El club de los incomprendidos

El club de los incomprendidos - G. K. Chesterton

Resumen del libro: "El club de los incomprendidos" de

El Club de los Incomprendidos o «cuatro granujas sin tacha», narra las diferentes historias de cuatro hombres que han formado un extraño Club, unidos por el vínculo común de sus maltrechas reputaciones. Así, los cuatro miembros fundadores del Club de los Incomprendidos (el ladrón, el charlatán, el asesino y el traidor) han sido difamados con negros y repugnantes crímenes, pero no se han visto perseguidos por sus fechorías, sino por sus ocultas virtudes.

Libro Impreso

Introducción

El señor Asa Lee Pinion, del Chicago Comet, había cruzado la mitad de América, todo el Atlántico y, por último, hasta Picadilly Circus, en persecución de la notable, ya que no notoria, persona del conde de Raoul de Marillac. El señor Pinion deseaba conseguir eso que se llama «una información» para publicarla en su diario. Y lo consiguió, pero no pudo publicarla en el periódico porque era demasiado exagerada para el Comet. Acaso sea cierto este calificativo en más de un aspecto, pues la historia lo era tanto como la aguja de una iglesia o como una torre que subiera hasta las estrellas, por lo cual estaba tan lejos de poder ser comprendida como de poder ser creída. Lo cierto es que el señor Pinion deseó no arriesgarse a la crítica de sus lectores, pero esto no es una razón para que el presente escritor, que escribe para más exaltados, espiritual y divinamente, y crédulos lectores, imite su silencio.

En realidad, la anécdota que oyó era totalmente increíble, y eso que el señor Pinion no era un hombre intolerante. Mientras el conde pintaba la ciudad con rojos colores y a sí mismo de negro, se podía creer que no era tan negro como se pintaba. Después de todo, su extravagancia y su fausto, jactancioso, sin duda, no causaba particular perjuicio a nadie, como no fuera a él mismo, porque si se reunía con gentes disipadas y degradadas, nunca se le había visto, en cambio, mezclarse con personas inocentes y honradas. Sin embargo, el que pudiera creerse perfectamente que el aristócrata no era tan negro como se le pintaba no quiere decir que se le pudiera creer tan blanco como se le presentó en la historia que contó aquella tarde un amigo del conde: un amigo demasiado servicial, pensó el señor Pinion; servicial hasta un extremo de idiotez. Y juzgando que podía causar desilusión a sus lectores o parecerles una burla, decidió que, en cualquiera de los dos casos, no debía publicarla en su periódico. Pero a causa de esta historia tan poco verosímil, el conde de Marillac aparece al comienzo de este libro como introductor de las cuatro historias que se relataron como paralelas a la suya.

Existía un hecho, sin embargo, que llamó la atención del periodista, aunque sólo en los primeros momentos, como cosa extraña. Comprendía perfectamente que sería difícil entrevistarse con el conde en un sitio cualquiera cuando rodaba de un compromiso social a otro de una manera que podemos llamar perfectamente «invariable», y por eso no le ofendió lo más mínimo el que Marillac le dijera que solamente podía disponer de diez minutos en su club de Londres antes de asistir a un estreno teatral y a otras diversiones posteriores. Durante aquellos diez minutos, sin embargo, Marillac estuvo muy cortés; contestó a las tal vez superficiales preguntas sociales que el Comet le solicitó que respondiera, y muy cordialmente presentó al periodista a cuatro de sus compañeros o compinches que estaban con él en aquella ociosidad, en la que continuaron después de que el conde hiciera su brillante y relampagueante salida.

-Me parece -dijo uno de ellos- que este mal camarada se va a ver esa nueva obra deleznable en compañía de esas gentes improvisadas y pervertidas.

El club de los incomprendidos – G. K. Chesterton

G. K. Chesterton. (Campden Hill, 1874 - Londres, 1936) Crítico, novelista y poeta inglés, cuya obra de ficción lo califica entre los narradores más brillantes e ingeniosos de la literatura de su lengua. El padre de Chesterton era un agente inmobiliario que envió a su hijo a la prestigiosa St. Paul School y luego a la Slade School of Art; poco después de graduarse se dedicó por completo al periodismo y llegó incluso a editar su propio semanario, G.Ks Weekly.

Desde joven se sintió atraído por el catolicismo, como su amigo el poeta Hilaire Belloc, y en 1922 abandonó el protestantismo en una ceremonia oficiada por su amigo el padre O´Connor, modelo de su detective Brown, un cura católico inventado años antes.

Además de poesía (El caballero salvaje, 1900) y excelentes y agudos estudios literarios (Robert Browning, Dickens o Bernard Shaw, entre 1903 y 1909), este conservador estetizante, similar al mismo Belloc o al gran novelista F. M. Ford, se dedicó a la narrativa detectivesca, con El hombre que fue Jueves, una de sus obras maestras, aparecida en 1908.

A partir de 1911 empezaron las series del padre Brown, inauguradas por El candor del padre Brown, novelas protagonizadas por ese brillante sacerdote-detective que, muy tempranamente traducidas al castellano por A. Reyes, consolidaron su fama. De hecho, Chesterton inventó, como lo haría un poco más tarde T. S. Eliot o E. Waugh, una suerte de nostalgia católica anglosajona que celebraba la jocundia medieval y la vida feudal, por ejemplo, en Chaucer (a quien dedicó un ensayo), mientras que abominaba de la Reforma protestante y, sobre todo, del puritanismo.

Maestro de la ironía y del juego de la paradoja lógica como motor de la narración, polígrafo, excéntrico, orfebre de sentencias de deslumbrante precisión, en su abundantísima obra (más de cien volúmenes) aparecen todos los géneros de la prosa, incluido el tratado de teología divulgativo y de gran poder de persuasión.

Los ya citados relatos del padre Brown siguen la línea de Arthur Conan Doyle, mientras que los dedicados a un investigador sedente, el gordo y plácido Mr. Pond (literalmente "estanque"), inauguraron la tradición de detectives que especulan sobre la conducta humana a través de fuentes indirectas, desde Nero Wolf hasta Bustos Domecq, el policía encarcelado que forjaron Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, dos de los lectores más devotos que Chesterton ha tenido en el siglo XX.