiel a ninguna de sus esposas ni las maltrató, lo que pasa es que las mujeres son muy mal agradecidas. Nunca discutió conmigo y mucho menos con su papaíto, a quien respetaba como ningún joven de hoy en día respeta a los mayores… ¿Qué otra cosa puedo decirle, oficial?… ¿Enemigos? ¡Imagínese usted! Toda la gente buena tiene enemigos y mucha envidia arriba, porque ya nadie soporta que en este mundo exista alguien así. Antes que se me olvide, y Jacinta, su esposa, ¿cómo sigue?, me dijo Arminda que la vio llena de moretones en la cara y los brazos, y ella le dijo que se había caído de la escalera. Pobrecita, tan linda que ella es… No me mire con esa cara, oficial, usted sabe que cualquiera pudo haberlo matado, hasta usted mismo, con todo respeto. En sus ojos hay un brillo raro y le tiembla el brazo cada vez que anota algo que le digo. No sabía que usted tenía ese tic nervioso. No es por nada, pero mi niño era lindo, ¿verdad, oficial?, ¿usted lo conoció?, y decían las malas lenguas que hasta Jacinta andaba tras él, aunque yo jamás lo creí, porque ella siempre ha sido una muchacha seria. El pueblo todo lo habla, y lo que es verdad al final se sabe, porque esto es un caserío pequeño y no hay donde esconder nada… ¿Es cierto que su esposa se cayó de la escalera?

(Cuento incluido en la antología Isla en negro. Historias de crimen y enigma, Casa Editora Abril, 2014)

Lázaro Alfonso Díaz Cala. La Habana, 1970.

Miembro de la UNEAC. Poeta, narrador y haijín. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales, y publicado más de una veintena de libros de diversos géneros en Cuba, España, Estados Unidos, Colombia y México, entre los que destacan: En cada tiempo y en cada lugar (Premio DAVID 2011 narrativa juvenil) Ediciones Unión 2012, Donde amores hubo, cuentos quedan (Premio de Narrativa Regino Boti 2018) Editorial El Mar y la Montaña 2022, Por distintas aceras (Premio nacional de Poesía Adelaida del Mármol 2019) Ediciones Holguín 2022. Parte de su obra ha sido incluida en una veintena de compilaciones de narrativa, poesía y haiku, en Cuba y España. Como compilador, ha publicado: El silencio de los cristales, cuentos sobre la emigración cubana, Ediciones Unión 2018, El sabor de la luz, adolescentes cubanos del siglo XXI, Editorial José Martí 2021, y la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana, Editorial Primigenios, Estados Unidos, 2022.