Consideraciones de un apolítico

Consideraciones de un apolítico - Thomas Mann - Ensayos

Resumen del libro: "Consideraciones de un apolítico" de

Las consideraciones son el diario de Mann durante la Primera Guerra Mundial. Por primera vez, el escritor se compromete en el debate ideológico, exaltando los valores que creía amenazados. Defiende aquí una «cierta idea de Alemania», critica los tópicos virtuosos de la propaganda de los Aliados, paladines de la democracia, y afirma que existe una oposición irreductible entre la cultura y la «civilización» de sus adversarios. La cultura se ocupa del alma, es propia de un país y se dirige al individuo. La civilización, preocupada por el progreso técnico y material, es internacional y sólo se interesa por las masas. Nos conduce directamente al reino del termitero.
Este panfleto antidemocrático se transforma a veces en una defensa muy discutible del nacionalismo alemán, pero contiene también un elogio de la ironía y páginas impresionantes sobre filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, músicos como Wagner y Bizet, escritores como Tolstói, Dostoyevski, Flaubert, etc. En definitiva, un libro que se presta a la discusión y a la crítica, un documento capital sobre una crisis de civilización.

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Prólogo

En 1915, cuando hube dejado en manos del público el pequeño libro Federico y la gran coalición, creí que había saldado mi deuda «al día y a la hora», y que, aun en la furia desencadenada de los tiempos, podría volver a dedicarme a las empresas artísticas que había iniciado antes de estallar la guerra. Pero esto se reveló como un error. Lo mismo que a centenares de miles, a quienes la guerra arrebató de su órbita, a quienes «enroló», apartándolos y manteniéndolos alejados, durante muchos años, de su verdadero oficio y ocupación, otro tanto me ocurrió a mí; pero no fueron el estado ni el ejército quienes me «enrolaron», sino los propios tiempos: para prestar servicio del pensamiento, durante más de dos años, con el arma para la cual, al cabo de mi constitución intelectual, era tan poco hábil, ni para la que había nacido, como más de un compañero de vicisitudes, no era hábil ni había nacido para el servicio real en el frente o en la retaguardia, y del cual retorno hoy, no precisamente en las mejores condiciones de bienestar —un damnificado de la guerra, debo decir por cierto—, a mi huérfana mesa de trabajo.

El fruto de esos años —pero no lo califico de «fruto», sino que prefiero hablar de un residuo, un resto y un sedimento o también de una huella, más exactamente, y para confesar la verdad, una huella dolorosa—, es decir, el remanente de esos años, para acomodar el altanero concepto de la permanencia a un sustantivo de cuño no demasiado orgulloso, lo constituye el presente volumen, que, a su vez, y por buenas razones, me cuido de calificar de libro o de obra. Pues un ejercicio de veinte años, no del todo despreocupado, me ha enseñado, en este arte, después de todo, a respetar demasiado el concepto de obra, de composición, como para que pueda reivindicar el empleo de ese nombre para una efusión o un memorándum, un inventario, un diario o una crónica. Pero de algo semejante, de una obra de escritura y acumulación, se trata en este caso, aunque a veces este volumen se presente —con derechos a medias, por lo demás— como una composición y una obra. Con derechos a medias. Pues podría demostrarse la existencia de una idea orgánica y siempre presente, si no se tratase precisamente solo del sentimiento vacilante que penetra todo el volumen. Podría hablarse de «variaciones sobre un tema», con tal de que ese tema hubiese alcanzado, justamente, una imagen más precisa. ¿Un libro? No, no es posible hablar de tal cosa. Esa búsqueda, esa lucha y esos tanteos en el encuentro de la esencia, de las causas de una pena, esas estocadas dialécticas en la niebla contra tales causas, todo ello no dio por resultado, naturalmente, un libro. Pues entre esas causas se contaba indudablemente una desacostumbrada falta de dominio del tema, cuya clara y vergonzante conciencia estuvo continuamente activa, y que por instinto debía ocultarse mediante un lenguaje ligero y soberano… Sin embargo, y tal como una obra de arte puede tener forma y apariencia de una crónica (cosa que sé por experiencia), así a la postre una crónica puede tener asimismo forma y apariencia de una obra de arte; y es así como este compendio exhibe, cuando menos ocasionalmente, la ambición y el hábito de una obra: es algo intermedio entre una obra y una efusión, entre composición y escritura, aun cuando su punto de existencia se halla tan poco situado en el centro —en realidad, tanto más hacia el lado de lo no-artístico— que haremos mejor en considerarlo, a pesar de sus capítulos compuestos, como una especie de diario, cuyas primeras partes datan de los comienzos de la guerra y cuyos últimos capítulos, acaso, de fines de 1917 y principios de 1918.

Pero si estos apuntes no constituyen una obra de arte, no lo son, en última instancia, porque, en cuanto a apuntes y consideraciones, son en demasiada medida una obra de artista, la obra de un oficio de artista, pues eso es lo que son, de hecho, en más de un aspecto. Lo son, por ejemplo, en cuanto producto de cierta irritabilidad indescriptible contra tendencias intelectuales de la época; una irritabilidad, una delicadeza de la piel y una nerviosidad de la percepción que yo conocí en mí desde siempre, y de la cual, en cuanto artista y por lo que creo, a veces he obtenido beneficios. Pero esta irritabilidad produjo, desde siempre, la cuestionable proclividad accesoria de reaccionar ante esos estímulos de una manera directamente propia del escritor, crítica, polémica, e inclusive en aquellos momentos —más aún, precisamente en aquellos momentos— en los que no solo se trataba de un prurito externo de la piel, sino cuando yo participaba, en cierto grado y desde adentro, de lo que había percibido: una belicosidad o manía belicosa puramente literaria, basada en la necesidad del equilibrio, y por ello y por su parte demasiado decidida a una encolerizada unilateralidad, sin que para todo ello el conocimiento crítico fuese suficientemente capaz de cobrar conciencia, de la palabra, del análisis, lo bastante maduro intelectualmente como para poder confiar seriamente en un tratamiento ensayístico. Creo que es así como se originan los escritos de artistas.

Consideraciones de un apolítico – Thomas Mann

Thomas Mann. Escritor y ensayista alemán, aunque nacionalizado estadounidense, nació el 6 de Junio de 1875 en Lübeck. Thomas Mann está considerado uno de los más grandes escritores del S.XX, espejo de la turbulenta sociedad de su época. Mann creció en Munich, donde empezó a escribir cuentos y ensayos. Participó en varias revistas, como la Simplizissimus, y probó suerte con antologías de relatos hasta que se hizo un nombre con su primera novela Los Buddenbrock (1901), historia de una familia burguesa venida a menos. Posteriormente publicó Muerte en Venecia (1911) -obra en la que se dejaba entrever su potencial homosexualidad-. La novela logró una gran difusión gracias a la posterior adptación que realizó Visconti para la pantalla grande.

Las clases medias burguesas y la psicología del artista son temas fundamentales en la obra de Mann y también se ven reflejados en la que sería su obra más conocida y traducida, La montaña mágica (1924) en la que el escritor alemán es capaz de diseccionar la sociedad europea del momento.

En 1929 recibe el Premio Nobel de Literatura, gracias sobre todo a su labor como cuentista y por Los Buddenbrock, obra que todavía eclipsaba a La montaña mágica.

La situación en Alemania no era buena para Mann. En 1918 había publicado Consideraciones de un apolítico y su presencia le era incómoda al recién llegado regimen de Hitler. En 1933 decide exiliarse, pero mantiene un discreto silencio sobre la vida política alemana mientras dura el lanzamiento de José y sus hermanos, una tetralogía que empezó a publicar en 1934.

Tras pasar por Suiza, Mann recala en California, donde conseguiría la nacionalidad americana. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en programas de la BBC de corte antifascista destinados a los soldados del ejército alemán.

De su época americana destaca quizás Doctor Faustus (1947), donde Mann vuelca su visión del nazismo y de la caída del pueblo alemán. No llegó a acabar su última novela: Confesiones del estafador Félix Krull.

Mann murió en 1955, cerca de Zúrich.