Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Gabriel Arturo Castro

Gabriel Arturo Castro, nacido en Bogotá, Colombia, en 1962, es una destacada figura literaria en el panorama contemporáneo. Graduado en Antropología Social de la Universidad Nacional y con un Máster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, Castro es un autor multifacético: escritor, ensayista, comentarista de libros y un influyente tallerista de Escrituras Creativas.

A lo largo de su carrera, Castro ha dejado su marca en diversos medios nacionales, siendo colaborador del Magazín Dominical de El Espectador, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, así como en otros espacios importantes como el periódico virtual Confabulación y el blog literario La pipa de Magritte.

En el ámbito académico, Castro ha desempeñado un papel clave como catedrático en la Universidad del Tolima. Sus áreas de enseñanza abarcan desde Teoría Literaria y Antropología Cultural hasta Escrituras Creativas y Literatura y formación humana.

Su presencia literaria se extiende más allá de las aulas y los medios, encontrando eco en varias antologías. Sus obras han sido incluidas y comentadas en antologías de la poesía colombiana del siglo XX, donde su estilo ha destacado por su riqueza en imágenes y simbolismo, explorando la complejidad del ser humano ante temas como la muerte, el dolor, la guerra y la soledad.

El enfoque singular de Castro en la exploración de la realidad y la creación literaria es evidente en obras como «Resurrección de la imagen», «Alquimia de la media luna» y «Pequeño mito del bosque». Su prosa poética destila sabiduría y vitalidad, amalgamando lenguaje, imágenes y metáforas en un festín para la imaginación.

Su faceta como ensayista también brilla, y su análisis crítico de la literatura y la cultura se ha plasmado en obras como «Extravíos» y «Día antes del tiempo». Su enfoque reflexivo y profundo muestra su madurez como escritor y pensador.

En resumen, Gabriel Arturo Castro es un escritor colombiano que ha explorado las profundidades de la realidad humana a través de su prosa poética y ensayística. Su habilidad para tejer imágenes, metáforas y reflexiones lo convierte en un maestro del lenguaje, dejando una marca indeleble en la literatura contemporánea de Colombia y más allá.

Día antes del tiempo

Si pierdo la memoria qué pureza
Pedro Gimferrer

1

Las campanas de la vieja noche forman un círculo.
Dentro de él un largo crujir de fantasma,
el no apaleado,
ángel desleído que sufre por el espesor de su piel,
suerte en blanco de quien pierde su nombre
y está por fuera del tiempo y de la brújula.
La noche disfrazada pierde su encanto,
su humo, su hedor de úlcera tibia.
La noche tiene su común perfume y un irregular parpadeo
de ojos hundidos, la respiración pesada de los durmientes.
La noche afila los dientes y saliva. El mar al revés y el cristal
resistente nos hablan de una orilla escoriada, su espacio roto y
un viejo fondo de sueño.
Tras la ventana el ojo del mundo oculta su rostro.
Selva en flor,
la atmósfera se atraviesa de animales de sombra densa,
piel milenaria, un trueno detrás de la cabeza.
Imaginarios,
confiados,
los animales son anteriores al rumor
y convenientes en su cantidad regresan a su antiguo círculo.

2

Durante toda la noche arden piedras negras,
las piedras del ensueño, pedazos de luna.
Fuerte es su rumor,
agua y fronda en el tiempo:
cenicienta, la de afilar;
liviana, llena de agujeros;
fértil, la del vientre lleno.
El camino nocturno todavía es un hombre,
una mujer,
y su mirada vuelve a la hierba,
a la veta y al guijarro que está a tus pies.
Un guiño de su ojo de fuego
y todos naceremos para deslizarnos a través
de los nervios y la sangre, lentos, velados,
misericordiosos, soberanos.
Tendremos ceniza en todas las orillas.

3

Recuerdo cómo mover mi mano antigua,
mi puño de aceite que alza al hombre,
al buitre y al corazón viejo.
Todas las noches invento fechas vivas,
sumo claridades
y planto un hueso en la tierra.
El cincel perfecciona la esclava imagen,
la desteñida, embalsamada por la distancia.
El mundo retoma su antigua forma,
presencia invisible, la apariencia exacta.
Desde una estación de conjeturas la imaginación siempre regresa.

4

La estancia se satura de azul,
el solar, la vieja escalera,
la pequeña y única ventana
y la puerta poco indiferente.
En algún rincón del aposento
se asoma un rostro que detesta lo arduo,
el miedo y la incertidumbre.
El silencio se hace trizas y vuelve a nacer,
crece y se va, frío, húmedo,
hundido en el tedio.
Una voz retumba en la piedra inmóvil,
demuele el angosto jardín.
La sombra nada inocente te protegerá.
El lenguaje absorbe todo el espacio.

5

En un silencio medieval naufraga la tarde,
la ambigua e insostenible tarde con sus espejos de la dicha. Bajo la
luz del lento apagón llega la mano que protege el tiempo, la mano de
la lenta gravedad.

Hombres oscuros hormiguean tras una trampilla de máscaras y
sombreros. Los presentimos en la salvia, la quietud de los párpados
cerrados, la flor permanente y las uvas de la próxima estación.
La luz y la tierra del girasol ya no atienden sus reclamos. Bajo la
oquedad del árbol y en la cesta de verduras el tiempo y los niños
duermen.

Aurora

Desnudos, humeantes,
bajo la eterna noche de estrellas primitivas,
con los ojos cerrados y lejos del mundo,
tomamos un trozo de hueso y lo frotamos.
Quizás sea el reinicio que nos lleve a la aurora.

Sigilo

El sigilo está en la sangre que procede de la zarza,
de la edad y la humildad crujiente,
en la continuidad de los signos del cielo,
de ocuparse de rumiar sus vocablos y vestigios
esconder la voz en el dorso de la mano,
ir a los confines tras el pan y el vino,
inventar un ojo gigantesco
y hundirse en lo profundo de la jungla,
en la grieta del muro o en la inmensidad de la piedra.

Línea imaginaria

El carruaje entre dos filas de árboles
ya no aviva el paso hacia el mañana.
La piedra y un trozo de asta calcinada
al caballo le hicieron perder su aplomo,
su vertical cordura, su símbolo discreto,
su línea imaginaria.

Nada hizo el golpe de la vara gruesa,
ni la espuela asegurada del talón.

¿Cómo podré disimular la rotura de la rueda,
de su diente y de su espiga?

¿Los ángeles y los hombres sostendrán
el círculo y el eje?

Sueño vegetal

Al habitar la negrura de un bosque olvidado,
horizonte que apaga el color,
nuestro sueño vegetal se marcha tras la pesadez infantil
y el ensueño duro. Inútil la voz bajo el frío cielo,
ociosas las huellas de los reyes de madera dura,
el recuerdo sumergido de las lavanderas nocturnas,
tardío el ser que ponía fuego en el pequeño farol.

Pies de caza

Al repetir tres veces la palabra fruto,
las sílabas de su nombre,
el pie rompe la almendra, ataca el olivo,
sea su punta, talón o zapato de madera.

De pronto se advierte un olor vivo y subido,
olor que dejan los pies de caza.
Señal de inutilidad:
los talones cortan la cáscara,
derraman su fragante aceite
sin sesgar la semilla madura y descubierta.

El fruto se quedará atrás del pie que lo sigue.

Esfinge

Desde antes de la salida del sol
soñamos con los crisoles, calderos, manojos de plantas secas
y los colores ásperos y quemados de la cerámica,
del oro viejo.

Únicamente el Dios destituido
-esfinge ciega en el banquete del tiempo-
nos ofrecía las uvas más altas que se puedan alcanzar,
universo pequeño para nuestra pesadez y hundimiento,
mundo interior contra la tropa ágil,
el destrozo que asedia y corre,
la desolación que masca satisfecha su ajo,
su olor a resina o hierba amarga,
su cercana fetidez de jaula.

Somos sobrevivientes de una lengua muerta.

Vieja querella

Herodes sale con su lanza por la noche.

¿Cuándo podremos decir que la matanza de niños reposa lejos
y que el espanto del Bautista, su piedad y su corazón roto,
jamás volverán a visitar nuestro rostro, tu frente enferma,
mis ojos, tu canción de cuna, tu vieja querella?

Rey o monarca de siempre, el apagador de velas,
el del capuchón de ángel negro, el que perpetúa la noche,
es a ti a quien le agrada oír los lamentos que la humanidad exhala.
Tú extiendes la mano para agobiar mis labios,
sorbes mi sangre y mi llaga, la herida de mi débil brazo,
mi espalda que exhibe las letras y la cicatriz.
El cielo nos envía sables, puños apretados, arabescos de orín.
Mi alma estrecha es una sepultura en una callada tierra.
El poderoso habla la lengua soberana
y nosotros perdemos la lengua del hombre.

Herodes sale con su lanza por la noche.