Antes de Adán

Resumen del libro: "Antes de Adán" de

Un muchacho del siglo veinte se convierte en sus sueños nocturnos en Colmillo Largo, un homínido del Pleistoceno, que vive en una sociedad desgarrada por feroces conflictos de convivencia entre unas poblaciones que han alcanzado distintos estadios de evolución. En sus horas de vigilia, el muchacho pone en orden los terribles episodios de su vida primitiva para dar una coherencia «cronológica» a sus experiencias. Escrita en 1907, Jack London nos ofrece su visión sobre la evolución humana de un modo que no tiene antecedentes en la literatura fantástica. Todo ello mediante las experiencias oníricas del protagonista a y a través de su álter ego, un joven homínido que entra en contacto con una sociedad mucho más avanzada y brutal.

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Mi vida

Nací en San Francisco de California, en 1876. A mis quince años ya me sentía tan hombre como el que más y los pocos centavos que llegaban a mis manos no me los gastaba en bombones ni en golosinas, que me empalagaban, sino en cerveza, cuyo sabor amargo me parecía muy adecuado para un hombre tan pleno como yo estaba convencido de ser.

Actualmente, cuando ya friso en la treintena, daría cualquier cosa con tal de gozar una infancia que a mí no me fue dada. Esto es tan cierto que voy perdiendo mi seriedad y me estoy haciendo cada vez menos formal. ¡Así creo recuperar la niñez perdida!

Mis recuerdos más antiguos son de responsabilidades y deberes. Me parece que nadie me enseñó a leer y escribir. Quizá lo haya olvidado, porque lo cierto es que a mis cinco años ya sabía ambas cosas. En cambio, recuerdo haber asistido en Alameda a mi primera escuela, antes de marchar con mis parientes a un rancho, donde tuve que trabajar de firme desde los ocho años.

Mi segunda escuela, en San Mateo, donde quise aprender algo más, era un guirigay. Solíamos sentarnos los alumnos de cada clase en nuestro banco correspondiente, pero la mayor parte de los días no llegábamos a hacerlo siquiera, porque el maestro venía borracho como una cuba. Entonces, los chicos mayores le zurraban. Pero el maestro, a su vez, la emprendía con los pequeños. Así terminaba la clase, sin haber comenzado siquiera. Puede imaginarse cuánto debí aprender en una escuela semejante. Todos los míos, mis familiares lo mismo que mis amigos, carecían en absoluto de ideas, gustos y refinamientos literarios. Tan sólo mi abuelo había llegado a ser escribiente, ya que no escritor. Era galés y en sus montañas le llamaban «el padre Juan», debido a su interés y su ánimo en dar a conocer los evangelios.

La ignorancia de mis allegados era tanta, que ya desde muy niño me impresionaba. Yo había leído con apasionamiento los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving; entonces debía tener unos nueve años y me extrañaba que los rancheros ignorasen en absoluto la existencia de aquella obra. Por último, llegué a la conclusión de que la ignorancia era algo propio de la vida rural; algo me insinuaba que no debía ser tan espesa en las ciudades.

En cierta ocasión vino a nuestro rancho un hombre de la ciudad. Sus zapatos eran elegantes y vestía con refinamiento. Yo estaba entusiasmado al pensar que llegaba el momento en que podría cambiar impresiones con alguien un poco cultivado. Con los ladrillos de una chimenea derruida, me había hecho una pequeña Alhambra privada, con sus torres, sus patios, sus miradores y demás detalles. Al menos, no había olvidado colocar letreros escritos con yeso que indicaban su existencia y su emplazamiento. Tomé a mi hombre y le conduje allí, para asaltarle a preguntas sobre la Alhambra real. Pero entonces me convencí de que el ciudadano, a fin de cuentas, era tan ignorante como los rancheros, mis conocidos.

Tuve que consolarme pensando que en el Mundo no había más que dos personas que supieran un poco dónde les apretaba el zapato: y estas personas éramos Washington Irving y yo…

Mi biblioteca se completaba con ciertas novelas de poca importancia, que yo pedía prestadas, e interminables folletines sentimentales, que encantaban a los braceros con sus narraciones sobre las desgracias de modistillas pobres y buenas.

Jack London. El apasionante novelista y cuentista estadounidense nacido como John Griffith Chaney en 1876, dejó una huella indeleble en la literatura con obras atemporales. Su seudónimo, Jack London, es sinónimo de aventura, supervivencia y una profunda conexión con la naturaleza.

En su periplo hacia la fama literaria, London se lanzó a una búsqueda de oro en Alaska en 1897. Aunque el oro resultó esquivo, las experiencias vividas durante esta odisea fueron el crisol que forjó su futuro como escritor. La convalecencia de su regreso, marcada por la enfermedad y el fracaso, fue el catalizador que lo impulsó hacia la literatura.

Su obra cumbre, "La llamada de la selva" (1903), personifica la aventura romántica y la narración realista. London, no solo un testigo de la naturaleza, se convirtió en su intérprete, llevando al lector a enfrentarse dramáticamente a la supervivencia humana en ambientes extremos.

La influencia literaria de London se nutrió de lecturas heterodoxas que abarcaron desde Kipling y Spencer hasta Darwin, Malthus, y Nietzsche. Este cóctel intelectual le otorgó una perspectiva única, fusionando el socialismo con el espíritu aventurero y, de manera controvertida, defendiendo la "raza anglosajona".

El epicentro de su cosmovisión literaria yace en la implacable lucha por la vida en la frontera de Alaska. Sus relatos capturan la crueldad de la selección natural, la esencia del ser humano librado a sus instintos casi salvajes. A través de títulos como "El silencio blanco", London transporta al lector a entornos donde la naturaleza y el hombre convergen en una danza feroz.

No obstante, London no se limita a los confines helados de Alaska. Su pluma también danza en las cálidas islas de los Mares del Sur, explorando la diversidad de la naturaleza humana en un lienzo tropical. Jack London, un visionario literario, deja tras de sí un legado que trasciende las páginas, convirtiéndolo en un eterno compañero de aquellos que buscan la esencia de la vida en las palabras de un maestro de la aventura literaria.