La fierecilla domada

Resumen del libro: "La fierecilla domada" de

La obra se basa, en principio, en el carácter díscolo y malhumorado de Catalina Minola, mujer que ahuyenta, no pocas veces, a golpes a cuantos pretendientes se interesan por ella ante su padre. El asunto no tendría mayor transcendencia si no fuese porque, según la costumbre, el padre de Catalina, el rico mercader Bautista Minola, se niega a entregar en matrimonio a su hija menor, Blanca, hasta que no haya casado a la mayor; para desconsuelo de los ambiciosos aspirantes a su mano, Hortensio, Gremio y Lucencio. La llegada a la ciudad de Petruchio, un joven ambicioso y despreocupado y su disposición a cortejar a la áspera Catalina proporcionan a los pretendientes de Blanca una esperanza para la que unen sus esfuerzos a los del ya casi desesperado Bautista.

Este planteamiento inicial se desarrolla en forma de diversas situaciones de enredo y abundantes diálogos ocurrentes en los que el ingenio verbal se convierte sin duda en la más contundente de las armas.

Estamos ante una de las obras más traducidas de Shakespeare, que sin embargo, y dado su acentuado machismo, ha caído en un cierto ostracismo en los últimos decenios.

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En el prólogo:

CRISTÓBAL SLY, calderero

UN LORD

UNA TABERNERA

PAJES, CÓMICOS, MONTEROS y CRIADOS DEL LORD

En la comedia:

BAUTISTA, hidalgo rico de Padua

CATALINA (la Tarasca), hija de Bautista

BLANCA, hija de Bautista

VINCENTIO, hidalgo anciano de Pisa

PETRUCHIO, hidalgo de Verona, pretendiente y luego marido de Catalina.

GRUMIO, hombre diminuto, lacayo de Petruchio

CURTIS, criado viejo, encargado de la casa de campo de Petruchio

NATANIEL, FELIPE, JOSÉ, NICOLÁS, PEDRO, criados de Petruchio

TRANIO, criado de Lucentio

BIONDELLO, (muchacho joven) criado de Lucentio

LUCENTIO, hijo de Vincentio y galán de Blanca

GREMIO, pretendiente de Blanca

HORTENSIO, pretendiente de Blanca

UNA VIUDA

UN PEDAGOGO DE MANTUA

CRIADOS al servicio de Bautista y de Petruchio

UN SASTRE

UN MERCADER

La acción transcurre en Padua y en la casa de campo de Petruchio.

PRÓLOGO

ESCENA I

Ante la puerta de una taberna en un bosquecillo.

(Se abre la puerta de la taberna y sale SLY, expulsado por la TABERNERA)

SLY:

¡Por quien soy, que te voy a cardar el moño!

TABERNERA:

¡Las esposas son lo que te hace falta, bribón!

SLY:

La bribona y redomada lo eres tú. Los Sly jamás fueron pícaros. Puedes informarte en las crónicas. Vinimos a Inglaterra con Ricardo el Conquistador.

Por consiguiente, paucas pallabris, que el mundo siga dando vueltas y punto en boca.

TABERNERA:

¿Es decir que no quieres pagar los vasos que has roto?

SLY:

¡Ni un denario! ¡Largo, largo, la santa Jerónima! Vete a calentar la cama, que la tienes fría.

TABERNERA:

Pues entonces ya sé lo que tengo que hacer: ir a buscar al oficial del barrio.

SLY:

Oficial, capitán o comandante, la ley me servirá de respuesta. No me vuelvo atrás de lo que he dicho ¡ni una pulgada!, hermosa. Que venga, que venga, y será bien recibido.

(Cae por tierra y se duerme. Al punto se oye el estrépito producido por cuernos de caza y seguidamente entra un Noble que vuelve, tras una batida, con sus piqueros y criados.)

LORD:

Montero, te recomiendo mis perros. Cuídalos como es debido.

Sangra a Merriman. La fatiga y la espuma ahogan a la pobre bestia; y pon juntos a Clowder y la perra de la boca grande. ¿Has visto, muchacho, cómo Silver ha encontrado la pista en el recodo del seto? No quisiera perder este perro por veinte libras.

PRIMER MONTERO:

Pues Belman no le va en zaga, señor. Apenas la pista perdida, ¡qué manera de ladrar! Y por dos veces la ha encontrado y en los sitios más oreados. Para mí es el mejor de los perros, creedme.

LORD:

¡Bah!, eres bobo. Si Echo fuese tan rápido como él, ¡doce Belman valdría! Pero bueno, hazlo comer como es debido y ocúpate bien de todos, pues mañana quiero cazar aún.

PRIMER MONTERO:

Contad conmigo, señor.

LORD:

(Viendo a Sly.) Pero ¿qué es esto? ¿Un muerto o un borracho? Mirad a ver si respira.

SEGUNDO MONTERO:

Respira, respira, señor. Y por fortuna para él, la cerveza le calienta. De otro modo, difícil que durmiese tan profundamente en cama tan fría.

LORD:

¡Qué bruto! Ahí le tenéis, tumbado como un cerdo. Innoble y repugnante imagen de la sombría muerte. Pero me voy a divertir con este borracho. Vamos a ver: ¿creéis que transportado a una buena cama, entre sábanas finas, anillos en los dedos, una mesa suculenta junto a él al abrir los ojos y en torno criados de librea; creéis, digo que este mendigo olvidaría lo que es?

PRIMER MONTERO:

¡Qué duda cabe, señor! Cómo querríais que ocurriese otra cosa.

SEGUNDO MONTERO:

¡Y qué sorpresa al despertar!

LORD:

Poco más o menos, como la impresión que causa un ensueño halagador o una quimera. Pues dicho y hecho: levantadle con todo cuidado y preparemos bien la broma. Llevadle suavemente hasta la más hermosa de mis alcobas y llenadla con los cuadros que tengo más excitantes. Lavad asimismo su cabeza, ¡tan sucia!, con aguas templadas y bien perfumadas, e incluso quemad maderas olorosas para que perfumen la estancia. Y para cuando vaya a despertar, tened preparada una orquesta a punto de dejar oír una música dulce, celestial. Y si empieza a hablar, amontonaos presurosos en torno suyo y decidle del modo más humilde y respetuoso: «¿Qué desea vuestra señoría?». Y al momento que uno de vosotros se le acerque con una aljofaina de plata llena de agua de rosas cubierta de otras flores deshojadas. Otro que lleve un jarro. Un tercero, una toalla toda brochada y que al ofrecérsela diga: «—¿Le agradaría a vuestra señoría refrescarse las manos?». Al mismo tiempo, que otro tenga dispuesto cuanto necesite para su atavío y le pregunte qué traje se quiere poner.

Aún otro le hablará de sus perros y de sus caballos, sin olvidar a su amante esposa, a quien su enfermedad tiene tristísima. En fin, persuadidle de que ha estado loco. Y cuando responda que él es fulano de tal, decidle que sueña, que quien es realmente es un gran señor y no otra cosa. Si lleváis la cosa con habilidad y discreción, no habrá entretenimiento comparable.

PRIMER MONTERO:

Yo os garantizo, señor, que representaremos nuestro papel de un modo tan perfecto, que no dudará en creer que es quien le digamos que sea.

LORD:

Pues bien, levantadle con todo cuidado y llevadle a la cama. Y estad preparados para cuando abra los ojos. (Los criados se llevan a Sly. Al punto empieza a sonar ruido de trompetas.) Tú, bribón, ve a ver qué trompeta es esa que se oye. (El criado sale.) Sin duda algún noble caballero en viaje que, fatigado, desea descansar aquí. (Vuelve el criado.) Veamos: ¿qué es?

CRIADO:

Con el permiso de vuestra señoría, se trata de una compañía de cómicos que se ofrecen a representar ante vuestro honor.

LORD:

Ve y diles que se acerquen. (Entran los cómicos.) Sed bien venidos, muchachos.

CÓMICOS:

Gracias, noble señor.

LORD:

¿Tenéis el propósito de permanecer en mi casa esta noche?

UNO DE LOS CÓMICOS:

Si place a vuestra señoría aceptar nuestros servicios, honradísimos.

LORD:

Por mí, con mucho gusto. Por cierto, que he aquí un bravo del que me acuerdo muy bien. Sí, recuerdo haberle visto hacer el papel del hijo mayor de un granjero. Aquella comedia en que tan admirablemente hacías la corte a cierta gran dama. Tu nombre le he olvidado, pero el papel, a fe que te iba de maravilla. Y que le representabas del modo más natural del mundo.

UN CÓMICO:

Me parece que vuestra señoría se refiere a Soto.

LORD:

En efecto. Y tú representabas el papel a la perfección. Pues bien, habéis llegado a pedir de boca. Tan a punto, que preparo un entretenimiento en el que vuestra habilidad podrá serme sumamente útil. Hay aquí cierto, señor que sería feliz viéndoos representar esta noche. Pero mucho me temo que no seáis capaz de guardar la compostura debida al ver su extraña traza. Porque trátase de un elevado personaje que no obstante, jamás ha presenciado una obra de teatro y, como digo, temo se os escape alguna broma que le ofendería gravemente. Por consiguiente, os lo advierto mucho: por poco, amigos míos, que os viese reír, se pondría furioso.

UN CÓMICO:

No temáis nada, excelencia. Sabremos contenernos, aunque fuese el más grotesco personaje del mundo.

LORD:

Tú, pícaro, llévales al cuarto de servicio y que todos reciban la buena acogida que merecen. Que no carezcan de nada cuanto se les pueda ofrecer en mi casa. (Sale el criado seguido de los cómicos. El noble sigue, dirigiéndose a otro criado.) Y tú, bribón, ve a buscar a Bartolomé, mi paje, y dile que de pies a cabeza se vista como una dama. Y una vez hecho llévale al cuarto del borracho, llamándole siempre «señora» e inclinándote al hacerlo en señal de profundo respeto. En cuanto a él, dile que si quiere tenerme contento que imite la manera de conducirse de las señoras nobles cuando están en presencia de sus maridos. Que como tal se comporte con el borracho, y que hablándole con voz dulce y con rendida sumisión le diga, por ejemplo: «¿Qué tiene que ordenar hoy vuestra señoría que pueda permitir a vuestra obediente, esposa testimoniaros su celo y probaros su amor?» Y al punto, abrazándole cariñosamente y entre tiernos besos, y apoyando su cabeza en su pecho, que trate de llorar, diciéndole que tales lágrimas vienen de la alegría que siente viendo cómo su noble señor ha vuelto a sus sentidos tras haberse imaginado, durante siete largos años, que no era sino un pobre mendigo. Y, caso de que mi paje no tenga ese don, tan fácil a las mujeres, de verter a voluntad lágrimas a torrentes, podrá salir del paso mediante una cebolla cuidadosamente envuelta en su pañuelo que, cerca de los ojos, hará que estén constantemente húmedos.

Corre a poner en práctica inmediatamente lo que te digo, que luego te daré nuevas instrucciones. (Sale el criado.) Seguro que el paje imitará a la perfección la gracia, la voz, el porte y los ademanes de una dama de calidad. Impaciente estoy ya por oír cómo llama al borracho esposo mío, y por ver cómo los demás, conteniendo la risa, se apresuran a prestar toda clase de homenajes al patán. Voy a hacerles aún algunas recomendaciones. Mi presencia moderará, además, su humor, naturalmente demasiado alegre, pues sin ello fácilmente podrían ir más allá de los justos límites. (Salen todos.)

La fierecilla domada – William Shakespeare

William Shakespeare. (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido 1564 - 1616), dramaturgo, actor y poeta inglés, es uno de los más grandes autores de la literatura universal y clave en el desarrollo de las letras inglesas. Sus obras de teatro son consideradas auténticos clásicos atemporales y su influencia a lo largo de la historia de la literatura es indiscutible.

Si bien sus datos biográficos son pocos y muchos de ellos, inexactos, se ha llegado a la conclusión de que nació en Stratford-upon-Avon el 26 de Abril de 1564. De familia adinerada, aunque carente de poder en la zona, al parecer el joven Shakespeare recibió una educación superior a la media, aunque sin llegar a una formación universitaria.A los pocos años de contraer matrimonio y de ser padre, Shakespeare se mudó a Londres y comenzó su carrera en el teatro, primero como dramaturgo y luego pasando a dirigir su propia compañía de teatro, en la que también hacía las veces de actor, llegando a alcanzar una gran popularidad, siendo muy conocidas sus actuaciones en el teatro The Globe.

De las obras de Shakespeare, creadas en una época de transición en el teatro isabelino, habría que destacar casi todos sus títulos. Sus obras han sido interpretadas y adaptadas en innumerables ocasiones y son todavía hoy representadas y consideradas como fuente de inspiración. Quizá, si hubiera que elegir, habría que señalar Romeo y Julieta, El rey Lear, Hamlet, Macbeth o Julio César, entre las tragedias, y El sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, La tempestad o La fierecilla domada, entre las comedias. También habría que dedicar especial atención a sus recreaciones históricas, como Enrique VIII o Ricardo III, entre otras. En el campo de la poesía, Shakespeare celebra el amor con sus versos, destacando especialmente su serie de Sonetos o en Venus y Adonis. La mayor parte de sus poemas han sido antologados con criterios en ocasiones arbitrarios, dando como resultado numerosas antologías bajo su nombre.

En 1611, cuando ya disponía de una buena renta tras sus años en el teatro, Shakespeare se retiró a Stratford-upon-Avon, donde pasó a dedicarse de asuntos más prosaicos que las letras, como el casamiento de su hija o el reparto de propiedades.

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