Gargantúa

Resumen del libro: "Gargantúa" de

«Gargantúa», obra maestra de François Rabelais, emerge como una joya literaria del siglo XVI junto con su complementaria «Pantagruel», formando un binomio que no solo marca una cúspide en la literatura francesa de la época, sino también una visión precursora de los nuevos tiempos por venir. Esta novela trasciende las categorías convencionales al entrelazar la aventura, la filosofía y el entretenimiento, enraizada en la esencia misma del lenguaje y la risa como herramientas para la liberación del cuerpo y el espíritu de sus cargas.

Explorando un vasto territorio de géneros y estilos literarios, «Gargantúa» se erige como una narrativa de aventuras que transcurre en un escenario de riqueza y detalle sin igual. A través de las peripecias de su protagonista, el gigantesco Gargantúa, y sus compañeros, Rabelais teje un tapiz vívido de episodios que abarcan desde batallas titánicas hasta gestas heroicas, adentrándose en un mundo donde la imaginación se despliega sin restricciones.

Sin embargo, el alcance de esta obra trasciende lo superficial. En su núcleo, «Gargantúa» se convierte en un compendio de reflexiones filosóficas que exploran los cimientos mismos de la existencia humana. A través de diálogos y monólogos introspectivos, Rabelais aborda cuestiones esenciales sobre la naturaleza del conocimiento, el sentido de la vida y el papel de la educación en la formación de individuos completos.

La genialidad de Rabelais se despliega en su capacidad de entremezclar estos temas trascendentales con un sentido del humor y la sátira que se traduce en carcajadas liberadoras. La risa emerge como un recurso vital para lidiar con las impurezas y los miedos de la existencia, permitiendo que tanto el cuerpo como el alma encuentren solaz en medio de la adversidad. A través de esta estrategia, Rabelais desafía la convención moral y social de la época al proponer que la risa y la alegría son vehículos legítimos hacia la comprensión más profunda del ser.

En resumen, «Gargantúa» se erige como una cumbre literaria que fusiona los elementos más variados en una sinfonía cautivadora de aventura, filosofía y entretenimiento. Rabelais abre las puertas a un universo donde la risa y la reflexión coexisten, apuntando hacia un futuro de transformación y renovación a través de la exploración incesante del lenguaje y el poder liberador de la risa.»

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Prólogo del Autor

¡Ilustrísimos bebedores! ¡Preciosísimos galicosos!, (porque a vosotros dedico los frutos de mi ingenio). Alcibíades en el diálogo de Platón, que se titula El banquet., al elogiar a su preceptor Sócrates, príncipe, sin discusión de los filósofos, entre otras cosas dice que él se parecía a las «silenas». Las silenas eran en la antigüedad unas cajitas como las que al presente vemos en los establecimientos de los farmacéuticos, decoradas por fuera con figuras frívolas y alegres, tales como arpías, sátiros, ocas embridadas, liebres con cuernos, perros enjaezados, machos cabríos alados, cerdos coronados de rosas y otras pinturas de este género, contrahechas a placer para excitar la risa; de esta manera fue Sileno el maestro del buen Baco. Pero dentro de dichas cajas se guardaban las drogas más finas, tales como bálsamo, ámbar, almizcle, incienso, pedrerías finas y otras cosas preciosas. Así —decía— era Sócrates, porque viéndole y estimándole solo por su exterior apariencia, no hubieseis dado por él una piel de cebolla; escuálido de cuerpo y ridículo de presencia, la nariz puntiaguda, la mirada de otro, la cara de loco, sencillo en sus costumbres, rústico en sus vestiduras, pobre de fortuna, desdichado con las mujeres, inepto para todos los oficios de la república, siempre riendo, siempre bebiendo en compañía de cualquiera, siempre burlándose y disimulando su divino saber. Pero al abrir esta caja, hubieseis encontrado dentro una celeste e inapreciable droga: entendimiento más que humano, virtudes maravillosas, valor invencible, sobriedad sin ejemplo, equilibrio, seguridad perfecta, desprecio increíble hacia todo aquello por lo que los humanos tan valerosamente vigilan, corren, trabajan, navegan y batallan.

¿A qué propósito tiende, a nuestro juicio, este preludio? A que vosotros, mis buenos discípulos y algunos otros locos despreocupados, al leer los alegres títulos de algunos libros de nuestra invención, como Gargantúa, Pantagruel, Fersepinte, La dignidad de las braguetas, Guisantes con tocino cum comment., etc., no juzguéis fácilmente que en ellos no se trata más que de burlas, locuras y mentiras alegres, en vista de que la señal exterior (es decir, el título), sin averiguar más, induce a irrisión y burlonería. No conviene estimar con tal ligereza las obras humanas, pues vosotros mismos decís que el hábito no hace el monje y los hay vestidos con hábito monacal que tienen de todo menos de monjes, como los hay envueltos en una capa española, y por su valor lo que menos recuerdan es a España.

He aquí por qué es preciso abrir el libro y valorar cuidadosamente lo que contiene. Entonces comprenderéis que la droga guardada en su interior es muy diferente de lo que prometía la caja, es decir, que las materias tratadas no son locuras como anunciaba el título.

Y supuesto el caso de que encontrareis materias correspondientes al título en el sentido literal, no os detengáis en ello como seducidos por el canto de una sirena, pues suele haber un sentido oculto que apreciar en todo esto que se dice como por casualidad y en cordial alegría. ¿Descorchasteis alguna vez botellas? ¡Perros! Recordad la continencia que tuvisteis. ¿Os fijasteis en el perro que acaba de encontrar alguna vez un hueso con tuétano? El perro es, como dice Platón (libro II de La Rep.), la bestia más filósofa del mundo. Si lo habéis visto, habéis podido notar con qué devoción lo lame, con qué cuidado lo guarda, con qué cariño lo abraza y con qué diligencia lo esconde, con qué cariño lo abraza y con qué diligencia se lo lleva. ¿Quién le induce a hacer esto? ¿Qué esperanza pone en su estudio? ¿Qué bien se promete? Nada más que un poco de médula o tuétano. Bien es verdad que ese poco vale más que otros muchos porque la médula es alimento elaborado a perfección por la naturaleza, como dice Galeno, III, Facult. nat., el XI De Usu partiu.

Siguiendo el ejemplo del perro os conviene ser prudentes para sentir, estimar y saborear estos bellos libros, graciosos superficialmente, ligeros al parecer y gratos cuando se encuentran; después, en virtud de curiosas lecciones y meditaciones frecuentes, romped el hueso y gustad la substantífica médula —he aquí como yo entiendo los símbolos pitagóricos— con esperanza cierta de llegar a ser avisados y circunspectos a favor de la lectura, porque en ella encontraréis al profundizar un gusto diferente, una doctrina más profunda, que os revelará muy altos sacramentos y misterios horríficos, tanto en lo que concierne a nuestra religión como al estado político y a la vida económica.

¿Creéis por vuestra fe que jamás Homero al escribir La ilíada o La odisea pensase las alegorías que calafatearon Plutarco, Heráclides, Ponticus, Eustaquio, Fortuno, y de la que le ha desnudado Politian? Si lo creéis no os acercáis, ni por los pies ni por las manos, a mi opinión, con arreglo a las que tanto han podido ser soñadas por Homero u Ovidio en sus Metamorfosi., como los sacramentos por el evangelio, según se esforzaba en demostrar un cierto hermano Lubin, verdadero chupatocino, si por ventura encontraba gentes tan locas como él, cobertera digna de las calderas como dice el proverbio.

Si lo creéis, ¿por qué causa no he de hacer yo estas alegres y nuevas crónicas? Verdad es que al dictarlas no pensaba sino en lo que vosotros por ventura bebéis, como yo bebo. Porque al componer este libro señorial no he perdido ni he empleado ni otro ni más tiempo que el que permanecí sentado a la mesa para mi satisfacción corporal, esto es, comiendo y bebiendo. Tal es la mejor hora para escribir sobre estas altas materias y ciencias profundas.

Esto mismo sabían hacerlo muy bien Homero, parangón de todos los filósofos, y Ennio, padre de los poetas latinos, según el testimonio de Horacio, aun cuando un malandrín haya dicho que sus versos olían más a vino que a aceite.

Otro tanto ha dicho de mis libros un pobre diablo pero mierda para él. El olor del vino, sobre todo si es fresco, riente y saltante, es mucho más celestial y delicioso que el del aceite. Y tendré 14 como alta gloria el que se diga de mí que he gastado más en vino que en aceite, al revés de lo que se decía de Demóstenes. Para mí es honor y gloria el ser reputado de buen bebedor y buen compañero; a este título soy bien recibido en todas las compañías pantagruelistas. A Demóstenes se le reprochaba el que sus discursos olían como los capazos de un molino aceitero. Interpretad todos mis hechos y mis dichos como libres de este defecto y tened en reverencia el cerebro caseiforme, que se alimente de bellas naderías y procurad tenerme siempre contento.

Ahora divertíos, mis amados, y leed alegremente, para satisfacción del cuerpo y provecho de los riñones. Pero evitad, caras de asnos, que el muermo os ataque, y si queréis beber, venid a mí que os lo daré ahora mismo.

Gargantúa: François Rabelais

François Rabelais. Religioso, médico y escritor francés, ingresó en la orden de los Franciscanos, donde profesó como monje e hizo estudios de Teología. La dureza de la regla monacal, además de no permitírsele estudiar libros en griego, le hicieron, con dispensa papal, pasar a la orden de los Benedictinos.

Tampoco satisfecho de su disciplina, se secularizó, estudiando Medicina en París y terminando los estudios en la Universidad de Montpellier. Marchó a Lyon, y ejerció la medicina, publicando su primer libro, Pantagruel; en 1532, bajo el seudónimo de Alcofribas Nasier, por temor de que su libro fuera prohibido, como así fue, por La Sorbona y la Iglesia Católica.

Rabelais viajó con frecuencia a Roma, y estuvo algún tiempo en Turín, siempre bajo la protección de algún noble. Se instaló en Montpellier, donde ejerció la medicina, y posteriormente fue nombrado párroco de una iglesia en Moudón, cargo que dejó tras algún tiempo. Marchó a París, donde moriría más tarde.