Gigi

Resumen del libro: "Gigi" de

Cerca del final de su vida, manteniendo su estilo fresco e irreverente, Colette ofrece una excepcional visión del París «fin de siècle», una ciudad obnubilada por los adelantos técnicos: el teléfono, el automóvil, donde celebridades como Cléo de Mérode o Carolina Otero eran habituales en los restaurantes de moda —el Durand o el Pré-Catelan— y en los figurines chic, y cuya vida de escándalos era recogida por el Gil Blas, entre otra prensa del corazón. Sin eufemismos, Colette retrata la condición femenina que se mueve entre la estrechez económica y la ligereza moral. Para componer el delicioso personaje de Gigi, recurre a elementos de su propia biografía; también la autora, casada muy joven, sabrá que el descubrimiento de su destino como mujer supone «el fin de mi carácter de muchacha, intransigente, bonito, absurdo», como confesó en Lo puro y lo impuro. Publicada originariamente en 1945, la nueva traducción de José María Solé salvaguarda la frescura del texto original y rescata las menciones que fueron «pudorosamente» omitidas en versiones anteriores. Gigi es tal vez la obra más famosa de Colette tras ser llevada al cine con enorme éxito en 1958, la película fue dirigida por Vincente Minnelli con Leslie Caron, Maurice Chevalier y Louis Jourdan como protagonistas principales.

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—No te olvides de ir a casa de tía Alicia. ¿Me oyes, Gilberte? Ven, que te haga los rizos. ¿Me oyes?

—Abuela, ¿crees que podría ir sin los papillotes?

—No creo —repuso calmosamente la señora Alvarez.

Sobre la azul llamita de un hornillo de alcohol, puso las viejas tenacillas con brazos terminados en dos bolitas de metal macizo y luego preparó los papeles de seda.

—Abuela, ¿y si, para cambiar, me hicieras una onda a un lado…?

—Ni hablar. La máxima excentricidad permitida a una chica de tu edad es rizarse las puntas del pelo. ¡Siéntate en la banqueta!

Al sentarse, Gilberte dobló sus zancudas piernas de quinceañera. Su falda escocesa descubrió unas medias de hilo acanalado que le llegaban más arriba de las rodillas, de rótulas que eran, sin saberlo ella, la perfección misma. Poca pantorrilla y empeine alto, unos encantos que hacían lamentar a la señora Alvarez que su nieta no hubiese estudiado danza. Con las tenacillas calientes, asió los mechones de color rubio ceniza, enroscados y envueltos en el fino papel. Pacientes y hábiles, sus gordezuelas manos formaban gruesos bucles sueltos y elásticos con el magnífico espesor de una cuidada cabellera, que apenas rebasaba los hombros de Gilberte. El olor vagamente avainillado del papel y el calor de la tenacillas adormilaban a la muchacha, obligada a permanecer quieta. Además, sabía de sobra que toda resistencia sería en vano. Casi nunca intentaba huir de la autoridad familiar.

—¿Es Frasquita lo que mamá canta hoy?

—Sí. Esta noche es Si yo fuera rey. Te he dicho mil veces que, cuando estés sentada en un asiento bajo, debes juntar las rodillas y doblarlas a la vez, a la derecha o a la izquierda, para evitar una indecencia.

—Pero, abuela, si llevo pololos y enaguas…

—Los pololos son una cosa y la decencia, otra —le respondió la señora Alvarez—. Todo depende de la actitud.

—Ya lo sé; tía Alicia me lo ha repetido muchas veces —murmuró Gilberte bajo la maraña de cabellos.

—No necesito a mi hermana —dijo agriamente la señora Alvarez— para que te inculque los principios de las más elementales conveniencias. De todo eso, a Dios gracias, sé un poco más que ella.

—Abuela, si hoy me quedase, ¿tendría que ir el próximo domingo a ver a tía Alicia?

—¡Vaya! —dijo, desdeñosa, la señora Alvarez—. ¿No tienes ninguna otra sugerencia que hacerme?

—Sí —le replicó—. Que me hagan las faldas algo más largas para que, cuando me siente, no tenga que estar todo el rato doblada como una Z. Hazte cargo, abuela; con estas faldas tan cortas, siempre tengo que estar pensando en lo-que-yo-me-sé.

—¡Cállate! ¿No te da vergüenza llamar a eso lo-que-yo-me-sé?

—Pues me encantaría llamarlo de otra forma, pero…

La señora Alvarez apagó el hornillo. Su pesada silueta española se reflejó en el espejo de la chimenea.

—No hay otro —decidió.

Gigi – Colette

Colette. Cuyo nombre completo era Sidonie-Gabrielle Colette, fue una escritora y periodista francesa nacida en Saint-Sauveur-en-Puisaye en 1873 y fallecida en París en 1954. Fue una figura importante de la literatura francesa del siglo XX y una feminista influyente. Comenzó su carrera literaria en 1900 con la publicación de su primera novela, "Claudine a l'école", que escribió bajo el seudónimo de su marido, Henry Gauthier-Villars, conocido como "Willy". Esta obra fue un gran éxito y dio lugar a una serie de novelas protagonizadas por Claudine.

Colette también escribió obras teatrales, guiones de cine y libros de viajes, y fue una prolífica periodista y crítica literaria. Algunas de sus obras más conocidas incluyen "Chéri", "La vagabonde", "Le blé en herbe" y "Gigi".

Además de su carrera literaria, Colette también fue una figura pública destacada en la vida cultural francesa de su tiempo. Fue amiga de artistas y escritores como Marcel Proust y Jean Cocteau, y estuvo involucrada en la política como defensora de los derechos de las mujeres y los derechos de los animales.

A lo largo de su vida, Colette se casó tres veces y tuvo varias relaciones amorosas con hombres y mujeres. Fue una figura controvertida y adelantada a su tiempo, y su obra sigue siendo valorada por su exploración de temas como la sexualidad femenina, la identidad de género y la naturaleza humana.

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