Barnaby Rudge

Resumen del libro: "Barnaby Rudge" de

La violencia de las multitudes fascinaba y angustiaba a Charles Dickens. Barnaby Rudge es el resultado de ese interés y de sus reflexiones sobre la propiedad y los fanatismos religiosos.

La novela se publicó por entregas en 1841 en el semanario Master Humphrey’s Clock.

Los personajes son la esencia de Dickens y uno de los destacables en esta novela es el aprendiz de cerrajero, Sim Tappertit, un hombrecillo que estaba convencido de tener una magnífica estatura, de poseer un talento extraordinario y un notable atractivo para las damas y de estar destinado a hacer grandes cosas en la vida.

EPUB

I

En 1775 había junto al bosque de Epping, a unas doce millas de Londres -contando desde el estandarte de Cornhill, o más bien desde el lugar en el que antaño se encontraba el estandarte-, un establecimiento público llamado Maypole1, como podían advertir todos los viajeros que, sin saber leer ni escribir (y en esa época se encontraban en tal condición un gran número de viajeros, y también de sedentarios), miraran el emblema que se alzaba por encima de dicho establecimiento; un emblema que, si bien carecía de las nobles proporciones que los mayos presentaban en los viejos tiempos, era cuando menos como un fresno de treinta pies de altura, recto como la flecha más recta que haya podido disparar jamás el más diestro ballestero de Inglaterra.

El Maypole (esta palabra designará en adelante el edificio y no su emblema) era un vetusto caserón con más vigas en los aleros del tejado de las que pudiera contar un ocioso en un día soleado; con grandes chimeneas angulosas de donde parecía que ni el mismo humo podía salir sino bajo formas naturalmente fantásticas, merced a su tortuosa ascensión, y vastas caballerizas sombrías, medio en ruinas y desiertas. Se decía que esta casa había sido construida en la época de Enrique VIII, y existía una leyenda según la cual, no tan sólo la reina Isabel, durante una excursión de caza, había dormido allí una noche en cierta sala de paredes de encina labrada y de anchas ventanas, sino que al día siguiente, hallándose la reina doncella en pie sobre el poyo de piedra delante de la puerta dispuesta a montar, descargó sendos puñetazos y bofetones a un pobre paje por algún descuido en su servicio. Las personas positivas y escépticas, en minoría entre los parroquianos del Maypole, como lo están siempre por desgracia en todas partes, se inclinaban a considerar esta tradición como apócrifa, pero cuando el dueño de la antigua posada apelaba al testimonio del mismo poyo, cuando con ademán de triunfo hacía ver que la piedra había permanecido inmóvil hasta el día de hoy, los incrédulos se veían siempre derrotados por una mayoría imponente, y todos los verdaderos creyentes se regocijaban en su victoria.

Sin embargo, prescindiendo de la autenticidad o falsedad de esta tradición y de otras muchas por el mismo estilo, lo cierto es que el Maypole era un edificio muy viejo, más viejo tal vez de lo que pretendía ser y de lo que parecía por su aspecto, lo cual sucede con frecuencia con las casas, al igual que con las damas de edad incierta. Sus ventanas eran viejas celosías de diamante; sus suelos estaban hundidos y eran irregulares, sus techos ennegrecidos por la mano del tiempo, pesados debido a la presencia de inmensas vigas. Ante la puerta había un viejo porche, pintoresca y grotescamente tallado; y allí las noches de verano los clientes más favorecidos fumaban y bebían -ah, y cantaban también alguna que otra canción, a veces- descansando sobre dos bancos de madera de respaldo alto y aspecto sombrío que, como los dragones gemelos de cierto cuento de hadas, guardaban la entrada de la mansión.

En las chimeneas de las habitaciones en desuso, las golondrinas habían construido desde hacía muchos años sus nidos, y desde principios de la primavera hasta finales de otoño colonias enteras de golondrinas gorjeaban y cotorreaban en los aleros. Había más palomas en las inmediaciones del patio del lóbrego establo y las edificaciones anexas de las que nadie excepto el dueño podía contar. Los vuelos circulares y los revoloteos de pajarillos, palomas, volatineros y zuros no fueran tal vez del todo coherentes con el aspecto grave y sobrio del edificio, pero los monótonos arrullos, que nunca cesaban de oírse entre los pájaros a lo largo de todo el día, concordaban a la perfección, y parecían arrullarlo para que se durmiera. Con sus pisos inclinados, sus adormiladas hojas de cristal, y la fachada en saliente proyectándose sobre el camino, la vieja casa parecía estar asintiendo con la cabeza en sueños. De hecho, no era necesaria una gran imaginación para detectar en ella otras semblanzas con la especie humana. Los ladrillos con los que estaba construida habían sido originalmente de un profundo color rojo oscuro, pero se habían vuelto amarillentos y habían perdido su brillo como la piel de un anciano; las robustas vigas de madera habían decaído como dientes; y aquí y allá la hiedra, como una cálida prenda para reconfortar su vejez, envolvía sus verdes hojas estrechamente sobre los muros desgastados por el tiempo.

Con todo, era una edad valerosa y desbordante: y en las tardes de verano y otoño, cuando el refulgir del sol poniente caía sobre los robles y los castaños del bosque adyacente, la vieja casa, recuperando su lustre, parecía ser su perfecta compañera y tener ante sí muchos buenos años en él.

La tarde que nos ocupa no era una de esas hermosas tardes de verano o de otoño, sino el crepúsculo de un día de marzo. El viento aullaba de una manera espantosa a través de las desnudas ramas de los árboles, y mugiendo sordamente en las anchas chimeneas y azotando la lluvia las ventanas del mesón, daba a los parroquianos que en él se hallaban en aquel momento el incontestable derecho de prolongar su estancia, al mismo tiempo que permitía al propietario profetizar que el cielo se despejaría a las once en punto, lo cual coincidía asombrosamente con la hora en que acostumbraba a cerrar su casa.

Barnaby Rudge – Charles Dickens

Charles Dickens. Nacido el 7 de febrero de 1812 en Portsmouth, Inglaterra, se erige como uno de los más influyentes y aclamados novelistas de la literatura victoriana. Su vida y obra resplandecen con una complejidad que captura los matices de su época y trasciende las barreras temporales, dejando un impacto perdurable en la literatura y la sociedad.

Dickens experimentó una infancia turbulenta marcada por la pobreza y las dificultades. Su padre fue encarcelado por deudas, lo que llevó al joven Charles a trabajar en una fábrica de betún y a vivir momentos de penuria que dejaron una huella profunda en su sensibilidad hacia los desfavorecidos. Estas experiencias se reflejaron de manera tangible en sus obras, impregnando sus historias con una empatía sincera hacia los marginados y una denuncia de las injusticias sociales.

A pesar de las adversidades, Dickens demostró una mente aguda y un amor por la literatura desde una edad temprana. Sus experiencias juveniles en la fábrica y su posterior educación informaron su perspectiva única sobre la vida y la humanidad. A medida que maduraba, su carrera literaria despegó con la publicación de su primera obra serializada, "Los papeles póstumos del Club Pickwick", en 1836. Este trabajo, caracterizado por su humor y su aguda observación de la sociedad, le otorgó una notoriedad repentina y lo catapultó al estrellato literario.

La pluma de Dickens destiló una maestría en la creación de personajes memorables y vibrantes, como Oliver Twist, Ebenezer Scrooge y David Copperfield. Sus tramas cautivantes a menudo revelaban las profundidades de la condición humana y criticaban las desigualdades sociales y las instituciones opresivas. Además, su estilo narrativo meticuloso, su habilidad para tejer múltiples tramas y su capacidad para alternar entre comedia y tragedia confirman su estatus como un maestro de la narración.

El autor también fue un pionero en la publicación serializada, lo que permitía a un público más amplio acceder a sus historias. Sus novelas fueron consumidas con avidez por las masas, tanto en Inglaterra como en el extranjero, y su influencia se expandió más allá de la literatura, impactando en la conciencia social y política de la época.

Dickens no solo fue un autor prolífico, sino también un activista y filántropo comprometido. Sus lecturas públicas atrajeron multitudes y recaudaron fondos para obras de caridad, y abogó por reformas sociales, educativas y laborales. Su incansable dedicación al bienestar de los menos privilegiados se manifestó en su ficción y en sus acciones en la vida real.

La vida de Charles Dickens llegó a su fin el 9 de junio de 1870, pero su legado se mantiene vibrante. Sus obras siguen siendo estudiadas, adaptadas y amadas en todo el mundo, y su capacidad para conmover, entretener y estimular la reflexión perdura en las páginas de sus novelas. A través de su escritura y su compromiso social, Dickens se inmortalizó como un titán literario que trasciende el tiempo y las fronteras, dejando una marca indeleble en la literatura y en la conciencia colectiva.