Escritos

Escritos, ensayos de Karl Kraus

Resumen del libro: "Escritos" de

Si no se me quiere reconocer ningún logro positivo en esas dos mil páginas de guerra de Die Fackel un fragmento de lo que me vedaron los obstáculos técnicos y estatales, en todo caso se me tendrá que acreditar que rechacé sin esfuerzo día a día las asquerosas proposiciones del poder al espíritu: sostener mentira por verdad, injusticia por derecho, y rabia por razón. ¡Pues no hubo valor como el mío, ver al enemigo en posiciones propias! Y a quien no conoció el miedo ante el poder en acción, a él y sólo a él corresponde no tener compasión ninguna ante el poder quebrantado. Y eso que el estado de ánimo con que le hice cara a la de tan alta autoridad subalterna fue siempre a través de toda tristeza, de todo dolor y todo escarnio, una invencible serenidad. Y dar semejante testimonio ya es bastante sacrificio. Pues, ¿dónde podría hallarse una obstinada resistencia más dura que la de tener que reírse cuando uno quisiera salir corriendo a sollozar en el último bosque, al que no se haya llegado a fumigar todavía este destino organizado?, ¿que la de mantenerse incapaz de creer en la gloria de una gloria que paseaba por un mundo vuelto hambre, miseria, andrajos y piojos con sus laureles en la mochila?, ¡dónde más que en sostenerse en el sitio, rodeado de un complot miserable de matarifes y mangantes que emborrachaban a un pueblo invitándola a hacer honor de un vino de batalla hasta darle golletazo, y que se lo daba para desplumarlo!

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1 – Moralidad y criminalidad

«¿Morir por adulterio? No; eso lo hace hasta el reyezuelo, y la mosquita de alas doradas se entrega a la lujuria ante mi vista ¡Dejad que florezca la copulación!»

Lear, IV, 6

«Si hacéis ahorcar y decapitar sólo durante diez años a todos los que se hagan culpables de ese delirio, haríais bien en promulgar un edicto para procuraros nuevas cabezas. Si esta ley sigue en vigor diez años en Viena, arrendaré la más bella casa de la ciudad a razón de tres peniques por día.»

Medida por medida, II, 1

«Mis asuntos en este Estado me han conducido a observar Viena, donde he hallado una corrupción que hierve y burbujea hasta desbordarse del puchero. La ciudad tiene leyes para todas las faltas, es verdad; pero esas faltas se encuentran tan bien protegidas que vuestras disposiciones se parecen a las prohibiciones colgadas en la tienda de un barbero; se las lee, pero se hace burla de ellas.»

Medida por medida, V, 1

«Creo en la rígida virtud de vuestra señoría, más considerad esto, os lo ruego: si en la efervescencia de vuestras propias pasiones hubierais hallado la hora acorde con el lugar, y el lugar acorde con vuestros deseos; si el imperioso ardor de vuestra sangre hubiese tenido toda facilidad para alcanzar el objeto perseguido por vuestros anhelos, ¿no habríais cometido algunas veces en vuestra vida ese mismo pecado por el que le condenáis, ni atraído sobre vuestra propia cabeza el rigor de la ley?»

Medida por medida, II

«Si los grandes pudieran tronar como el mismo Júpiter, le dejarían sordo, pues hasta el más diminuto de los jueces se serviría de su oído para tronar; sería un perpetuo trueno. ¡Oh, Cielo clemente, el mortal azufre de tu rayo hiende mejor la nudosa encina rebelde al hacha que el mirto tierno; pero el hombre, el orgulloso hombre, revestido de corta y débil majestad, olvida lo que es menos dudoso, su elemento cristalino, y semejante a un mono colérico representa ante el cielo tales locuras que los ángeles lloran, ellos, que de tener nuestra naturaleza reirían hasta morir!»

Medida por medida, II, 2

«Tenemos ciertos estatutos por demás rígidos y ciertas leyes singularmente refrenantes, bocados, barbadas precisos para corceles indisciplinados, que hemos dejado dormir desde hace diecinueve años casi a la manera de un león abrumado de fatiga que no sale de su caverna para ir a cazar. Nos ocurre hoy como a esos padres indulgentes que lían paquetes amenazadores de varas de abedul para colgarlos ante los ojos de sus hijos y hacerlos servir de emblemas de terror más que de instrumentos de castigo; a la larga se encuentra que esas varas inspiran más burla que temor, y así sucede con nuestros decretos, que muertos en la aplicación, no tienen en realidad existencia.»

Medida por medida, I, 3

«¡Bellaco, esbirro, detén tu mano sangrienta! ¿Por qué azotas a esa puta? Flagélate tú, ya que ardes en deseos de cometer con ella el delito por el que la castigas.»

Lear, IV, 6

I

Existe un tipo de indignación improductiva que se resiste a cualquier intento de darle expresión literaria. Desde hace un mes me ahoga una vergüenza capaz de aniquilar toda ilusión cultural, esa que nos ha obsequiado con un doble proceso por adulterio: la vista del juicio y su tratamiento periodístico. La obligación de largar una frase por cada suceso no le sirve como baliza en una carrera de brutalidad e hipocresía a aquel a quien le deja embarrancado el pensar en un torbellino de inverosimilitudes, en el ejercicio de una justicia en la que la razón se torna insensatez y un azote sus beneficios. Ahora, la perspectiva de que la locura no vaya a tener fin en mucho tiempo, de que el proceso tenga continuación y el marido haga aparecer las actas en las librerías apacigua la conciencia del publicista al que se le había deslizado la pluma de entre los dedos con el conflicto entre repulsión y deber profesional. Ahora el horror ante todas esas voces vacilantes que mantienen una actualidad vergonzosa le espolea de nuevo a una decidida protesta contra todo intento de cargar sobre nuestra opinión pública, cargada ya con mil preocupaciones, aprovechando los ataques de celos de un Otelo de barrio.

Shakespeare lo supo todo por adelantado. Los diálogos de Medida por medida y El rey Lear que he elegido como lemas para estas consideraciones contienen la última palabra sobre esa especie de moral a la que este proceso ha nutrido y dado aires; e incluso el azar que le hizo dar al poeta con el nombre de Viena para caracterizar el tipo de ciudad apestada de moral fortalece la creencia en el poder adivinatorio del genio, que domina sobre toda lejanía. Nunca tuve por blasfemia la exclamación de un contemporáneo, «¡Oh Dios, eres como Shakespeare!», sino más bien por una injuria a la majestad de Shakespeare esa otra afirmación del mismo autor de que en la abadía de Westminster «Shakespeare descansa junto a los otros reyes de Inglaterra». Los señores, que edifican la moral de todos los pueblos, podían ir a pedirle prestadas la argamasa y la herramienta, pues desde su altura cualquier visión del mundo, conservadora o progresista, ofrece una imagen grata al Creador; existe cultura allí en donde las leyes del Estado son paráfrasis de pensamientos de Shakespeare, o en donde al menos sus dirigentes, como sucedía en la Alemania de Bismarck, definen su actividad con el pensamiento puesto en Shakespeare. A partir de su sabiduría podría entender, quien esté llamado a ello, cómo alzar o remozar el muro fronterizo del derecho criminal entre lo bueno y lo malo. Y se contraría con desviarse ante los obstáculos de una época de cerebro estrecho: la manía por los hombres: el celo con que defiende aquello que no precisa de protección humana lo había puesto ya de manifiesto con su largueza al consentir comportamientos que el sano juicio encuentra punibles. Construida con la estrechez de una generación ha vivido sin embargo tanto tiempo como duraban aquellos porque sirvió satisfactoriamente para los peores del suyo.

Karl Kraus. (1874-1936) fue un influyente escritor y periodista austriaco, destacado por su versatilidad como ensayista, aforista, dramaturgo y poeta. Nació en Gitschin, Bohemia, parte del Imperio austrohúngaro (hoy Jičín, República Checa), en el seno de una familia judía acomodada. A lo largo de su vida, Kraus dejó una huella imborrable en la literatura y la crítica social de su época.

Kraus inició su carrera como estudiante de leyes en la Universidad de Viena en 1892, pero pronto encontró su vocación en el periodismo y la escritura. En 1896, abandonó la universidad y se adentró en el mundo del teatro como actor y director de escena. Se unió al influyente grupo "Jung Wien" ("Joven Viena"), que incluía a destacados escritores y artistas de la época.

En 1899, Kraus renunció al judaísmo, se convirtió al catolicismo y fundó su propio periódico, "Die Fackel" ("La Antorcha"), que dirigió y escribió hasta su muerte. A través de esta publicación, Kraus lanzó agudas críticas contra la hipocresía, la corrupción política, la cultura y la sociedad de su tiempo. Su estilo satírico e ingenioso se convirtió en su sello distintivo.

Kraus fue un incansable defensor de la lengua y un meticuloso observador de la gramática y la comunicación. Consideraba que los pequeños errores lingüísticos eran indicativos de los males más grandes en la sociedad. Su obra se centró en desvelar la decadencia moral y política de la Viena de su época a través de una crítica implacable y aguda.

Además de su labor como editor y escritor, Kraus también se destacó como conferencista, interpretando obras de destacados dramaturgos y recitando óperas enteras en representaciones unipersonales. Su carisma y su compromiso ético atrajeron seguidores fervientes, aunque también generaron controversia.

Karl Kraus falleció en Viena en 1936, dejando un legado literario y crítico profundo. Su obra influyó en generaciones de escritores y pensadores, y su enfoque en la importancia del lenguaje y la crítica social sigue siendo relevante en la actualidad. Su incansable lucha contra la hipocresía y la corrupción lo convierte en una figura emblemática de la crítica satírica y la conciencia social en el siglo XX.