Jesús, el hijo del hombre

Resumen del libro: "Jesús, el hijo del hombre" de

Jesús el hijo del Hombre, es un libro que hace amar a Jesús. Hilvanando los hechos narrados en los cuatro libros del Nuevo Testamento, Jesús es retratado desde su nacimiento en Belén hasta los trágicos sucesos que le dieron muerte. La figura de Jesús llenaba el trasfondo del alma de Khalil Gibrán y se había convertido en su ideal. Jesús el hijo del Hombre, es la cumbre de la obra de Gibrán.

La figura de Jesús marcó profundamente a Khalil Gibrán desde su infancia, transcurrida en el seno de la fervorosa comunidad maronita del Líbano. Gibrán pone en escena a setenta y ocho personajes contemporáneos de Jesús, que lo describen cada cual a su manera, y multiplica los puntos de vista y las aproximaciones psicológicas, emocionales, físicas y espirituales a una personalidad fuera de lo común. Revelados en una infinidad de facetas, el itinerario terrenal de Jesús y su sentido nos parecen más cercanos. Pues, para Gibrán, el Hijo del Hombre es también el símbolo del yo humano que se supera a sí mismo, se desprende de su individualismo egocéntrico para ir a Dios y, por esta vía ascendente, alcanza la plenitud de la existencia.

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SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO

El reinado de la Tierra

Era un día primaveral el día en que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a dialogar con la multitud sobre el Reinado del Cielo.

Graves acusaciones en contra de fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban pozos en el sendero de quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y recriminándolos con acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los escribas y fariseos, y planearon, arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el Norte. Allí nos contempló y dijo:

—Todavía no ha llegado la hora en que me prendan. Aún tengo mucho de que hablaros, y mucho es también lo que tengo que hacer entre vosotros antes de pensar en entregarme.

—Y después añadió, —su voz teñida de felicidad:

—Vayamos hacia el Norte, hacia la primavera. Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la nieve del Líbano está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de los arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.

Estaba siempre a la cabeza de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y también el siguiente. En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte Hermón. En lo alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el llano. Se le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las manos.

—Ved cómo el suelo se ha vestido con sus verdes vestiduras —dijo— y de qué manera los arroyos han bordado sus faldas con brillante hilo de plata. La Tierra es hermosa, verdad, y todo lo que es y existe encima de ella es encantador; pero, atrás de todo lo que veis se encuentra un Reino del cual yo seré monarca y gobernante. Si podéis amar y encariñaros con el corazón iréis conmigo a ese Reino, a gobernar a mi lado. En ese lugar vuestro rostro y el mío no estarán velados; no llevarán vuestras diestras puñales ni cetros. Nuestros gobernados vivirán en la tranquilidad sin sentir hacia nosotros miedo u horror.

De esa forma habló Jesús, pero yo estaba ciego y no podía ver el Reino de esta Tierra, ni las grandiosas ciudades fortificadas y amuralladas. No moraba en mi espíritu más que una sola ansia: ir junto al Maestro hasta aquel otro Reino. En ese instante había llegado Judas Iscariote, que se puso junto a Jesús y le dijo:

—Los reinados de los seres humanos son muchos y extensos; las huestes de Salomón y de David vencerán al fin a los romanos. Si es tu deseo llegar a ser rey de los judíos, nuestras lanzas y puñales estarán a tu servicio para expulsar a los extranjeros y triunfar sobre ellos.

Al escuchar esto Jesús, su faz se indignó, y le respondió con voz estentórea y resonante:

—¡Fuera de aquí, demonio! ¡Podrás creer, por azar, que mi llegada entre las legiones de los milenios es para gobernar, un solo día, sobre un hormiguero de personas. Mi trono no llegará a tu poca inteligencia, pues quien trata de abarcar la Tierra con sus alas, no tratará de buscar un lugar de refugio en un nido abandonado y destruido! ¿Se siente honrada o enaltecida, quizás, una aldea porque sus moradores visten mortajas? Mi Reino no es de este mundo y mi trono no se erguirá sobre las calaveras de vuestros ancestros. Si anheláis un reino que no sea el Reino del Alma, más os valiera abandonarme aquí y emprender el descenso a las cuevas de vuestros muertos, donde, desde tiempos remotos, los seres de testa coronada llaman a conciliábulo en sus sepulcros, para glorificar la osamenta de vuestros antepasados. ¡Cómo te atreves a tentarme con un trono de infecta materia, cuando mi frente ansia la corona de los astros o vuestras espinas! Pero, de no ser por un sueño de un pueblo casi olvidado, no hubiera permitido que vuestro sol tuviera su aurora en mi paciencia, ni que vuestra luna refleje y alargue mi sombra en vuestro camino. De no haber sido yo un ansia pura, por la que tiritó y se emocionó el alma de una madre alba e inmaculada, me habría desembarazado de mis pañales y hubiera vuelto a lo infinito. Y de no ser por el profundo dolor que impera en las entrañas de todos vosotros, no me hubiera quedado en este lugar para sollozar y gemir. ¿Quién eres y qué es lo que deseas de mí, oh Judas Iscariote? Habrás calculado mi peso en alguna balanza para encontrarme digno de dirigir un ejército de enanos y de conducir una deforme escuadra en contra de un enemigo que no se acuartela más que en vuestras inquinas, temores, y fantasmas. Varios son los insectos que hormiguean a mis pies, pero yo los venceré. Estoy harto de sus burlas y sus chanzas, y cansado está mi espíritu de toda compasión con los animales o insectos que me consideran cobarde, porque mi camino no se encuentra entre sus murallas y fortalezas. Uno de los fines de la piedad es mi necesidad de misericordia hasta el final. ¡Oh!, cómo quisiera, si pudiera lograrlo, encaminar mis pasos en dirección a un mundo más grande, en el que moran seres muy superiores a los de este mundo; pero… ¿De qué manera podrá conseguirlo? Vuestro rey y vuestro sacerdote piden mi vida. Ya lograrán su propósito antes de encaminarme hacia ese otro mundo. No quebrantaré el curso de las Leyes ni esclavizaré a la ignorancia. Permitid que la ignorancia se cultive a sí misma hasta hartar a sus descendientes. Permitid que los ciegos lleven a los enceguecidos a la fosa. Permitid que los muertos sepulten a los cadáveres hasta que se ahogue la tierra bajo el perfume de esos amargos capullos. Mi reino no es de este mundo, no. Es y será en el lugar en el que tres de vosotros se reúnan con amor, con veneración, idolatrando a la hermosura de la vida, con felicidad y con placer ante mi recuerdo.

En el momento de terminar su discurso dirigió bruscamente su vista a donde se encontraba Judas Iscariote y lo exhortó diciéndole:

—¡Fuera de mi vista, hombre! Los reinos de vosotros nunca estarán dentro del mío.

Ya era tarde. Se dirigió a nosotros y dijo:

—Vayámonos de este lugar, pues la noche ya se avecina y está casi encima de nosotros. Caminemos mientras haya luz. Descendió del monte seguido por nosotros. Bastante atrás, lejos y a la zaga, Judas nos seguía despacio. Al arribar al llano ya había anochecido. En ese instante Tomás, el hijo de Theófanos, se dirigió a Jesús diciéndole:

—Maestro, la noche está muy oscura y ninguno de nosotros llega ya a distinguir el verdadero sendero. Si lo deseas podemos ir en dirección a las luces de aquella aldea, en donde quizá podamos hallar algo de comer y un lecho.

Jesús entonces le respondió:

—Os he dirigido hacia lo alto cuando teníais apetito, pero ahora que os he llevado a la llanura vuestra necesidad se ha multiplicado. ¡Es triste que no pueda estar entre vosotros esta noche, pero es que quiero estar a solas!

Entonces se adelantó Simón Pedro y le habló:

—No nos abandones en la tiniebla de la noche; déjanos pasar esta noche a tu lado en este estrecho sendero; pues tanto la noche como sus fantasmas no harán demasiado extensa su visita si con nosotros estás; mejor aún, estaremos cómo iluminados por un Alba si con nosotros te quedas. Jesús le respondió:

—En esta noche los chacales estarán en sus cuevas y madrigueras, en sus nidos los pájaros del cielo, pero el Hijo del Hombre no hallará dónde reposar su cabeza. En verdad es mi deseo estar a solas esta noche. Pero si ese es vuestro deseo podréis, por segunda vez, encontrarme en la orilla donde os he hallado.

Lo abandonamos con el alma dolorida, pues no deseábamos irnos y dejarlo solo. A cada momento volvíamos nuestra mirada hacia el lugar donde Jesús se encontraba en la gloria de su soledad, camino al oeste. El único que quiso echar hacia atrás la cabeza, para ver al Maestro en su perfecta soledad, fue Judas Iscariote. Desde ese momento Judas se convirtió en otro, se tomó malhumorado e hipócrita. Su mirada se vio oscurecida por una densa niebla de odio, maldad y felonía.

Jesús, el hijo del hombre – Gibran Khalil Gibran

Gibran Khalil Gibran. Nacido el 6 de enero de 1883 en la aldea libanesa de Bisharri, emerge como el poeta del exilio. De humilde origen maronita, su infancia tranquila y sensible se teje con la influencia del arte y el conocimiento universal transmitidos por su abuelo. A los once años, una migración hacia Estados Unidos le abre nuevos horizontes, desatando su destreza tanto en la pluma como en el lienzo.

Establecido en Boston, Gibran cultiva el inglés y, al regresar a Líbano en 1898, perfecciona el árabe y el francés. Su vida transcurre entre la espiritualidad de la religión maronita, la influencia de la filosofía alemana y el enriquecimiento cultural de Europa, especialmente París. En 1910, de nuevo en Boston, la fundación de la sociedad política "El eslabón de oro" refleja su deseo de liberar a los árabes del dominio otomano.

Gibran, una amalgama de influencias que abarcan desde el misticismo sufí hasta el arte romántico, comienza a destacar como artista y escritor. La creación de la "Liga Literaria" en 1920 y su traslado a Nueva York consolidan su presencia en la escena literaria. Su obra cumbre, "El Profeta," publicada en 1923, resuena con filosofía y poesía, trascendiendo fronteras y generaciones.

La década de 1920 marca la dualidad de Gibran: enfrenta desafíos económicos, pero su creatividad florece. "Arena y Espuma" y "Jesús, el Hijo del Hombre" son testimonios de su capacidad para fusionar lo espiritual y lo terrenal. Sin embargo, las dificultades económicas y su salud se ven afectadas, aunque su amor por su tierra natal persiste.

Gibran fallece el 10 de abril de 1931 en Nueva York, dejando tras de sí una legendaria contribución literaria. Su obra, traducida a más de cuarenta idiomas, ha influido en generaciones y perdura en la contracultura, siendo un faro de sabiduría universal.