Hamlet

Resumen del libro: "Hamlet" de

«Hamlet», la trágica obra maestra de William Shakespeare, se desarrolla en el sombrío reino de Dinamarca. El protagonista, Hamlet, es un joven príncipe que se sume en una profunda melancolía tras la reciente muerte de su padre, el rey. Su tristeza se ve agravada por el matrimonio apresurado de su madre con Claudio, hermano del difunto monarca, quien ahora ostenta el trono.

La trama toma un giro siniestro cuando el espectro del difunto rey se le aparece a Hamlet y le revela que su propia muerte fue causada por Claudio, quien ansioso de poder y amor, perpetró el asesinato. Con esta revelación, Hamlet se ve investido de la responsabilidad de vengar la afrenta a su padre.

Sin embargo, el joven príncipe se sume en un conflicto interno entre la acción y la duda. A lo largo de la obra, asistimos a su lucha por encontrar la fuerza y el momento adecuado para llevar a cabo la venganza. Hamlet se sumerge en una compleja red de engaños y artimañas, desplegando una fachada de locura para ocultar sus verdaderas intenciones.

Este estado de supuesta demencia suscita la preocupación y el interés de quienes le rodean, en particular Polonio, el chambelán de la corte, quien atribuye la supuesta locura de Hamlet a la prohibición de cortejar a su hija Ofelia.

La obra es una exploración profunda de la psique humana, tejiendo una trama de intriga, venganza y desesperación. Shakespeare nos sumerge en un mundo de complejidades emocionales, donde los personajes se debaten entre el deber filial y las incertidumbres de la existencia.

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Acto I

Escena I

Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche oscura.

FRANCISCO, BERNARDO

(FRANCISCO  paseando haciendo centinela. BERNARDO se va acercando hacia él. Estos personajes y los de la escena siguiente estarán armados con espada y lanza)

BERNARDO. ¿Quién está ahí?

FRANCISCO. No, respóndame él a mí. Deténgase y diga quién es.

BERNARDO. Viva el Rey.

FRANCISCO. ¿Es Bernardo?

BERNARDO. El mismo.

FRANCISCO. Tú eres el más puntual en venir a la hora.

BERNARDO. Las doce han dado ya; bien puedes ir a recogerte

FRANCISCO. Te doy mil gracias por la mudanza. Hace un frío que penetra y yo estoy delicado del pecho.

BERNARDO. ¿Has hecho tu guardia tranquilamente?

FRANCISCO. Ni un ratón se ha movido.

BERNARDO. Muy bien. Buenas noches. Si encuentras a Horacio y Marcelo, mis compañeros de guardia, diles que vengan presto.

FRANCISCO. Me parece que los oigo. Alto ahí. ¡Eh! ¿Quién va?

Escena II

HORACIO, MARCELO y dichos.

HORACIO. Amigos de este país.

MARCELO. Y fieles vasallos del Rey de Dinamarca.

FRANCISCO. Buenas noches.

MARCELO. ¡Oh! ¡Honrado soldado! Pásalo bien. ¿Quién te relevó de la centinela?

FRANCISCO. Bernardo, que queda en mi lugar. Buenas noches.

(Vase FRANCISCO. MARCELO y HORACIO se acercan a donde está BERNARDO haciendo centinela)

MARCELO. ¡Hola! ¡Bernardo!

BERNARDO. ¿Quién está ahí? ¿Es Horacio?

HORACIO. Un pedazo de él.

BERNARDO. Bienvenido, Horacio; Marcelo, bienvenido.

MARCELO. ¿Y qué? ¿Se ha vuelto a aparecer aquella cosa esta noche?

BERNARDO. Yo nada he visto

MARCELO. Horacio dice que es aprehensión nuestra, y nada quiere creer de cuanto le he dicho acerca de ese espantoso fantasma que hemos visto ya en dos ocasiones. Por eso le he rogado que se venga a la guardia con nosotros, para que si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito a nuestros ojos, y le hable si quiere.

HORACIO. ¡Qué! No, no vendrá.

BERNARDO. Sentémonos un rato, y deja que asaltemos de nuevo tus oídos con el suceso que tanto repugnan oír y que en dos noches seguidas hemos ya presenciado nosotros.

HORACIO. Muy bien, sentémonos y oigamos lo que Bernardo nos cuente. (Siéntanse los tres)

BERNARDO. La noche pasada, cuando esa misma estrella que está al occidente del polo había hecho ya su carrera, para iluminar aquel espacio del cielo donde ahora resplandece, Marcelo y yo, al tiempo que el reloj daba la una…

MARCELO. Chit. Calla, mírale por donde viene otra vez.

(Se aparece a un extremo del teatro la SOMBRA del rey HAMLET armado de todas armas, con manto real, yelmo en la cabeza, y la visera alzada. Los SOLDADOS y HORACIO se levantan despavoridos)

BERNARDO. Con la misma figura que tenía el difunto Rey.

MARCELO. Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.

BERNARDO. ¿No se parece todo al Rey? Mírale, Horacio.

HORACIO. Muy parecido es… Su vista me conturba con miedo y asombro.

BERNARDO. Querrá que le hablen.

MARCELO. Háblale, Horacio.

HORACIO. (HORACIO se encamina hacia donde está la SOMBRA) ¿Quién eres tú, que así usurpas este tiempo a la noche, y esa presencia noble y guerrera que tuvo un día la majestad del Soberano Danés, que yace en el sepulcro? Habla, por el Cielo te lo pido.

MARCELO. Parece que está irritado.

(Vase la SOMBRA a paso lento)

BERNARDO. ¿Ves? Se va, como despreciándonos.

HORACIO. Detente, habla. Yo te lo mando. Habla.

MARCELO. Ya se fue. No quiere respondernos.

BERNARDO. ¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color. ¿No es esto algo más que aprensión? ¿Qué te parece?

HORACIO. Por Dios que nunca lo hubiera creído, sin la sensible y cierta demostración de mis propios ojos.

MARCELO. ¿No es enteramente parecido al Rey?

HORACIO. Como tú a ti mismo. Y tal era el arnés de que iba ceñido cuando peleó con el ambicioso Rey de Noruega, y así le vi arrugar ceñudo la frente cuando en una altercación colérica hizo caer al de Polonia sobre el hielo, de un solo golpe… ¡Extraña aparición es ésta!

MARCELO. Pues de esa manera, y a esta misma hora de la noche, se ha paseado dos veces con ademán guerrero delante de nuestra guardia.

HORACIO. Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero en mi ruda manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza a nuestra nación.

MARCELO. Ahora bien, sentémonos (siéntanse) y decidme, cualquiera de vosotros que lo sepa; ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan penosas y vigilantes? ¿Para qué es esta fundición de cañones de bronce y este acopio extranjero de máquinas de guerra? ¿A qué fin esa multitud de carpinteros de marina, precisados a un afán molesto, que no distingue el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber para que sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién de vosotros podrá decírmelo?

HORACIO. Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto corren. Nuestro último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a combate, como ya sabéis, por Fortimbrás de Noruega estimulado éste de la más orgullosa emulación. En aquel desafío, nuestro valeroso Hamlet (que tal renombre alcanzó en la parte del mundo que nos es conocida) mató a Fortimbrás, el cual por un contrato sellado y ratificado según el fuero de las armas, cedía al vencedor (dado caso que muriese en la pelea) todos aquellos países que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se obligó también a cederle una porción equivalente, que hubiera pasado a manos de Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese vencido; así como, en virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo en Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de experiencia y lleno de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí por las fronteras de Noruega, una turba de gente resuelta y perdida, a quien la necesidad de comer determina a intentar empresas que piden valor; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar con violencia y a fuerza de armas los mencionados países que perdió su padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principal de nuestras prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la verdadera causa de la agitación y movimiento en que toda la nación está.

BERNARDO. Si no es esa, yo no alcanzo cuál puede ser…, y en parte lo confirma la visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto, con la figura misma del Rey, que fue y es todavía el autor de estas guerras.

HORACIO. Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento. En la época más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César cayese quedaron vacíos los sepulcros y los amortajados cadáveres vagaron por las calles de la ciudad, gimiendo en voz confusa; las estrellas resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó el sol entre celajes funestos y el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse como si el fin del mundo hubiese llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de sucesos terribles, precursores que avisan los futuros destinos, el cielo y la tierra juntos los han manifestado a nuestro país y a nuestra gente… Pero. Silencio… ¿Veis?…, allí… Otra vez vuelve…

(Vuelve a salir la SOMBRA por otro lado. Se levantan los tres y echan mano a las lanzas. HORACIO se encamina hacia la SOMBRA, y los otros dos siguen detrás)

Aunque el terror me hiela, yo le quiero salir al encuentro. Detente, fantasma. Si puedes articular sonidos, si tienes voz háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que amenazan a tu país, los cuales felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay!, habla… O si acaso, durante tu vida, acumulaste en las entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por lo que se dice que vosotros, infelices espíritus, después de la muerte vagáis inquietos; decláralo…

(Canta un gallo a lo lejos, y empieza a retirarse la SOMBRA, los soldados quieren detenerle haciendo uso de las lanzas; pero la SOMBRA los evita y desaparece con prontitud)

Detente y habla… Marcelo, detenle.

MARCELO. ¿Le daré con mi lanza?

HORACIO. Sí, hiérele, si no quiere detenerse.

BERNARDO. Aquí está.

HORACIO. Aquí.

MARCELO. Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un Soberano, en hacer demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es invulnerable como el aire, y nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.

BERNARDO. Él iba ya a hablar cuando el gallo cantó.

HORACIO. Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente apremiado con terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la mañana, hace despertar al Dios del día con la alta y aguda voz de su garganta sonora, y que a este anuncio, todo extraño espíritu errante por la tierra o el mar, el fuego o el aire, huye a su centro; y la fantasma que hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.

(Empieza a iluminarse lentamente la escena)

MARCELO. En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche y que entonces ningún espíritu se atreve a salir de su morada, las noches son saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las hechiceras tienen poder para sus encantos. ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!

HORACIO. Yo también lo tengo entendido así y en parte lo creo. Pero ved como ya la mañana, cubierta con la rosada túnica, viene pisando el rocío de aquel alto monte oriental. Demos fin a la guardia, y soy de opinión que digamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche, porque yo os prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido para nosotros mudo. ¿No os parece que dé esta noticia, indispensable en nuestro celo y tan propia de nuestra obligación?

MARCELO. Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en donde le hallaremos esta mañana, con más seguridad.

Escena III

CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, VOLTIMAN, CORNELIO, Caballeros, Damas y acompañamiento.

Salón de Palacio

CLAUDIO. Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está todavía tan reciente en nuestra memoria, que obliga a mantener en tristeza los corazones y a que en todo el Reino sólo se observe la imagen del dolor; con todo eso, tanto ha combatido en mí la razón a la naturaleza, que he conservado un prudente sentimiento de su pérdida, junto con la memoria de lo que a nosotros nos debemos. A este fin he recibido por esposa, a la que un tiempo fue mi hermana y hoy reina conmigo, compañera en el trono de esta belicosa nación; si bien estas alegrías son imperfectas, pues en ellas se han unido a la felicidad las lágrimas, las fiestas a pompa fúnebre, los cánticos de muerte a los epitalamios de Himeneo, pesados en igual balanza el placer y la aflicción. Ni hemos dejado de seguir los dictámenes de vuestra prudencia, que en esta ocasión ha procedido con absoluta libertad de lo cual os quedo muy agradecido. Ahora falta deciros, que el joven Fortimbrás, estimándome en poco, o presumiendo que la reciente muerte de mi querido hermano habrá producido en el Reino trastorno y desunión; fiado en esta soñada superioridad, no ha cesado de importunarme con mensajes, pidiéndome le restituya aquellas tierras que perdió su padre y adquirió mi valeroso hermano, con todas las formalidades de la ley. Basta ya lo que de él he dicho. Por lo que a mí toca y en cuanto al objeto que hoy nos reúne; veisle aquí. Escribo al Rey de Noruega, tío del joven Fortimbrás, que doliente y postrado en el lecho apenas tiene noticia de los proyectos de su sobrino, a fin de que le impida llevarlos adelante, pues tengo ya exactos informes de la gente que levanta contra mí, su calidad, su número y fuerzas. Prudente Cornelio, y tú Voltiman, vosotros saludareis en mi nombre al anciano Rey; aunque no os doy facultad personal para celebrar con él tratado alguno, que exceda los límites expresados en estos artículos. (Les da unas cartas) Id con Dios, y espero que manifestaréis en vuestra diligencia el celo de servirme.

VOLTIMAN. En esta y cualquiera otra comisión os daremos pruebas de nuestro respeto.

CLAUDIO. No lo dudaré. El Cielo os guarde.

Escena IV

CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, Damas, Caballeros y acompañamiento.

CLAUDIO. Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una pretensión, ¿no me dirás cuál sea? En cualquiera cosa justa que pidas al Rey de Dinamarca, no será vano el ruego. ¿Ni qué podrás pedirme que no sea más ofrecimiento mío, que demanda tuya? No es más adicto a la cabeza el corazón ni más pronta la mano en servir a la boca, que lo es el trono de Dinamarca para con tu padre. En fin, ¿qué pretendes?

Hamlet: William Shakespeare

William Shakespeare. (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido 1564 - 1616), dramaturgo, actor y poeta inglés, es uno de los más grandes autores de la literatura universal y clave en el desarrollo de las letras inglesas. Sus obras de teatro son consideradas auténticos clásicos atemporales y su influencia a lo largo de la historia de la literatura es indiscutible.

Si bien sus datos biográficos son pocos y muchos de ellos, inexactos, se ha llegado a la conclusión de que nació en Stratford-upon-Avon el 26 de Abril de 1564. De familia adinerada, aunque carente de poder en la zona, al parecer el joven Shakespeare recibió una educación superior a la media, aunque sin llegar a una formación universitaria.A los pocos años de contraer matrimonio y de ser padre, Shakespeare se mudó a Londres y comenzó su carrera en el teatro, primero como dramaturgo y luego pasando a dirigir su propia compañía de teatro, en la que también hacía las veces de actor, llegando a alcanzar una gran popularidad, siendo muy conocidas sus actuaciones en el teatro The Globe.

De las obras de Shakespeare, creadas en una época de transición en el teatro isabelino, habría que destacar casi todos sus títulos. Sus obras han sido interpretadas y adaptadas en innumerables ocasiones y son todavía hoy representadas y consideradas como fuente de inspiración. Quizá, si hubiera que elegir, habría que señalar Romeo y Julieta, El rey Lear, Hamlet, Macbeth o Julio César, entre las tragedias, y El sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, La tempestad o La fierecilla domada, entre las comedias. También habría que dedicar especial atención a sus recreaciones históricas, como Enrique VIII o Ricardo III, entre otras. En el campo de la poesía, Shakespeare celebra el amor con sus versos, destacando especialmente su serie de Sonetos o en Venus y Adonis. La mayor parte de sus poemas han sido antologados con criterios en ocasiones arbitrarios, dando como resultado numerosas antologías bajo su nombre.

En 1611, cuando ya disponía de una buena renta tras sus años en el teatro, Shakespeare se retiró a Stratford-upon-Avon, donde pasó a dedicarse de asuntos más prosaicos que las letras, como el casamiento de su hija o el reparto de propiedades.

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