Macario

Resumen del libro: "Macario" de

«Macario», la obra maestra de Bruno Traven, nos sumerge en la singular odisea de un hombre humilde y hambriento que, al cumplir su más ferviente deseo de devorar un pavo entero en soledad, adquiere un don extraordinario: el control sobre la vida y la muerte. La trama se desenvuelve con una mezcla de realismo y elementos fantásticos que cautiva al lector desde la primera página.

Bruno Traven, un enigmático autor cuya identidad real sigue envuelta en misterio, logra tejer una narrativa envolvente y única en «Macario». Su habilidad para explorar la condición humana a través de un relato aparentemente sencillo revela la maestría literaria de Traven, quien se destaca por su capacidad para fusionar la cruda realidad con elementos simbólicos y místicos.

La travesía de Macario después de obtener sus extraordinarios poderes nos sumerge en un mundo donde lo cotidiano se mezcla con lo sobrenatural, generando una experiencia literaria rica en matices y reflexiones. La elección de centrar la trama en el deseo básico de satisfacer el hambre resalta la conexión visceral entre la necesidad humana y la búsqueda de poder, proporcionando una perspectiva única sobre la naturaleza humana.

«Macario» no solo destaca por su trama cautivadora, sino también por la maestría con la que Traven utiliza el lenguaje para transmitir emociones y reflexiones profundas. Cada palabra está cuidadosamente seleccionada, contribuyendo a la atmósfera única de la historia. La obra, considerada como uno de los mejores textos de Traven, ha trascendido fronteras, encontrando resonancia y entusiasmo en lectores de todo el mundo.

En conclusión, «Macario» no solo es una narrativa fascinante que combina lo real y lo fantástico, sino también una obra que refleja la destreza literaria de Bruno Traven. A través de la simplicidad aparente de la trama, el autor logra explorar complejas dimensiones de la existencia humana, dejando una marca perdurable en el paisaje literario universal.

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I

Macario era leñador en aquel pueblecito. Padre de once hijos andrajosos y hambrientos, no deseaba riquezas, ni cambiar por una casa bien construida el jacal que habitaba con su familia. Tenía, eso sí, desde hacía veinte años, una sola ilusión. Y esta gran ilusión era la de poderse comer a solas, gozando de la paz en las profundidades del bosque y sin ser visto por sus hambrientos hijos, un pavo asado entero.

Nunca logró llenar su estómago hasta satisfacerse. Por el contrario, siempre se sentía próximo a morir de hambre. Pese a lo cual, todos los días del año, sin descontar los domingos y días festivos, tenía que dejar su hogar antes de que amaneciera para ir al bosque, del que regresaba al anochecer con una carga de leña a la espalda. Aquella carga, que representaba todo un día de trabajo, la vendía por dos reales… ya veces par menos.

Sólo durante el tiempo de aguas, cuando prácticamente no tenía competencia, y mejor aún en los días señalados, como por ejemplo el día de los Fieles Difuntos, en que la demanda era mayor por parte de los fabricantes de velas y de los panaderos, que horneaban toda clase de panes de muerto y calaveras de azúcar, llegaba a conseguir que le dieran hasta tres reales por su carga de leña.

Tres reales constituían una fortuna para su esposa, conocida en el pueblo como «La Mujer de los Ojos Tristes». Ella, de modo más marcado que su marido, producía la impresión de que se iba a desvanecer de hambre.

Cuando Macario llegaba a su hogar, al anochecer, tiraba la carga, con un suspiro revelador de su agotamiento. Tambaleándose, tropezando, llegaba hasta el interior de la choza y sin hacer ruido se dejaba caer sobre una sillita primitiva que uno de los niños acercaba rápidamente a la mesa, igualmente tosca, sobre la que Macario extendía ambos brazos exclamando:

—¡Ay, mujer, qué cansado estoy y cuánta hambre tengo! ¿Qué hay de comer?

Su mujer contestaba:

—Frijoles negros, chile verde, tortillas, sal y té limón.

La cena era siempre la misma, sin variación alguna.

El conocía la respuesta de su mujer desde mucho antes de llegar a su casa y hacía la pregunta simplemente por decir algo y para que sus hijos no le consideraran como a una simple bestia de carga. Cuando aparecía la comida, servida en jarros y cazuelas de barro, él ya se había quedado profundamente dormido, por lo que su mujer tenía que despertarle diciéndole:

—Macario, la comida está en la mesa.

—Demos gracias a Dios por las mercedes que nos dispensa a nosotros, pobres pecadores —musitaba él—, e inmediatamente empezaba a comer.

No había tomado los primeros bocados cuando se percataba de que todos sus hijos le vigilaban con la esperanza de que no comiera mucho y dejara algo para que ellos pudieran repetir, ya que siempre su ración era insuficiente.

Entonces dejaba de comer y se concretaba a beber el té limón. En cuanto vaciaba el jarro, murmuraba con voz plañidera:

—Oh, Señor, si por lo menos una vez en mi pobre vida pudiera comerme entero un guajolote asado, moriría feliz y descansaría en paz hasta el día del Juicio Final.

A menudo no decía tanto y se conformaba con murmurar:

—¡Oh, Señor; concédeme, aunque sea una sola vez, todo un pavo para mí solo!

Tantas veces habían escuchado sus hijos aquel lamento que ya no le prestaban atención, considerándolo como una forma de dar gracias después de la cena. Sabían que las mismas posibilidades de que su padre gozara de un pavo asado eran las que existían de que poseyera mil pesos oro, aun cuando hubiera rogado toda su vida por ellos.

Su mujer, la compañera más fiel y abnegada que hombre alguno pudiera desear, sabía que su esposo no comía tranquilo y suficientemente mientras sus hijos lo vigilaran con ojos hambrientos, deseando hasta el último de sus frijoles. Esto la apesadumbraba, pues tenía buenas razones para considerarle como un buen marido, con cualidades que ni siquiera podía soñar que encontraría en otro.

Macario nunca pegaba a su mujer. Trabajaba tanto como a un hombre le es posible hacerlo, y solamente los sábados en la noche solía reservarse dos centavos para beberse un traguito de mezcal que ella misma compraba en la tienda, porque sabía que obtendría el doble de la cantidad que a él le darían por el mismo precio en la cantina del pueblo.

Percatándose del excelente esposo que tenía, de lo mucho que trabajaba para mantener a su familia y de lo mucho que amaba a sus hijos, la mujer empezó a ahorrar hasta el último centavo de los pocos que ganaba lavando ropa y desempeñando trabajos pesados para otras mujeres del pueblo, que gozaban de mayores posibilidades que ella.

Después de ahorrar sus centavitos durante tres largos años, que le parecieron una eternidad, pudo hacerse del pavo más gordo que encontró en la plaza. Reventando de gozo y satisfacción lo llevó a su casa cuando los niños estaban ausentes y lo escondió en forma tal que nadie pudiera descubrirlo. No dijo ni una sola palabra cuando llegó su marido rendido, agotado, hambriento y como siempre rogando al cielo por su pavo asado.

Aquella noche hizo que los niños se acostaran temprano. No temía que su marido se diera cuenta de lo que ella preparaba, porque el hombre se quedaría como siempre profundamente dormido en la mesa, de donde se levantaría como sonámbulo para dejarse caer, privado de sentido, sobre el catre.

Si en alguna ocasión una cocinera preparó un pavo para una buena comida poniendo en ello todo su amor, toda su habilidad, así como todos sus buenos deseos, fue en aquélla. La mujer trabajó con devoción durante toda la noche a fin de que el pavo estuviera listo antes del amanecer.

Macario se levantó para iniciar su trabajo diario y se sentó a la mesa para tomar su pobre desayuno. Nunca se ocupaba de dar los buenos días, ni tenía costumbre de que su mujer se los diera. Si algo faltaba en la mesa o sí no hallaba el machete y las cuerdas que necesitaba para su trabajo, murmuraba alguna palabra sin abrir apenas la boca. Como sus exigencias eran escasas, a pesar de que se expresaba con palabras muy limitadas, las absolutamente necesarias, su mujer le comprendía perfectamente sin incurrir jamás ni en la más leve equivocación.

—Hoy es tu santo, esposo querido. Felicidades. Toma, aquí tienes el pavo asado que durante tantos años has deseado y por el que tanto has rogado. Llévatelo a lo más profundo de la selva para que nadie te moleste y puedas comértelo solo. Ahora, date prisa antes de que los niños lo vayan a oler y se enteren de que lo tienes, porque entonces no podrías dejar de compartirlo con ellos. Anda, corre.

El la miró largamente con sus ojos cansados.

«Por favor» y «gracias» eran términos que jamás empleaba. En cuanto a la idea de ceder un pedacito del pavo a su mujer, no tuvo cabida en su cerebro, porque su mente, acostumbrada a albergar no más de un pensamiento cada vez, estaba ocupada en aquel momento en el que su esposa le había sugerido de correr con su pavo antes de que los niños lo descubrieran.

«Macario» de Bruno Traven

Bruno Traven. Fue un escritor misterioso y polémico, cuya verdadera identidad y origen siguen siendo objeto de debate. Algunos lo consideran un anarquista alemán que huyó de su país tras la Primera Guerra Mundial, otros un estadounidense nacido en Chicago de padres escandinavos, y otros un mexicano naturalizado que adoptó el nombre de Traven como homenaje a su tierra adoptiva.

Lo cierto es que B. Traven vivió gran parte de su vida en México, donde ambientó la mayoría de sus novelas, que reflejan su compromiso social y su crítica al imperialismo y al capitalismo. Entre sus obras más conocidas se encuentran El tesoro de la Sierra Madre, El barco de la muerte, La rebelión de los colgados y Puente en la selva.

B. Traven se caracterizó por su rechazo a la fama y a la publicidad, y por su afán de mantener en secreto su biografía. Usó varios seudónimos a lo largo de su carrera, como Ret Marut, Hal Croves o Traven Torsvan, y evitó aparecer en público o conceder entrevistas. Su vida está llena de enigmas y contradicciones, que han alimentado numerosas teorías y especulaciones sobre su verdadero origen y motivaciones.

B. Traven murió en 1969 en la Ciudad de México, dejando tras de sí una obra literaria original y poderosa, que ha sido traducida a varios idiomas y adaptada al cine en varias ocasiones. Su legado sigue vigente y sigue despertando el interés y la admiración de lectores y estudiosos de todo el mundo.

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