Cantar de Mio Cid

Resumen del libro: "Cantar de Mio Cid" de

El Cantar de Mio Cid es la primera gran obra literaria castellana medieval y una de las más características de la épica. Fruto de un proceso de recreación tradicional el texto conservado, de acuerdo con los datos lingüísticos, se fecha a mediados del siglo XII y responde a los intereses de las alianzas de los reinos cristianos hispánicos en torno a Navarra.

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El rey Alfonso envía al Cid para cobrar las parias del rey moro de Sevilla Éste es atacado por el conde castellano García Ordóñez. El Cid, amparando al moro vasallo del rey de Castilla, vence a García Ordóñez en Cabra y le prende afrentosamente. El Cid torna a Castilla con las parias, pero sus enemigos le indisponen con el rey. Éste destierra al Cid.

1

El Cid convoca a sus vasallos; Éstos se destierran con él. – Adiós del Cid a Vivar

Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando ;

volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.

Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados,

las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos,

sin los halcones de caza ni los azores mudados.

Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado,

y comenzó a hablar así, justamente mesurado:

«¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!

Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»

2

Agüeros en el camino de Burgos

Ya aguijaban los caballos, ya les soltaban las riendas.

Cuando de Vivar salieron, vieron la corneja diestra ,

y cuando entraron en Burgos, la vieron a la siniestra.

Movió mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:

«¡Albricias, dijo Álvar Fáñez, que de Castilla nos echan

mas a gran honra algún día tornaremos a esta tierra!»

3

El Cid entra en Burgos

Mío Cid Rodrigo Díaz en Burgos, la villa, entró;

hasta sesenta pendones llevaba el Campeador;

salían a verle todos, la mujer como el varón;

a las ventanas la gente burgalesa se asomó

con lágrimas en los ojos, ¡que tal era su dolor!

Todas las bocas honradas decían esta razón:

«¡Oh Dios, y qué buen vasallo, si tuviese buen señor!»

4

Nadie hospeda al Cid. – Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse. – El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la galera.

De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba:

que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.

La noche anterior, a Burgos la real carta llegaba

con severas prevenciones y fuertemente sellada:

que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada,

y si alguno se la diese supiera qué le esperaba:

que perdería sus bienes y los ojos de la cara,

y que además perdería salvación de cuerpo y alma.

Gran dolor tenían todas aquellas gentes cristianas;

se escondían de mío Cid, no osaban decirle nada.

El Campeador, entonces, se dirigió a su posada;

así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada;

por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla,

tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.

Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban,

mas los que dentro vivían no respondían palabra.

Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba;

sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba,

mas no se abría la puerta, que estaba muy bien cerrada.

Una niña de nueve años frente a mío Cid se para:

«Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada,

sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta

con severas prevenciones y fuertemente sellada.

No nos atrevemos a daros asilo por nada,

porque si no, perderíamos nuestras haciendas y casas,

y hasta podía costarnos los ojos de nuestras caras.

¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada;

que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.»

Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.

Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia.

Partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba;

llega hasta Santa María , y a su puerta descabalga;

las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.

Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga;

salió luego por la puerta y el río Arlanzón cruzaba.

Junto a Burgos, esa villa, en el arenal acampa;

manda colocar la tienda y luego allí descabalga.

Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada ,

en el arenal posó, nadie le acogió en su casa;

pero en torno de él hay mucha gente que le acompañaba.

Así acampó mío Cid, como si fuese en montaña.

También ha vedado el rey que en Burgos le vendan nada

de todas aquellas cosas que puedan ser de vianda:

nadie osaría venderle ni aun una dinerada .

Autor cuyo nombre no es conocido o no ha sido declarado.