Mendel el de los libros

Mendel el de los libros, una novela de Stefan Zweig

Resumen del libro: "Mendel el de los libros" de

Escrito en 1929, Mendel el de los libros narra la trágica historia de un excéntrico librero de viejo que pasa sus días sentado siempre a la misma mesa en uno de los muchos cafés de la ciudad de Viena. Con su memoria enciclopédica, el inmigrante judío ruso no sólo es tolerado, sino querido y admirado por el dueño del café Gluck y por la culta clientela que requiere sus servicios. Sin embargo, en 1915 Jakob Mendel es enviado a un campo de concentración, acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro. Un breve y brillante relato sobre la exclusión en la Europa de la primera mitad del siglo XX.

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De vuelta en Viena tras una visita a los barrios de la periferia, me vi inmerso de improviso en un chaparrón que, con húmedo látigo, perseguía a la gente obligándola a correr hasta los portales de las casas y otros refugios. Yo mismo busqué también, a toda velocidad, un techo que me amparara. Por fortuna, en Viena le espera a uno en cada esquina un café. De modo que huí al que se encontraba más próximo, con el sombrero que ya goteaba y los hombros empapados. Una vez en el interior, se reveló como el típico café de arrabal, con ese estilo casi esquemático, burgués, de los de la antigua Viena, lleno a rebosar de gente normal que consumía más periódicos que bollería, y sin los artificios tan de última moda en los cafés cantantes que en el centro de la ciudad imitan a los alemanes. En aquel momento —estaba empezando a oscurecer—, la atmósfera ya de por sí sofocante se veía jaspeada por espesos anillos de humo azul. Y, sin embargo, aquel café daba la impresión de estar limpio, con sus sofás de terciopelo visiblemente nuevo y su caja registradora de aluminio reluciente. Con las prisas no me había molestado en leer el nombre que ponía por fuera. Por otro lado, ¿para qué? De modo que me senté en aquel lugar cálido, mirando impaciente a través de los ventanales cubiertos de chorros azules a la espera de que la lluvia, inoportuna, tuviera a bien alejarse un par de kilómetros.

De modo que allí estaba yo, sentado sin hacer nada; a punto de caer en esa pasividad indolente que, como un narcótico, irradia todo auténtico café vienés. Con aquella sensación de vacío, me dediqué a contemplar a las distintas personas que se encontraban a mi alrededor. La luz artificial de aquel espacio lleno de humo marcaba unas sombras de un gris muy poco saludable en torno a sus ojos. Observé a la señorita de la caja, que con movimientos mecánicos alcanzaba al camarero el azúcar y las cucharillas para cada taza de café. Medio dormido, de manera involuntaria, leí los carteles del todo anodinos que colgaban de las paredes. Aquella especie de letargo casi me sentó bien. Pero, súbitamente, una extraña tensión me sacó de mi somnolencia. Una imprecisa inquietud despertaba en mi interior, como lo hace un pequeño dolor de muelas del que aún no sabe uno si procede de la parte izquierda o de la derecha, de la mandíbula inferior o de la superior. Tan sólo sentí una sorda impaciencia, una intranquilidad espiritual, pues de pronto —no sabría decir por qué— fui consciente de que ya debía de haber estado allí en alguna ocasión, hacía años, y de que algún recuerdo debía de unirme a aquellas paredes, a aquellas sillas, a aquellas mesas, a aquel espacio envuelto en humo.

Pero cuanto más me esforzaba por alcanzar aquel recuerdo, con mayor malicia y de modo más escurridizo se me escapaba, como una medusa, brillando incierto en el estrato más profundo de la conciencia y, sin embargo, imposible de atrapar. En vano fijé la mirada en cada objeto que había en aquel local. Es cierto que algunas cosas no las conocía, como la caja registradora con su resorte tintineante. O el revestimiento marrón de las paredes de falsa madera de palisandro. Todo aquello debían de haberlo colocado más tarde. Pero, sí, sin duda. Yo había estado allí en alguna ocasión, hacía veinte años o más. Allí perduraba, oculto en lo invisible como el clavo en la madera, una parte de mi propio yo hace tiempo soterrada. Haciendo un esfuerzo, dilaté y empujé todos mis sentidos por aquel espacio, y al mismo tiempo por mi interior. Y, sin embargo… ¡Maldita sea! No lograba alcanzar aquel recuerdo desaparecido, ahogado en mí mismo.

Mendel el de los libros – Stefan Zweig

Stefan Zweig. (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas.

Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas. Los centenares de miles de ejemplares de sus obras que se han vendido en todo el mundo atestiguan que Stefan Zweig es uno de los autores más leídos del siglo XX. Zweig se ha labrado una fama de escritor completo y se ha destacado en todos los géneros. Como novelista refleja la lucha de los hombres bajo el dominio de las pasiones con un estilo liberado de todo tinte folletinesco. Sus tensas narraciones reflejan la vida en los momentos de crisis, a cuyo resplandor se revelan los caracteres; sus biografías, basadas en la más rigurosa investigación de las fuentes históricas, ocultan hábilmente su fondo erudito tras una equilibrada composición y un admirable estilo, que confieren a estos libros categoría de obra de arte. En sus biografías es el atrevido pero devoto admirador del genio, cuyo misterio ha desvelado para comprenderlo y amarlo con un afecto íntimo y profundo. En sus ensayos analiza problemas culturales, políticos y sociológicos del pasado o del presente con hondura psicológica, filosófica y literaria.