Las brujas de Salem

Resumen del libro: "Las brujas de Salem" de

En 1692, en la localidad de Salem, pacífica pero sofocante debido a la religiosidad estricta que rige su vida cotidiana, corre el rumor de que una joven ha hecho un obsceno maleficio. Los habitantes se acusan unos a otros, y se inicia un juicio que tal vez propicie temibles venganzas… Miller concibió «Las brujas de Salem» en la época negra de la «caza de brujas» desplegada en Estados Unidos durante el macarthismo. Posteriormente colaboró en su adaptación al cine, titulada «El crisol» y cuyo guión se ofrece a continuación de la obra teatral.

Libro Impreso

Primer acto – Obertura

Un pequeño dormitorio en el hogar del reverendo Samuel Parris, en Salem, Massachusetts, en la primavera de 1692.

A la izquierda, una ventana estrecha, a través de cuyos vidrios emplomados entra el sol matinal. Cerca de la cama, que queda a la derecha, todavía arde una vela. Una cómoda, una silla y una mesita completan el mobiliario. Al fondo, una puerta da al descansillo de la escalera que lleva al piso bajo. El cuarto produce una impresión de austera limpieza. Las vigas del techo están al descubierto, y la madera es de color natural, sin barniz ni pintura de ninguna clase.

Al alzarse el telón, el reverendo Parris está de rodillas junto a la cama de su hija Betty, rezando. Betty, de diez años, yace en el lecho, inmóvil.

En la época en que sucedieron estos acontecimientos, el reverendo Parris tenía algo más de cuarenta años. En los relatos históricos su figura queda muy malparada y son muy pocas las cosas buenas que pueden decirse de él. Tema el convencimiento de que se le perseguía dondequiera que iba, pese a sus incansables esfuerzos por congraciarse con Dios y sus convecinos. En las reuniones con sus feligreses consideraba un insulto que alguien se levantara para cerrar la puerta sin haberle pedido permiso. Era un viudo a quien no interesaban los niños y que carecía de dotes para tratarlos. Los veía como jóvenes adultos y, hasta el momento de producirse la extraña crisis que aquí se relata, ni a él, ni al resto de Salem, se le ocurrió nunca que los niños echaran de menos otra libertad que la de permitirles andar erguidos, aunque con los ojos ligeramente bajos, los brazos pegados a ambos lados del cuerpo y la boca cerrada mientras no se les invitara a hablar.

La casa del reverendo Parris se alzaba en lo que entonces llamaban «ciudad» y que hoy en día apenas alcanzaría la categoría de pueblo. La iglesia estaba cerca, y desde ahí hasta las afueras —tanto en dirección a la bahía como tierra adentro— unas cuantas casas oscuras de ventanas pequeñas se hacinaban para combatir el crudo invierno de Massachusetts. La fundación de Salem apenas se remonta a cuarenta años antes de los sucesos que aquí se relatan. Para el mundo europeo toda la provincia no era más que una frontera bárbara, habitada por una secta de fanáticos que, sin embargo, enviaba a la metrópoli productos cuya cantidad y valor aumentaban poco a poco.

Nadie sabe cómo eran en realidad sus vidas. Carecían de novelistas, pero, de todos modos, tampoco se les hubiera permitido leer novelas de haberlas tenido a su alcance. Sus creencias les prohibían cualquier cosa que se asemejara a una función teatral o a una «vana diversión». No celebraban las Navidades, y los días festivos sólo se distinguían por una mayor entrega a la oración.

Lo que no quiere decir que esta manera de vivir tan estricta y sombría careciera de interrupciones. Cuando se construía una nueva granja, los amigos se reunían para celebrarlo, se preparaban algunos platos especiales y probablemente se bebía sidra con cierto contenido alcohólico. Salem contaba con una buena colección de inútiles que perdían el tiempo jugando al tejo en la taberna de Bridget Bishop. Probablemente la dureza del trabajo, más que la fe, contribuía a evitar que se relajara la moral, porque los habitantes de Salem estaban obligados a luchar como héroes con la tierra por cada grano de trigo, y a nadie le sobraba mucho tiempo para frivolidades.

Arthur Miller. Dramaturgo y escritor americano, estudió periodismo en la Universidad de Michigan, donde se licenció en 1938. Escribió guiones de radio en Nueva York, estrenando su primera obra, sin gran éxito. Sin embargo, la segunda, estuvo más de un año en cartel, recibiendo su primer premio. A partir de aquí, sus obras se cuentan como éxitos.

En 1956, Miller tuvo problemas con la Comisión de Actividades Antiamericanas, al acusarle de vinculaciones con el Partido Comunista, que finalmente se resolvieron. Tras una época de falta de reconocimiento en su país (que no lo fue en el resto del mundo, por donde viajó), el éxito volvió a acompañarle, publicando y estrenando en Broadway. De sus tres matrimonios, sin duda el más conocido es el que contrajo con Marilyn Monroe.

Dramaturgo hasta la médula, a Miller se le considera de los mejores del siglo XX (si no el mejor). Aunque ególatra, frío y orgulloso, fue un escritor comprometido socialmente. Sus obras están acompañadas de crítica a la sociedad estadounidense y los valores conservadores que la caracterizaban. Políticamente, aunque con inicios marxistas, suavizó sus posturas, aunque se mantuvo en contra de la intervención americana en Corea y Vietnam.

Miller cosechó gran cantidad de premios durante su vida, incluido el Pulitzer en dos ocasiones, y sus obras se siguen representando en todos los teatros del mundo. También obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 2002, por toda su obra.

De entre su larga producción habría que destacar títulos como Muerte de un viajante, Las brujas de Salem, El crisol, Incidente en Vichy o Presencia, entre otros.