La madre

Resumen del libro: "La madre" de

La madre de Máximo Gorki es una novela que relata la historia de Pelagia, una mujer que lucha contra el régimen zarista y cuyo hijo, Pável, es un líder socialista en la fábrica en la que trabaja. La historia comienza con la muerte de su marido y el cambio en la actitud de su hijo, lo que lleva a Pelagia a involucrarse en las actividades políticas de su hijo y sus compañeros de partido. Después de la detención de Pável, la madre comienza a colaborar activamente en las actividades del partido y es detenida y golpeada por la policía zarista. El final de la novela es incierto ya que no se aclara el destino final de la madre. La novela es un ejemplo del realismo socialista y muestra la lucha del pueblo ruso contra la opresión política y social.

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I

Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugía y temblaba. Y de las casuchas grises salían apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en los músculos. En el aire frío del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oía el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. Había también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. Sombrías y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.

Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcían nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados había concluido por aquel día, la cena y el reposo los esperaban en casa.

La fábrica había devorado su jornada: las máquinas habían succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El día había pasado sin dejar huella: cada hombre había dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.

Los días de fiesta se dormía hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponían su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comían y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer.

La fatiga, amasada durante años, quita el apetito, y, para comer, bebían, excitando su estómago con la aguda quemadura del alcohol.

Por la tarde, paseaban perezosamente por las calles: los que tenían botas de goma, se las ponían aunque no lloviera, y los que poseían un paraguas, lo sacaban aunque hiciera sol.

Al encontrarse, se hablaba de la fábrica, de las máquinas, o se deshacían en invectivas contra los capataces. Las palabras y los pensamientos no se referían más que a cosas concernientes al trabajo. Apenas si alguna idea, pobre y mal expresada, arrojaba una solitaria chispa en la monotonía gris de los días. Al volver a casa, los hombres reñían con sus mujeres y con frecuencia les pegaban, sin ahorrar los golpes. Los jóvenes permanecían en el café u organizaban pequeñas reuniones en casa de alguno, tocaban el acordeón, cantaban canciones innobles, bailaban, contaban obscenidades y bebían. Extenuados por el trabajo, los hombres se embriagaban fácilmente: la bebida provocaba una irritación sin fundamento, mórbida, que buscaba una salida. Entonces, para liberarse, bajo un pretexto fútil, se lanzaban uno contra otro con furor bestial. Se producían riñas sangrientas, de las que algunos salían heridos; algunas veces había muertos…

En sus relaciones, predominaba un sentimiento de animosidad al acecho, que dominaba a todos y parecía tan normal como la fatiga de los músculos. Habían nacido con esta enfermedad del alma que heredaban de sus padres, los acompañaba como una sombra negra hasta la tumba, y les hacía cometer actos odiosos, de inútil crueldad.

La madre – Máximo Gorki

Máximo Gorki. Escritor ruso, cuyo verdadero nombre era Alekséi Maksimovich Péshkov, fue iniciado en el mundo literario por su abuela, con quien vivió desde los cinco años tras la muerte de su padre. Emancipado, Gorki ejerció los más diversos y variados oficios, entre ellos el de pasante de abogado, que le permitió la frecuente lectura. Comenzó a escribir en 1892, y a principios del Siglo XX, ya era conocido en toda Europa. En San Petersburgo, se relacionó con un grupo revolucionario soviético, que le introdujo en el mundo bolchevique, conociendo profundamente los problemas sociales. Por motivos de salud, viajó a Capri, en Italia, pasando periodos en esta ciudad y otros en Rusia, a donde volvió a vivir como consecuencia del advenimiento del fascismo en Alemania.

En esa época, Gorki criticó a Lenin y Trotsky, y marchó de nuevo a Italia. Enaltecido por Stalin, regresó con grandes honores a Rusia, pero con el tiempo fue cayendo en desgracia, hasta su extraña muerte (se dice que la mano de Stalin estuvo por medio), en 1936.

Es autor de obras teatrales, cuentos y novelas, algunas de ellas de carácter autobiográfico. De entre su obra habría que destacar títulos como La madre, Los vagabundos, Días de infancia o Los Artamónov.

Cine y Literatura
Película: La madre

La madre

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