Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Pablo Abril de Vivero

Pablo Enrique Germán Abril de Vivero (1894-1987), ilustre poeta, escritor y diplomático peruano, forjó un legado literario y cultural extraordinario. Su vida, entretejida con la pluma y la diplomacia, marcó épocas y amistades memorables, destacando su cercanía con el renombrado César Vallejo durante sus estancias europeas.

Hijo de distinguida estirpe, Pablo Abril de Vivero, hermano del poeta Xavier Abril y progenitor del pintor Francisco Abril de Vivero, abrazó la administración pública tras culminar sus estudios. Su incursión en la diplomacia coincidió con el Oncenio de Leguía, llevándolo de Buenos Aires a Quito y Roma, donde cultivó una profunda amistad con César Vallejo, impulsado por el deseo de fundar la efímera La semaine parisienne.

Entre altibajos diplomáticos, Abril de Vivero se estableció en Madrid, dando vida a la revista Bolívar. Su regreso al Perú lo llevó a ser bibliotecario y, posteriormente, a retomar la carrera diplomática, desplegando su destreza en Colombia, Cuba, Honduras, Uruguay, México, Bélgica, Venezuela, Dinamarca y Suecia.

Como literato, publicó dos emblemáticos poemarios modernistas, «Las alas rotas» y «Ausencia«, elogiados por César Vallejo. Su pluma se extendió a poesías satíricas, ensayos y crónicas, y su correspondencia con Vallejo se recopiló en el volumen de Cartas. Pablo Abril de Vivero, una figura que trasciende fronteras literarias y geográficas, dejó una huella indeleble en la historia cultural peruana.

Las alas rotas

Tú desde entonces eras la elegida
para mi corazón aventurero,
y tenías que ser para mí, pero
¡estabas tan distante de mi vida!
Estabas tan lejana y escondida
en no sé qué recodo de un sendero,
que te buscaba en vano… ¡oh!, el artero
destino cruel de mi ilusión florida.
En la inquietud de mi peregrinaje,
todos los privilegios del paisaje
decoraron mis múltiples derrotas.
Y al fin mi corazón, por un acaso,
se durmió para siempre en tu regazo,
ciego de luz y con las alas rotas!…

Como sombra ignorada

No tener un regazo que nos brinde, piadoso,
tras los rudos cansancios del humano fracaso,
la ilusoria certeza de un sereno reposo.
¡No tener un regazo!

No tener una estrella cuyos níveos fulgores
en el alma nos rimen la sonata más bella,
en la noche enlutada de los torvos dolores,
¡No tener una estrella!

No tener un perfume redentor del cautivo
corazón, que en las redes del pesar se consume,
con la amarga nostalgia del recuerdo más vivo,
¡No tener un perfume!

No tener una amada, melancólica y buena,
que nos cante, muy quedo, la canción ya olvidada
del amor, y que sepa suavizar nuestra pena…
¡No tener una amada!

Y estar lejos, muy lejos del edén florecido;
y seguir siendo triste, soñador, dolorido,
y pasar por la vida como sombra ignorada,
sin tener para el alma que triunfó del olvido,
¡ni regazo, ni estrella, ni perfume, ni amada!…

Patética

Caída del éxtasis,
en el atardecer, entre pasiones e incendio,
música de silencio.

Tu frente se eleva como el fuego.

Se oyen los ríos, la corriente de la libertad y del paisaje.

La hoja independiente, la gota de agua,
iguales a un cosmos o poema.

Estás allí donde la sangre canta,
en lo desnudo del aire, en la vena del alba.

Estética

(Realidad, incierta realidad o sueño.
Mujer siempre dormida en el poema.
Gacela despierta en suave paisaje de nube.
ausente de césped y horizonte

Exaltación de las materias elementales

(En desnudez intacta,
escalofrío, desmayo y sueño.
Debajo de sus senos nace un río
que olvida los temblores de su cuerpo).

¿Te quieres dar a mí hasta palidecer
desmayada en la noche?
¿Y que tu cabellera encienda
los trópicos íntimos del amor?

¿Sentir la claridad del alba
anegada en tus senos?
¿Hundirte en mí,
en la temeraria orfandad de la sangre?

Yo sueño verte un día
desnuda de tallos y de aurora,
señalando la transformación de las esferas,
alta de mediodía, cenital y luminosa,
solitaria, única: ¡eterna rosa!