El país de las sombras largas

El país de las sombras largas, una novela de Hans Ruesch

Resumen del libro: "El país de las sombras largas" de

Esta irónica y realista novela de lenguaje franco invita a la meditación sobre la verdadera postura del hombre ante la religión y las buenas costumbres. ¿Qué ha provocado el Progreso en la humanidad? Que el hombre se haya convertido en un ser incapaz de comprender su propio instinto, un ser que prefiere trasgredir sus propias leyes en vez de aceptar nuevas ideas y, por supuesto, nuevas culturas. Como todo buen libro de aventuras, no hay un solo momento de ocio, la lectura es rápida, el autor evita frases moralizantes. A cambio, nos regala situaciones sarcásticas y, por lo tanto, reflexivas.

Libro Impreso

Los hombres

Cuando al despertarse Ernenek levantaba la cabeza del saco de pieles, su primer pensamiento era habitualmente para el montón de carne puesta a podrir cerca de la lámpara para que se hiciera tierna y gustosa. Pero no aquel día.

Aquel día viendo a Siksik en un rinconcito del pequeño iglú, dispuesta a estregar las ropas de su marido, tomó una súbita decisión antes de satisfacer las exigencias de su estómago: puesto que contribuía más de lo que era su deber al mantenimiento de la minúscula comunidad, bien podía pretender participar también de los derechos conyugales de Anarvik, sin necesidad de pedirle permiso cada vez que le hacían falta los servicios de Siksik.

Ernenek nunca había tenido una mujer propia, porque era joven y porque en los hielos del extremo norte escasean las mujeres tanto como abundan los osos; sin embargo, conocía la importancia de tener una mujer propia, hábil en raspar las ropas y en confeccionar calzado, y con la cual podía uno charlar durante la noche.

Sobre todo donde la noche dura cinco meses.

Precisamente ahora, antes de partir para la caza, le habría gustado reírse un par de veces con Siksik, pero bien se daba cuenta de lo que convenía y de lo que no convenía a un verdadero hombre; por eso sabía hasta qué punto era inconveniente gozar de los favores de una mujer sin haberle pedido antes permiso al marido.

Y Ernenek ponía siempre cuidado en no cometer ninguna inconveniencia.

Con todo, ya estaba cansado de pedir permiso. Y no porque Anarvik se lo negara, pues rehusarse a prestar su propia mujer o el cuchillo, habría sido digno de inaudita mezquindad; pero, así y todo, el pedir continuamente favores no era digno de quien pertenece a una raza tan orgullosa que sus miembros se llaman a sí mismos sencillamente inuit, es decir hombres, para dar así a entender al mundo que las otras razas, comparadas con la suya, no pueden considerarse compuestas por verdaderos hombres: y esto, aunque el resto del mundo no sea de la misma opinión y los llame esquimales, término despectivo que les daba el pueblo limítrofe piel roja Algonquior y que significa «comedores de carne cruda»

Muchas de esas tribus no merecen ya tal nombre; pero el exiguo número de esquimales polares que lleva una existencia nómada en las regiones centrales del Ártico, cerca del Polo magnético, regiones inaccesibles para el hombre blanco, no cambiaron su tosca manera de vivir, la misma de cuando la raza humana era joven. Son como niños, alegres, ingenuos y sin piedad.

En la época de los tanques de guerra, empuñan todavía arcos de cuerno y huesos de ballena, y flechas con punta de piedra; se reparten el producto de la caza y no saben mentir. Hasta tal punto son de toscos…

Ernenek era un esquimal polar.

Sobre la lámpara de esteatita, el té se estaba enfriando. Siksik llenó un tazón y, bamboleándose, con los pies separados a causa de las calzas de piel de foca que le llegaban hasta la ingle, se lo llevó a Ernenek con una sonrisa. El hombre y la mujer, vestidos del mismo modo, ambos rechonchos y musculosos, pero con pies y manos pequeños, y con el mismo rostro chato, grueso y campechano, se distinguían en su aspecto sólo por los cabellos, que el hombre llevaba largos y sueltos, mientras que la mujer se los había levantado cuidadosamente, con un peinado muy alto, en forma de torre, sostenido con espinas de pescado.

—¿Dónde está Anarvik? —preguntó Ernenek tomando el tazón.

Hans Ruesch. Hans Ruesch fue un piloto de automovilismo y escritor suizo nacido en Nápoles en 1913. Como piloto profesional, alcanzó grandes victorias internacionales, pero después de la Segunda Guerra Mundial, se centró en su carrera literaria. Comenzó colaborando en revistas estadounidenses y su primera novela, "El país de las sombras largas", se convirtió en un éxito internacional y fue traducida a 21 idiomas. Algunas de sus novelas fueron adaptadas al cine, como "Los dientes del diablo".

Además de su carrera literaria, Ruesch fue un activista internacional contra la experimentación con animales y publicó varios libros sobre el tema, incluyendo "Slaughter of the Innocent". Este libro fue publicado por Bantam Books en 1978, pero recibió quejas del imperio biomédico y farmacéutico, lo que llevó a la supresión de su venta poco después. Ruesch tuvo que pagar personalmente a una imprenta para distribuir sus siguientes obras en contra de la vivisección. Ruesch falleció en 2007 en Massagno.