El segundo libro de la selva

Resumen del libro: "El segundo libro de la selva" de

El éxito de «El Libro de la Selva», movió a Rudyard Kipling a escribir un año después «El segundo Libro de la Selva», afortunada continuación, más que una segunda parte, del primer libro.

A una sociedad natural que ha conseguido la armonía y, con ella, la verdadera libertad gracias al sometimiento a un estricto código moral de conducta, la ley de la selva, vuelve Mowgli, el cachorro humano adoptado y educado por lobos.
Mowgli no es una criatura salvaje, y menos aún un joven convencional. El héroe de estos relatos simboliza el difícil pero necesario equilibrio entre los hombres y el medio en que éstos, aunque lo olviden, hunden las raíces que hacen posible su existencia.

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INTRODUCCIÓN

I

Hombres y animales en un mundo legendario

La Selva, la aldea, no son visiones en el espejo, sino atisbos de una realidad con derecho a existencia independiente; aunque, eso sí, cargados de valores morales y heroicos de gran profundidad. Kipling, con su escritura casi automática, trata aquí relaciones, sentimientos apenas conscientes; no arquetipos humanos disfrazados de animales parlantes; esto es, probablemente, lo que dota a El libro de la Selva de su carácter intemporal, lo que le permite vivir por sí mismo.

En los diversos encuentros entre el mundo de la Selva y el de los hombres somos testigos de un choque no ya entre la Naturaleza (con sus comportamientos automáticos y primarios) y la sociedad humana (definida por su inteligencia reflexiva y práctica que la convierte en dueña del mundo), sino que asistimos a un enfrentamiento entre dos culturas, dos visiones del mundo distintas, en las que ambas comparten elementos del mundo real, el nuestro.

Así, las criaturas de la Selva —al menos las que no proceden de las especies inferiores que no respetan la Ley— viven en armonía con su hábitat de forma consciente y reglamentada. En la Selva de Kipling hay unas virtudes explícitas que indican el camino correcto y que evitan la deshonra, un concepto nada instintivo y muchas veces citado en el libro: respetar la Ley, luchar con valentía, ser fíeles a la palabra dada, leales con los amigos e inflexibles con los enemigos. Son mandatos poco sofisticados, mínimos, pero en ningún modo de cumplimiento automático, pues exigen un esfuerzo y un control conscientes por parte de quienes los cumplen (por ejemplo, la prohibición de cazar junto al río, de la que se queja amargamente la pantera durante la Tregua del Agua).

El mundo de los nativos, por el contrario, representa una realidad distinta, marcada por la avaricia y la cobardía. Son «comedores de tierra», campesinos que viven de un trabajo exento de aventura y heroísmo. Los aldeanos viven encerrados en sí mismos, de espaldas al mundo de la Selva, al que temen y al que tratan de explicarse por medio de ridículas historias de espíritus y fantasmas reencarnados. Entre ellos reina la hipocresía y la falsedad: la envidia es su impulso vital más fuerte; desean las propiedades del vecino sin importarles el medio necesario para hacerse con ellas; matan por ociosidad y no para alimentarse (son incluso más sanguinarios cuando han acabado de comer, lo que los hace doblemente repugnantes para Mowgli, que no puede entender cómo no son capaces de disfrutar de los placeres sencillos y necesitan, por el contrario, estar tramando siempre alguna nueva maldad).

En este mundo, netamente despreciable, sólo hay una excepción: Messua, la madre humana de Mowgli, salvada de la quema por Kipling en coherencia con su propia valoración del papel de una madre. En ella, el amor maternal supera a cualquier otro impulso, lo que no deja de introducir con bastante claridad lo instintivo en la sociedad humana, y, además, como único elemento portador del bien entre una comunidad en la que nada se salva.

Hay otros dos grupos humanos diferenciados en el universo de Mowgli —al que me estoy ciñendo en este prólogo, por el momento—. Por un lado, están los gonds, los aborígenes de la Selva, que tienen una presencia mínima y siempre descrita desde el distanciamiento, como posible nexo entre la aldea y la Selva (a ellos se les consulta cuando Mowgli lanza a sus huestes a la destrucción del pueblo) y que parecen compartir las características de unos y otros, buenas y malas, por tanto. Por otro lado, hay varias referencias a los ingleses, que nunca aparecen físicamente, a los que se presenta como garantes de una justicia y un humanitarismo que están a años luz de las concepciones de los nativos, los cuales no les comprenden, pero acuden a ellos en busca de misericordia cuando se quedan sin hogar o cuando están a punto de ser tratados injustamente por los suyos. Los ingleses juegan, pues, el papel de una especie de tutor lejano, vigilante y severo, poderoso pero justo. Sin embargo, hay también referencias irónicas a este pueblo que vive fuera del ámbito de la Selva; así, la justicia de los ingleses, que están locos según los nativos, «no permite que nadie sea quemado sin testigos».

El lenguaje de los animales y de los aldeanos es idéntico en cuanto a estructuras, complejidad y expresividad (por ello, Mowgli no tiene mayor problema para hablar el de los hombres, pues no tiene más que aprender los equivalentes, palabra por palabra, del suyo propio). Se trata de un registro ligeramente arcaico que encaja a la perfección en el universo mítico de la Selva. En este sentido de identidad, el lenguaje actúa como vínculo entre ambas comunidades y nos confirma que no se trata de un enfrentamiento Naturaleza-Sociedad, sino de un choque entre dos culturas distintas. Por otra parte, son también idiomas distintos que no permiten comunicación entre ambos grupos, con la excepción de Mowgli, que, dada su doble naturaleza, pronto aprenderá ambos. En esto, junto a la existencia de unas pocas expresiones diferenciadas y de las Palabras clave, que son las que abren las puertas de la Selva, la diferencia de idiomas actúa como barrera insalvable entre ambos mundos.

El segundo libro de la selva – Rudyard Kipling

Rudyard Kipling. Nació en Bombay en 1865, y allí pasó una primera infancia feliz. Sin embargo con seis años, fue enviado a Southsea (Inglaterra) donde permaneció interno durante cinco años en una residencia para hijos de funcionarios de las colonias. Su sufrimiento de aquella época sería recogido posteriormente en un relato. De regreso a la India en 1882 comenzó a trabajar como periodista en la Civil and Military Gazette de Lahore. La publicación de su primera colección de relatos, Cuentos de las colinas (1887), y otros en los dos años posteriores le darían fama de inmediato. Viajó por Asia y Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con Caroline Balestier, estableciéndose en Vermont hasta 1903, año en que se mudó a Inglaterra. En 1907, con cuarenta y dos años, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. Sus obras más importantes son El libro de las tierras vírgenes (1894), Capitanes intrépidos (1897), Stalky & Co. (1899) y, sobre todo, Kim (1901), reconocida mundialmente como una obra maestra. Kipling falleció en Londres el 18 de enero de 1936.