El judío errante

Resumen del libro: "El judío errante" de

El judío errante es una novela histórica del escritor francés Eugène Sue, publicada por entregas entre 1844 y 1845. La obra narra la historia de una maldición que pesa sobre dos familias judías desde el siglo I hasta el XIX, a causa de su participación en la crucifixión de Jesús. El personaje que da título a la novela es Ahasvero, un zapatero que se negó a dar agua a Jesús camino del Calvario y fue condenado a vagar por el mundo hasta el fin de los tiempos.

La novela es una crítica al poder de la Iglesia católica y a las injusticias sociales de la época. Sue utiliza el recurso de la ficción para denunciar los abusos del clero, la corrupción de los nobles y la miseria del pueblo. Al mismo tiempo, presenta una visión romántica y exótica de la historia y la cultura judías, mezclando elementos de leyenda, misterio y aventura.

El judío errante es una obra de gran influencia en la literatura universal, que ha inspirado numerosas adaptaciones y versiones en diferentes medios. Su estilo narrativo, lleno de intriga y suspenso, anticipa el género de la novela folletinesca y el realismo social. Su temática, que aborda cuestiones como el antisemitismo, el mesianismo y el destino humano, sigue siendo de actualidad y relevancia en el mundo contemporáneo.

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I

Morok

El mes de octubre de 1831 toca a su término. No obstante ser de día, una lámpara con cuatro mecheros ilumina las paredes cuarteadas de un ancho desván, cuya única ventana está cerrada. Una escala que rebasa la abertura de una trampa, sirve de escalera.

Esparcidas por el suelo y sin orden, se ven cadenas de hierro, argollas con puntas agudas, cabezones con dientes de sierra, frenos erizados de clavos, largas varas de acero con mangos de madera. Se divisan en un rincón un braserillo portátil semejante a los que emplean los hojalateros para fundir el estaño. El carbón está amontonado encima de virutas secas; una chispa bastaría para encender instantáneamente aquel brasero.

Cerca de aquellos montones de instrumentos siniestros que parecen propios del taller de un verdugo, hay algunas armas que pertenecen a las edades pasadas. Una cota de malla, con anillos tan flexibles, finos y unidos que parece un ligero tejido de acero, está extendida sobre un cofre al lado de las demás piezas de una armadura de hierro en buen estado, guarnecida de correas. Una maza de armas, dos largas picas triangulares con astil de fresno, fuertes y ligeras a la vez y sobre las cuales se distinguen manchas de sangre fresca, completan esta panoplia un tanto rejuvenecida por dos carabinas tirolesas cargadas y montadas.

Extrañamente mezclada a este arsenal de armas mortíferas o instrumentos bárbaros, encuéntrase una colección de objetos harto diferentes, como son, cajitas de vidrio que encierran rosarios, cuentas, medallas, «Agnus Dei», pilas de agua bendita, estampas de santas imágenes; y finalmente, un crecido número de libritos impresos en Friburgo.

Una de esas pinturas en lienzo con que los titiriteros adornan la delantera de sus teatros, está colgada de una de las vigas trasversales del techo, sin duda para que el cuadro no se estropee permaneciendo mucho tiempo enrollado. En el lienzo se lee esta inscripción:

«Verídica y memorable conversión de Ignacio Morok, llamado el Profeta, acaecida en el año de 1828 en Friburgo».

Este cuadro, de mayor tamaño que el natural, de color muy vivo, de un carácter bárbaro, dividido en tres secciones, representa en acción tres fases importantes de la vida de este converso llamado el «Profeta».

En el primero se ve a un hombre de luenga barba, de un rubio casi blanco, de semblante feroz y vestido de pieles de rengífero, como lo están los pueblos salvajes, del norte de la Siberia; cubre su cabeza una gorra de zorro negro terminado por una cabeza de cuervo; sus facciones manifiestan el terror, encorvado sobre su trineo, que, tirado por seis grandes perros rojos se desliza por la nieve, huye de una turba de zorros, lobos, osos monstruosos, los cuales, con la boca abierta y armada de enormes dientes, parecen capaces de devorar al hombre, a los perros y al trineo.

Debajo de este primer cuadro se lee:

«En 1810 Morok es idólatra: huye de las fieras».

En la segunda sección, vestido sencillamente «Morok» con el ropaje blanco de catecúmeno, está arrodillado con las manos juntas, delante de un hombre negro con alzacuello blanco; en un ángulo del cuadro se ve a un ángel sosteniendo una trompeta con una mano y con la otra una espada flamígera: salen de su boca estas palabras con caracteres rojos sobre fondo negro:

«Morok el idólatra huía de las fieras; las fieras huirán de Ignacio Morok convertido y bautizado en Friburgo».

En efecto, en la tercera sección, el nuevo convertido se ostenta orgulloso, triunfante con su largo vestido azul de pliegues flotantes; la cabeza erguida, el puño izquierdo sobre la cadera, la mano derecha extendida, parece aterrar a multitud de tigres, hienas, osos, leones que escondiendo sus garras y ocultando sus dientes, se arrastran a sus pies sumisos y temerosos.

Debajo de esta sección se lee en forma de conclusión moral:

«Ignacio Morok está convertido: las fieras se arrastran a sus pies».

Cerca de estos cuadros hay rimeros de libritos, igualmente impresos en Friburgo, en los cuales se refiere que por un milagro, el idólatra Morok, una vez convertido había adquirido de repente un poder sobrenatural, casi divino, del que no podían librarse los animales más feroces, como lo probaban todos los días los ejercicios a que se entregaba el domador de fieras, no tanto para hacer ostentación y alarde de su valor y audacia, cuanto para glorificar al Señor.

* * *

Por entre la trampa abierta en el desván, exhálase un olor salvaje, fuerte, penetrante.

Óyense de vez en cuando algunos resuellos sonoros y fuertes, algunas aspiraciones profundas, un rumor como el que pudiera formar un gran cuerpo que se encogiese o estirase pesadamente sobre un lecho de tablas.

Un hombre solo está en el desván.

Es Morok, el domador de fieras llamado el «Profeta».

Tiene cuarenta años; su estatura es mediana y sus miembros extremadamente delgados y flacos; una larga pelliza de color de sangre, forrada de negro, lo envuelve completamente: su tez, naturalmente blanca, se ha vuelto cetrina por la existencia errante a que está acostumbrado desde su infancia; sus cabellos, de ese rubio amarillo, propio de ciertos pueblos de las regiones polares, caen lasos y tiesos sobre sus hombros; su nariz es pequeña y encorvada, alrededor de sus pómulos salientes se dibuja una larga barba casi blanca a fuerza de ser rubia.

Lo que hace rara la fisonomía de este hombre son sus párpados muy abiertos y levantados que permiten ver su pupila salvaje, siempre rodeada de un círculo blanco… La mirada fija, extraordinaria, ejercía cierta fascinación sobre los animales, lo que por otra parte no impedían al «Profeta» emplear también para domarlos el terrible arsenal que le rodeaba.

Sentado delante de una mesa, acaba de abrir el doble fondo de una cajita llena de rosarios y otros objetos para uso de los devotos; en este doble fondo, cerrado con un secreto, se hallan muchos paquetes sellados, sin más sobre que un número combinado con una letra del alfabeto. «El Profeta» coge uno de estos paquetes, lo guarda en el bolsillo de su pelliza y cerrando después el secreto del doble fondo, coloca la caja sobre una mesa.

Esta escena pasa a las cuatro de la tarde en la posada del «Halcón blanco», única hospedería del villorrio de Mockern, situado cerca de Leipzig, viniendo del Norte a Francia.

Después de algunos momentos, un rugido ronco y subterráneo hizo temblar el desván.

—¡«Judas»! cállate —dijo el «Profeta» con acento amenazador volviendo la cabeza hacia la trampa.

Oyóse entonces otro gruñido sordo, pero tan formidable como un trueno lejano.

—¡«Caín»! calla —grita Morok levantándose.

Otro rugido, de una ferocidad inexplicable, estalla de repente.

—¡Callarás! ¡«Muerte»! —exclama el Profeta y se precipita hacia la trampa, dirigiéndose a un tercer animal invisible que lleva aquel fúnebre nombre.

A pesar de la habitual autoridad de su voz, a pesar de sus reiteradas amenazas, el domador de fieras no puede obtener silencio; al contrario, pronto los aullidos de muchos mastines se unen a los rugidos de las fieras.

Morok coge una pica, se aproxima a la escalera, y se dispone a bajar, cuando ve a una persona salir de la trampa.

El recién llegado es de rostro moreno y curtido; cubre su cabeza un sombrero blanco de alas anchas; consiste su vestido en una chupa corta y un ancho pantalón de paño verde; sus polainas de cuero, llenas de polvo, anuncian que ha andado una larga jornada, y lleva a la espalda un morral sostenido con una correa.

—¡Malditos animales! —gritó al poner el pie en la habitación—; no parece sino que en tres días me han olvidado… «Judas» ha sacado la garra por entre las rejas de su jaula, y la «Muerte» ha saltado como una furia… No me conocen ya.

Estas palabras fueron dichas en alemán…

El judío errante: una novela de Eugène Sue

Eugène Sue. Escritor francés. (Francia 1804 - 1857) Fue hijo de un distinguido cirujano de la Grande Armée, su madrina fue la emperatriz Josefina y su padrino Eugène de Beauharnais. Estudió en el Lycée Condorcet siendo un alumno mediocre y turbulento. Como no tuvo éxitos en los estudios, su padre lo envió de aprendiz de cirujano a España, durante la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, a Grecia en plena guerra de la independencia, estuvo en la Batalla de Navarino y a en las Antillas.

A los 26 años recibió la herencia paterna. Elegante y seductor, fue amante de muchas de las mujeres de París, y se ganó el sobrenombre de Beau Sue. Dilapidó la fortuna de su padre en siete años y se dedicó a escribir para sobrevivir.

Después de la Revolución de 1848 obtuvo un asiento en la Asamblea desde abril de 1850. En 1851 se pronunció contra el golpe de Estado dado por Napoleón III, por lo que tuvo que abandonar Francia. El exilio político estimuló su producción literaria, aunque la calidad de sus obras bajó. Sue murió en Annecy (Saboya) en 1857.

Este autor fue en la década de 1840 uno de los autores más leídos y más influyentes de Francia. Ha entrado en la historia de la literatura como uno de los creadores de la novela por entregas, publicada en los diarios, y como autor de la novela quizá de mayor éxito publicada en un periódico: Los misterios de París.

Su experiencia naval le sirvió de inspiración en narraciones como Kernock el pirata (1830), Atar-Gull (1831), La Salamandra (2 vols., 1832), La Coucaratcha (4 vols., 1832-1834), y otros, los cuales fueron compuestos en el punto álgido del movimiento romántico de 1830.

Estuvo fuertemente influenciado de la ideas socialistas, y en especial del socialismo utópico, que emergían en aquella época en el escenario político europeo, dejándolas plasmadas en su gran obra Los misterios de París y también en El judío errante; estos dos libros fueron dramatizados por el propio Sue. Los misterios de París influenciaron posteriormente a Léo Malet para su serie de novelas titulada Los nuevos misterios de París.

Sus ideas socialistas le llevaron a contribuir usualmente en el Journal des Débats, periódico creado en 1789 en el que se plasmaban diferentes debates políticos y literarios del agitado ambiente de la vieja Europa de la Santa Alianza.

Siguió su carrera con libros singulares como Los siete pecados capitales y Los misterios del pueblo (1849-1856) el cual fue reprimido por el censor en 1857 y puesto en el Índice de Libros Prohibidos de la religión Católica. Su período de gran éxito y popularidad coincidió con el de Alejandro Dumas, siendo comparados por los contenidos de sus obras y su militancia política.

Escribió también Venganza africana, publicada en español en la colección «La novela ilustrada», editada en la calle del Olmo, 4 de Madrid. Y «Los hijos de familia», publicada en versión española de Olegario Carmona en 1865 por Joan Pons editor de Barcelona.

Cine y Literatura
Película: El judío errante

El judío errante

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