El amante japonés

Resumen del libro: "El amante japonés" de

«El Amante Japonés» de Isabel Allende es una novela cautivadora que teje una historia de amor inolvidable con un toque de misterio y una profundidad emocional que caracteriza la obra de esta autora chilena de renombre internacional.

En esta obra, Allende narra la historia de Alma Belasco, una mujer en la tercera edad que comparte su conmovedora historia de amor con el enigmático Ichimei Fukuda. Ambientada en San Francisco, la novela explora la vida de Alma y su conexión especial con Ichimei, un joven de ascendencia japonesa. Su relación se desarrolla durante tiempos tumultuosos, desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, y se despliega con una pasión que desafía el paso del tiempo.

La autora Isabel Allende, conocida por su prosa lírica y su habilidad para crear personajes entrañables, despliega una narrativa envolvente que combina la historia de amor de Alma e Ichimei con otros personajes y eventos que rodean sus vidas. Allende es maestra en tejer tramas complejas y emocionantes, y en «El Amante Japonés,» no es la excepción. Su estilo narrativo es inconfundible, lleno de detalles ricos y una profunda exploración de los sentimientos humanos.

La historia de amor en «El Amante Japonés» se convierte en un símbolo de la persistencia del amor a pesar de los obstáculos y el paso del tiempo. A través de la prosa magistral de Allende, el lector es llevado en un viaje emocional que aborda temas de inmigración, identidad, pérdida y redención. Además, la novela revela secretos y revelaciones a lo largo de la trama que mantienen al lector inmerso en la historia hasta el último momento.

En resumen, «El Amante Japonés» de Isabel Allende es una obra maestra literaria que captura la esencia del amor a lo largo de las generaciones y a través de las diferencias culturales. Con una prosa cautivadora y personajes inolvidables, esta novela es un tributo a la pasión y la perseverancia en el rostro de la adversidad. Un libro que seguramente tocará el corazón de los amantes de la literatura y dejará una huella imborrable en quienes se aventuren en su lectura.

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Lark House

Irina Bazili entró a trabajar en Lark House, en las afueras de Berkeley, en 2010, con veintitrés años cumplidos y pocas ilusiones, porque llevaba dando tumbos entre empleos, de una ciudad a otra, desde los quince. No podía imaginar que encontraría su acomodo perfecto en esa residencia de la tercera edad y que en los tres años siguientes llegaría a ser tan feliz como en su infancia, antes de que se le desordenara el destino. Lark House, fundada a mediados de 1900 para albergar dignamente a ancianos de bajos ingresos, atrajo desde el principio, por razones desconocidas, a intelectuales progresistas, esotéricos decididos y artistas de poco vuelo. Con el tiempo cambió en varios aspectos, pero seguía cobrando cuotas ajustadas a los ingresos de cada residente para fomentar, en teoría, cierta diversidad social y racial. En la práctica todos ellos resultaron ser blancos de clase media y la diversidad consistía en sutiles diferencias entre librepensadores, buscadores de caminos espirituales, activistas sociales y ecológicos, nihilistas y algunos de los pocos hippies que iban quedando vivos en el área de la bahía de San Francisco.

En la primera entrevista, el director de esa comunidad, Hans Voigt, le hizo ver a Irina que era demasiado joven para un puesto de tanta responsabilidad, pero como tenían que cubrir con urgencia una vacante en el departamento de administración y asistencia, ella podía ser suplente hasta que encontraran a la persona adecuada. Irina pensó que lo mismo que de ella se podía decir de él: parecía un chiquillo mofletudo con calvicie prematura a quien la tarea de dirigir ese establecimiento seguramente le quedaba grande. Con el tiempo la muchacha comprobaría que el aspecto de Voigt engañaba a cierta distancia y con mala luz, pues en realidad había cumplido cincuenta y cuatro años y había demostrado ser un excelente administrador. Irina le aseguró que su falta de estudios se compensaba con la experiencia en el trato con ancianos en Moldavia, su país natal.

La tímida sonrisa de la postulante ablandó al director, quien se olvidó de pedirle una carta de recomendación y pasó a enumerar las obligaciones del puesto; podían resumirse en pocas palabras: facilitar la vida a los huéspedes del segundo y tercer nivel. Los del primero no le incumbían, pues vivían de forma independiente, como inquilinos en un edificio de apartamentos, y tampoco los del cuarto, llamado apropiadamente Paraíso, porque estaban aguardando su tránsito al cielo, pasaban dormitando la mayor parte del tiempo y no requerían el tipo de servicio que ella debía ofrecer. A Irina le correspondería acompañar a los residentes a las consultas de médicos, abogados y contadores, ayudarlos con formularios sanitarios y de impuestos, llevarlos de compras y menesteres similares. Su única relación con los del Paraíso era organizar sus funerales, para lo que recibiría instrucciones detalladas según el caso, le dijo Hans Voigt, porque los deseos de los moribundos no siempre coincidían con los de sus familiares. Entre la gente de Lark House había diversas creencias y los funerales tendían a ser ceremonias ecuménicas algo complicadas.

Le explicó que sólo el personal doméstico, de cuidado y enfermería estaba obligado a llevar uniforme, pero existía un tácito código de vestimenta para el resto de los empleados; el respeto y el buen gusto eran los criterios en esa materia. Por ejemplo, la camiseta estampada con Malcolm X que lucía Irina resultaba inapropiada para la institución, dijo enfáticamente. En realidad la efigie no era de Malcolm X sino del Che Guevara, pero ella no se lo aclaró porque supuso que Hans Voigt no había oído hablar del guerrillero, quien medio siglo después de su epopeya seguía siendo venerado en Cuba y por un puñado de radicales de Berkeley, donde ella vivía. La camiseta le había costado dos dólares en una tienda de ropa usada y estaba casi nueva.

—Aquí está prohibido fumar —le advirtió el director.

—No fumo ni bebo, señor.

—¿Tiene buena salud? Eso es importante en el trato con ancianos.

—Sí.

—¿Hay alguna cuestión que yo deba saber?

—Soy adicta a videojuegos y novelas de fantasía. Ya sabe, Tolkien, Neil Gaiman, Philip Pullman. Además trabajo lavando perros, pero no me ocupa muchas horas.

—Lo que haga en su tiempo libre es cosa suya, señorita, pero en su trabajo no puede distraerse.

—Por supuesto. Mire, señor, si me da una oportunidad, verá que tengo muy buena mano con la gente mayor. No se arrepentirá —dijo la joven con fingido aplomo.

Una vez concluida la entrevista, el director le mostró las instalaciones, que albergaban a doscientas cincuenta personas con una edad media de ochenta y cinco años. Lark House había sido la magnífica propiedad de un magnate del chocolate, que la donó a la ciudad y dejó una generosa dotación para financiarla. Consistía en la mansión principal, un palacete pretencioso donde estaban las oficinas, así como las áreas comunes, biblioteca, comedor y talleres, y una serie de agradables edificios de tejuela de madera, que armonizaban con el parque, aparentemente salvaje, pero en realidad bien cuidado por una cuadrilla de jardineros. Los edificios de los apartamentos independientes y los que albergaban a los residentes de segundo y de tercer nivel se comunicaban entre sí por anchos corredores techados, para circular con sillas de ruedas a salvo de los rigores del clima, y con laterales de vidrio, para apreciar la naturaleza, el mejor bálsamo para las penas a cualquier edad. El Paraíso, una construcción de cemento aislada, habría desentonado con el resto si no hubiera estado cubierto por completo de hiedra trepadora. La biblioteca y sala de juegos estaban disponibles a todas horas; el salón de belleza tenía horario flexible y en los talleres ofrecían diversas clases, desde pintura hasta astrología, para aquellos que todavía anhelaban sorpresas del futuro. En la Tienda de Objetos Olvidados, como rezaba el letrero sobre la puerta, atendida por damas voluntarias, vendían ropa, muebles, joyas y otros tesoros descartados por los residentes o dejados atrás por los difuntos.

El amante japonés: Isabel Allende

Isabel Allende. Escritora chilena, nació en una familia de diplomáticos , siendo su padre embajador de Chile en Perú, debido a esto creció y estudió en países como Perú, Bolivia, Líbano o Chile, recibiendo educación privada de gran calidad en colegios estadounidenses.

Establecida en un primer momento en Santiago de Chile, Allende trabajó como periodista para revistas infantiles o para mujeres, posteriormente trabajó en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), lo que la llevó a pasar largas temporadas en Europa. Se casó en los años 60 con Miguel Frías, con el cual tuvo dos hijos; una hija llamada Paula, en la que está inspirada su obra más sentimental y personal Paula tras su muerte, y años más tarde un segundo hijo, Nicolás. Tras el golpe de estado en Chile a principio de los años setenta, Allende se exilió primero a Venezuela, donde trabajó en el diario El Nacional de Caracas y publicó su primera obra La casa de los espíritus, y más tarde a Estados Unidos, donde reside en la actualidad junto a su segundo marido.

Allende compaginó su trabajo como periodista mientras estaba en el exilio en Venezuela con la escritura de su primera novela, La casa de los espíritus, obra que se convirtió en todo un fenómeno internacional y que fue llevada al cine en 1993 y al teatro. A partir de ese momento, decidió dedicarse por completo a la literatura, desarrollando una notable carrera que continúa hoy en día.

Es una de las escritoras en lengua española más leídas de todos los tiempos y ha publicado tanto novela como cuentos infantiles o teatro. Gran parte de su obra se cataloga dentro del realismo mágico, aunque también se ha adentrado en la novela policial o histórica. Su lenguaje es sencillo, claro y pleno de contenido, y con un marcado acento feminista.

A lo largo de su carrera ha vendido millones de copias de sus libros, con traducciones a multitud de idiomas. De entre su obra cabría destacar títulos como La casa de los espíritus, Inés del alma mía, La isla bajo el mar o El amante japonés.

Ha obtenido numerosos galardones por sus obras, como por ejemplo el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010.