Correspondencia

Correspondencia, por Immanuel Kant

Resumen del libro: "Correspondencia" de

Este libro reúne parte de la correspondencia de Immanuel Kant, traducida por primera vez al castellano. Las noventa y ocho cartas seleccionadas por la editora y traductora de las mismas permiten una aproximación al gran filósofo alemán desde una diversidad de lecturas. Así, en ellas se puede indagar sobre la figura intelectual y humana del autor de la «Crítica de la razón pura» y sobre su relación con sus contemporáneos, al tiempo que se asiste al intercambio de ideas e impresiones en un tiempo en que se fraguaba una de las mayores cumbres del pensamiento occidental.

Libro Impreso

KANT Y LA IDEA DE ILUSTRACIÓN Moralización y voluntad de verdad

¿Qué podremos decir, una vez más, de Kant? ¿No se han agotado ya todos los tópicos sobre su figura y su obra? Y sin embargo, una y otra vez, hablar de Kant nos coloca ante un desafío: por la desmesura del propósito, por el temor a la injusticia, por la magnitud del panorama, por la grandeza de la presencia humana que envuelve a quien se atreve a dejarse llevar, a pensar y pensarse en sus textos.

Desde hace muchos años, los azares de mi iniciación a la lectura de Kant me llevaron muy pronto al recorrido de sus cartas. Y digo «recorrido» porque la mención tópica de algunas de ellas en los intérpretes que a la sazón tentamos a la mano incitó sobremanera mi curiosidad. De modo que, siguiendo la huella de aquellas tópicas citas, exploré la correspondencia de Kant a la caza de los lugares más inexplorados. En busca de motivos intelectuales, de aclaraciones de sus conceptos, expuestas en la forma tal vez más auténtica de la privacidad, de la confesión de intenciones, del cara a cara con quienes le preguntaban y objetaban, en un contexto donde el autor no se siente estampando la firma de auctor, como cuando envía sus pensamientos a la imprenta. Es un contexto donde los perfiles o la figura real del personaje quedan tal vez más a la vista. Pero no es sólo eso: se trata también de que una correspondencia desvela junto al personaje el mundo que le está adherido, que hace figura con él.

La historia de las sociedades, de las instituciones, de los hechos de la razón que diría el propio Kant parece enseñarnos que ni el saber, ni el arte, ni la virtud, en todas sus proyecciones hasta lo más público de lo público, llegan a habitarnos de un modo conformado, ofrecido como excelente e irradiante, si la virtud, o el saber, o el arte, no se dan algo así como en constelación, como sucede en el universo físico con el comportamiento de las masas estelares. Las coyunturas que llegamos a calificar de históricas, y que admiramos como ejemplares, condensan un cúmulo de circunstancias, que ante todo son cúmulo de voluntades, de sueños, de ideales compartidos. Cierto que estas afirmaciones pueden sonar a verdades de Perogrullo, «condenados» como estamos a convivir y a hacer con los demás. Y que las coyunturas históricas pueden con frecuencia tomar también, por ello mismo, el tono y el cariz de la miserable perversión de la verdad y de la virtud, que sin remedio envolverá también a las sociedades.

Pero la remembranza de esa convicción quiere referirse a la habilitación crítica de ese hecho inevitable en el cuidado consciente, intencionado, de la vida. Algo que creo puede verse en Kant, y que de modo incontestable Kant nos devuelve, en parecidos términos, tanto reflexionados como ejercidos; y ello en los dos planos inseparables: el de la propia vida personal, y el de su conciencia como hombre de la Ilustración y de la universidad, llamado especialmente al ejercicio de la Filosofía. En este preciso sentido, Kant simboliza de manera ejemplar la cristalización, more moderno, de una precisa y exigente dinámica humanizadora, capaz de aunar conciencias y libertades en torno al viejo sueño —humano, irrecusablemente humano— de la sabiduría.

Kant es entre nosotros sobradamente conocido, si es que lo que merece ser conocido puede serlo alguna vez en demasía. Nuestra producción bibliográfica, nuestras universidades y centros de investigación cuentan con pléyade de excelentes y reconocidos kantianos. Prácticamente la totalidad de lo publicado por Kant se ha traducido entre nosotros, incluidas algunas de sus Lecciones de Lógica, Ética, Metafísica: tarea de larga vida ya, que tiene capítulos importantes en la generación de Ortega —pensemos en García Morente, pasando por la gran labor pionera que antaño ejerció en esa transmisión de Kant el mundo hispanoamericano—; y que ha florecido extraordinariamente en los últimos años, hasta el punto de que algunas de sus obras paradigmáticas se han traducido más de una vez (Vid. infra Apéndice II, Escritos kantianos). Pero desgraciadamente eso no ha sucedido todavía con sus cartas, a no ser la famosa a Herz de 11-2-1772, inserta en la espléndida edición de la Dissertatio de 1770 que introduce J. Gómez Caffarena, a quien tanto debe el kantismo de nuestro país, desde los años sesenta del pasado siglo. A lo que hay que añadir la carta a Federico Guillermo II que el propio Kant introdujo en El conflicto de las Facultades o La contienda entre las Facultades…

Immanuel Kant. Filósofo alemán. Nació en 1724 y murió en 1804. Es considerado por muchos como el pensador más influyente de la era moderna. Nacido en Königsberg (en la actualidad, Kaliningrado, Rusia) el 22 de abril de 1724, Kant se educó en el Collegium Fredericianum y en la Universidad de Königsberg. En la escuela estudió sobre todo a los clásicos y en la universidad, física y matemáticas. Tras la muerte de su padre, tuvo que abandonar sus estudios universitarios y ganarse la vida como tutor privado. En 1755, ayudado por un amigo, reanudó sus estudios y obtuvo el doctorado. Después, enseñó en la universidad durante 15 años, y dio conferencias, en primer lugar, de ciencia y matemáticas, para llegar de forma paulatina a disertar sobre casi todas las ramas de la filosofía.

Aunque las conferencias y escritos de Kant durante este periodo le dieron reputación como filósofo original, no se le concedió una cátedra en la universidad hasta 1770, cuando se le designó profesor de lógica y metafísica. Durante los 27 años siguientes continuó dedicado a su labor profesoral y atrayendo a un gran número de estudiantes a Königsberg.

Las enseñanzas religiosas nada ortodoxas de Kant, que se basaban más en el racionalismo que en la revelación divina, le crearon problemas con el Gobierno de Prusia y en 1792 Federico Guillermo II, rey de esa nación, le prohibió impartir clases o escribir sobre asuntos religiosos. Kant obedeció esta orden durante cinco años, hasta la muerte del rey, y entonces se sintió liberado de su obligación. En 1798, ya retirado de la docencia universitaria, publicó un epítome donde se contenía una expresión de sus ideas de materia religiosa.

Falleció el 12 de febrero de 1804.