El verdadero Barba Azul

Resumen del libro: "El verdadero Barba Azul" de

«El verdadero Barba Azul» de Georges Bataille desentraña la figura del enigmático Gilles de Rais, un personaje que oscila entre la leyenda y la historia. Bataille, lejos de ser un mero filósofo, se autodenomina un santo o quizás un loco, y esta excentricidad se refleja en su abordaje de la narrativa. Mario Vargas Llosa, en su prólogo, destaca la naturaleza inaprehensible y provocadora de Bataille, cuya voz resuena en las periferias y entre los inconformes.

Gilles de Rais emerge como un ser complejo, un Mariscal valiente que combatió junto a Juana de Arco, pero también como un individuo devoto que, incluso en sus momentos más brutales, mantuvo su fe. Bataille se sumerge en las orgías y ceremonias grotescas de medianoche que componen la leyenda de Gilles de Rais, explorando la dualidad entre la realidad y la mitología que envuelve a este personaje. La obra resalta que los crímenes de Rais son una manifestación del mundo que lo rodeó, una sociedad medieval que otorgaba a la nobleza un poder sin límites para satisfacer sus deseos.

A través de esta narrativa rica en detalles históricos y psicológicos, Bataille nos incita a reflexionar sobre la persistencia de un pequeño «Barba Azul» en cada uno de nosotros, oculto tras las convenciones sociales. «El verdadero Barba Azul» no solo desentraña la vida de Gilles de Rais, sino que también nos invita a confrontar nuestra propia complejidad y oscuridad interior en el contexto de la comunidad que nos rodea.

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EL MONSTRUO SAGRADO

Giles de Rais debe su gloria duradera a sus crímenes. Pero ¿fue realmente, como se dijo, el más abyecto de los criminales de todos los tiempos? En principio, esa afirmación aventurada es difícil de sostener. El crimen es algo propio de la especie humana, es incluso propio exclusivamente de esta especie, pero, sobre todo, es su aspecto secreto, su aspecto impenetrable y oculto. El crimen se esconde, y lo que de él se nos escapa es lo más horrible. En la noche que propone a nuestro miedo, debemos imaginar lo peor. Lo peor siempre es posible; e incluso, en el caso del crimen, lo peor es su sentido más profundo.

Por esa razón, la leyenda, la mitología, la literatura, ante todo la literatura trágica, más que los propios crímenes reales, son las que nos revelan sus auténticas dimensiones. Nunca debemos olvidar que han sido los aspectos legendarios del crimen los que han gritado su verdad.

Dicho esto, no podemos abordar la historia de Gilles de Rais sin concederle un valor privilegiado. En última instancia, no podemos evitar el poder de evocación que se debe a la realidad cotidiana. Y ante los crímenes de Gilles de Rais tenemos la impresión, aun cuando resulte engañosa, de encontramos ante una cima. Su nobleza, su inmensa fortuna y sus relevantes hechos, su ejecución ante una multitud escandalizada, turbada, no obstante, por tantas revelaciones, lágrimas y remordimientos, acabaron por crearle una apoteosis.

Seguramente nada justifica hasta el final el sentimiento de la multitud que acudió al suplicio. GilIes de Rais no era más que un soldado brutal, un gran señor sin moderación, sin escrúpulos. Nada había en él que mereciese la simpatía final de aquella multitud. Por lo menos, su violencia justifica la extrañeza que provocó una pasión sin cálculo y como desenfrenada. Efectivamente, a la violencia enferma del vicio, que condujo al criminal a tantos asesinatos, respondió la violencia del remordimiento. La emoción popular fue la contrapartida del exceso que había regido un destino al que el cálculo nunca refrenó. Gilles de Rais fue un criminal trágico: el principio de ta tragedia es el crimen, y aquel criminal fue, más que otro, quizá más que ningún otro, un personaje de tragedia.

Hemos de representarnos aquellas inmolaciones de niños, que fueron multiplicándose. Imaginemos un terror casi silencioso: no dejó de crecer, pero, por miedo a las represalias, los padres de las víctimas vacilaban a la hora de hablar. Aquella angustia era propia de un mundo feudal, sobre el que se extendía la sombra de colosales fortalezas. Hoy, las ruinas de dichas fortalezas atraen a los turistas: entonces, eran monstruosas prisiones y sus mural as evocaban los suplicios, cuyos gritos a veces sofocaban. Ante aquellos castillos de Gilles de Rais, propios de cuentos de hadas, a los que poco después las gentes dieron el nombre de castillos de Barba Azul, debemos recordar aquellas carnicerías de niños, que no estuvieron presididas por hadas malévolas, sino por un hombre ávido de sangre. Sus crímenes corresponden al inmenso desorden que lo excitaba —que lo excitaba y lo extraviaba—. Sabemos incluso, por la confesión del criminal, que los escribanos del proceso redactaron mientras lo escuchaban, que lo esencial de ellos no era la voluptuosidad. Es cierto que sentado sobre su víctima, masturbándose, vertía sobre el moribundo la fuente de la vida; pero le interesaba menos gozar sexualmente que ver la muerte en acción. Le gustaba mirar: mandaba abrir el cuerpo, cortar el cuello, despedazar los miembros, le gustaba ver la sangre.

Sólo le faltaba una última satisfacción. Gilles de Rais soñaba con ser un personaje soberano. Era mariscal de Francia y, después de la victoria de Orleáns y de la consagración, consiguió que se le concediesen armas casi reales. Cabalgaba precedido de una escolta real, acompañado de una «casa eclesiástica». Un heraldo de armas, doscientos hombres y trompetas lo anunciaban; los canónigos de su capilla, una especie de obispo, sochantres, los niños de su dominio formaban a cabal o un cortejo en su honor que resplandecía con los más ricos ornamentos. Gilles de Rais quiso aparecer deslumbrante, hasta el punto de derrochar hasta la ruina. Como tuvo que hacer frente a las necesidades que su delirio creaba, liquidó sin miramientos, una inmensa fortuna Su propensión a gastar se basaba en algo demente; costeaba grandes representaciones teatrales, acompañadas de repartos de manjares y bebidas. Tenía que fascinar a toda costa, pero, en ese orden de cosas, carecía de lo que muchas veces falta al criminal, que le hace apreciar, en la confesión, la ostentación de la que necesariamente debería haber escondido: sus crímenes.

El crimen, evidentemente, requiere la noche; sin ella, el crimen no sería el crimen, pero el horror de la noche, por muy profunda que sea, aspira al esplendor del sol.

Algo faltaba en los sacrificios de los aztecas, que se producían en la misma época que los asesinatos de Rais. Los aztecas mataban en las cimas de las pirámides, al sol: les fallaba la consagración que produce el odio hacia el día, el deseo de la noche.

A la inversa, en el crimen se da siempre, esencialmente, una posibilidad teatral que exige que el criminal sea desenmascarado, por lo que el criminal no goza hasta que, por fin, queda desenmascarado.

Gilles de Rais sentía pasión por el teatro: de la confesión de sus torpezas, de sus lágrimas y de remordimientos obtuvo el momento patético de la ejecución. Al parecer, la multitud reunida para verlo quedó helada ante su remordimiento, ante el perdón que el gran señor pedía humildemente a los padres de sus víctimas. Gilles de Rais quiso preceder en la muerte a dos de sus cómplices: así exhibió su muerte, ahorcado y quemado, ante aquellos personajes sangrientos, quienes lo habían asistido en sus carnicerías, uno de los cuales, por lo menos, había conocido su abrazo carnal: ellos lo habían visto durante mucho tiempo revolcarse en un horror sin fin; y, en aquel momento, era para ellos el «monstruo sagrado» en que se convirtió, al instante, para la multitud.

Durante su vida, el exhibicionismo de Gilles de Rais se satisfizo con la presencia de un pequeño número de testigos, sus cómplices: Sillé, Briqueville, Henriet, Poitou, algunos otros… pero fue con el sentido espasmódico de su muerte y de sus confesiones: estrangulado, ahorcado, como apareció ante la multitud en la hoguera que el verdugo encendió.

El verdadero Barba Azul: Georges Bataille

Georges Bataille. Nacido el 10 de septiembre de 1897 en Billom, Francia, y fallecido el 9 de julio de 1962 en París, fue un escritor, antropólogo y pensador cuya obra trascendió los límites de la literatura convencional. Aunque él mismo rechazaba ser etiquetado como filósofo, su legado como pensador y escritor influyó profundamente en la filosofía, la literatura y el arte del siglo XX.

La infancia de Bataille estuvo marcada por un deseo inicial de convertirse en sacerdote, lo que lo llevó a asistir a un seminario católico. Sin embargo, en 1922, abandonó la fe cristiana y se adentró en un mundo de ideas provocadoras y controvertidas. Para Bataille, los burdeles de París se convirtieron en sus "iglesias" auténticas, un indicio de su inclinación por la transgresión y lo tabú en su obra.

A lo largo de su vida, Bataille desempeñó roles diversos, desde trabajar como bibliotecario hasta fundar publicaciones y grupos de escritores. Su obra abarcó una amplia gama de géneros, incluyendo lecturas, poemas y ensayos que exploraron temas tan variados como el misticismo de la economía, la poesía, la filosofía, las artes y el erotismo. Algunas de sus publicaciones se realizaron bajo seudónimos, y varias fueron censuradas debido a su naturaleza provocativa.

A pesar de que fue relativamente ignorado en su época y despreciado por contemporáneos como Jean-Paul Sartre, Bataille dejó una huella indeleble en la filosofía y la literatura posteriores. Su influencia se hizo evidente en filósofos postestructuralistas como Michel Foucault y Jacques Derrida, así como en escritores como Philippe Sollers. También influyó en el trabajo de filósofos anglosajones notables, como Crispin Sartwell.

Uno de los conceptos centrales en la obra de Bataille es la noción de la transgresión, la exploración de lo tabú y lo prohibido. Fascinado por el sacrificio humano, fundó una sociedad secreta llamada Acéphale (sin cabeza) con el propósito de crear una nueva religión, aunque este intento nunca se materializó completamente.

En resumen, Georges Bataille fue un pensador y escritor provocativo que desafió las convenciones y exploró los límites de la literatura y la filosofía. Su obra, que abarcó temas como el erotismo, el sacrificio y lo sagrado, sigue siendo objeto de estudio y debate en la actualidad, dejando una huella perdurable en la cultura intelectual del siglo XX.