La piedra negra

Resumen del libro: "La piedra negra" de

La piedra negra es una obra del famoso autor estadounidense Robert E. Howard, conocido por sus relatos de fantasía heroica, terror y ciencia ficción. Este libro es considerado como una de sus obras maestras dentro del género del horror cósmico y está inspirado en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft.

La piedra negra se compone de nueve relatos cortos que comparten la temática de la existencia de seres antiguos y malévolos que acechan en las sombras de la historia humana y que pueden ser invocados por medio de rituales ocultos o artefactos malditos. La mayoría de los relatos tienen como protagonista a un investigador o aventurero que se enfrenta a estos horrores, a menudo con consecuencias fatales.

El relato que da título al libro, La piedra negra, narra la historia de un hombre que viaja a una aldea remota de Hungría para estudiar un misterioso monolito de origen desconocido. Según las leyendas locales, este monolito alberga a una criatura innombrable que se manifiesta en las noches de verano. El hombre descubre que el monolito es una puerta interdimensional que conecta con el mundo de los Antiguos y que ha sido testigo de sacrificios humanos y ritos blasfemos durante siglos.

Otro relato destacado es Los gusanos de la tierra, que cuenta la venganza de un caudillo picto contra los romanos que invadieron su tierra y mataron a su familia. El caudillo recurre a un antiguo culto secreto que le permite controlar a unos seres subterráneos parecidos a gusanos gigantes, que devoran a sus enemigos sin piedad. Sin embargo, el precio que debe pagar por este poder es demasiado alto.

El libro también incluye otros relatos como El horror del cementerio, donde un ladrón de tumbas se encuentra con una momia viviente; El fuego de Assurbanipal, donde dos exploradores buscan una joya mágica en las ruinas de una ciudad perdida; El valle perdido de Iskander, donde un soldado británico descubre una civilización oculta en las montañas de Afganistán; y El horror del monte negro, donde un cazador se enfrenta a una bestia sobrenatural en los Alpes.

En definitiva, La piedra negra es una obra esencial para los amantes del terror cósmico y los Mitos de Cthulhu. En ella se muestra la habilidad de Robert E. Howard para crear atmósferas opresivas y escenas escalofriantes, así como su capacidad para mezclar elementos históricos, fantásticos y mitológicos. Con esta obra, Howard demuestra que no solo fue el creador de Conan el bárbaro, sino también uno de los grandes maestros del horror.

Libro Impreso

La saga oculta de Robert E. Howard

Javier Jiménez Barco

Una Saga «Maldita»

Con bastante frecuencia suele darse el caso de que ciertos escritores, tras alcanzar la fama gracias a un personaje o saga de su invención, ven ensombrecida el resto de su producción literaria, en beneficio de las —pocas o muchas— obras que hayan podido dedicar a su personaje de éxito.

Sabido es que Sir Arthur Conan Doyle llegó a detestar profundamente a su creación Sherlock Holmes —e incluso intentó acabar con él sin éxito—, porque su público no quería saber nada acerca de sus otras obras: tan solo deseaban Holmes y más Holmes. Algo parecido le ocurrió a Arthur Henry Sarsfield Ward (Sax Rohmer) con su diabólico doctor Fu Manchú, o a Edgar Rice Burroughs con su Tarzán; la lista de autores ligados a tiránicos personajes de ficción podría llenar varias páginas y aún quedar inconclusa.

En el caso de Robert E. Howard podría resultar un tanto discutible afirmar que llegó a odiar a Conan el Cimmerio (aunque en algunas cartas afirma estar empezando a cansarse de él), pero lo que resulta indudable es que Conan le marcó como escritor mucho más que otros personajes que creara, y lo hizo para siempre. Howard será recordado por ser el creador de Conan el bárbaro, y, por añadidura, de otros espadachines y bárbaros, como el puritano Solomon Kane, el rey Kull, el picto Bran Mak Mom o los guerreros Cornac Mac Art y Turlogh O’Brien.

En resumen, todos son personajes de Espada y Brujería, esa corriente sangrienta de la fantasía tradicional que bien puede desarrollarse en épocas míticas como la Edad Hiboria o la Era Thuria, o bien tener lugar durante la caída de Roma, el medievo o la época isabelina.

Pero Howard abordó innumerables géneros durante su breve —pero intensa— carrera literaria: desde la aventura en estado puro de sus relatos de El Borak y Kirby O’Donell, hasta los relatos deportivos y de boxeo, pasando por el western o las aventuras históricas.

Y, por supuesto, el horror.

Desde el comienzo de su carrera literaria, y antes de encontrar la que habría de ser su fórmula para el éxito, Robert E. Howard escribió numerosos relatos de horror, empezando por un par de historias de licantropía protagonizadas por el francés De Montour. Aquellos serían los primeros de una larga serie de relatos de terror, que Howard iría produciendo con el paso de los años. Cuentos de piratas y fantasmas (como la de su micro-saga de la aldea Faritig Town), de vudú en lo más profundo del Sur de EEUU, de Weird Menace (protagonizados por diversos detectives, como Gorman y Kirby, o Steve Harrison), y por último, relatos de horror inmersos en la «corriente general» que marcaba su por entonces contemporáneo H. P. Lovecraft.

Es en medio de estas historias encuadrables en el «mainstream» terrorífico —algunas de un horror clásico, con toques de Poe, y otras abiertamente cósmicas, como las que realizaba su cofrade Lovecraft—, donde nos encontramos con una saga totalmente desconocida, que ha permanecido en las sombras, eclipsada ante la producción de «Sword and Sorcery» que le hiciera tan célebre. Se trata de la colección de relatos que Howard dedicara a John Michael Kirowan y John James Conrad, sus detectives de lo sobrenatural.

En primer lugar, se trata de personajes bastante poco corrientes desde el punto de vista del patrón howardiano. No se trata de detectives per se, sino de estudiosos que, por uno u otro motivo, se acaban viendo inmersos en diferentes tramas de índole sobrenatural. Son auténticos eruditos, y personajes poco habituados a la acción (sobre todo Conrad). Quizás por ese motivo, Howard decidió incluir en alguno de sus relatos a un «amigo forzudo», un tal O’Donnel, que sí se adapta perfectamente al patrón howardiano, aportando a la historia el toque de «irlandés de sangre caliente y puños dispuestos» que tan grato le resultara al autor de Cross Plains. Porque lo cierto es que, de no ser por la inclusión de O’Donnel en esos relatos, uno casi tiene la sensación de que se trata de personajes propios de Lovecraft, no de Howard.

Existe además, otra diferencia respecto a los otros «detectives de lo sobrenatural» de Howard. Gordon y Costigan, al igual que Steve Harrison se ven envueltos en intrigas orientales y de corte criminal. Brent Kirby y Butch Gorman se encuadran claramente en el subgénero de Weird Menace… pero las historias de Kirowan y Conrad son verdaderamente sobrenaturales. Allí no hay trampa ni cartón, ni chinos malos, ni trucos de magia escénica… No, los suyos son casos de espectros y apariciones, de anillos encantados por brujos de la antigüedad (¡pero «encantados» de verdad!), de gules, de cultos impíos, de demonios, de puertas a otras dimensiones y a otros dioses… Se trata de una saga fuertemente influenciada por la mitología de Chtulhu creada por Lovecraft (o, como él la llamaba, sus «Yog-Sothotherías»).

Resulta curioso —y lamentable—, que jamás se hayan reunido los relatos de Kirowan y Conrad para su edición en libro (ni siquiera en EEUU), o que incluso la mayoría del público afín a Howard desconozca la existencia de esta saga. ¿El motivo? Es difícil saberlo. Es cierto que los relatos de Kirowan y Conrad aparecieron muy espaciados, y que incluso algunos permanecieron inéditos durante décadas, al no llegar a ser publicados en vida de Howard. Pero otro tanto podría decirse de otras muchas sagas suyas, a las que, sin embargo, no les ha faltado una legión de seguidores que las han recopilado, terminando incluso manuscritos inacabados.

Seguramente, una de las razones de esta discriminación se deba a la ya mencionada tiranía del género de «Espada y Brujería» sobre la obra de Howard. Aunque existe otro factor importante, y es que la mayoría de los relatos no siempre tienen el mismo protagonista: algunos están protagonizados por Kirowan, otros por Conrad, otros por Kirowan y Conrad, otros por Kirowan, Conrad y O’Donnel, otros por Conrad y O’Donnel… Tan solo en un par de relatos, que yo recuerde, llegan a aparecer los tres personajes a la vez (los dos estudiosos y su forzudo amigo); el primero de ellos es «Los hijos de la noche», uno de los relatos más representativos de la saga, y uno de los de mayor influencia lovecraftiana. No obstante, como ya hemos comentado, el personaje de O’Donnel es tratado con cierto desinterés, como si Howard no hubiera podido evitar colarle en algunos de los relatos (tan solo aparece en tres o cuatro), casi en contra de su voluntad, cuando lo que de verdad le interesaba era centrarse en sus otros personajes: unos individuos de características tan atípicas que, por fuerza, deben de resultarle interesantes o incluso enigmáticos al aficionado a Robert E. Howard.

Tanto Conrad como Kirowan se alejan de una manera tan radical del esquema usado por Howard para crear a sus protagonistas, que uno podría incluso llegar a dudar que fueran obra suya. Aunque es cierto que John Michael Kirowan se acerca un poco más al «héroe howardiano» que su compañero Conrad.

John Kirowan es un sujeto alto y delgado, aunque de fuerza considerable, de rostro severo y cabello oscuro (físicamente podríamos compararle a Solomon Kane, aunque Kirowan está exento de la gravedad y la vehemencia de las que hace gala el puritano). Pese a resultar más afable que Kane, Kirowan es un hombre que arrastra cierto aura de profundo pesar, y un pasado marcado por la tragedia (no obstante, ni siquiera sus más íntimos amigos conocen demasiado acerca de su pasado). Es de ascendencia irlandesa, ha viajado por todo el mundo, y parece más dispuesto que su amigo a la hora de pasar a la acción. A diferencia de Conrad, cuyo papel suele ser un tanto más pasivo, y que enfoca los problemas desde el punto de vista del erudito, Kirowan posee nociones de magia arcana y parece haber vivido bastantes situaciones apuradas que le han ido endureciendo. No obstante, y a pesar de todo esto, en Conrad y Kirowan no se da el caso del «exégeta», o compañero sumiso de aventuras. Aquí no hay un Watson, o, como pueda ocurrir con Jules De Grandin, un Dr. Trowbrigde. No, aquí, tanto Kirowan como Conrad son, a la vez, eruditos y hombres de acción. No hay un rol de «listo» o de «tonto» —tanto uno como otro tienen siempre algo que decir, aunque bien es verdad que, si hay que buscar un «acólito» de pocas luces, el forzudo O’Donnel se acerca bastante a esa descripción. Y ahí radica, precisamente, otra de las características atípicas de esta saga. Los protagonistas de Howard suelen ser tremendos individualistas, lobos solitarios dispuestos a enfrentarse en soledad a cualquier cosa que se les venga encima… Kirowan, en cambio, pese a su férrea determinación, dista mucho de ser ningún superhombre (y no digamos Conrad) y, curiosamente, en tan solo una pequeña parte de los relatos el protagonista se encuentra solo. En este sentido, Howard se aleja también de los protagonistas habituales de Lovecraft, que suelen descubrir en solitario los horrores cósmicos que acechan tras el velo de la realidad. No. Sus personajes comparten la aventura codo con codo. Se respira un aire de relajada pero férrea amistad. O’Donnel suele acudir a visitar tanto a uno como a otro, y se queda a dormir con toda la confianza del mundo. Se organizan tertulias con otros amigos del «Wanderer’s club», y el erudito aunque afable compadreo que reina en ellas resulta cuanto menos insólito en un relato de Robert E. Howard.

En cuanto al poco carácter «howardiano» de los dos investigadores, que pudiera llegar a hacer pensar al lector que no son creación suya, es en realidad un elemento intencionado, y que Howard buscó desde que empezara a escribir, con la intención de vivir de sus creaciones.

Llegado a este punto, el autor de Cross Plains decide acercarse aún más al estilo de Lovecraft, y escribe sobre una peculiar tertulia, en la que diferentes eruditos debaten acerca de su cosmogonía. En la tertulia aparecen numerosos personajes: Kirowan, Ketric, Taverel, Conrad, Clemants y O’Donnel, siendo este último de una tipología absolutamente «howardiana». Como es lógico, el autor se encuentra cómodo con él, y por ese motivo hace que O’Donnel sea el narrador. Conrad se menciona casi de pasada. Es el anfitrión, y los contertulios bromean sobre su afición a coleccionar textos oscuros, pero el erudito no toma una parte activa en la historia. Kirowan, por el contrario, ya se muestra, desde el principio del relato, como un sujeto de carácter, sosteniendo una acalorada discusión sobre antropología con Clemants. De algún modo, su personaje brillaba con fuerza, a pesar de que el protagonista del cuento fuera O’Donnel. El relato en cuestión, «The children of the night», mezclaba la habitual temática de «memoria racial» con diversas pinceladas de las mitologías de Lovecraft y Howard. El editor de Weird Tales, Farnsworth Wright, compró la historia a finales de 1930, y la publicó durante el verano del año siguiente. La obra recibió muy buenas críticas, animando a Wright a publicar más historias de Howard en esa misma línea. Siguiendo la tradición del Círculo de Lovecraft, Howard incluía en sus relatos el ya mencionado «Libro Negro» de Von Juntz, una obra ficticia cuyo título estuvo a punto de sufrir numerosas transformaciones. E. Hoffman Price, que hablaba el alemán con fluidez, defendía que Cultos sin Nombre se traducía Unnenbarren Kulten, mientras que August Derleth, secundado por el infame ilustrador alemán C. C. Senf, defendía la denominación de Unaussprechlichen Kulten, que fue la que prevaleció.

En una carta a Lovecraft, fechada el 24 de mayo de 1932, Howard llegaría a mencionar la posibilidad de escribir el texto del grimorio ficticio:

En cuanto al infernal Libro Negro, si puedo encontrar algún maníaco de buena educación, que carezca de los habituales prejuicios mojigatos sobre lo sobrenatural, podría pedirle que lo escriba, para ser publicado. Si no, siempre puedo atiborrarme de droga en cualquier momento, y escribirlo yo mismo.

Volviendo a la saga, el siguiente cuento en publicarse fue «The Black Stone», a finales de 1931, apenas unos meses tras la aparición de «Los hijos de la noche». El éxito fue clamoroso, y el relato continúa siendo, hoy día, una narración excelente, digna de la mejor antología de «Los mitos de Ctulhu». Un año más tarde le seguiría «The thing on the roof, un relato que, según afirma Howard en su correspondencia, “pertenece al ciclo que estoy desarrollando sobre Michael (sic) Kirowan”. Dicha mención, por cierto, no deja de ser un detallazo por parte de Howard, dado que el nombre del narrador de la historia no se menciona en ningún momento (a pesar de que el personaje, efectivamente tiene todas las trazas de ser Kirowan). No obstante, hubo a quien no gustó aquel relato. El joven aficionado August Derleth, corresponsal habitual de Lovecraft, escribió a su mentor, criticándolo duramente. Lovecraft le respondió con elogios hacia «The thing on the roof» y Derleth escribió entonces a Howard, alabando sus primeras obras cthuloideas, y pidiendo más de lo mismo. Sin embargo, la respuesta del tejano fue desalentadora:

Tienes toda la razón sobre «The Black Stone» y el resto de mi material similar. Los he escrito más que nada como experimento, y no he tardado en darme cuenta de que ese no es mi estilo natural. Llevo ya algunos meses intentando escribir historias que se aparten de mis escenarios habituales, pero la verdad es que he tenido muy poco éxito a la hora de venderlas.

(Carta a Agust Derleth, julio 1933).

Parece ser que Howard no lograba convencer a los editores acerca de su nueva vena de horror cósmico. Wright, al igual que los demás responsables editoriales, preferían el material habitual. Conan había hecho su aparición en diciembre de 1932, y, desde entonces, el editor de Weird Tales se mostraba ansioso por publicar más material del cimmerio. En los años anteriores a su muerte, Howard se avergonzaría de lo que denominó un «patético y tosco» esfuerzo «de copiar el estilo de Lovecraft», a pesar de lo cual la Revista Única llegó a publicar dos relatos más de la saga: «The haunter of the ring» en 1934, y «Dig me no grave» en 1937. Quedaban aún por publicar dos relatos más, amén de dos fragmentos (uno de ellos bastante extenso), que no verían la luz hasta pasadas varias décadas. Son, en total, más de diez piezas de cierta extensión (excepto el primero, ligeramente más breve), si dejamos aparte algunos otros, cuya pertenencia al ciclo no está demasiado clara.

Relatos que forman el ciclo

0. «The Ghost in the Doorway» («El espectro en el umbral», Howard Collector 22, primavera 1969).

Protagonizado por un ilustre antepasado de Kirowan, narra un encuentro sobrenatural que viene a confirmar la especial conexión de dicha familia irlandesa con las fuerzas de otros planos y esferas.

1.«Dermod’s Bane» («La Perdición de Dermod», Magazine of Horror, otoño de 1967).

Protagonizado y narrado por Kirowan. Pese a ser uno de los últimos en publicarse, es, sin duda el relato con el que da comienzo la saga, ya que narra un episodio de la juventud del personaje. Indudablemente, se trata de uno de los más bellos relatos que Howard escribiera jamás, no ya por su argumento, sino por el estilo empleado. A todas luces, el escritor de Cross Plains empleó este cuento como ejercicio de estilo, intentando emular el lirismo del mejor relato gótico, o puede que incluso inspirado por Poe. La belleza de las descripciones, el estilo poético y depurado, convierten a esta pieza en una de las más cuidadas de Robert E. Howard, y el final, que no desvelaremos, posee fuertes reminiscencias de «La reina de la Costa Negra», otra de las obras maestras del tejano. La narración da comienzo con la melancolía del amor perdido, con la muerte de la amada (un amor incestuoso, en la mejor tradición de Edgar Allan Poe), y concluye —espectro mediante— con una escena que nos hace preguntarnos si la pieza será anterior o posterior al relato dedicado a Conan y Belit. Una pieza corta pero muy intensa, y tremendamente poética. Una joya desconocida. Existe una adaptación al comic, dibujada por Jeff Jones, y publicada en Robert. E. Howard, Mythmaker, de Cross Plains Comics.

2. «Black Bear bites» («La dentellada del oso negro», From Beyond the Dark Gateway, abril 1974).

Presentación del personaje John O’Donnel durante sus aventuras de juventud en el Lejano Oriente. Concebida aparentemente como una narración de «peligro amarillo» —con ciertas reservas, pues el autor no solo habla de forma favorable acerca del pueblo chino, sino que el «archivillano» resulta no ser uno de ellos—, la historia posee, no obstante, un marcado tono lovecraftiano, no solo por la inclusión del personaje de O’Donnel sino también por la mención del culto a Chtulhu y otras referencias similares.

3. «The Thing on the Roof» («La Cosa en el tejado», Weird Tales, Feb. 1932).

Protagonizado y narrado por Kirowan. Se trata de un episodio de transición, antes de asentarse definitivamente en los Estados Unidos. Al igual que ocurre con «La Piedra Negra», el argumento y desarrollo de la historia son netamente lovecraftianos. El nombre del narrador no se menciona en ningún momento, aunque todo parece indicar que se trata de Kirowan, suposición que se confirma en la correspondencia de Howard, cuando, al pedir a August Derleth su opinión acerca de la historia, se refiere a ella como perteneciente «al ciclo de Kirowan». Pese a ello, el papel del protagonista es más bien de tipo pasivo, limitándose a ser espectador del horrible destino de Tussman, que le ha pedido asesoramiento sobre ciertos pasajes de «El Libro Negro» de Von Junzt.

La piedra negra: un libro de Robert E. Howard

Robert E. Howard. Escritor estadounidense nacido el 22 de enero de 1906 en Peaster, Texas, y fallecido el 11 de junio de 1936 en Cross Plains, localidad del mismo estado. Su nombre completo fue Robert Ervin Howard. Conocido especialmente por las historias de corte fantástico que publicó en la revista Weird Tales, también cultivó la temática histórica, como por ejemplo en Las puertas del imperio, una historia ambientada en la época de Saladino. La creación más importante de Howard fue, definitivamente, Conan, un héroe bárbaro que aparece en diversas historias situadas en una época ficticia denominada Era Hyboria o Primera Era (que empezaría tras el hundimiento de la Atlántida).

Tras el suicidio del autor en 1936 al conocer la inminente muerte de su madre han sido numerosos los autores que han continuado la labor de escribir acerca de este personaje, creando una mitología propia que se cuenta entre las más extensas de la fantasía heroica literaria. Conan ha sido adaptado en varias ocasiones al cine, así como a la televisión, el cómic, etc., convirtiéndose en uno de los iconos más significativos del siglo XX.