Cartas desde la Tierra

Cartas desde la Tierra - Mark Twain

Resumen del libro: "Cartas desde la Tierra" de

Este sensacional libro, cuya primera edición no se autorizó hasta 1962, describe en vivo y en directo la versión siglo XXI del Big Bang desencadenado por Dios, y las reacciones de un testigo de excepción: Satán. Condenado por unos comentarios como siempre inoportunos, Satán se ve obligado a escribir cartas a casa desde su exilio en la Tierra. Las Cartas se centran particularmente en la naturaleza de la relación entre Dios y el Hombre, ese vínculo que quiere simbolizar la forma más sublime de la reverencia y el amor, pero que frecuentemente se manifiesta en forma de desgracias, tribulaciones y abandono. Con ese tono escandaloso que sólo nos permitimos en cavilaciones privadas, las Cartas conmueven, hacen reír y, como si eso no fuera suficiente, destilan un aire profético.

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Preámbulo

El Creador se sentó al trono, pensando. Tras Él, extendido el ilimitable continente del cielo, empapado en una delicia de luz y color; ante Él, levantada la negra noche del Espacio, como un muro. Su gran corpulencia sobrepasaba robusta y como una montaña hacia el cenit, y su divino rostro resplandecía como un sol distante. A sus pies, paradas tres figuras colosales de menor tamaño —arcángeles— con las cabezas al ras de su tobillo.

Cuando el Creador terminó de pensar dijo: «He pensado. ¡Contemplen!».

Alzó Su mano y de ella explotó un chorro de fuego, un millón de astros increíbles, los cuales perforaron la oscuridad y se dispararon; volaron y volaron y volaron, disminuyendo en magnitud e intensidad mientras agujereaban las lejanas fronteras del Espacio, hasta que al final no fueron más que cabezas de diamantes titilando bajo el inmenso techo abovedado del universo.

Después de una hora el Gran Concilio rompió filas.

Los arcángeles se fueron de allí impresionados y pensativos a un lugar tranquilo donde podrían hablar con libertad. Ninguno de los tres parecía querer ser el primero en decir algo, aunque tenían la intención de que alguien lo hiciese. Tenían muchas ganas de discutir el gran evento, pero preferían no decir nada hasta que supieran cómo lo iba a tomar el otro. Conversaron de cosas banales e insignificantes sobre temas que no tenían importancia, y así mucho rato, y no llegaban a ninguna parte, hasta que por fin, el arcángel Satán se armó de valor —del cual tenía mucho— y abrió camino. Dijo: «Sabemos que estamos aquí para hablar de lo que pasó, mis señores, y debemos dejar de hablar de otras cosas, y discutir esto. Si esta es la opinión del Concilio».

«¡Lo es, lo es!», dijeron Gabriel y Miguel, interrumpiendo agradecidamente.

«Muy bien, entonces, procedamos. Hemos presenciado algo maravilloso; en cuanto a esto, estamos todos absolutamente de acuerdo. En cuanto al valor de ello —si es que tiene alguno— es algo que no nos interesa personalmente. Podemos tener tantas opiniones del hecho como queramos, y ese es nuestro límite. No tenemos voto. Creo que el Espacio estaba bien, tal como era, y útil, también. Frío y oscuro —un lugar de descanso, desde siempre—, después de todo este clima sobrecogedor y de las molestas glorias del cielo. Pero estos son detalles que no interesan; la particularidad, la gran particularidad, es… ¿cuál, señores?».

«¡La invención e introducción inmediata de una ley autónoma, involuntaria, que gobierne toda esa infinidad de soles y mundos que se desplazan!».

Mark Twain. (Florida, Estados Unidos, 1835 - Redding, 1910). Escritor, orador y humorista estadounidense. Se educó en la ribera del Mississippi. Fue aprendiz de impresor, tipógrafo itinerante, piloto de un barco de vapor, soldado del ejército confederado, minero, inventor, periodista, empresario arruinado, doctor en Letras por las universidades de Yale y Oxford, conferenciante en cinco continentes y finalmente una de las mayores celebridades de su tiempo. En 1876 publicó Tom Sawyer y en 1884 su secuela, Huckleberry Finn, vértice de toda la literatura norteamericana moderna según Hemingway. Los Diarios de Adán y Eva, aparecidos entre 1893 y 1905, derivan de su preocupación por la Biblia, «esa vieja galería de curiosidades». A lo largo de su vida, Mark Twain pasó gradualmente de la ironía al pesimismo, luego a la amargura y a la misantropía; el humor y la lucidez nunca lo abandonaron. En 1909 comentó: «Yo nací con el cometa Halley en 1835. El próximo año volverá y espero fervorosamente irme con él. Si así no fuera, sería la mayor desilusión de mi vida. Estoy convencido de que el Todopoderoso lo ha pensando: “Estos dos monstruos han llegado juntos, que se vayan juntos”».