El tío Vania

El tío Vania - Antón Chéjov

Resumen del libro: "El tío Vania" de

Una casa de campo en Rusia. Cuatro hombres y cuatro mujeres en plena madurez, llenos de deseos y pasiones cruzadas, toman conciencia de que el destino de sus vidas comienza a escapárseles. Quizás pudieran soñar con otras formas de vivir más felices, quizás deban decidir, simplemente, entre negar la realidad o tener el valor de afrontarla…

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Introducción

Chéjov escribió Tío Vania en su hacienda de Melikhovo, acompañado de Tolstoy, Turgenev, Grigorovich, Tachaikovsky y Goltsev. Admirados literatos que supervisaban su trabajo, el de doctor más que el de literato, pues el tiempo que le quedaba para cuentos y teatro era escaso: la salud de una veintena de aldeas —incluido un monasterio— dependía de su cuidado médico, sin olvidarse de las peonías que tan satisfecho le hacían sentir. Las veía al asomarse por la ventana del estudio que daba al jardín.

Imagino a una anciana haciendo calceta allí. Hierve el samovar bajo un árbol frutal. Pero Chéjov no quiere té; prefiere una taza de café; sus personajes, una botella de vodka, a la que se amorran a todas horas. Para vivir de espejismos, nada como agua con etanol: mágica combinación que el Chéjov-autor dispensa en todas sus obras con profusión, pero que el Chéjov-doctor sólo prescribe «estando libres y en ocasión».

Y he aquí una buena sazón: celebrar que Tío Vania se siga aplaudiendo más de un siglo después de que Konstantin Stanislavski la dirigiera, en 1900. La pieza no fue un fracaso; pero tampoco tuvo el éxito esperado. La producción de La gaviota, dos años atrás, había dejado el listón muy alto. Pero las críticas poco entusiastas, al escritor, no le consternaron. Sobre todo porque, cuando la obra se estrenó, sus pulmones tísicos se estaban dando un respiro en Yalta, ciudad-resort que las batas blancas recetaban cuando no encontraban en sus bolsillos pastillas que curaran. De modo que Antón Chéjov no pudo ver la representación hasta la primavera en que el Teatro del Arte de Moscú (MAT) se fue por la península crimea de tour.

Considerada por la crítica como el texto que más plena y despojadamente expresa las preocupaciones esenciales del autor, quizás sea la que encierra la visión más sombría, no sólo de la Rusia de fines del siglo diecinueve sino también de la condición humana y su posibilidad de acceder en vida a una existencia plena.

Todos los sectores sociales representados o aludidos en la obra —los terratenientes, los intelectuales y los mujiks— son igualmente fustigados ya sea por su inercia, por su falta de comprensión o por su ignorancia. El fracaso de una vida inútil, falsa o cobarde, admitido o no, signa por igual a todos los personajes, inclusive a aquellos aparentemente exitosos o admirados como el viejo profesor y su bella esposa. La percepción de un futuro feliz pero lejano y ajeno, para el cual siente que está oscuramente «desbrozando el camino», mitiga en el médico Astrov, aunque no el desprecio por una vida mediocre y sucia, sí el dolor y la desesperación que, en cambio, dominan al tío Vania y lo impulsan —como no sucede con ningún otro personaje chejoviano— a un frustrado suicidio. En cuanto a Sonia, es su fe, que le permite esperar acceder con la muerte a una vida definitivamente plena, la que explica su sufrida resignación y su heroica resistencia a una desdicha irreversible.

La irrupción de Serebriakov y su esposa funciona como catalizador del mínimo conflicto dramático, en la medida en que desencauza la angustia vital por los sueños fracasados, contenida en la atmósfera asfixiante de la hacienda familiar, para convertirla en el tema constante de reflexión de los personajes. Falta en el texto ese toque humorístico, ya sea en situaciones o personajes, que suele caracterizar al teatro chejoviano en consonancia con su deseo de quebrar los límites entre la comicidad y la angustia. Apenas si se registran tonos burlescos en algunas intervenciones zumbonas de tío Vania, que adopta la pose de bufón como una forma más de enmascarar su sufrimiento.

El tío Vania – Antón Chéjov

Antón Pávlovich Chéjov. (1860-1904), un ícono literario ruso, fue mucho más que un maestro del relato corto y un dramaturgo innovador; su influencia trascendió fronteras y generaciones. Nacido en Taganrog, Rusia, Chéjov provenía de una familia humilde. Su abuelo, Yegor Mijáilovich Chéjov, logró comprar la libertad de su familia en 1841, un hecho que marcó las raíces de Chéjov en la realidad rusa.

Graduado en medicina en 1884, Chéjov ejerció como médico, pero su verdadera pasión radicaba en la escritura. Su carrera literaria comenzó con relatos humorísticos y caricaturas que abordaban la vida rusa bajo el seudónimo "Antosha Chejonté". Sus primeros éxitos literarios llegaron con la publicación de cuentos y la obra de teatro "Ivánov" en 1887.

Chéjov, a pesar de sus estrecheces económicas iniciales, pronto se convirtió en una figura respetada. Su técnica narrativa revolucionaria se destacó en la colección de relatos "Al anochecer" (1887) y la cruda visión de la vida rural rusa en "Los campesinos" (1897). Su viaje a la isla de Sajalín en 1890 marcó un hito en su conciencia social, dejándolo con una profunda aversión hacia la cárcel como consecuencia del despotismo.

La incursión de Chéjov en el teatro, con obras como "La gaviota," "Tío Vania," y "El jardín de los cerezos," lo consolidó como un dramaturgo influyente. Su técnica de "acción indirecta," centrada en los detalles de los personajes, cambió la percepción teatral convencional.

A lo largo de su vida, Chéjov enfrentó críticas por su aparente frialdad y objetividad hacia sus personajes. Sin embargo, él se consideraba un "testigo imparcial," reflejando la realidad humana sin juzgar. Su impacto en la literatura universal se consolidó tras la Primera Guerra Mundial, cuando las traducciones de Constance Garnett popularizaron su obra internacionalmente.

Falleció en Badenweiler en 1904 debido a la tuberculosis, una enfermedad que lo había afectado a lo largo de su vida. Su legado perdura, influyendo en autores como Tennessee Williams y Arthur Miller, y su habilidad para "decir todo escribiendo como diciendo nada," según las palabras de Eduardo Galeano, lo mantiene como una voz esencial en la literatura mundial.