Loto Dorado, Hsi Men y sus esposas

Resumen del libro: "Loto Dorado, Hsi Men y sus esposas" de

«Loto Dorado», una fascinante obra del ciclo novelístico chino «Chin Ping Mei», cautiva a los lectores con su exquisita exploración del amor carnal en la China del siglo XVI. Escrita por un autor anónimo del periodo Chia-ching, esta novela ha enfrentado persecuciones y eclipses a lo largo de los siglos. Publicada por primera vez en 1610, fue prohibida en 1687 por un edicto del emperador Kang Hisis, sin embargo, su popularidad persistió, convirtiéndola en una de las obras más queridas de su tiempo.

El Chin Ping Mei se asemeja a la literatura galante francesa de los siglos XVII y XVIII en su audaz representación del amor y la pasión. A pesar de las severas leyes de la dinastía manchú contra la literatura erótica, esta obra siguió siendo publicada en ediciones de lujo y corrientes, desafiando la censura oficial. La vigencia de dichas leyes persistió hasta 1912.

La trama se centra en Hsi Men, el protagonista, cuya vida amorosa y erótica es el eje central de la narración. Aunque algunos críticos han comparado a Loto Dorado con las obras del marqués de Sade en cuanto a la recompensa del vicio y el castigo de la virtud, es importante destacar que el castigo que enfrenta Hsi Men al final de la historia no es de orden moral, sino un desenlace natural que revelará el autor al lector.

El atractivo de «Loto Dorado» radica en su habilidad para entrelazar la gracia salaz de Crébillon con la cruda mecánica del erotismo de Sade, ofreciendo así una experiencia literaria única y cautivadora. A pesar de las adversidades y persecuciones que ha enfrentado a lo largo de los siglos, esta obra sigue siendo una joya literaria que continúa cautivando a los lectores con su encanto y audacia.

Libro Impreso

EL CAZADOR DE TIGRES

Wu Ta habló con orgullo al presentar a su brillante hermano:

Éste es Wu Sung, querida esposa, el famoso cazador de tigres de la montaña de King Yang, el Capitán de la Guardia… Es tu cuñado.

Loto Dorado cruzó las manos sobre su pecho y levantó los ojos llenos de admiración hacia su cuñado.

—Te deseo diez mil felicidades —dijo.

Ambos se inclinaron en mutuo saludo. Wu Sung mostraba una tímida reserva, a pesar de lo cual se dio cuenta de la perfecta belleza de Loto Dorado.

El marido insistió en que su hermano debía quedarse a comer y, para completar las modestas provisiones de su despensa, él mismo salió a comprar algo, dejando solos un rato a su hermano y su esposa.

Loto Dorado contemplaba con secreto éxtasis el magnífico ejemplar de virilidad física que permanecía de pie ante ella. La idea de aquella tan enorme fuerza que podía derribar a un tigre le hacía estremecerse.

¡Oh, qué poderoso héroe! Su cuerpo medía por lo menos dos metros de estatura. Su rostro era ancho y su mandíbula cuadrada. Sus ojos brillantes como estrellas, de mirada tranquila y penetrante, parecían dos astros sobre las cumbres de las montañas lejanas. Su puño apretaba una pesada maza de hierro. Verdaderamente, ¡cómo debían perder el aliento las fieras de los montes al ver a aquel gigante blandir la maza por encima de su cabeza! Sin duda los osos dentro de sus guaridas, donde el cazador iría a sorprenderlos, caerían muertos en el acto bajo el golpe de aquel puño que se abatiría sobre las fauces rugientes.

Maravillada, Loto Dorado pensó: “¡No es posible que dos hermanos tan distintos hayan nacido de la misma madre! Uno deforme como un árbol mutilado por el hacha: ¡tres partes de hombres y siete de horrendo demonio!, y el otro un héroe rebosante de vigor. Tiene que quedarse a vivir con nosotros, decididamente”.

—¿Dónde vives, cuñado? —preguntó Loto Dorado, con el rostro iluminado por una sonrisa—. ¿Quién atiende tu casa?

—Por razón de mi cargo, no puedo vivir lejos de los guardias. He alquilado una habitación en una posada cercana. Dos de mis hombres se encargan de los quehaceres.

—Querido hermano, ¿no sería mejor que vivieses con nosotros? Que unos soldados sucios cocinen para ti y te sirvan… ha de ser muy poco agradable. Aquí, tu cuñada te prepararía la comida y cuidaría lo mejor posible de tus pertenencias.

—Te estoy profundamente agradecido —replicó Wu Sung en tono evasivo, pues el ofrecimiento le hacía vacilar.

—Sin duda, tendrás una compañera… —dijo ella, cautamente—. Podrías traerla a vivir contigo sin ningún reparo, sin ninguna molestia.

—Soy soltero —contestó él.

—¿Cuántas verdes primaveras ha contado mi cuñado?

—He vagado en vano durante veintiocho años.

—Tienes cinco años más que yo, pues. ¿Dónde vivías antes de venir aquí?

—El año pasado estuve en la prefectura de Tsang Chu Fu. Ignoraba por completo que mi hermano se había establecido aquí.

—Es difícil explicar las cosas en pocas palabras, cuñado. ¿Cómo decirlo? Tu hermano puede tener buenas cualidades… en otros aspectos. Pero como marido… La verdad es que desde mi matrimonio con él he tenido que soportar muchas burlas de los vecinos. Ahora, si tuviésemos una casa, y viviera con nosotros un hombre tan fuerte como tú, ¿quién se atrevería a decir ni una palabra contra nosotros?

—No sé… Mi hermano es un hombre de buen carácter, mientras que yo soy todo lo contrario: me encolerizo con facilidad si me provocan.

Loto Dorado se echó a reír.

—¡Vamos, hermano! —dijo—. Sólo el valor y la fuerza pueden darnos la paz. Yo también tengo mal genio y no puedo soportar las afrentas.

—Sin embargo, las maneras suaves de Wu Ta te han protegido hasta ahora de problemas graves.

Siguieron platicando en las habitaciones superiores de la casa de Wu Ta. Uno de los dos, por lo menos, se estremecía secretamente de deseo. Por fin, Wu Ta apareció en escena de nuevo.

—Querida esposa —dijo, ¿no quieres bajar a preparar la comida?

—¡Qué tonto! —replicó agriamente Loto Dorado—. ¿Te parece que es muy cortés dejar solo a nuestro visitante aquí arriba? Manda buscar a la madre Wang, ahí al lado, para que haga la comida.

Obediente, Wu Ta salió corriendo y regresó con la madre Wang. Finalmente, los tres se sentaron ante una mesa llena de pescado, carne asada, verduras, vino y pasteles.

Loto Dorado, ofreciendo la primera copa al invitado, dijo:

—Cuñado, te ruego que nos concedas graciosamente el favor de participar de nuestra mísera comida y de nuestro vino aguado.

—Cuñada, acepta mi agradecimiento, te lo suplico, y deja de pronunciar inútiles palabras de excusa.

Mientras el ama de la casa escanciaba el vino, Loto Dorado presentaba al huésped los mejores bocados y le rogaba, con una sonrisa insinuante, que se sirviera.

Wu Sung, hombre sencillo, exento de malicia, recibía aquellas atenciones como muestras de hospitalidad. Ignoraba que la mujer que tenía delante había sido educada en el servilismo y no sospechaba que su amabilidad ocultaba bajas intenciones. Sin embargo, no dejó de advertir que Loto Dorado, de vez en cuando, acariciaba con la mirada, de arriba abajo, todo su cuerpo y más de una vez la confusión le obligó a bajar la cabeza. Por eso cuando terminó la comida, se apresuró a despedirse y declinó firmemente la reiterada invitación de la mujer a que se quedara.

—Otra vez me quedaré más tiempo, cuñada —dijo.

—Decididamente, vendrás a vivir con nosotros, ¿verdad? ¡Tu presencia significaría tanto para nosotros! Como te dije antes, ya no tendríamos que sufrir las burlas de nuestros vecinos —susurró, ya en el umbral.

Wu Sung cedió:

—Puesto que tanto lo deseas, cuñada, sea… Esta tarde mandaré mis cosas.

—Tu esclava te espera.

Cuando el hermano hubo desaparecido, Wu Ta miró tímidamente a su joven y bella esposa y al advertir el suave contento en la actitud generalmente sombría de Loto Dorado acercó su contrahecha figura al lánguido cuerpo de sauce de la mujer.

Ante la expresión implorante que expresaba el rostro del pastelero, Loto Dorado se puso rígida y dijo agriamente:

—Eres más zafio que el abuelo de un rinoceronte. Eres chaparro y retorcido y tratas de hollar los dorados lirios de mis pies con tu mezquino peso—. Saltó al otro lado de la mesa y añadió, encolerizada—: ¡Asqueroso coágulo! ¡Inútil idiota! ¿Qué crimen cometí yo, desdichada criatura, en una anterior existencia, para merecer el castigo de semejante matrimonio?

Wu Ta inclinó la cabeza en habitual actitud de servilismo y, tímidamente, insinuó:

—¿No podría ser que mis despreciados ijares engendraran un hijo fuerte como mi hermano? Su sangre y la mía proceden de la misma fuente.

Ella replicó, violenta:

—¿Y yo tendría que albergarlo en mi cuerpo de jaspe, suave como un corderito rollizo? ¿Y si saliera otro cuervo ruin como tú?

El asustado buhonero, temblando, rogó:

—¡Por favor, no grites! Los vecinos van a reírse de nosotros.

—Como si no se rieran cada vez que sale el sol al verme como una pieza de oro puro incrustada en un montón de estiércol como una piedra de cuarzo común!

Hsi Men y sus esposas

Autor cuyo nombre no es conocido o no ha sido declarado.