Tarzán

El regreso de Tarzán

El regreso de Tarzán, una novela de Edgar Rice Burroughs

Resumen del libro: "El regreso de Tarzán" de

Tras un tempestuoso período entre los hombres, Tarzán renuncia a la vida en una sociedad civilizada que no le satisface, y vuelve a la selva africana en la que ha crecido. Hasta allí llegaran los rumores que hablan de una fabulosa ciudad de oro, Opar. Una ciudad habitada por mujeres bellísimas sobre las que reina La sacerdotisa suprema de un dios cruel y sanguinario. Sin temor a los peligros que le acechan, Tarzán encabeza una expedición de salvajes guerreros contra Opar, dispuestos a hacer frente a la maldad que se esconde tras los muros de la misteriosa ciudad.

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Capítulo I

Juego sucio en el transatlántico

C’est magnifique! —exclamó la condesa De Coude a media voz.

—¿Eh? —el conde volvió la cabeza hacia su joven esposa y le preguntó—: ¿Qué es lo que te parece tan magnífico?

Los ojos del hombre recorrieron los alrededores en varias direcciones, a la búsqueda del objeto que había despertado la admiración de su mujer.

—Ah, no es nada, querido —respondió la condesa. Un tenue rubor intensificó fugazmente el tono rosado de sus mejillas—. No hacía más que recordar maravillada aquellos estupendos edificios de Nueva York a los que llaman rascacielos.

Y la bella condesa se acomodó más a gusto en la tumbona y recuperó la revista que aquel «no es nada» le había impulsado a dejar sobre su regazo.

Su marido la emprendió de nuevo con el libro que estaba leyendo, pero no sin que pasara previamente por su cerebro cierta extrañeza ante el hecho de que, tres días después de haber zarpado de Nueva York, su esposa manifestara tan súbita fascinación por unos inmuebles a los que no hacía mucho calificó de espantosos.

Al cabo de un momento, el conde dejó el libro.

—Esto es de lo más aburrido, Olga —dijo—. Creo que me daré una vuelta por ahí, a ver si encuentro a alguien tan aburrido como yo. A lo mejor me tropiezo con el número suficiente de ellos para organizar una partidita de cartas.

—No eres lo que se dice muy galante, cariño —sonrió la joven—, pero como estoy tan aburrida como tú, no me cuesta nada comprender y perdonar. Anda, ve a jugar tu partida, si tanto te apetece.

Cuando el conde se retiró, los ojos de la dama vagaron como quien no quiere la cosa por la cubierta hasta acabar posándose en la figura de un joven alto, tendido perezosamente en una tumbona, no lejos de allí.

—C’est magnifique! —susurró la señora una vez más.

La condesa Olga de Coude tenía veinte años. Su marido, cuarenta. Era una esposa fiel y leal, pero como no había tenido voz ni voto en la elección de esposo, no es de extrañar que distase mucho de sentir un amor apasionado por el compañero que el destino y el padre de la muchacha, un ruso con título de nobleza, eligieron para ella. Sin embargo, por la simple circunstancia de que se la sorprendiera emitiendo una leve exclamación admirada ante la esplendidez física de un joven desconocido no debe sacarse la consecuencia de que su pensamiento fuese en ningún sentido infiel a su esposo. Lo único que hacía la mujer era sentir admiración, del mismo modo que podía asombrarse ante un hermoso ejemplar de cualquier especie. Por otra parte, el desconocido era un muchacho al que daba gloria mirar.

Cuando los ojos de la dama, con todo el disimulo posible, se hubieron posado en el perfil del joven, éste se levantó, dispuesto a abandonar la cubierta. La condesa De Coude hizo una seña a un camarero que pasaba.

—¿Quién es ese caballero? —inquirió.

—Figura en la lista de pasajeros con el nombre de monsieur Tarzán, de África, señora —informó el mozo.

«Una finca extensa de verdad», pensó la condesa, cuyo interés por el desconocido se vio entonces acrecentado.

Al encaminarse al salón de fumadores, Tarzán se dio de manos a boca con dos hombres que cuchicheaban en la entrada con aire inquieto. No les hubiera dedicado ni un segundo de atención a no ser por la mirada extrañamente culpable que le dirigió uno de ellos. A Tarzán le recordaron los bellacos de melodrama que había visto en los teatros de París. Ambos hombres tenían la piel muy atezada y ello, unido a sus miradas y movimientos subrepticios, propios del que está tramando alguna inconfesable confabulación, confería más fuerza a la imagen de malvados de folletín.

Tarzán entró en el salón de fumadores y buscó un asiento apartado de las otras personas allí presentes. No se encontraba de humor para conversar y, mientras se tomaba una copa de ajenjo, dejó que el cerebro vagara melancólicamente por el recuerdo de las últimas semanas de su vida. Se había preguntado una y otra vez si actuó sensatamente al renunciar a sus derechos patrimoniales en beneficio de un hombre al que no debía nada. Cierto que Clayton le caía bien, pero… ah, esa no era la cuestión. Si renunció a su linaje, no fue por William Cecil Clayton, lord Greystoke, sino por la mujer a la que tanto él como Clayton amaban y que un extraño capricho del destino hizo que fuese para Clayton y no para él.

El que Jane le amara a él hacía que la cuestión le resultase doblemente difícil de soportar y, no obstante, se daba perfecta cuenta de que no pudo comportarse de otro modo aquella noche en la pequeña estación ferroviaria de los distantes bosques de Wisconsin. Para Tarzán, la felicidad de Jane era lo primero, por encima de todas las demás consideraciones, y su breve experiencia con la civilización y los hombres civilizados le había hecho comprender que, sin dinero y sin una categoría social, a la mayor parte de las personas la vida les resultaba intolerable.

Jane Porter había nacido para disfrutar de las dos cosas y si Tarzán la hubiese apartado de su futuro esposo, probablemente la habría sumido en una vida de angustia y desdicha. Porque a Tarzán, que asignaba a los demás la misma sincera lealtad inherente a su naturaleza, ni por asomo podía ocurrírsele que Jane rechazase a Clayton porque éste se viera desposeído de su título y de sus propiedades. En este caso específico, Tarzán no se habría equivocado. De abatirse sobre Clayton alguna desgracia de ese tipo, Jane Porter se habría sentido aún más obligada a cumplir la promesa que hiciera al lord Greystoke oficial.

Edgar Rice Burroughs. El renombrado escritor estadounidense del género fantástico, es reconocido principalmente por sus cautivadoras series de historias de Barsoom, Pellucidar, Venus y, sobre todo, Tarzán. Nacido el 1 de septiembre de 1875 en Chicago, su vida estuvo impregnada de aventura, fracaso y éxito.

Burroughs, cuarto hijo de un empresario y veterano de la Guerra Civil estadounidense, pasó por varias escuelas locales y academias militares, aunque no logró ingresar a West Point. En cambio, se unió al ejército y sirvió en el séptimo regimiento de caballería en Arizona, donde se familiarizó con el escenario que más tarde daría vida a sus relatos del Oeste. Sin embargo, debido a problemas cardíacos, fue dado de baja y se embarcó en diversos trabajos sin mucho éxito, como comerciante, minero, vaquero y policía.

En 1900, contrajo matrimonio con Emma Hulbert, su novia de la infancia, y juntos tuvieron tres hijos: Joan, Hulbert y John Coleman. En 1911, mientras trabajaba como vendedor de sacapuntas, Burroughs comenzó a escribir ficción por diversión y necesidad económica. Inspirado por las populares revistas de aventuras que leía, decidió probar suerte como autor. Así nació su primera obra, "Bajo las lunas de Marte" (1912), que inauguró la serie de Barsoom, protagonizada por John Carter, un soldado que viaja a Marte y vive inimaginables peripecias.

El éxito de esta historia lo animó a seguir escribiendo y a crear otros personajes y mundos fantásticos. Entre ellos, destaca el icónico Tarzán, el hombre mono (1912), que dio origen a una saga de más de veinte libros sobre el rey de la selva. Tarzán se convirtió en un ícono cultural que trascendió la literatura y se adaptó al cine, la televisión, el cómic y el merchandising. Con su riqueza, Burroughs adquirió un rancho en California al que bautizó como Tarzana, nombre que posteriormente daría lugar a la ciudad que se desarrolló en sus alrededores.

Además de Tarzán, Burroughs escribió otras series notables, como la de Pellucidar, ambientada en el interior hueco de la Tierra, la de Venus, con Carson Napier como héroe, y la trilogía de Caspak, situada en una isla perdida donde conviven diferentes etapas de la evolución humana. También incursionó en novelas históricas, policíacas y humorísticas. En total, publicó más de ochenta libros que lo consagraron como uno de los escritores más populares e influyentes del siglo XX.

En 1934, Burroughs se divorció de Emma y contrajo matrimonio con Florence Gilbert en 1935, aunque se separaron en 1941. Durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el escritor más longevo en desempeñarse como corresponsal de guerra. Tras el conflicto, se estableció definitivamente en su rancho de Tarzana, donde falleció a los 74 años debido a un ataque al corazón. Su descanso eterno se encuentra bajo un árbol, junto a una placa conmemorativa que dice: "Edgar Rice Burroughs: creador de Tarzán".

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