Altazor o el viaje en paracaídas

Resumen del libro: "Altazor o el viaje en paracaídas" de

Altazor o el viaje en paracaídas es una obra maestra de la poesía vanguardista latinoamericana, escrita por el chileno Vicente Huidobro en 1931. El libro se compone de siete cantos que narran el viaje de Altazor, un poeta que se lanza en paracaídas desde el espacio exterior hacia la Tierra, atravesando diferentes paisajes y estados de conciencia.

El primer canto presenta al personaje y su decisión de emprender el viaje, así como su amor por una mujer llamada Alaïde. El segundo canto describe el inicio de la caída y la ruptura con las normas de la poesía tradicional. El tercer canto muestra el encuentro con la naturaleza y la creación de un lenguaje propio. El cuarto canto expresa la angustia existencial de Altazor y su deseo de morir. El quinto canto revela la visión cósmica y mística del poeta, que se siente parte del universo. El sexto canto introduce el humor y la ironía como formas de resistir al absurdo de la vida. El séptimo y último canto es una explosión de libertad verbal, donde Altazor inventa palabras y sonidos sin sentido, buscando trascender el lenguaje y la realidad.

Altazor o el viaje en paracaídas es una obra innovadora y desafiante, que rompe con las convenciones literarias y propone una nueva forma de expresión poética. Es una aventura estética y espiritual, que refleja la búsqueda de sentido y belleza en un mundo caótico y cambiante. Es un libro que invita a leerlo con los sentidos abiertos y la imaginación desbordada.

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Prefacio

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.

Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días.

La noche, la noche del día, del día al día siguiente.

Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.

Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.

Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arco-iris.

Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.

Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.

Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.

Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.

Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.

«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.

»Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.

»Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.

»Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.

»Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).

»Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.

»Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar… a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»

Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.

Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.

Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.

Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:

«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.

»Se debe escribir en una lengua que no sea materna.

»Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte.

»Un poema es una cosa que será.

»Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.

»Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.

»Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.

»Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»

Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha, me lanzo a la atmósfera del último suspiro.

Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.

Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:

»Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?

»Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.

»Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.

»Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.

»Digo siempre adiós, y me quedo.

»Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.

»Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.

»Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.

»Ámame.»

Altazor o el viaje en paracaídas: Vicente Huidobro

Vicente Huidobro. Fue un poeta chileno, inventor del movimiento poético denominado Creacionismo, que nació en Santiago el 10 de enero de 1893 y que falleció en Cartagena el 2 de enero de 1948. Nacido en el seno de una familia acomodada e intelectual, pasó su infancia viajando por Europa, tras lo que se educó en Santiago, en un colegio jesuita. Estudió literatura en la Universidad de Chile y en 1911 publicó su primer poemario, Ecos del alma, con fuertes influencias modernistas. A partir de ahí fundó y colaboró en diversas revistas, en las que siguió publicando sus escritos. En 1916 se trasladó a París, donde entró en contacto con los grandes vanguardistas y, tras dedicar un tiempo al surrealismo, decidió romper con éste y con el futurismo, creando su propio movimiento, el Creacionismo, por el que el poeta se equipara con «un pequeño Dios» que compite con la propia Naturaleza al crear obras e imágenes trascendentes. Huidobro y su aventura creacionista, encuentran su punto más alto en Altazor publicado de forma completa en 1931.

Residió en Argentina, Francia y España, apoyando al bando republicano en este último país. Ya de regreso en su país también se implicó activamente en política, favoreciendo al partido comunista chileno.

Ya en Chile, estuvo en conflicto constante con su coetáneo Pablo Neruda, con quien competía de manera continua. Además de la poesía, escribió novelas y guiones cinematográficos, y se mantuvo activo como cronista, conferenciante y poeta hasta su muerte en la tranquila localidad de Cartagena en 1948.