La Lucha por la vida

La Busca

La busca

Resumen del libro: "La Busca" de

La Busca es la primera de las tres novelas de Baroja que componen la trilogía «La Lucha por la vida». La novela destaca por su gran realismo, con el que se evidencia el mal de la sociedad española. La novela es un relato de distintas escenas, los capítulos son independientes y vienen a ser apuntes que el autor ha reunido en un libro pero él mismo confesaba que era un conjunto de apuntes cuyo fin era poner de manifiesto el mal reinante en la clase baja madrileña.Pío Baroja narra la llegada a Madrid de Manuel Alcázar desde el medio rural, sus diversos trabajos y sus tímidas incursiones en el camino de la delincuencia, mezclado con gente de vida oscura, pícaros y hampones, en pugna con sus aspiraciones a una vida decorosa.

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Capítulo 1 Preámbulo. Conceptos un tanto inmorales de una pupilera Charlas. Se oye cerrar un balcón. Canta un grillo

Acababan de dar las doce, de una manera pausada, acompasada y respetable, en el reloj del pasillo. Era costumbre de aquel viejo reloj, alto y de caja estrecha, adelantar y retrasar a su gus- to y antojo la uniforme y monótona serie de las horas que va rodeando nuestra vida, hasta envolverla y dejarla, como a un niño en la cuna, en el oscuro seno del tiempo.

Poco después de esta indicación amigable del viejo reloj, hecha con la voz grave y reposada, propia de un anciano, sonaron las once, de modo agudo y grotesco, con impertinencia juvenil, en un relojillo petulante de la vecindad, y minutos más tarde, para mayor confusión y desbarajuste cronométrico, el reloj de una iglesia próxima dio larga y sonora campanada, que vibró duran- te algunos segundos en el aire silencioso.

¿Cuál de los tres relojes estaba en lo fijo? ¿Cuál de aquellas tres máquinas para medir el tiempo tenía más exactitud en sus indicaciones? El autor no puede decirlo, y lo siente. Lo siente, porque el tiempo es, según algunos graves filósofos, el caña- mazo en donde bordamos las tonterías de nuestra vida; y es verdaderamente poco científico el no poder precisar con segu- ridad en qué momento empieza el cañamazo de este libro. Pero el autor lo desconoce: sólo sabe que en aquel minuto, en aquel segundo, hacía ya largo rato que los caballos de la noche galo- paban por el cielo. Era, pues, la hora del misterio; la hora de la gente maleante; la hora en que el poeta piensa en la inmortali- dad, rimando hijos con prolijos y amor con dolor; la hora en que la buscona sale de su cubil y el jugador entra en él; la hora de las aventuras que se buscan y nunca se encuentran; la hora, en fin, de los sueños de la casta doncella y de los reumatismos del venerable anciano. Y mientras se deslizaba esta hora ro

mántica, cesaban en la calle los gritos, las canciones, las riñas; en los balcones se apagaban las luces, y los tenderos y las por- teras retiraban sus sillas del arroyo para entregarse en brazos del sueño.

En la morada casta y pura de doña Casiana, la pupilera, reinaba hacía algún tiempo apacible silencio: sólo entraba por el bal- cón, abierto de par en par, el rumor lejano de los coches y el canto de un grillo de la vecindad, que rascaba en la chirriante cuerda de su instrumento con persistencia desagradable.

En aquella hora, fuera la que fuese, marcada por los doce lentos y gangosos ronquidos del reloj del pasillo, no se encontraban en la casa más que un señor viejo, madrugador impenitente; la dueña, doña Casiana, patrona también impenitente, para des- gracia de sus huéspedes, y la criada Petra.

La patrona dormía en aquel instante sentada en la mecedora, en el balcón abierto; la Petra, en la cocina, hacía lo mismo, y el señor viejo madrugador se entretenía tosiendo en la cama.

Había concluido la Petra de fregar, y el sueño, el calor y el can- sancio la rindieron, sin duda. A la luz de la lamparilla, colgada en el fogón, se la veía vagamente. Era flaca, macilenta, con el pecho hundido, los brazos delgados, las manos grandes, rojas, y el pelo gris. Dormía con la boca abierta, sentada en una silla, con respiración anhelante y fatigosa.

Al sonar las campanadas en el reloj del pasillo, se despertó de repente; cerró la ventana, de donde entraba nauseabundo olor a establo de la vaquería de la planta baja; dobló los paños, salió con un rimero de platos y los dejó sobre la mesa del comedor; luego guardó los cubiertos, el mantel y el pan sobrante en un armario; descolgó la candileja y entró en el cuarto, en cuyo balcón dormía la patrona.

-¡Señora! ¡Señora! -llamó varias veces.
-¿Eh? ¿Qué pasa? -murmuró doña Casiana, soñolienta. -Si quiere usted algo.

-No, nada. ¡Ah, sí! Mañana diga usted al panadero que el lunes que viene le pagaré.

Pío Baroja. Escritor español, fue uno de los grandes exponentes de la llamada Generación del 98, conocido por su producción novelística, entre la que destacan títulos como Memorias de un hombre de acción (1935) y Zalacaín el aventurero (1908), que fue llevada al cine en dos ocasiones. Nacido en San Sebastián, Baroja estudió medicina en Madrid y, tras un corto periodo como médico rural, volvió a la capital iniciando sus colaboraciones periodísticas en diarios y revistas como Germinal, Revista Nueva o Arte Joven, entre otras.

La postura política de Baroja fue evolucionando de una izquierda militante a un escepticismo que no le libró de problemas con la censura franquista al reflejar la Guerra Civil en Miserias de la guerra y A la desbandada, esta última todavía sin publicar.

La obra de Baroja combina tanto novela como ensayo y memorias. Memorias de un hombre de acción apareció en forma de 22 volúmenes a razón de uno por año entre 1913 y 1935. Además, Baroja agrupó su obra en varias trilogías, como Tierra vasca o La juventud perdida.

Baroja fue un novelista influyente y entre sus admiradores se cuentan autores nacionales, como Camilo José Cela, e internacionales, como lo fueron Ernest Hemingway o John Dos Passos

Debido a su postura política y opciones personales, como su reconocido ateísmo, Baroja no disfrutó de demasiados reconocimientos en vida, aunque fue miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1935.