El Contrato Social

El Contrato Social, de Jean-Jacques Rousseau

Resumen del libro: "El Contrato Social" de

Resultado de la filosofía ilustrada dieciochesca, El contrato social es un tratado político que rechaza el modelo absolutista y cree de plano en la libertad del ciudadano para crear la sociedad perfecta, basada en una democracia radical libre de las ataduras de cualquier poder, incluido el religioso. Su texto ha influenciado a pensadores, políticos y gobernantes y ha encontrado detractores y defensores por igual, convirtiéndose en una eterna polémica.

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Prólogo

Durante largos años ha prevalecido cierta moda intelectual consistente en decir que Rousseau estaba «superado». Se trataba de una antigualla, por añadidura nociva como casi todo lo que nos había legado aquel siglo que tuvo la osadía de querer conceder el primado a la razón humana, de fundamentar la sociedad en bases autónomas (y no heterónomas como lo hicieran las anteriores ideologías de legitimación) y de haber dado vida a las declaraciones de derechos del hombre.

Dista mucho de ser un azar el hecho de que esa moda coincidiese con el ascenso de los fascismos europeos. Verdad es que nunca faltaron, en los momentos de reacción social, quienes, en su intento de desacreditar a Rousseau, facilitaban así las tareas de las inquisiciones espirituales del momento. Ese fue el caso de Sainte-Beuve, tras la derrota de los obreros parisienses en las trágicas jornadas de junio de 1848; y el de Taine, aún tembloroso por el ventarrón de la Comuna. Tampoco era de extrañar que Maurras lo tratase de «energúmeno judaico», ni que todavía en 1924 una importante jerarquía eclesiástica dijese que «había hecho más daño a Francia que las blasfemias de Voltaire y de todos los enciclopedistas». Pero el fascismo intentó destruir la ideología legitimadora del Estado democrático; el fascismo tenía necesidad de que el hombre estuviese sometido a un poder heterónomo, que fuera súbdito y no ciudadano. Sin duda la idea de voluntad general realiza una operación hipostática, al establecer que la voluntad de la mayoría es la del conjunto que forma el cuerpo soberano; pero el totalitarismo necesitaba sustituirla por una hipostatización mucho mayor, en la que el ser ungido por el carisma asumía las atribuciones de la totalidad y se identificaba con ésta. En cierto modo, el absolutismo francés ya había proclamado la gran hipostatización, L’État c’est Moi, que fue precisamente demolida por la obra de Rousseau, de Montesquieu, etc.

Ha habido, pues, un período de nuestro siglo en que no era «de buen tono» recoger, siquiera fuese con sentido crítico, el legado político e ideológico de Jean-Jacques Rousseau. No era una moda «inocente»; Iras la condenación intelectual del ginebrino se alzaron luego las piras siniestras de los campos de exterminio; se empieza quemando libros de Rousseau con el brazo en alto y se termina enviando a la muerte a quienes se atreven a señalar que la voluntad general puede ser mucho más útil y más moral para organizar la convivencia que las faramallas barrocas de quienes quieren tener razón contra la mayoría.

El gran tema del CONTRATO SOCIAL es, ni más ni menos, que la fundamentación de la legitimidad democrática. Ciertamente, su temática no se agota ahí, y su estudio no puede ser ajeno al período histórico que la vio nacer, pero su idea-clave es la elaboración del concepto de sociedad civil, su separación del concepto de Estado y la subordinación de éste a aquélla.

La concepción roussoniana parte de reconocer la estructura dualista de la sociedad moderna, en la cual el primado decisorio corresponde al pueblo que forma «el cuerpo soberano»,

El pacto social de Rousseau no es, ni ha pretendido ser nunca, una hipótesis histórica; es una fundamentación teórica. Que se trata de fundamentar en la razón la legitimidad queda claro desde el primer capítulo de la obra. Rousseau declara allí ignorar cómo el hombre perdió la libertad primaria del estado de naturaleza.

En cambio, dice que cree poder resolver qué puede legitimar ese cambio —del estado de naturaleza a la sociedad civil—. La fuerza no es más que una situación de hecho si no está legitimada. ¿Cómo la fuerza se convierte en derecho y es aceptada voluntariamente, no como imposición? En eso reside la legitimación. «El más fuerte —dice Rousseau en el capítulo III del libro I— no es nunca bastante fuerte para ser siempre el señor (pour être toujours le maître), si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber»;. He aquí todo el proceso de legitimación.

El Contrato Social – Jean-Jacques Rousseau

Jean-Jacques Rousseau. Filósofo francés, fue uno de los más destacados pensadores europeos del siglo XVIII, siendo su discurso fundamental para el desarrollo posterior del movimiento ilustrado y de la Revolución Francesa. Educado en un ambiente calvinista, Rousseau abandonó su hogar para instalarse, con sólo 16 años, en Annecy, donde recibió una educación más completa en cuanto a letras y música. Tras varios años cerca de los Alpes, Rousseau viajó hasta París, donde conoció a Voltaire y Diderot, entre otros.

Es en 1750 cuando Rousseau consigue cierta fama a través de uno de sus primeros ensayos para la Academia de Francia. Frecuenta salones y forma parte de varios grupos intelectuales y enciclopedistas. Sin embargo, por problemas amorosos, Rousseau decide abandonar dichos ambientes y publica sus dos obras más conocidas, Emilio, o de la educación, y El contrato social; rechazado y vilipendiado, el filósofo es desterrado de Francia y trata de establecerse en Ginebra, sin éxito. Es Hume, amigo de Rousseau, quien decide llevarlo a Inglaterra donde tampoco puede permanecer demasiado tiempo por su fama de loco y huraño.

En 1770 se le permite residir en Francia siempre y cuando no vuelva a hacer públicas sus ideas filosóficas. Privado de ellas, Rousseau se dedica a leer en público sus memorias hasta que, tras varios escándalos con la policía, se retira de París con evidentes problemas mentales y se establece en Ermenonville, donde murió en 1778.