Asesinato en el Orient Express

Resumen del libro: "Asesinato en el Orient Express" de

«Asesinato en el Orient Express» es una novela de misterio de la famosa escritora británica Agatha Christie, publicada en 1934. La historia se centra en el famoso detective belga Hércules Poirot, quien se encuentra a bordo del lujoso tren Orient Express en su camino desde Estambul a Calais. Durante el viaje, uno de los pasajeros, un empresario estadounidense llamado Samuel Ratchett, es asesinado en su compartimento.

Poirot es llamado para investigar el asesinato y pronto descubre que muchos de los pasajeros a bordo del tren tienen un motivo para matar a Ratchett, quien ha sido involucrado en varios crímenes en el pasado. A medida que avanza la investigación, Poirot descubre que el asesinato fue planeado y ejecutado con gran cuidado y que muchos de los pasajeros tienen secretos que podrían estar relacionados con el crimen.

El detective utiliza sus habilidades y astucia para descubrir la verdad detrás del asesinato, haciendo una serie de entrevistas y reuniendo pruebas. Al final, Poirot revela que todos los pasajeros están conectados de alguna manera con la víctima y que varios de ellos colaboraron en el asesinato para vengar una tragedia en el pasado.

«Asesinato en el Orient Express» es una de las obras más famosas de Christie y se destaca por su intrincada trama y sus giros sorprendentes en la historia. Es un ejemplo clásico de una novela de detectives de misterio que sigue siendo muy leída y apreciada en la actualidad.

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EL PASAJERO DEL «TAURUS EXPRESS»

ERAN las cinco de una madrugada de invierno en Siria. Junto al andén de Alepo estaba detenido el tren que las guías de ferrocarriles designan con el nombre de Taurus Express. Estaba formado por un coche con cocina comedor, un coche cama y dos coches corrientes.

Junto al estribo del coche cama se encontraba un joven teniente francés, de resplandeciente uniforme, conversando con un hombrecillo embozado hasta las orejas, del que sólo podían verse la punta de la nariz y las dos guías de un enhiesto bigote.

Hacía un frío intensísimo, y aquella misión de despedir a un distinguido forastero no era cosa de envidiar, pero el teniente Dubosc la cumplía como un valiente. No cesaban de salir de sus labios frases corteses en el más pulido francés. Y no es que estuviese completamente al corriente de los motivos del viaje de aquel personaje. Había habido rumores, naturalmente, como siempre los hay en tales casos. El humor del general —de su general— había ido empeorando. Y luego había llegado aquel belga, procedente de Inglaterra, al parecer. Durante una semana reinó una extraña actividad. Y luego sucedieron ciertas cosas. Un distinguido oficial se había suicidado, otro había dimitido; rostros ensombrecidos habían perdido repentinamente su expresión de ansiedad; ciertas precauciones militares habían cesado. Y el general —el general del propio teniente Dubosc— había parecido de pronto diez años más joven.

Dubosc se había enterado de parte de una conversación entre su jefe y el forastero.

—Nos ha salvado usted, mon cher —dijo el general, emocionado, temblándole al hablar el blanco bigote—. Ha salvado usted el honor del Ejército francés. ¡Ha evitado usted mucho derramamiento de sangre! ¿Cómo agradecerle el haber accedido a mi petición? El haber venido desde tan lejos…

A lo cual el forastero —por nombre monsieur Hércules Poirot— había contestado afectuosamente, incluyendo la frase: «¿Cómo olvidar que en cierta ocasión me salvó usted la vida?». Y entonces el general había replicado rechazando todo mérito por aquel pasado servicio, y tras mencionar nuevamente a Francia y Bélgica, y el honor y la gloria de tales países, se habían abrazado calurosamente, dando por terminada la conversación. En cuanto a lo ocurrido, el teniente Dubosc estaba todavía a oscuras, pero le habían comisionado para despedir a monsieur Poirot al pie del Taurus Express, y allí estaba cumpliéndolo con todo el celo y ardor propios de un joven oficial que tiene una prometedora carrera en perspectiva.

—Hoy es domingo —dijo el teniente—. Mañana, lunes, por la tarde, estará usted en Estambul.

No era la primera vez que había hecho esta observación. Las conversaciones en el andén, antes de la partida de un convoy, se inclinan siempre a la repetición.

—Así es —convino monsieur Poirot.

—¿Piensa usted permanecer allí algunos días?

Mais oui. Estambul es una ciudad que nunca he visitado. Sería una lástima pasar por ella… comme ça —monsieur Poirot chasqueó los dedos despectivamente—. Nada me apremia. Permaneceré allí como turista unos cuantos días.

—Santa Sofía es muy hermosa —dijo el teniente Dubosc, que nunca la había visto.

Una ráfaga de viento frío recorrió el andén. Ambos hombres se estremecieron. El teniente Dubosc se las arregló para echar una subrepticia mirada a su reloj. Las cinco menos cinco. ¡Solamente cinco minutos más!

Al notar que el otro hombre se había dado cuenta de su subrepticia mirada, se apresuró a reanudar la conversación.

—En esta época del año viaja muy poca gente —dijo, mirando las ventanillas del coche cama detenido a su lado.

—Así es —convino monsieur Poirot.

—¡Esperemos que la nieve no se interponga en el camino del Taurus!

—¿Sucede eso?

—Ha ocurrido, sí. No este año, sin embargo.

—Esperémoslo, entonces —dijo monsieur Poirot—. Los informes meteorológicos de Europa son malos.

—Muy malos. En los Balcanes hay mucha nieve.

—En Alemania también, según tengo entendido.

Eh bien! —dijo el teniente Dubosc apresuradamente al ver que estaba a punto de producirse otra pausa—. Mañana por la tarde, a las siete cuarenta, estará usted en Constantinopla.

—Sí —dijo monsieur Poirot, y añadió distraído—: He oído decir que Santa Sofía es muy bella.

—Magnífica, según creo.

Por encima de sus cabezas se corrió la cortinilla de uno de los departamentos del coche cama y se asomó una joven al cristal.

Mary Debenham había dormido muy poco desde que salió de Bagdad el jueves anterior. Ni en el tren de Kirkuk, ni en el Rest House de Mosul, ni en la última noche de su viaje había dormido tranquilamente. Ahora, cansada de estar despierta en la cálida atmósfera de su departamento, excesivamente caldeado, se había levantado para curiosear.

Aquello debía ser Alepo. Nada para ver, naturalmente. Sólo un largo andén, pobremente iluminado. Bajo la ventanilla hablaban dos hombres en francés. Uno era un oficial del Ejército, el otro un hombrecillo con enormes bigotes. La joven sonrió ligeramente. Nunca había visto a nadie tan abrigado. Debía de hacer mucho frío allí fuera. Por eso calentaban el tren tan terriblemente. La joven trató de bajar la ventanilla, pero no pudo.

El encargado del coche cama se aproximó a los dos hombres. El tren estaba a punto de arrancar, dijo. Monsieur haría bien en subir. El hombrecillo se quitó el sombrero. ¡Qué cabeza tan ovalada tenía! A pesar de sus preocupaciones, Mary Debenham sonrió. Un hombrecillo de ridículo aspecto. Uno de esos hombres insignificantes que nadie toma en serio.

El teniente Dubosc empezó a despedirse. Había pensado las frases de antemano y las había reservado para el último momento. Era un discurso bello y pulido.

Por no ser menos, monsieur Poirot contestó en tono parecido.

En voiture, monsieur —dijo el encargado del coche cama.

Monsieur Poirot subió al tren con aire de infinita desgana. El conductor subió tras él. Monsieur Poirot agitó una mano. El teniente Dubosc se puso en posición de saludo. El tren, con terrible sacudida, arrancó lentamente.

—¡Por fin! —murmuró monsieur Hércules Poirot.

—¡Brrr! —resopló el teniente Dubosc, sacudiéndose para quitarse el frío.

Asesinato en el Orient Express: Una novela de Agatha Christie

Agatha Christie. Escritora inglesa nacida en Torquay (Inglaterra) el 15 de septiembre de 1890, es considerada como una de las más grandes autoras de crimen y misterio de la literatura universal. Su prolífica obra todavía arrastra a una legión de seguidores, siendo una de las autoras más traducidas del mundo y cuyas novelas y relatos todavía son objeto de reediciones, representaciones y adaptaciones al cine.

Christie fue la creadora de grandes personajes dedicados al mundo del misterio, como la entrañable miss Marple o el detective belga Hércules Poirot. Hasta hoy, se calcula que se han vendido más de cuatro mil millones de copias de sus libros traducidos a más de 100 idiomas en todo el mundo. Además, su obra de teatro La ratonera ha permanecido en cartel más de 50 años con más de 23.000 representaciones.

Nacida en una familia de clase media, Agatha Christie fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Su primera novela se publicó en 1920 y mantuvo una gran actividad mandando relatos a periódicos y revistas.

Tras un primer divorcio, Christie se casó con el arqueólogo Max Mallowan, con quien realizó varias excavaciones en Oriente Medio que luego le servirían para ambientar alguna de sus más famosas historias, al igual que su trabajo en la farmacia de un hospital, que le ayudó para perfeccionar su conocimiento de los venenos.

De entre sus novelas habría que destacar títulos como Diez negritos, Asesinato en el Orient Express, Tres ratones ciegos, Muerte en el Nilo, El asesinato de Roger Ackroyd o Matar es fácil, entre otros muchos. Las adaptaciones al cine de su obra se cuentan por decenas.

Además de estas obras, Agatha Christie también se dedicó a la novela romántica bajo el seudónimo de Mary Westmacott.

Christie recibió numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera, como el título de Dama del Imperio Británico o el primer Grand Master Award concedido por la Asociación de Escritores de Misterio.

Agatha Christie murió en Wallingford (Inglaterra) el 12 de enero de 1976.